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Landau, el alquimista invisible de los peronismos

Jorge Landau durante un progama de TV

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- Acá ando, bastante bien pa´ desgracia de unos cuantos.

Siempre cordial, casi siempre apurado, Jorge Landau saludaba con ese refranero criollo que adquiría otra poesía en su boca, la de personaje esmirriado, correcto, con elegancia y apellido europeo, fan confeso de Los Redonditos de Ricota y de la ópera, lector inquieto y, además o sobre todo, un contador de climas y anécdotas en primera persona. La mirada detallista de un protagonista de cercanía que redactó la historia permanente del peronismo en las últimas décadas.

Landau murió este lunes a los 74 años. Fue muchas cosas -diputado, director del Registro Automotor, en el último tiempo integró el staff del Consejo de la Magistratura- pero fue, sobre todo, una: el alquimista que dio forma, factibilidad legal, a todas las construcciones políticas y electorales del peronismo en los últimos años. Tanto que Landau se convirtió en gentilicio y sinónimo de apoderado electoral.

¿Qué mejor manera de reconstruir la historia política de un partido de memoria volátil y amores fugaces como el PJ, que husmeando en los archivos y las fojas, en registros judiciales y actas partidarias? A escribir esos textos, una historia rigurosa con sangrías y lenguaje anticuado, se dedicó Landau durante casi 40 años, al principio como aprendiz, el último cuarto de siglo como firma senior.

De fines de semana y vacaciones en Mar del Plata, tenía una cita impostergable que le arrebató la pandemia: abonado durante décadas, era un habitué del Teatro Colón. Melómano, en el último tiempo seriéfilo, era una esponja de anécdotas y momentos políticos. Pero navegaba, en las charlas entre la nostalgia ricotera, los discos solistas del Indio Solari, los experimentos de Skay Beilinson, los Beatles, y las novelas americanas. Los thrillers, sus preferidos. Siempre, además, un doble click sobre la música clásica.

Un hecho, tan íntimo que califica de introspectivo, casi imaginario, menciona un saludo distante recelosa, con Juan Carlos Dante Gullo, ícono de la tendencia. Venían de tribus antagónicas. Parte del raid de reconciliaciones individuales. Kirchner lo hizo

Como un escriba discreto, un amanuense que entendía la dimensión de la política y que la letra legal podía -o debía- elongarse para facilitar una pirueta específica. Con una lapicera en la mano, la máquina de escribir y al final su notebook, Landau atravesó todas las tempestades peronistas. Durante la renovación de los '80, entre los estertores de Herminio Iglesias, cuando presentar una lista podía ser un desafío para gladiadores. Aquella postal de un pasillo de 50 metros donde, en el fondo, estaba la mesa para dejar los papeles aunque antes había que atravesar un “corredor de la muerte” entre dos hileras de patovicas. Y en la última gran batalla peronista, la de recuperar el PJ nacional, aventura en la que cuerpeó junto a José Luis Gioja, contra los fierros del macrismo que quería detonar el partido y las picardías de María Romilda Servini de Cubría, una duelista histórica con quien protagonizó espadeos infinitos.

Fue, mirada hacia atrás, la escala imprescindible para que unos meses más tarde Cristina Fernández de Kirchner vuelva a pisar la sede del PJ en Matheu 130 luego de casi dos décadas. Fue antesala de la nominación de Alberto Fernández como candidato y preludio del acuerdo panperonista con Sergio Massa y los gobernadores que terminó en la victoria del FdT.

Esas décadas

Nacido en el 47, a fines de los 60 y los 70, coqueteó con el peronismo de derecha. Su registro, del que no renegaba pero en el que se asumía como un actor periférico, lo ubica en la órbita de Guardia de Hierro, lo que lo hermanaba con Juan Carlos “Chueco” Mazzón, el operador todoterreno fallecido en agosto del 2015. Un hecho, tan íntimo que califica de introspectivo, o imaginario, menciona un saludo distante, la mano extendida y recelosa, con Juan Carlos Dante Gullo, el “Canca”, ícono de los '70, de la tendencia y Montoneros. Venían de tribus antagónicas. Parte del raid de reconciliaciones individuales. Kirchner lo hizo.

En los '80, Landau soldadeó, como casi todo el PJ bonaerense, a Antonio Cafiero en la derrota contra Carlos Menem. Fue la pluma de Eduardo Duhalde en los entreveros interperonistas de los '90 y más tarde protagonizó un duelo de apoderados con César Arias -fallecido el año pasado-, su contraparte menemista. En los 2000, una de las tantas construcciones que se resolvían en el ring político, en sobremesas o con forceps adquirió un formato que la hizo viable. Así se armó la estructura de la presidencial del 2003 con tres candidatos peronistas -Menem, Kirchner, Adolfo Rodríguez Saá- sin la boleta ni la marca del PJ en el cuarto oscuro, algo que no ocurría desde la proscripción contra el partido. De ahí salió, luego, Kirchner presidente.

Respetuoso, un Google viviente de normativas y antecedentes, tenía la destreza que hizo que todos los jefes peronistas lo quieran a su lado. Era el que decía que eso que rosqueaba la política era o no posible, que no se podía hacer -no era sencillo decírselo a Duhalde, a Néstor Kirchner, a Hugo Moyano, a Cristina Kirchner- pero era, también, el lazarillo para encontrar el laberinto para llegar a ese imposible. Y si no existía, el arquitecto capaz de construir el laberinto.

Quizá por eso, por conocer los hilos de show de marionetas, le fascinaba explicar. Invocar un episodio, remitir a las normas, contar dónde había una flojera y cómo se subsanaba. De afuera, quizá, suene raro, a mañerismo judicial pero expresaba una pasión, el superpoder de construir las herramientas para que eso que acordó la política, se haga posible. Una magia sin truco. La magia invisible y verdadera.

PI

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