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Opinión

Contra la ideología del emprendedurismo (y el adoctrinamiento)

"Another Brick in The Wall", de Pink Floyd

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Hace unos días causó indignación el video de una docente increpando a un estudiante que no compartía sus ideas. El comportamiento estaba sin dudas fuera de lugar en un colegio. No porque no deba debatirse allí de política, sino porque el papel del docente es facilitar el intercambio de ideas y aportar miradas críticas, pero nunca imponer las suyas a los gritos. Como siempre en el escenario histérico de la grieta, se hizo del caso individual sistema y se denunció una campaña de “adoctrinamiento”

En honor a la verdad, la escuela fue muchas veces canal de adoctrinamientos de diverso signo. Los manuales de la materia Moral Cívica y Política que se dictaba a principios del siglo XX, por ejemplo, estaban llenos de advertencias contra el anarquismo y el socialismo, tanto como de loas al individualismo, a la propiedad privada y al liberalismo. Los liberales de entonces “bajaban línea” sin tapujos. Por dar solo un par de ejemplos, un manual de Enrique Antuña escrito en 1904 no escatimaba elogios a los “hombres de empresa” e invitaba a los estudiantes a guiarse por “los principios más liberales”. Otro de 1909, autoría de León O'Dena, inculcaba el respeto por el “principio individualista” y la “propiedad privada” y advertía a los jóvenes contra las ideas de “democracia igualitaria” de los comunistas. 

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Por otra parte, desde 1910 la escuela también fue canal de una campaña que buscó despertar sentimientos patrióticos entre los estudiantes. Como sus mismos promotores reconocían, el objetivo era debilitar los ideales izquierdistas, tratando de que apareciera como algo “extranjero” que nada tenía que ver con la “argentinidad”. Este tipo de prédica continuó en décadas posteriores. 

Como es bien conocido, en su segunda presidencia también Perón utilizó la escuela para promover un culto a su persona, a Evita y a su movimiento. El uso partidario del ámbito escolar causó una justa alarma entre los docentes y la población, lo que sin embargo no impidió que los manuales de formación cívica posteriores al derrocamiento de Perón estuviesen repletos de advertencias igualmente políticas contra el “tirano prófugo”. 

De maneras apenas más veladas, también hoy la escuela es terreno de adoctrinamiento. Y no me refiero a lo que individualmente pueda decir algún docente en sus clases –seguramente cada uno transmitirá su visión el mundo con más o menos sutileza, eso es inevitable– sino a políticas estatales plasmadas en cambios curriculares. Desde hace unos pocos años se viene introduciendo el “emprendedurismo” como contenido escolar. La punta de lanza fue el PRO en la ciudad de Buenos Aires, pero otras fuerzas se han sumado a ese impulso, incluyendo sectores del peronismo. La excusa es fomentar en los estudiantes las capacidades para la innovación y para montar sus propios negocios y ser independientes. ¿Quién podría negar que son saberes útiles? Claro que lo son. Pero junto con ellos, el emprendedurismo trafica una verdadera ideología que sintoniza con los mensajes de la derecha. 

Para empezar, está el propio término y la figura que invita a imaginar: el “emprendedor” como héroe del trabajo, la innovación, la generación de riqueza y, con ello, del bienestar de la sociedad. Es un término que ofrece reemplazo a otro más desacreditado, “empresario”, pero a la vez se expande para incluir a sectores de clase baja. “Emprendedor” es el magnate Elon Musk tanto como la señora que monta una pequeña verdulería en la esquina o el plomero que ofrece sus servicios. De todos se presupone un mismo espíritu independiente enfocado en el progreso individual. A todos se invita a participar de un mundo meritocrático en el que cualquiera puede, si se lo propone, codearse algún día con los más ricos. Así, por un truco del lenguaje, lo que antes era un “trabajador autónomo” –y, por ello, parte del mundo trabajador– ahora queda arrancado de allí y aproximado al mundo empresarial. Como si la esforzada verdulera tuviese más que ver con Elon Musk que con su propio marido y sus hijos albañiles.

¿Quién podría negar que son saberes útiles? Claro que lo son. Pero junto con ellos, el emprendedurismo trafica una verdadera ideología que sintoniza con los mensajes de la derecha.

