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ESCALA HUMANA

Fenómeno barrial: Union Berlin, el club de fútbol que cruzó las fronteras y se convirtió en símbolo de lucha

El Unión Berlín, en sudeste de la ciudad, un club levantado sola con la pasión de sus hinchas.
25 de septiembre de 2025 06:44 h

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En Köpenick, al sudeste de Berlín, las bufandas rojas se izan en los balcones como si fueran banderas de un país paralelo. El tranvía amarillo hacia el estadio contiene una marea carmín hecha de camisetas, gorros y pines. Hoy es domingo y el Union Berlin juega en casa. Pero no tiene que ser un día importante para ver estas escarapelas: acá el club es una pertenencia cotidiana, un comentario en la panadería, una bandera detrás de la caja en la farmacia.

Union Berlin se cuenta a sí mismo como un milagro de barrio. Es propiedad de sus socios, que literalmente dejan todo por él: donaron sangre y entregaron lo recaudado al club para salvarlo de la bancarrota. Pudo ascender porque, para cumplir con las exigencias de la liga, sus hinchas reconstruyeron el estadio con más de 140.000 horas de trabajo voluntario. Es historia, pero sobre todo es un tono, un nosotros, una forma de hacer barrio y también ciudad, incluso más allá de los límites de la capital alemana.

Porque ese nosotros adoptó a muchos que vinieron de lejos, argentinos incluidos. Como a Gonzalo Gómez Sullain, hijo biológico de Villa Lugano y adoptivo de Köpenick. “Recién llegado, entendí que barrio y club van de la mano. Union Berlin me dio identidad y me abrió puertas”, recuerda. O a Alejandro Cañabate, que aterrizó en la ciudad casi sin alemán y a fuerza de trabajo terminó siendo su canchero oficial y enlace de los jardineros con el cuerpo técnico del cuadro.

Aprendí el oficio y el berlinés. Mis compañeros del Union me hicieron un lugar. Trabajo para el club y para la gente”, cuenta Alejandro parado frente al verde que cuida como si fuera un altar. Corre la mirada hacia los hinchas que le sacan fotos al pasto. “Me siento orgulloso”, dice de su obra y su casa.

Alejandro Cañabate, aterrizó en la ciudad casi sin alemán y terminó siendo el canchero oficial del Unión Berlín.

La historia del Union Berlin es tan vasta que también desborda fronteras. Por ejemplo, las de esta columna. Con mi mayor poder de síntesis, diré que siempre se identificó con la clase obrera del este berlinés, en particular los metalúrgicos. Que por eso a sus hinchas y jugadores se los llama los “Eisernen”, es decir, “los de hierro”. Y que en la Alemania dividida, fue el disidente del Este y contrapunto del Dynamo, el club berlinés “oficial”, respaldado por la Stasi, la policía secreta de la Alemania socialista. 

Tras la caída del Muro, el Union Berlin sostuvo su lugar a fuerza de amor de socios, campañas comunitarias y un minimalismo orgulloso: sin concursos, presentaciones ni música en los goles (como sí ocurre con otros clubes europeos), y con el viejo marcador manual aún en funciones. El mismo espíritu desafiante que lleva a su hinchada a hacer 15 minutos de silencio cada vez que juega contra el RB Leipzig, para denunciar el modelo corporativo del rival (fundado por Red Bull) y representar así “la muerte del fútbol”.

Gente en domingo

El día de partido es una liturgia larga, de cinco horas si hace falta: dos horas antes ya hay salchichas, jardines cerveceros alrededor del estadio, charlas que no necesitan pelota para empezar. Para quienes no somos del barrio, la peregrinación suele arrancar en el S-Bahn (tren metropolitano) y rematar en el tranvía 60 o 67. En los andenes se cruzan turistas curiosos y vecinos que llevan bufandas rojas aunque haga calor, prolijamente dobladas en una bolsa.

Dentro del estadio, hay un manifiesto de pie: gran parte del aforo mira el partido parado, “hombro con hombro”, uno de los lemas del club. Tras su ampliación, que estaría lista en dos años, habrá 32.000 lugares de pie y 8.000 asientos, en línea con las reglas de la Bundesliga. No abundan los estadios así, y esa postura vertical explica algo del ánimo resistente del “unioner”. 

Ahí los mandamientos son claros: “No silbás al equipo y siempre te quedás hasta el final, para aplaudir”, resume Alejandro. Gonzalo confirma: “Nunca escuché insultar al equipo, ni en los peores momentos. A lo sumo un ‘¡Despierten!”.

Tras dos años de refacciones, el estadio seguirá teniendo 32.000 lugares de pie y 8.000 asientos porque en el  Unión Berlín los partidos se miran "hombro con hombro".

