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Opinión

“El que lloraba como nenita eras vos”

Franco Torchia

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“A los desviados hay que matarlos: provocando generan el efecto contrario, más rechazo del que ya tienen”.  Así, desde al menos tres cuentas de Instagram diferentes y con mensajes cargados de voluntad de exterminio, en octubre del año pasado Matías Nahuel López de Briñas, de 33 años, hostigó, amenazó y violentó a Pablo Cavaignac y Cristian Jacobsen. Novios, Pablo y “Yaco”, días antes de estos amendrentamientos escritos, se besaban en Aráoz al 1900. Era 30 de septiembre de 2020, noche primaveral en Palermo (in)sensible. Unas cervezas juntos. Un festejo ante la flamante convivencia. De repente, tres hombres, un palo y varios golpes en sus cuerpos. Vecinos solidarios y llamado al 911. Horas vanas en la Comisaría 14 y a partir de allí, una ingeniería institucional para la que “puto” es quien probó el sabor de la violencia y se la banca. “Puto bueno”, ciudadano integrado de la megalópolis afrodisíaca, es aquel que asume que a pesar del instinto goleador del porteño avaronado que pega para obtener la copa, la deja pasar. 

Por esas horas, la indignación se vistió de nota en algunos medios “grandes” -los que cuentan los 100 mil muertos por la pandemia en colecciones desplegables y las mismas cuentas no les resultan nada fáciles en un mundo en el que seis países condenan a los homosexuales a la pena de muerte-. Pasó en Palermo, cara de sorpresa y a otra cosa, porque el núcleo duro de lo que sensibiliza a las mayorías nunca es la vida de “las mantequitas” lloronas.

Así, cuando el periodismo dejó de llamar a Pablo y a “Yaco” y volvió a instalar sus móviles en vivo desde el Ministerio de Salud y la city porteña, los perfiles de las víctimas en las redes rebalsaron de diatribas del tipo “Putos de mierda”, “Sidosos”, “Los vamos a matar”, “Aguante el HIV”, “Bien cagados a palos quedaron”, “La ideología de género se la repudia” y hasta el darwinista “Las minorías se adaptan a las mayorías”. Haberse donado al testimonio, dar la cara y denunciar, potenció a quienes, sin palos en la mano y lejos de Aráoz al 1900, también estaban dispuestos a detener chupones maricas, como Matías López de Briñas, autor desde su teléfono celular de la mayoría de estas misivas, según certificó el Ministerio Público Fiscal. 

Se sabe: las redes sociales son la continuidad de la guerra por otros medios. La mera noción de “ciberdelito” procura diferenciar procedimientos en rigor indisociables porque… ¿qué es la red y qué no es la red a esta altura de las bajezas a las que la pandemia obligó a la población conectada? ¿Hasta dónde las patadas de la “vida digital” son mucho menos dolorosas que las de la “vida real”? ¿Dónde queda “lo real” si sólo divide y reina “lo digital”? La liviandad con la que suelen desestimarse los denominados “odiadores seriales” -liviandad facilitada precisamente por esa adjetivación, como si de absorber la serialidad del crimen se tratara- fue expuesta en 2020 en The hater, el filme polaco que ficcionaliza el camino del héroe contemporáneo. Para que un régimen persiga hasta la tortura a las personas LGBTTIQ+, necesita hoy de una partícula elemental. Con un solo individuo dispuesto, la micropolítica exterminadora está garantizada. 

Matías parece nostálgico. Como vive cerca del aeropuerto de El Palomar, hasta el año pasado fotografiaba aviones, imágenes barriales con pretensión internacionalista que capturaba desde la ventana de su casa. Matías adora la estación Medrano de la línea B de subterráneos porque le trae muchos recuerdos (“Es en la que más tiempo he pasado, tanto de la época de la facultad como de mi vida en general” escribió alguna vez). Y Matías es fan de la cultura iraní: seguía a muchos iraníes, de allá y de acá. En su perfil de LinkedIn, asegura ser productor de la señal América TV, aunque en la empresa nadie lo conoce. Sin embargo, los datos asociados a su cuenta -información procesada que la fiscal Paola de Minicis tiene desde hace meses en su despacho- comprueban su existencia. Ex alumno de la Universidad de Palermo, Matías va por la vida campante y sonante, encubierto por una Fiscalía que nunca lo citó. A diferencia de otros hostigadores de Pablo y Yaco, él fue totalmente individualizado. A él nunca le pegaron por heterosexual. Él está libre. “Yaco”, en cambio, bajo tratamiento psicológico.

Egresado del Colegio Sagrado Corazón de Jesús de Hurlingham, ahora Matías López de Briñas activa desde otras cuentas. Pablo y Yaco no claudican y el mundo lamenta (¿lamenta en serio?) el asesinato del joven español Samuel Luiz Muñiz en La Coruña. Una concejal de ese distrito, por cierto, dijo que después del crimen homoodiante de Samuel la ciudad no puede ser la misma. Buenos Aires en cambio sigue siendo la misma. La provincia en la que Matías vive y la ciudad por la que deambula son las mismas. La ciudad también es la misma en la que los tres atacantes de Pablo y Yaco no fueron enfocados por las cámaras de vigilancia y que en la que la administración de justicia siempre prefiere condenar una entradera bancaria, fallo ejemplar que ilustra cómo con la guita no se jode y con los trolos sí. 

¿Qué es el horror del horror? No contar quién es Matías, cómo piensa y qué siente y vivir sí, narrando a las víctimas. Nadies es más común que Matías, constructo ideal de este tiempo histórico, gestado al son de sus valores, con un diagrama ideológico infalible que le permite decirle por mensaje directo a Pablo “El que se cayó y lloraba como nenita eras vos”, en referencia al ataque. Quién se cae y quién llora, de un lado. Enfrente, quien trabaja de comunicador y ante sede judicial, es apenas el hijo travieso de un matrimonio bien constituido. 

FT

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