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Opinión

Ideas zombis en tiempos de crisis

Las PASO terminaron con una derrota inesperada del FdT

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Las elecciones primarias abiertas y obligatorias (PASO) del último domingo terminaron en una derrota tan contundente como inesperada del Frente de Todos, que desembocó en una crisis de gravedad entre los socios de esa coalición.

En el contexto de una pandemia devastadora, la crisis económica, el crecimiento de la pobreza, el desempleo y la caída del salario real terminaron de desestabilizar a sectores de clase media y de clases populares que llegaban golpeados por la crisis iniciada en 2018. Estos sectores fueron, además, los más afectados por unos bienes públicos que no estuvieron a la altura de las políticas de cuidado que el gobierno nacional propuso a la sociedad. Por caso, trenes suburbanos y subterráneos de Buenos Aires con frecuencias disminuidas, interrupciones sorpresivas, maltrato, apiñamiento en las estaciones dieron forma a una experiencia cotidiana frustrante para quienes querían seguir ese mandato del cuidado. 

A ello se suma la performance mediocre del gobierno en casi todas las áreas y el debilitamiento de la imagen y la autoridad presidencial, en buena medida por errores no forzados. En este contexto, una de las preguntas que podríamos hacernos es por qué la derrota contundente del oficialismo fue tan inesperada para la abrumadora mayoría de los profesionales del comentario político. Era, en cierta medida, un impensable político. 

La idea de que el peronismo unido es invencible es una de esas ideas zombis que sobreviven a las condiciones que la hicieron nacer y que, en su deambular, nos impiden pensar los procesos políticos de manera más ajustada. El triunfo del Frente de Todos en 2019 se leyó de ese modo: al peronismo unido no hay con qué darle. El problema es que el Frente de Todos no es el peronismo unido y que ese Frente tampoco es, acaba de constatarse, invencible.  

La idea de que el peronismo unido es invencible es una de esas ideas zombis que sobreviven a las condiciones que la hicieron nacer y que, en su deambular, nos impiden pensar los procesos políticos de manera más ajustada.

Dos coaliciones 

El Frente de Todos es más bien una coalición política variopinta que incorpora tanto movimientos sociales como pequeños partidos, políticos cuentapropistas, electorados ajenos a la tradición peronista, aunque en parte confluyentes en el giro progresista del kirchnerismo de los años 2000. Los une el amor pero también el espanto, porque esa coalición tenía enfrente otra coalición, Cambiemos, entonces en el gobierno, que había llevado el país a las tasas de inflación y de pobreza más altas desde la salida de la crisis de 2001. Una coalición de centroizquierda nacional-popular y otra de centro-derecha antipopulista se consolidaron como organizadoras de la competencia electoral en Argentina. 

Buena parte de los electores no están alineados con estas posiciones. Por fuera de los pequeños tercios que funcionan como núcleo duro de ambos polos, el resto del electorado es más difícil de leer de manera unidimensional –por ideología, por caso- y suele orientarse en función de la situación económica y del atractivo de las alternativas. Eso impulsó al Frente de Todos al poder en 2019, pero puede devolverlo al llano en 2023. 

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Coordinar hacia adentro, seducir hacia fuera 

La estructura bicoalicional obliga a los socios de ambos campamentos a encontrar mecanismos de toma de decisiones y de resolución de conflictos. Cambiemos –hoy Juntos- tuvo grandes dificultades para hallarlos en su paso por el gobierno. Eso no importó mientras el PRO tenía los votos y los fierros. Macri era el primus inter pares de la coalición y, además, el presidente de la Nación. Pero el problema ganó fuerza tras la salida del gobierno y la aparición de desafiantes a Macri dentro de PRO y de competidores serios de los nuevos líderes de PRO aupados por sus socios radicales. Los buenos resultados electorales de las PASO ocultan estos problemas por un rato, pero no los resuelven. 

Por el lado del Frente de Todos, la falta de mecanismos de toma de decisión en situación de coalición se volvió más crítica desde el momento en que el presidente no tiene los votos y apenas si controla una parte de los fierros. La crisis política que estalló en estos días da cuenta de que el peronismo unido es otra categoría del pasado, y que lo que gobierna en realidad es un conjunto de fragmentos heterogéneos que necesitan encontrar instancias de coordinación.

Los problemas de coordinación de las coaliciones se vuelven más acuciantes cuando les sumamos el desafío de conquistar ese electorado no alineado con ninguna de esas opciones. Ordenarse internamente y ofrecer una opción electoral atractiva son dos tareas que no siempre van de la mano. Coaliciones mal ordenadas capean peor malas performances de gobierno, como pudo verse en 2018 y confirmamos en la actualidad, lo cual amplifica la debilidad electoral de los oficialismos. 

Ese electorado núcleo conquistado por ambos polos en la última década –un poco antes para el polo peronista- sostiene desde abajo la unidad de socios enfrentados. Les recuerda que electores fieles y masivos es un activo difícil de conseguir. La coalición rival se relame cuando el adversario se equivoca, pero también funciona, en espejo, como argamasa de su competidor. 

Al abandonar seres mitológicos e ideas zombi, nos quedamos frente al cruel imperativo de estas coaliciones variopintas, cuyas partes deben encontrar los mecanismos para ofrecer al electorado una opción atractiva de poder. 

GV

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