El canto de los hinchas empieza incluso mucho antes del partido, cuando los jugadores salen a la cancha y son recibidos uno a uno al grito de “¡Fußball Göttin!” o “¡Fußball Gott!”, diosa o dios del fútbol según se trate del equipo femenino o el masculino.

Pero ahí no se acaban las diferencias con el fútbol argentino o de otras ciudades alemanas. “En Berlín es muy común ver hinchas de los dos equipos yendo en el tren y, en general, es todo muy pacífico”, resalta Gustavo Prepelitchi, argentino que siguió al club por Europa. Otro factor distintivo es el alcohol en el estadio, que se puede comprar incluso ahí adentro, en vasos cuyos textos y fotos cambian de un partido a otro. “Si metemos un gol, habrá lluvia de cerveza. Cuanto más picante es el partido, más cerveza lloverá”, advierte Gonzalo.

Más allá del fútbol

La vida del club excede los 90 minutos. Unión también es sede de convenciones barriales, jornadas inclusivas para personas con discapacidad y hasta convocatorias increíbles a ojos argentinos. Para el Mundial de Brasil, por ejemplo, invitaron a los vecinos a llevar sus sofás para ver los partidos sobre el césped. Y cada 23 de diciembre llenan el estadio con hinchas que entonan villancicos y canciones del Unión

Acá la gente no viene a ver fútbol: viene al Unión. Y les da lo mismo si juega varón o mujer”, resume el español Julio Sánchez, vicepresidente de la asociación de fans Eiserne Internationals. Lo dice en las gradas entre canto y canto al equipo femenino, que se profesionalizó y trepó de la tercera a la primera en dos años.

También hay una nutrida agenda social, trabajada entre la fundación del club y las asociaciones de fans. “Organizamos torneos de dardos, bowling, lecturas de libros y colectas de ropa de invierno para gente que vive en la calle”, enumera Silvio Titzmann, miembro fundador del fans club Grenzenlos Eisern (Herreros Sin Fronteras) y uno de los que más sabe de la historia de Union.

Pero no todo es idilio. Muchos hinchas desconfían de cualquiera que haya conseguido entrada sin ser local. Los más viejos, incluso, miran de reojo a todo llegado del Oeste. Y, con el crecimiento del club, aparecieron problemas, como las calles y el S-Bahn saturados los días de partido. Resolver lo primero es lo más difícil: hace falta paciencia, respeto y mucho tiempo. Pero ya se tomaron cartas en el asunto para solucionar lo segundo: se está ampliando la estación Köpenick del S-Bahn y se planifica abrir una calle al lado del estadio que alivie la circulación. 

Gonzalo Gómez Sullain, hijo biológico de Villa Lugano y adoptivo de Köpenick.

Incluso esa faceta más ejecutiva no está exenta de desafíos. Es complejo dotar de equipamiento urbano a un barrio caracterizado por su paisaje natural. Casi la mitad del distrito Treptow-Köpenick está cubierta por naturaleza: un 40% de bosques y otro 12% de ríos y lagos, de acuerdo con datos del Senado de Berlín. De hecho, el estadio del Unión se llama An der Alten Försterei, que en alemán significa “En la vieja casa forestal”.

En cualquier caso, la pregunta inevitable es si Unión sobrevivirá al crecimiento. Berlín sabe de modas, y el club camina hace años por el borde entre el barrio y la vidriera internacional, habiendo competido incluso en torneos como la Champions.

Cuando el estadio crezca de 22.000 a 40.000 espectadores, será un desafío mantener el espíritu”, admite Silvio. Pero también sabe que es una nueva oportunidad de incluir: “Quisiera que pudieran venir más jóvenes, que viven el club de otras formas. Ahora es súper difícil porque el recinto es pequeño y desde hace muchos años no hay nuevos abonos”.

Es domingo y cae el sol, como un rato antes cayó el gol de un rival futbolísticamente más grande. El “Tafelmann” (hombre del tablero) giró las hojas del marcador manual. Algunos lamentaron, pero todos aplaudieron y se quedaron hasta el final. Me voy a tomar el S-Bahn junto a miles de esos hinchas con la escena en la cabeza: un equipo que juega y una comunidad que siempre alienta. La victoria o la derrota son apenas estaciones en torno a un club que invita a quedarse.

Nota al pie:

Esta columna tiene una dimensión testimonial inesperada: la entrevista con Silvio Titzmann, figura clave de la memoria de Union Berlin, fue la última que concedió. Murió a los 50 años, el 4 de septiembre de 2025. Queda, además del relato, su voz como testigo del club que amó.

KN/MG

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