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Al final, no era tan así

Otro esperado fracaso del FMI pone a Nigeria al borde del colapso

Los nigerianos protestan contra las dificultades económicas en Lagos.

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En un capítulo más de la larga y poco sorpresiva historia de fracasos del Fondo Monetario Internacional (FMI) en el mundo, Nigeria, el país más poblado de África, atraviesa la peor crisis de los últimos 30 años. 

Una crisis cuyos parecidos con la de Argentina son tan evidentes que por momentos cabe preguntarse si no habrá alguien escribiendo los guiones de unos programas económicos en donde no solo las circunstancias sino incluso los personajes son siempre los mismos, ocurra en los confines de América Latina o en el centro del continente africano.

Las condiciones económicas de Nigeria no han sido las mejores en los últimos años. Inflación, “cepo”, costosos subsidios al petróleo y una economía que sin rumbo encontró su peor deriva con el impacto económico que causó la guerra entre Rusia y Ucrania. En febrero del año pasado, la nación africana eligió como presidente a Bola Tinubu que, aunque representaba al oficialismo, prometió una terapia de shock para terminar con la crisis.

Las dos principales medidas de su gobierno, recomendadas por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, fueron liberalizar el mercado de cambios y quitarle los subsidios al petróleo (su principal recurso) para entregar su comercialización a la lógica de la oferta y la demanda. 

Cuando en mayo del 2023 el gobierno avanzó en esa dirección, el Banco Mundial dijo que se trataba “del primer paso para restaurar la estabilidad macroeconómica” y mejorar las cuentas fiscales. Desde entonces, Tinubu y el establishment económico abrieron los brazos para recibir lo que en Argentina se llamó poéticamente “lluvia de inversiones”.

Por supuesto, nada de eso sucedió. La quita inmediata de los subsidios disparó el precio del petróleo en el país, y con ello la inflación, que se encuentra cercana al 30% anual, mientras que el fin del “cepo” provocó una pérdida de valor de la moneda nacional frente al dólar de un 70%. La economía, que ya se encontraba en crisis, empezó su caída libre. 

En ese marco, y con unos salarios congelados, los alimentos se volvieron objetos suntuosos. La población debe racionalizar sus comidas, y en zonas de la periferia hay quienes se alimentan de los restos que deja la industria del arroz. 

En menos de un año desde la asunción de Tinubu, el caos económico se apoderó del país, y las consecuencias sociales del hundimiento se reflejan en un alarmante dato sobre la salud mental de la población: 60 millones de personas sufren algún tipo de depresión según la Organización Mundial de la Salud. Al menos, el presidente nigeriano no es un adicto a las redes sociales ni se le da por torpedear artistas populares o hacer bullying con el síndrome de down.

Esta semana, uno de los sindicatos nacionales realizó una huelga general durante 48 horas, y paralizó el principal puerto del país, en Lagos. El Banco Central –que conduce un exCitigroup al que el ministro Caputo debe tener en su lista de amigos de LinkedIn– decidió elevar la tasa de interés desde su último corrimiento en septiembre del año pasado. El funcionario dijo que la decisión se tomó para colaborar desde el plano fiscal en la lucha contra la inflación, sin embargo el propio FMI cree que el índice de precios podría escalar a 45% anual en los próximos meses.

El organismo liderado por la “sensible” Kristalina Georgieva sigue de cerca la situación ya que debe cobrar un préstamo otorgado en el 2020 por más de US$3.000 millones. Al igual que en Argentina, sus autoridades no dejan de transmitir su “preocupación” por las condiciones sociales del país, e instan al gobierno a tomar medidas para atajar el caos humanitario que están creando. Lo paradójico es que, al mismo tiempo, siguen promoviendo las mismas soluciones económicas que causaron la crisis.

El futuro de Nigeria no es muy esperanzador. Su vecino Niger sufrió un golpe de Estado, al igual que varios países más de la región en el último año. Por la dudas, y ante la eventualidad de un cambio de gobierno o de sistema, los grandes promotores de la austeridad y el neoliberalismo ya se lanzaron al trabajo de crear una narrativa que no cuestione las medidas implementadas sino las personas que las implementaron. 

El Financial Times de esta semana recoge una variedad de consultoras económicas locales como Bismarck Rewane, para quien el problema no es la quita de subsidios al petróleo, sino que el ahorro no se haya gastado de forma ineficiente. FIM Partners, por su parte, sostiene que los “inversores necesitan tiempo antes de sentirse seguros para invertir”. 

Al parecer, la lluvia salvadora tampoco llegará a Nigeria.

AF

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