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Opinión

Un femicidio en mi pueblo

En Rojas piden justicia por Ursula Bahillo de 18 años asesinada por su ex novio policía a quien había denunciado por violencia de género.

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Rojas es el pueblo donde nací y crecí. Desde mi lente, fue locación contradictoria. Por un lado, contenedor, dador de calles tranquilas para que trote mi niñez y adolescencia con olor a “no pasa nada”. Me regaló bicicleteadas al río, puertas abiertas de casas de mil amigxs y recorridas noctámbulas sin reproches. Existe una idea vaga de la aldea idílica. Recuerdo el impacto favorable de mis parientes porteñxs cuando tenían la posibilidad de pasar unos días en Rojas. Unx de ellxs dijo una vez que era una aldea pavimentada y a mí me pareció halagador. A otrxs les molestó, pero yo vivía con cierto orgullo la posibilidad de tener escenario para las novelas adolescentes, sin aparente control adulto. Eso, según decían mis primos de Buenos Aires, no se experimentaba tan fácilmente en las ciudades grandes.

Por otro lado, el mismo pueblo fue amenazante y controlador de mis prácticas de libertad de mujer chiquita. Una serie de normalizaciones operaron fuerte sobre mí y como consecuencia soporté, en varias ocasiones, situaciones, como mínimo, incómodas. El pueblo enemigo de las pancartas, pancarteaba “no quemarte”, como aconsejaban las más grandes, mientras habilitaba encares violentos de señores que te duplicaban en edad. Mi pueblo fue experto en manoseos en boliches y espectador de trompadas entre adolescentes alcoholizados, que, en alguna ocasión, terminaron en el extremo. Para picadas en moto y conducción de autos por menores de 16, el pueblo también brindó locación. Fue, también, Instigador de “piropeadas” cuando cruzabas la plaza San Martín y erudito en clasificación taxonómica, que dividía a los adolescentes en una serie de categorías fijas: varones viriles y deseables, pibes bufones o buleados cuida espaldas de los viriles y deseables, pibas putas, pibas con perfil para novia, trolos y tortas.

Erudito en clasificación taxonómica, que dividía a los adolescentes en una serie de categorías fijas: varones viriles y deseables, pibes bufones o buleados cuida espaldas de los viriles y deseables, pibas putas, pibas con perfil para novia, trolos y tortas

Desordenadamente, llega a mi cabeza otro flash para fotografiar a mi pueblo: un pedido de ayuda al ginecólogo más reconocido, para que una amiga de 16 años, no aborte con un curandero que describían como “carnicero”. Vino el espaldazo y, si bien mi amiga zafó, supongo que fue más por factor suerte que por tendencia estadística. Siempre reinó el vacío y la ausencia completa de eco.

Vivir en mi pueblo, según yo, implica haber crecido en el mito siniestro del “crimen pasional” (de los que llamaron así hay muchos más de los que se recuerda) y el silencio que le sigue. Mi pueblo se comportó, precisamente, silencioso e inerte frente a las injusticias de género y a las otras también. Pocas veces se manifestó y agitó sus calles. Yo diría ninguna. Desde mi óptica, todo esto sembró un clima específico. Un clima estable que atentó contra los cuestionamientos. Con mínimas expresiones contrahegemónicas, el pueblo te señala extremista y eso se vive difícil. Esta meteorología es la que habilita la inercia social e institucional, carente de preguntas impulsoras de cambio, luego cómplice de lo peor. Leí por ahí que burocracia y patriarcado se llevan como anillo al dedo y me decanta, definitivamente, que a mi pueblo, hasta estos días, le lució cómoda esa yunta. Pero hasta estos días. Ocurrido el femicidio de Ursula, aparece otra versión de mi pueblo que parece estar dispuesto a cuestionar, a denunciar, a reclamar. Aparece más vital a pesar de la muerte. Mueve sus calles sin miedo para pedir justicia por lo inadmisible y grita basta de femicidios (porque aprendió el valor de la palabra), más desvelado y orientado que otras veces. El “Ni Una Menos” y todas las luchas feministas, empiezan a transformar los días y los pueblos. Si bien los números atentan contra la esperanza, pronto vamos a revertir el panorama siniestro, porque unidas y conscientes de la urgencia, el patriarcado se va a caer.

EC

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