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Alberto en modo Yoga: De Pedro le sugiere meditar y Scioli lo coachea sobre qué no hacer con Cristina

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Eduardo “Wado” De Pedro le recomendó su propia fórmula, la que le funcionó a él: meditar. Otros, más clásicos, sugirieron que se tome unos días, desconectado, en la residencia presidencial de Chapadmalal. Como nunca antes, desde el gaffe sobre barcos e indios frente a Pedro Sánchez, que prologó otros equívocos discursivos, el agotamiento de Alberto Fernández se convirtió en un asunto de Estado en el oficialismo.

De Pedro, que con la meditación logró mejorar su conversación en público, le acercó la sugerencia como parte de una preocupación que en Casa Rosada consideran genuina. La del ministro fue la propuesta más disruptiva y, a la vez, la más factible para un Fernández que no se caracteriza por atender las indicaciones y prefiere, silvestre, moverse con sus propios criterios.

Ocurre, como se vio, con sus discursos y apariciones públicas. Desde siempre, renegó de gurús y comunicólogos. A regañadientes, después de ciertos tropiezos, aceptó los textos escritos y el telepronter para anuncios sobre la pandemia o en las cadenas nacionales Pero con micrófono abierto, como ocurrió durante la conferencia junto a Sánchez, se mueve por instinto y sin red. Los peligros de la espontaneidad.

En la atmósfera de Olivos, además de los problemas de la gestión y la pandemia, se menciona un factor extra de estrés: la relación, con más momentos de ruido que de calma, entre los Fernández.

Aunque en el primer anillo de intimidad presidencial desdramatizan sobre esos episodios, el “cansancio de Alberto” se volvió un tema político recurrente: “Hay que cuidar a Alberto”, suena como un mantra. “Se lo ve cansado, tiene que ordenarse un poco, poder cortar con este quilombo”, apuntó un ministro a elDiarioAR.

“Esa vez (la aparición junto a Sánchez) estuvo con un problema hepático, casi no pudo dormir la noche anterior, estaba mal”, contó un dirigente que charló con el presidente y dijo que el último fin de semana lo vio activo y de buen semblante. Lo mismo ocurrió el martes, que tuvo agenda larga en Rosada y almorzó dos horas con Aníbal Fernández.

Sobrevuela, así y todo, un alerta sobre el nivel de estrés que supone el cargo y la conjunción de presiones, internas y externas, de las últimas semanas y las que vienen. De Pedro, que le sugirió “que medite o haga yoga”, es señalado en el micromundo del FdT como uno de los portavoces que piden bajar el nivel de tensión doméstica. A Axel Kicillof, que tiene Olivos casi como su segundo hogar, lo fichan en el mismo club.

La referencia tiene un subtexto. En la atmósfera frentodista, además de los problemas de la gestión y la pandemia, se menciona como factor extra del estrés presidencial la relación fluctuante, con más momentos de ruido que de calma, entre Alberto y Cristina.

Cristina estacional

La última aparición de Cristina Kirchner, en La Plata junto a Axel Kicillof, ofreció una versión soft: no hubo fuego amigo y se permitió el ejercicio poco usual en sus discursos de mencionar a Fernández y una charla con él. “El viernes hablando con Alberto...”, relató. Su aparición, sorpresiva, se leyó como un gesto para volver las piezas en medio del temblor y fue paralelo a otro proceso: el deshielo en la relación con Martín Guzmán, a quien volvió a recibir en su oficina del Senado.

Un dirigente del PJ, que va y viene en el vínculo con la expresidente y el kirchnerismo, aplica una metáfora estacional. “Cristina tiene ciclos de dos años, entre elección y elección. Durante un año y medio es implacable y te castiga. Después, antes del cierre de lista y hasta después de la elección, está todo bien: te escucha, te hace sentir importante. Son 18 meses de Cristina mala y 6 de Cristina buena”.

En mayo pasado, en Eldorado, Misiones, Fernández llamó “mi hermano” a Daniel Scioli. Fue un guiño político y algo más: se confesó hermanado en la experiencia porque el ex gobernador atravesó una larga y accidentada convivencia política con Cristina, el antecedente en que puede espejarse Fernández. Entre 2010, tras la muerte de Néstor Kirchner, y el 2015 el vínculo de Scioli y Cristina fue un terremoto constante.

Fernández y el embajador en Brasil se ven periódicamente, charlas que van más allá de los temas bilaterales. El embajador fantasea con ser candidato, en CABA o en provincia de Buenos Aires. El último encuentro, sin fotos ni prensa, fue hace 15 días. “Hay que aprender de lo que le pasó a Scioli y no volver a cometer el mismo error”, entiende un funcionario en referencia a qué tipo de relación establecer con Cristina.

¿Cuál fue el error? ¿No romper, no tensar o no negociar? Eso último es lo que le sugería el entorno más íntimo a Scioli: que acuerde los términos de la convivencia pero, supo recodar uno de ellos, “Daniel nunca se sentó a tener esa conversación con Cristina ¿Alberto lo puede hacer?”

Fernández habitó el planeta Kirchner antes que Scioli pero su temporada larga estuvo mediada por la relación con Néstor. De hecho, con Cristina como presidente duró poco: algo más de siete meses. Fue el actual embajador, como gobernador bonaerense y aspirante a presidente, el que atravesó los años tormentosos. Esa experiencia forma parte de un coaching informal que Scioli comparte con el presidente. Por cómo le fue a Scioli, es un entrenamiento sobre lo que no hacer con Cristina.

La osadía de Scioli era gestual y consistía en acudir a algún evento del grupo Clarín, la apertura de Expoagro o jugar un partido de fútbol playa contra Mauricio Macri en Mar del Plata. De aquel tiempo queda un registro sobre la convivencia entre Cristina y Scioli referido a que la relación nunca mejoró, hubo treguas momentáneas, pero siempre fue para peor. Un tobogán crítico.

Al oído del presidente, suena como un pronóstico sobre la relación futura con su vice. Si, como observa un cristinista, Cristina está “decepcionada con Alberto”, la referencia al deterioro progresivo en el vínculo puede resultar anticipatoria.

Vocerías

El comando electoral unificado, con Santiago Cafiero como jefe de campaña y De Pedro y Gabriel Katopodis como enlaces con los gobernadores, debería ser el ámbito para evitar sacudones visibles por el cierre de listas que opera el 24 de julio. A esa mesa, en la que también se sentarán Sergio Massa y Máximo Kirchner, la Casa Rosada irá con un planteo de sumar voceros del presidente en el Congreso.

Debería figurar en la edición imaginaria del Guinnes político criollo: Fernández es el primer presidente que no tiene un diputado propio. Esa orfandad se explicita cuando, cada tanto, irrumpe una voz con libreto específico a militar alguna medida o plan oficial. Ocurre poco, casi nunca. El FdT tiene 118 diputados y 40 senadores poco locuaces. “Si no hablan ni los ministros ¿quieren que salgamos a bancar nosotros?”, retruca un legislador cristinista. Por momentos, el gobierno del FdT parece el gobierno de los otros: aun los que lo integran, no se hacen cargo del todo.

Hasta acá, Fernández delegó -o aceptó que- el manejo de Diputados lo administren Massa y Kirchner pero quiere arrancar el segundo tramo de su mandato con un scrum de Diputados suyos. ¿Valida, entonces, que nazca el albertismo? No explícitamente, pero pretende que en el Congreso haya legisladores que “hablen por el presidente”, según traduce un funcionario. Hasta hace unos meses, Eduardo Valdés -el único candidato que Fernández negoció en las listas- fue su vocero oficioso. Pasaron cosas y ya no.

PI

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