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Roca, la verdad histórica y la interpretación anacrónica de los hechos

Julio Argentino Roca

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La historiografía es un campo de batalla desde siempre. La necesidad de encontrar en el pasado referencias para el presente no es novedosa. Ni ingenua. La discusión filosófica sobre cómo ver el pasado se remonta prácticamente a Grecia. Desde entonces, así como cada gobierno pretendió crear relatos para enlazar pasados ilustres con sus propios logros, los sectores en pugna de cada época tratan de encontrar en tiempos pretéritos antecedentes de lo que combaten o de lo que pregonan. 

Así, la figura de Julio Argentino Roca resurge en debates públicos interesantes. Con sus luces y sombras (lugar común pero muy descriptivo), y como cualquier otra, la figura de Roca debería ser abordada desde la comprensión contextual y no desde los odios y amores azuzados por las disputas del presente. Pero si se pretende entronizarlas como indiscutibles, nada mejor que contribuir a bajarlas de ese pedestal: es una buena receta para madurar como sociedad.

Una de las formas de hacerlo es revisar qué se les cuestionaba en su propia época, para contribuir a determinar si, de verdad, los cuestionamientos actuales resultan anacrónicos. Y sobre todo para escapar a aquella admonición de Epicteto: “El error del anciano es que pretende enjuiciar el hoy con el criterio del ayer”. Con el mismo énfasis deberíamos evitar el error inverso: querer enjuiciar el ayer con el criterio del hoy.

Días atrás, Infobae publicó un panegrírico de un descendiente de Roca que aspira a defender su procerato, con argumentos como los siguientes:

- que Roca fue un hacedor fundacional de la Argentina moderna.

-  que su figura es, injustamente, cuestionada por una falsa élite intelectual con relatos mentirosos.

- que quienes lo impugnan “miran con la lente del presente hechos del pasado para someterlos a un tribunal ético imaginario”.

Añade que ese proceso de degradación del buen nombre de su antepasado comenzó con el kirchnerismo. Pocos dias después, paradójicamente, un referente cultural del kirchnerismo, Pacho O’Donnell, contribuyó en la campaña de mantenimiento de Roca en los pedestales. El escritor y psicoanalista, que fue sucesivamente alfonsinista, menemista, antikirchnerista y kirchnerista,  sostuvo que “podemos disentir con su proyecto de país pero ojalá tuviéramos un Roca en los días que corren”.

La verdad histórica

Es objeto de debate si puede existir una “verdad histórica” válida para todos. La aspiración de objetividad solo se refiere a los hechos, que pueden ser objetivados, pero las interpretaciones van a diferir inevitablemente según la perspectiva de cada cual. Lo sensato, en todo caso, es reclamarle a cada “opinador” en temas históricos que explicite desde qué perspectivas emite su juicio.

En la breve nota del rocadescendiente no hay una sola mención a lo que quizás más se le cuestiona a su ancestro: por un lado, el tratamiento reservado a los pueblos originarios derrotados tras la Campaña del Desierto; por el otro, la forma en que se repartió el enorme territorio conquistado a esos pueblos.

Seguramente habrá quienes detesten a Roca por algunos de sus aciertos, como la ley 1420 que universalizó la educación primaria impidiendo que la Iglesia Católica se insmiscuyera en ella. Allá ellos, como dirían Les Luthiers. De hecho, la mayoría abrumadora de quienes le reprochamos esos dos puntos que marqué somos abiertos defensores de la 1420. Una cosa no quita la otra.

Contradicciones

Los cuestionamientos a Roca ni son invento kirchnerista ni son nuevos. Para empezar, no solo conservadores y liberales ensalzan a Roca. Como ocurre con otras figuras de la historia, se las suele reivindicar desde lugares heterogéneos. Y a la inversa. En el pasado, todo buen conservador (y todo buen clerical) no le perdonaba a Roca haber encarnado como pocos la fuerza progresista y modernizadora del liberalismo capitalista del siglo XIX. Del otro lado, reivindican a Roca autores de la corriente conocida como “revisionismo”, es decir el nacional-populismo en su versión historiográfica.

Resulta paradójico, porque muchas personas que hoy proponen “cancelar” a Roca (derribar sus monumentos, cambiar su nombre en calles, etc) suelen identificarse con esa corriente historiográfica o se dicen peronistas. Quizás ignoran que Juan Perón reivindicaba a Roca, como Arturo Jauretche, aunque este un poco más tibiamente (sobre todo en comparación con el entusiasta “roquista” Jorge Abelardo Ramos) o como el zigzagueante Pacho O’Donnell. Sí, hay contradicciones para todos y todas.

