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Soy gorda (Esegé)
Escrituras glotonas

Helados

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“Tiene voracidad de llenar el agujero, hambre para taparlo, la comida es la ilusión de completar vacíos/ el poder la atraviesa, sale de la herida, la revuelta prepara”. (De par en par, Luna Verde Ediciones, 2008).

Es el fragmento de un poema que publiqué hace unos cuantos años y que luego fui modificando mientras leía, encontraba y escuchaba a otres gordes. Narrar, poetizar y disfrutar la desmesura en el arte de la escritura transformó mi visión sobre las personas no normadas, entre las que me encuentro. El tránsito fue desde un padecimiento doloroso y pasivo a un activismo enriquecedor. Como un viaje sin retorno en el que, a diferencia de los regímenes alimenticios, no hay fracaso. En mi experiencia al menos, la deconstrucción es un proceso en estado de revolución permanente. 

Si la novela es el género glotón por excelencia, ya que en ella se despliegan a sus anchas los relatos, con sus personajes y sus tramas, hay textos que son gordos más por contenido que por extensión. Tematizan, directa o sutilmente, la gordura. No se trata aquí de volver a proponer ensayos y biografías como lo hemos hecho en otra columna (Sobrevivir en un mundo gordofóbico, del 3 de setiembre pasado) sino de sugerir otras lecturas, algunas de edición más reciente y otras, de publicación más lejana. Pasen y lean… para seguir armando sus bibliotecas gordas.

“En piel chamuscada gangrena la marca de propiedad. /No fui invitada a este asado y mi cuerpo es anhelo de los comensales. A la mesa soy resto, suma de huesos tirados con desdén a los perros de la calle”. Así comienza un poema del libro Queerland (Hipólita Ediciones, 2011), de Gabby De Cicco, en el que le autore muestra con brutalidad como el cuerpo es despreciado en su humanidad y ¿valorado? en su condición de objeto.

Para quienes fuimos educades hace varias décadas, salir de la configuración del rechazo a los cuerpos no hegemónicos, el propio y los ajenos, es una tarea compleja, que rara vez se puede hacer en soledad.

Inspirada en las recomendaciones bibliográficas que suele hacer a menudo la activista Laura Contrera en las redes sociales, busco en los estantes algunos libros que emergen como platos sabrosos. 

“¿Seguís corda? No sé, sí, creo que sí. Cuando tenía tu edad no era tan corda como vos. Es mi nona por teléfono las pocas veces que la llamo. Casi nunca. Desde que tengo recuerdos que ella pesa 90 kilos. Cuando llegó de Italia los subió y nunca más los bajó. Jamás alcancé ese peso, aunque a veces supero los 70 con 1.54 de altura. Ahora los ve en mí. Esos kilos. Aunque yo no los tenga. A veces imagino que cree que por eso no tengo novio. ¡Tenés que bacar la panza! ¿Comés mucho pan? Sí, nona, también como pan. ¿No caminás? No, no camino. Cuando ve a mis hermanos les pregunta: Caby, ¿cómo está, sigue corda?”.  El fragmento pertenece a Océano, de la escritora, periodista y locutora Gabriela Borrelli Azara, Ediciones Lamás Medula, 2015. Es inevitable pensar acá en la necesidad de la abuela de marcar la diferencia porque la preocupación obsesiva por el cuerpo de la nieta es una proyección del malestar con el propio.   

Escribe la activista y periodista Marta Dillon en la contratapa del libro Gordx el que lee, lecturas urgentes sobre disidencia corporal y sexual: Estos textos calóricos son “voraces como el deseo, acuciantes como el hambre, sinvergüenzas, atrevidos; estos textos sudan, se agitan, vierten lágrimas, tienen el pulso de la sangre. Se plantan con rabia frente a la ignominia, pero no la esquivan, en ese barro chapotean y se ensucian porque ahí, entre la tierra y el agua servida de las miradas que califican, seleccionan, imponen sus medidas y sus protocolos en donde la rebelión hace cuerpo, hasta aparecer cuerpos”.

“En casa me decían Nena y a veces Cuchi Lechón, de a poco el sobrenombre me fue pegando. Doña Petrona era el Libro. Lo leía a la hora de la siesta, debajo de la higuera, mientras mis padres dormían…”. “A los trece, hice una casa con obleas. A los catorce, una cancha de tenis, decorada con grageas que imitaban el polvo de ladrillo y un confite plateado en el medio. A los quince, una torta de tres pisos. A los diecisiete comía a escondidas. Galletitas, alfajores, chocolates. Cuando terminaba con los dulces seguía con cualquier cosa que tuviera en la cocina: masa de pascualina cruda, polenta fría o milanesas congeladas. Sólo paraba cuando me dolían las mandíbulas”. Son párrafos de la novela El cuerpo de las chicas, de María Inés Krimer (2006, Editorial Tantalia), que cuestiona sin piedad la compulsión capitalista. Explica la docente y escritora Angela Pradelli: “la mirada feroz de la autora nos revela en su observación de la realidad y en la construcción de esta historia los resortes para que los lectores revisemos qué es la belleza y cuáles los modelos corporales que entroniza nuestra sociedad”.

En el relato Sexo XXL, de la cronista, narradora y directora del Museo del Libro y de la Lengua, María Moreno, se lee: “Soy fornida, sobre todo cuando estoy furiosa. Me identifico a Greta la Gorda -la monja cuyo culo tenía el tamaño de dos hemisferios, cocinaba platos terroristas anti anoréxicos, para combatir el ayuno coqueto, disfrazado de sacrificio ofrecido a la intangibilidad de Dios. Sí, La Greta de Günter Grass, la asesina envenenadora de figurones político-conventuales y filósofa del poder liberador de los vientos intestinales, feminista solitaria de los siete pecados capitales. Tengo las mismas manos de amasar

Voy a ser una gorda inteligente/ seré una gorda devoradora de libros, leeré infinitas historias donde deseen, amen, odien y vivan, aprenderá muchas cosas y podré arreglar todo, no los necesitaré para nada y me haré a mi misma autosuficiente e independiente, dejaré de pedir permiso para todo y de esperar una invitación para entrar a su mundo perfecto y flaco./ Voy a crear mi propio mundo, un mundo donde yo sea la protagonista de una novela de Tolstoi y Anna Karenina sea gorda”. El texto es de Ana Larriel, nacida en Asunción de Paraguay, ciudadana porteña, psicóloga, psicoanalista y activista gorda.

Para quienes fuimos educades hace varias décadas, salir de la configuración del rechazo a los cuerpos no hegemónicos, el propio y los ajenos, es una tarea compleja, que rara vez se puede hacer en soledad. Activar, escribir, actuar, reflexionar, ocupar espacios, se logra socializando lo que alguna vez se concibió, y aún se sigue haciendo, como un “problema individual”. Esto no significa borrar la singularidad del cuerpo y el nombre propio, sino tomar conciencia de que a un sistema armado para bajarle el valor a las personas por el peso de su anatomía se lo desarma colectivamente. Ojalá las bibliotecas populares y públicas que todavía no albergan libros gordos les den lugar y las ofrezcan a les lectores. Algunas ya lo están haciendo.

LH

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