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El relanzamiento de Macri Opinión

Un gato en un colectivo con alas

Mauricio Macri y Viviana Canosa: "Llámenme Gato".

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-¿Cómo te llamo? ¿Presidente, expresidente, Macri, futuro candidato?

-Gato (risas)

 Así empieza la entrevista que Mauricio Macri le dio a Viviana Canosa el último 25 de mayo. Macri siempre tuvo conflictos con su nombre: primero se deshizo de su apellido –es decir, del peso de su padre– y se hizo llamar Mauricio. Ahora no sabe cómo nombrarse, entonces elige el apodo que le dieron sus adversarios: Gato. 

 ¿Qué hay en el nombre? El nombre encarna al líder. El liderazgo está profundamente unido al nombre propio. Macri está obsesionado con el liderazgo, de la misma manera en que los managers se obsesionan con aprender a liderar: leen manuales, hacen cursos y entrenamientos. Porque el liderazgo es un misterio y un enigma.

La semana pasada el oficialismo atravesó una suerte de primavera adversarial que duró unos pocos días: el Gobierno está dividido, pero parece haberse puesto de acuerdo en volver a invocar el nombre de Macri: así, Alberto habló de los ladrones de guante blanco y de la derecha maldita: “El enemigo no está en el Frente de Todos, sino en la derecha maldita que quiere volver a someter al pueblo argentino. El día que nos dividimos Macri fue presidente”. 

Y Macri quiere volver a ser presidente. Entonces emprende una nueva “expedición literaria” y escribe sobre su padre, de cuyo apellido se despoja pero al que vuelve, con lágrimas, para rescatar y repudiar. Hoy vivimos un auge de lo autobiográfico, y Macri también construye su liderazgo desde ahí: desde lo humano de un hijo destruido por su padre, desde el trauma del secuestro, desde la cercanía de una escena familiar. Macri va a escribir sobre su padre para hablar de él mismo. Por eso dice que próximamente va a escribir, también, un manual sobre liderazgo.

En la entrevista, la periodista le pregunta por Marcos Peña, su antiguo jefe de gabinete, y Macri lo reivindica como un joven político brillante. En estos meses, Peña también escribió un libro sobre liderazgo: ahí dice: “Muchos ven a los líderes políticos como un grupo de privilegiados en el mejor de los casos incapaces de resolver mis problemas, y en el peor como corruptos que se aprovechan y abusan del poder. Entonces cualquier remuneración va a ser demasiado alta, cualquier descanso va a ser visto como superfluo, cualquier debilidad como incapacidad. Es un modelo destinado a fracasar, porque nada bueno puede salir de esa dinámica”. Peña todavía cree en los liderazgos políticos.

Peña fue también el mentor del “reformismo permanente”, el mantra que el macrismo repetía una y otra vez, en cada “gabinete ampliado”, en cada “relanzamiento del gobierno”, en los intentos periódicos y recurrentes de darle sustento y dirección a una filosofía del poder y de la gestión que se revelaba, una y otra vez, errática, errónea, fracasada. Para muchos, fue la insistencia en el gradualismo, fue el reformismo timorato (al menos el de los primeros dos años de gobierno) lo que constituyó su principal debilidad. El 28D, el día en que Peña, Sturzenegger, Caputo y Dujovne anunciaron el relajamiento de las metas de inflación y la baja de las tasas de interés, fue, para muchos, el principio del fin del macrismo: ese día el “factor Peña” se impuso sobre la política monetaria del Banco Central. El propio Sturzenegger lo dijo en una entrevista: el problema no fue la herencia recibida, fue “la macro de Macri”.

Canosa quiere saber qué falló, cuándo empezó a desmoronarse el macrismo. El diagnóstico de Macri es otro: “Mi gobierno se empezó a debilitar cuando me tiraron catorce toneladas de piedras. Me quebraron el gobierno”, dice. Macri se refiere a las protestas fuera del Congreso cuando se trataba la reforma jubilatoria, en ese mismo diciembre de 2017. En un artículo reciente de Gabriel Vommaro y Mariana Gené se explora esta hipótesis: el giro a la derecha en Argentina encontró un límite en las protestas sociales y en la potencia de las políticas heredadas. 

Las cifras del fracaso: 10% (+ – 2 , de inflación); 14 toneladas (de piedras), 2017. Como sea, en los dos diagnósticos sobrevuela una misma certeza: fracasó el gradualismo, fracasó el reformismo. Frente a ese diagnóstico, Macri se relanza mostrando una nueva cara, la que no pudo o no quiso desplegar antes. Si el primer tiempo fue, como dijo en la entrevista con Canosa, “una prueba, el prólogo del cambio”, en el segundo tiempo habrá que darle al cambio mayor profundidad. Como dijo Claudio Jacquelin, el macrismo exhibe “una deriva inexorable hacia la derecha liberal en términos políticos, sociales y económicos. Para estos, no solo el populismo está en fase terminal, sino que tampoco hay espacio para alguna variante de tipo socialdemócrata. En la terminología de 2015, entre shock y gradualismo, shock sin vueltas”. Hacer con el estado y con la economía lo que el macrismo hizo con las aerolíneas, pero ir todavía un poco más allá: desregular el mercado, desbaratar a los gremios, privatizar, reducir el gasto: ¿para qué gastar millones en aviones de bandera si, al final, son solo unos “colectivos que vuelan”? 

CC

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