Ramos, por ejemplo, dice que “la conquista del desierto realizada por Roca y el Ejército de su tiempo no solo establece un principio de soberanía en ese tiempo harto dudoso, sino que libera al gaucho retratado por Hernández del martirio inacabable del fortín en la frontera”. Para él Roca es un caudillo liberal nacional “que encarnó el progreso histórico”, “llevó el presupuesto nacional hasta el último rincón de provincias” y “creó las estructuras modernas del Estado, restableció aranceles proteccionistas e impulsó las grandes obras con las que el país cuenta todavía”. (En “Roca como caudillo”, en el diario Mayoría, 21 de julio de 1974).

También es interesante recordar que Perón, al nacionalizar los ferrocarriles, bautizó a una de las líneas más importantes como “General Julio A. Roca”: la más extensa de la provincia de Buenos Aires, que atravesaba La Pampa, Neuquén y Río Negro, llegando a Chubut y Santa Cruz. Precisamente aquellos territorios que su “campaña al Desierto” incorporó a la Argentina de entonces.

Mitre y Sarmiento contra Roca

Hoy es usual que quienes reivindican a Roca a la vez idolatren a Sarmiento. Pero en el pasado uno de los que cuestionó duramente la forma en que la “campaña al Desierto” de Roca masacró a miles de personas, fue Sarmiento. Sí, el mismo Sarmiento que en tantos escritos destiló su odio racista a “esos indios asquerosos”. Sin embargo ante las noticias de las matanzas de Roca y su ejército, escribió:

“Es peor política e inicua además, la que tiene por empresa el exterminio de los indios sin el pretexto de la propia defensa. Son al fin seres humanos, y no hay derecho para negarles la existencia. No lo ha hecho nación ninguna hasta ahora con los salvajes. (…) Aun los maoríes antropófagos de la Nueva Zelandia han sido respetados por la Inglaterra, siempre que permanezcan quietos. Los Estados Unidos dan territorios en propiedad a las tribus que expulsan de sus fronteras, a fin de asegurarles la existencia. La España misma, y la República Argentina hasta ahora poco, han reconocido a los indios su derecho a vivir, conteniéndolos en sus excursiones, y aun dándoles yeguas y ganado para su subsistencia a condición de no repetir sus malones. ¿De dónde ha salido ahora este derecho de exterminio y de persecución de tribus que como las del Sur del río Negro, y las de Limay arriba, no nos habían hecho mal? Pero esta persecución á outrance es además de impolítica y absurda, una flagrante violación de la Constitución (…) es puramente un acto salvaje (…). Bueno es asegurar nuestras poblaciones ya que no se acabaron los indios; pero es quimera ir a perseguirlos en sus últimas guaridas, porque no hay derecho, y porque es una crueldad desautorizada por la historia y peligrosa”. (En El Nacional, 12 de agosto de 1879).

Otro defensor actual de Roca suele ser el diario La Nación, y muchos roquistas son también partidarios del polémico don Bartolo. Por eso vale la pena  escudriñar cómo el diario de Mitre, La Nación, despotricaba contra Roca

“El regimiento Tres de Línea ha fusilado, encerrados en un corral, a sesenta indios prisioneros, hecho bárbaro y cobarde que avergüenza a la civilización y hace más salvajes que a los indios a las fuerzas que hacen la guerra de tal modo sin respetar las leyes de humanidad ni las leyes que rigen el acto de guerra”. (La Nación, 17 de noviembre de 1878).

Esa matanza fue por orden del comandante Rudecindo Roca –hermano de Julio- en las cercanías de Villa Mercedes, provincia de San Luis. El diario mitrista ironizaba sobre las explicaciones del parte militar: los ranqueles habían sido muertos en un enfrentamiento. “Cosa rara que cayeran heridos 50 indios yendo en disparada y en dispersión. Rara puntería la de los soldados, que pudieron a la disparada casar [sic] a los salvajes, que nunca lo han conseguido nuestros soldados, y más raro aun, que todos los tiros se aprovecharan matando sin dejar ni un solo herido”. (La Nación, 16 de noviembre de 1878).

