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Opinión

Por qué no soy feminista

Feministas

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Uno deja de ser joven cuando en la calle nos para alguien y nos trata de “señor”. Y uno comienza a ser viejo cuando empieza a enterrar a gente de su edad. Pertenezco a la generación que comenzó a enterrar a sus contemporáneos en la adolescencia y ya no paró más. Aprendí a ser viejo antes de dejar de ser joven. Esa condición me puso siempre en un lugar incómodo, pero que hoy (a los 67 años) valoro mucho: ver que todo es vanidad, como dice el Eclesiastés. Todo lo humano está condenado al olvido y que nada hay más transitorio que las verdades eternas, ya sean las de la Revolución socialista de los 70 o las de la actual revolución feminista. Todo pasa.

Al cumplir 30 años ya llevaba casi una década en prisión (pasé entre rejas mi veintena completa). Soy gay -consiente de serlo desde que tenía 4 años-; y todos se daban cuenta que era homosexual con solo verme. Si alguien no lo notaba, yo se lo decía. Incluso en la cárcel. Eso jamás me hizo fácil la vida. Ser gay en la Argentina de los 60 era verdaderamente duro. Sin embargo, jamás asumí el papel de víctima. Ser víctima no es ningún mérito e instalarse en ese lugar es, por el contrario, un chantaje emocional a los que nos rodean.

Alrededor de los 17 años dejé de creer en Dios. Creí, ingenuamente, que me había convertido en ateo. ¡No existe nada más difícil que ser ateo! Yo soy ateo (tampoco es un mérito; solo insisto en esto porque tiene importancia en el desarrollo de mi forma de ver el mundo). Soy completamente ateo: no creo en ninguna religión. Por eso no puedo ser feminista, ya que el feminismo es la religión de nuestra época. Es la creencia religiosa que se ha impuesto en todo el espacio público de occidente.

Yo fui feminista. Así como a comienzos de los 70 milité en la izquierda, también me acerqué a los primeros movimientos que promovieron los derechos de los gays (como el Frente de Lucha de los Homosexuales) y comencé a leer los primeros libros feministas que circularon por entonces. Recuerdo una conversación en 1970 en la cocina de casa tratando de convencer a mi madre de que el aborto debía ser legal. Tenía 16 años. Cincuenta años más tarde fue ley.

Desde que tengo memoria recuerdo haber estado a favor de la igualdad del varón y la mujer. Tanto la igualdad de derecho como la igualdad en dignidad. No solo entre el varón y la mujer, sino de todas las identidades sexuales que existen y las que imaginemos en el futuro (mientras nos interese seguirnos pensando según las identidades, algo que también alguna vez caducará y olvidaremos). Leí El Antiedipo en 1973 y a Foucault desde 1972. No solo creo en los derechos de las identidades sexuales sino de las étnicas, culturales y de cualquier color de piel o rasgo que señale una diferencia. Y fue hermoso ver en este medio siglo de luchas por los derechos de todas las minorías que la mayoría de esos derechos se fueron conquistando. El mundo ha mejorado mucho en estos últimos cincuenta años.

Una característica fundamental de los “viejos” movimientos por los derechos de las minorías era la civilidad: la discusión que entablaban en la sociedad era política y legal, alejada de cualquier teología. Eso se acabó. El pensamiento religioso se coló y transformó a los movimientos de las minorías en iglesias. Esto sucedió hace dos décadas. La irrupción del pensamiento religioso fue lenta, pero sin pausas y se basa en la creencia absoluta en la identidad como lo esencial de cada persona.

De a poco esta teología feminista hizo su trabajo de zapa en el movimiento de los derechos civiles: al principio con algunos tópicos de la Teoría de Género y de la Teoría Queer (exacerbando a Derrida y hasta a Judith Butler), luego copando todo el espacio de lo que hoy se llama irónicamente (ya que la filosofía presupone crítica y duda) “Filosofía Feminista”. El mundo ahora se ha convertido en un campo de batalla entre El Patriarcado (el demonio que habita en la mente de los perversos) y el ángel (o “ángela”) exterminador del Feminismo (como revelación de La Verdad).