Luego, está el “otro” implícito de esa ideología. El activo “emprendedor” es la contrafigura del que no emprende, del pasivo, del que es pobre porque carece de iniciativa, del “planero” vago o del empleado público que vegeta sin iniciativa ni vocación de progreso. Son los que –nos dicen–no viven de su propio esfuerzo sino de “la teta del Estado”, los que esperan que las soluciones vengan de arriba, de un piquete o de una huelga. Los que reclaman derechos colectivos en lugar de esforzarse en su progreso individual. Ahí, por supuesto, ya entramos de lleno en el terreno de la ideología: hay una valoración moral implícita que endiosa al heroico emprendedor y degrada al que “no progresa”. El juicio moral se completa, además, con la fantasía según la cual la riqueza la genera el sector privado, mientras que el sector público se limita a parasitarla para mantener a la “casta política” y a toda esa caterva de vagos improductivos. En una columna anterior ya expliqué esa falacia: la riqueza no la genera el sector privado, la generan conjuntamente ambos sectores. Es sencillamente falso que el privado sostenga al público. La ideología del emprendedurismo alimenta la visión de un Estado que no es otra cosa que un peso muerto, un obstáculo a la realización personal, un asesino del mérito y la iniciativa individuales. Como si no fuese el Estado el que, con demasiada frecuencia, costea y gerencia la producción de innovaciones de las que luego el “emprendedor” se apropia. Caso archiconocido: la totalidad de la tecnología que utilizan esos maravillosos iPhone por los que admiramos a Steve Jobs fue sin embargo desarrollada por el Estado. Toda. 

Y finalmente está la pretensión de que el único proyecto de vida respetable sea el de “emprender”. Como si, frente al supuesto héroe creador de riqueza, cualquier otro proyecto de vida fuese irrelevante o parasitario. O como si cualquier otro logro –militar en un movimiento social, escribir un libro, montar un comedor comunitario, dedicarse al arte, trabajar como científico– debiese facturar para acreditar su valor. O como si tuviesen que encontrar el modo de traducirse como formas de “emprender” para resultar valorables o inteligibles. Debe recordarse que incluso a San Martín y los próceres de la Independencia la gestión macrista llegó a presentarlos como “los primeros emprendedores”, asociando así una acción política colectiva y emancipatoria que valoramos al sentido individual y mercantil de montar una Pyme. Si no es traducible como una forma de “emprender”, entonces es parasitario. No sirve.

La ideología del emprendedurismo no es invento de la derecha argentina: surgió hace unos cuantos años como parte del arsenal discursivo del neoliberalismo a nivel mundial. Vino de la mano de los proyectos de “flexibilización” laboral: a quien quedaba desempleado se le ofrecía como horizonte convertirse en “emprendedor”. Ser su propio patrón. Desde hace tiempo hay agencias internacionales que se ocupan de difundir esa visión, pero en Argentina es bastante reciente. El diario La Nación, algunas universidades privadas y empresarios se habían interesado por ella algo antes, pero su difusión masiva vino de la mano del PRO. Desde su llegada al poder en Buenos Aires, el macrismo puso grandes empeños en difundir el “espíritu emprendedor”: estableció un “día del emprendedor”, montó la academia “Buenos Aires Emprende” y financió numerosos eventos y programas específicos. Fue y es, además, eje central sus políticas educativas. Esteban Bullrich –ministro de educación de Macri en la Ciudad y en la Nación– fue un verdadero adalid de esa doctrina y se esforzó en llevar el “espíritu emprendedor” a las escuelas. En 2015 anunciaron la intención de introducir la materia “Emprendedurismo e Innovación” en los programas oficiales porteños y luego en todo el país. La “revolución educativa” que tiene en mente consiste en enfocar la educación pública a la formación de emprendedores y de “recurso humano” flexible, capaz de adaptarse a las necesidades de las empresas. Como él mismo afirmó en 2016: “Tenemos que educar a los niños del sistema educativo para que hagan dos cosas: o que sean los que crean y generan empleos, o crear argentinos que sean capaces de vivir en la incertidumbre y disfrutarla”. Se trata de habituar a los jóvenes a la inseguridad laboral permanente, embelleciéndola como si en realidad fuese un escenario de oportunidades para desarrollar su inventiva. O dicho de otro modo, compartir el ethos emprendedor incluso si uno es un trabajador con un sueldo magro y sin ningún derecho.

Sería bueno que empecemos a discutir la pertinencia de ese tipo de adoctrinamiento en las escuelas. Por supuesto, montar un negocio puede ser un saber útil y digno de enseñarse, como los son la música o la matemática. Pero la diferencia es que junto con esas disciplinas no se trafica una ideología: a nadie se enseña que el único proyecto de vida válido sea dedicarse a la música, ni que los que no hacen matemática sean “pasivos” o parásitos sociales. Y si la escuela va a enseñar a ser “emprendedores”, ¿por qué no ofrecer también otros saberes que podrían ser igual o más útiles para los estudiantes? Después de todo, hoy hay muchos más jóvenes trabajando en la economía popular que lo que lo hacen en empresas.  ¿Por qué no dictar para ellos materias que instruyan en la formación de cooperativas, en la militancia social o en los modos más efectivos de la organización sindical? ¿Por qué sólo “emprender” merece estar validado por una materia? Privilegiar un solo curso de vida posible –la que sirve al capital– es también adoctrinar. 

EA/CB

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