Como esclavos

Félix Luna, el historiador y divulgador argentino que con su libro “Soy Roca” inauguró una nueva forma de contar la historia (como lo reflejó otra nota de Infobae) se refiere a Roca como un fundador del Estado argentino. Pero eso no le impide –riguroso como era– señalar lo que ocurrió:

“En 1879 cientos de indígenas vencidos y despojados de sus tierras habían sido recluidos en la isla Martín García. Luego los hombres fueron repartidos en las estancias a pedido de sus propietarios, en condiciones casi de esclavitud, y las mujeres entregadas por la Sociedad de Beneficencia a las familias pudientes en calidad de trabajadoras domésticas”. (La época de Roca). Luego, hablando del Chaco, Luna abunda: “La suerte de los indígenas nativos no fue muy distinta de la de los habitantes del sur argentino. Tras algunas expediciones, fueron acorralados y exterminados. Algunos pasaron a integrar la reserva de los ejércitos, otros se plegaron al duro trabajo de los obrajes. Los objetivos del gobierno eran claros: explotación de los bosques, aún a costa de los propios indígenas, y asentamiento de nuevos poblados conformados por inmigrantes europeos”. (La época de Roca). 

Además de distribuidos como mano de obra esclava o semiesclava, enviados a ingenios tucumanos (de allí era Roca y varios de sus “aportantes”), una enorme cantidad fue conducida a pie durante leguas para luego embarcarlos hacia la isla Martín García, donde una epidemia los liquidó. En la Isla lo recuerda una placa.

Ignorar estos hechos de la historia es imposible. Cómo se los interpreta, es harina de otro costal. Para algunas personas (entre las que me cuento) es moralmente condenable intentar relativizarlos, por ejemplo queriéndolos esconder debajo de la Ley 1420 o de los ferrocarriles. Y salvando distancias, no es distinto a que el kirchnerismo pretenda tapar el 30% de pobreza o sus componendas con la Barrick Gold o Chevron con la Ley de Matrimonio Igualitario. O que el macrismo intente tapar el brutal endeudamiento externo con… bueno, me resulta un poco más difícil encontrar algo que rescatar en este caso, pero acepto sugerencias.

Lesa humanidad

Un latiguillo de quienes hacen posroquismo en la actualidad es asegurar que se pretende juzgar el pasado con ojos de hoy. Pero ¿qué pasa cuando se encuentran expresiones que ya en aquel momento impugnaban en nombre de principios “humanitarios” la forma en que se dispuso de personas como ganado (por más aborígenes que fueran)?

Es el caso de un editorial de La Nación en 1878. El diario de Mitre acusa al Ejército comandado por Roca de hacer la guerra “sin respetar las leyes de la humanidad”. Y al comentar la noticia del diario cordobés que había denunciado el hecho, el editorialista de La Nación (acaso el mismísimo Mitre) utiliza la misma expresión de hoy: “Tal aseveración es por demás grave, es un crimen de lesa humanidad, es un bofetón a la civilización”.

No es poco que en pleno siglo XXI, a más de siete décadas de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, se quiera justificar al responsable máximo de esas atroces violaciones a los derechos humanos en nombre de un supuesto anacronismo, que queda refutado cuando se comprueba que esas acciones fueron condenadas ya en aquella época como crímenes de lesa humanidad.

En el Congreso

Algunas de las figuras políticas más populares de la época, los radicales de entonces, también se expresaron contra Roca en esos aspectos. El senador Aristóbulo del Valle –fundador, poco después y con Alem, de la Unión Cívica Radical–, dijo en sesión del Senado: “Las naciones civilizadas conquistan los pueblos salvajes introduciendo la civilización por medios pacíficos, y no usando de las armas, sino cuando es absolutamente indispensable para establecer la civilización”.  (Diario de Sesiones del Senado, 19 de agosto de 1884). Otro fundador de la UCR Mariano Demaría, denunciaba como inhumano el “reparto” de indios en las calles porteñas, en la Cámara de Diputados: “Este hecho, señor presidente, ocurrido en una ciudad que tiene la pretensión, fundada, creo, de ser culta, llama indudablemente la atención. Esta simple narración subleva el espíritu. (…) En manera alguna podemos aceptar hechos de esta naturaleza, y que es obligación estricta, imperiosa, de humanidad (…) no permitirlos”. (Diario de Sesiones de Diputados, 30 de octubre de 1885).

El reparto de la tierra

El otro gran aspecto de la impugnación a Roca tiene que ver con lo que hicieron con las tierras arrebatadas a los “salvajes”. Alfredo Ebelot, por ejemplo, acusa a Roca y sus adláteres de no haber aprendido nada de Alejo Peyret, el gran filósofo (hoy casi desconocido) que en pleno siglo XIX calificó al latifundio como el gran mal a resolver para el futuro de la Argentina. 