Hay muchos feminismos. Diría incluso que cada persona que se siente feminista tiene una forma propia de pensar y vivir el feminismo. Pero exactamente lo mismo sucede con el cristianismo -y con el catolicismo, una de las muchas variantes cristianas-. Y no por eso dejamos de pensar el cristianismo como un todo y cada una de sus grandes variantes como un cuerpo cultural que podemos analizar en conjunto.

Por ejemplo, dentro de la religión feminista algunas teologías sostienen que los varones son intrínsecamente perversos y que la única política feminista válida es el lesbianismo para las mujeres y la castración química y el aislamiento total de los varones. Muchas feministas no están de acuerdo con esto y por muchas razones distintas (incluso porque no aceptan ya que existan “varones” y “mujeres”). Pero todas se ponen de acuerdo en participar en cuanto escrache o cancelación surja en las redes sociales contra alguien que ha sido calificado como malvado por una denuncia femenina.“Yo te creo, hermana” es un mandamiento del catecismo de todos los feminismos.

Aunque algunos feminismos no acepten que las mujeres son angelicales, brillantes de por sí y hacedoras del bien, sin embargo ningún feminismo quiere discutir en público estas diferencias. En eso el feminismo se parece al comunismo soviético entre los años 1930-1990: “la crítica se hace adentro del movimiento porque los demonios viven acosándonos”. Como toda religión fanática, también el feminismo se vive como víctima constante. “Nos quieren matar a todas” es otro mandamiento del catecismo feminista. Catecismo contradictorio como el de toda religión, porque otro de los mandamientos propone que las mujeres (que eran víctimas totales) están empoderadas y con ese poder cambiarán el mundo.

Como el puritanismo, el feminismo es una religión que desprecia el erotismo y el placer: propone un nuevo mundo victoriano, alejado completamente del cuerpo y sus excesos. Una de las grandes obispas contemporáneas de la religión feminista, Sara Ahmed, propone enorgullecerse de ser “la feminista aguafiestas”, la que cuestiona a “quienes están a gusto en un mundo plagado de injusticias”.

Hay feministas (muy a favor de ser “la aguafiestas”) que escriben columnas en las que afirman amar el placer: pero solo aceptan las relaciones “placenteras” que han sido discutidas previamente en cada uno de sus términos y registradas en alguna parroquia o escribanía con testigos, por si luego hay una discusión sobre cómo se consumó el acto sexual. Las feministas “aguafiestas” sueñan con una transparencia absoluta de las emociones: hay que ser totalmente sincero y decir siempre la verdad.

Como en todos los movimientos fanáticos, en el feminismo tampoco se tolera el humor (quizá por eso inventaron “el humor feminista”). Se puede decir del feminismo religioso lo que dijo Reinaldo Arenas del castrismo: “Toda dictadura es casta y anti vital; toda manifestación de vida es en sí un enemigo para cualquier régimen dogmático”.

Para que la lucha contra el Patriarcado sea efectiva el feminismo copa el Estado (en esto se parece a todas las religiones intolerantes): desde el aparato estatal, con todo el poder de la máquina burocrática en sus manos, quiere transformar las conciencias de los que aun no están convencidos y fortalecer a los santos. También destruir a los réprobos. El feminismo como fanatismo religioso se piensa siempre en combate: es una lucha constante contra el demonio. “Mi nombre es Legión, dice Lucifer. Estoy en todas partes y adopto todas las formas”, así se presenta el diablo en la Biblia. Así se piensa el Patriarcado en el feminismo.

Hoy no se puede no ser feminista y trabajar en el Estado argentino. La Ley Micaela obliga a todo trabajador estatal a participar de los seminarios de sensibilización feminista. Hay que acordar con este catecismo. Todo este sistema es muy parecido a la mentalidad que construyó los campos de reeducación de burgueses que no serían fusilados en el comunismo cubano y chino de los 60.

Soy viejo. Moriré bajó el dominio feminista totalitario. No veré nacer la nueva libertad, pero llegará. No me queda suficiente tiempo de vida para ver a esta religión fanática destronada. Pero será derrocada. Todo pasa. Hasta la religión feminista alguna vez caerá. Como dijo Churchill mientras los aviones nazis bombardeaban a Inglaterra a comienzo de 1940: “Soy optimista, creo que el totalitarismo al final caerá. No sé cómo lo haremos, pero lo haremos. No se puede tener una actitud mejor que el optimismo en estas circunstancias.”

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