Según Ebelot, pese a haber sido sus alumnos en el Colegio del Uruguay, Roca y los suyos fueron “incapaces de seguirle el vuelo”. Dice Ebelot: “En el momento decisivo en que les tocó proceder a la repartición de la inmensa extensión de tierra pública conquistada a los indios, nada les pareció más obvio, por egoísmo nato y mediocridad de espíritu, que organizar y consagrar legalmente el fatal régimen de los latifundios”. (Alfredo Ebelot, “Introducción” en Alejo Peyret, Discursos, página 10).

Peyret mismo había advertido, en el inicio de la Campaña al Desierto, en 1875, en una serie de notas en La República, donde señalaba que “lo que debe principalmente evitarse es la constitución de grandes dominios territoriales, de grandes propiedades, que reconcentran la tierra en un reducido número de manos y no permiten el desarrollo de la población”.

Sarmiento y el verbo “atalivar”

Incluso escritores “roquistas” le cuestionan a Roca “la falta de una política que garantice el acceso generalizado a la tierra para vivir y para trabajar”, algo en lo que “toda la generación del 80 falló rotundamente”. Pero fue más que un error: ése fue el plan, si damos fe a lo que afirma Sarmiento:

“(La Campaña) fue un pretexto para levantar un empréstito enajenando la tierra fiscal a razón de 400 nacionales la legua, a cuya operación, la Nación ha perdido 250 millones de pesos oro ganados por los Atalivas, Goyos y otras estrellas del cielo del presidente Roca. (…) ¿En virtud de qué ley, el general Roca, clandestinamente, sigue enajenando la tierra pública a razón de 400 nacionales la legua que vale 3.000? (…) Al paso que vamos, dentro de poco no nos quedará un palmo de tierra en condiciones de dar al inmigrante y nos vemos obligados a expropiar lo que necesitamos, por el doble del valor, a los Atalivas”. (En El Censor, 18 de diciembre de 1885).

Ataliva Roca, mencionado dos veces en ese texto, era otro hermano de Julio Argentino. Según Sarmiento, hizo enormes negocios con las tierras públicas arrebatadas a los pueblos originarios. Al punto que el sanjuanino inventó el verbo “atalivar”, para referirse a quienes hacen negocios aprovechando que la presencia de familiares al frente del Gobierno.

Cancelación

Personalmente no comparto lo que se viene conociendo como “cultura de la cancelación”. Creo que las sociedades pluralistas podemos y debemos discutir todo. Nada peor que pretender prohibir opiniones, aunque sean odiosas. Pero, aclarado lo anterior, no creo que Roca esté siendo víctima de algo así. Al contrario: creo que (incluso con las exageraciones del caso) se lo está colocando en un lugar más justo que el que la historiografía tradicional le asignó. Seguramente ese proceso llevará más tiempo, y quizás requiera más tiempo aún que dejemos de necesitar grandes figuras de méritos discutibles, para ser capaces de convivir civilizada, equitativa y pacíficamente. 

Me gusta pensar que es un proceso social análogo al que recorremos individualmente: en la infancia precisamos superhéroes, y a los primeros que colocamos en ese pedestal es a mamá y papá. En la adolescencia empezamos a cuestionarlos, y muchas veces (la mayoría) los convertimos de héroes en villanos: papá, que era Súperman, es ahora Lex Luthor. Parece ser algo indispensable para construir nuestra identidad. La madurez sobreviene cuando logramos ver a papá y a mamá como personas, seres de carne y hueso, con aciertos y errores. Y el balance que hacemos pasa a definir no solo nuestra relación con ellos, sino también muchas veces, cuáles de sus errores evitamos repetir, y cuáles de sus aciertos incorporamos como bagaje principal de nuestras propias vidas.

La cultura de la cancelación es, quizás, la adolescencia de nuestras sociedades, y si es así, para madurar hay que atravesarla, y no aferrarse porfiadamente a los superhéroes de la niñez

* El autor es periodista y licenciado en filosofía.

Fuentes:

Jorge A. Ramos, “Roca como caudillo,” en Diario Mayoría. Domingo 21 de Julio de 1974.

Domingo F. Sarmiento, “Expedicion a Araucania”, pág. 196-197. En Obras completas, volumen XLI.

Félix Luna, La época de Roca (1880-1910), editado por La Nación, 2003.

Ricardo de Titto, Yo, Sarmiento. El Ateneo, 2011.

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