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Ensayo General Opinión

El trabajo de una vida

Li

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Supongo que a partir del éxito de la trilogía de Contraluz, Libros del Asteroide publica en español un texto mucho más viejo de Rachel Cusk: Un trabajo para toda la vida. Sobre la experiencia de ser madre, se llama en español. Leo en inglés, pero la conversación que me importa es fundamentalmente la que sucede en español y por eso llego a los libros de los autores en el orden en que las editoriales hispanoparlantes deciden que tengo que llegar: me parece bien. Me parece bien, también, el título que lleva el libro, aunque no es el que yo le hubiera puesto. Para la expresión A Life's Work que usó Rachel Cusk yo hubiera elegido El trabajo de una vida, sobre todo porque preserva cierta ambigüedad que tiene el título en inglés entre “un trabajo que dura una vida” y “el trabajo de hacer una vida”. Pero me divierte que ese libro lleve ese título ahora que se tradujo, veintidós años después de su primera publicación; me pregunto qué opinará de él Rachel Cusk, que no volvió a escribir sobre el tema ni a dedicarle demasiado tiempo en su obra. Me pregunto si piensa, como les estoy escuchando a muchas amigas con hijos que ya están creciendo, que la maternidad parece ocuparlo todo cuando tenés hijos chiquitos y de pronto parece pasar a ser otra cosa, que una vez que ya no sos madre de bebés las conversaciones sobre eso empiezan a parecerte tan ajenas como cuando no los tenías. 

Un trabajo para toda la vida es un libro de 2001, escrito y publicado mucho antes de la irrupción de las redes sociales y lo que eso implicó para la maternidad. Ya había, por supuesto, libros sobre maternidad en esa época y un poco antes también —mi mamá, que no tenía casi ninguno, nos tuvo a mis hermanas y a mí en los 90 con el clásico ese de los masajes Shantala para bebés en la mesa de luz—, pero no la cantidad de contenido 24-7 que hay hoy, con su correspondiente cantidad de mandatos y de reglas, de reivindicaciones y exclusiones. Me interesó leerlo por eso, primero, porque me gusta mucho Cusk, después, y porque todo lo que sea libros de maternidad que no dan consejos me interesa un montón, igual que me interesan los libros sobre viajes que no dan consejos o los libros sobre enfermedades que no dan consejos o los libros sobre duelos que no dan consejos, o libros sobre el amor que no dan consejos: libros que se pueden leer como investigaciones vitales, como búsquedas éticas y estéticas, en fin, como algo suficientemente parecido a la literatura. No elegí los ejemplos que puse al azar: sobre criar, viajar, enfermarse, perder y enamorarse no pueden construirse saberes en el sentido tradicional —sí sobre algún detalle, pero no sobre lo importante—, y sobre aquello que no puede enseñarse a mí nada me enseña más que la literatura. Cuanto más conscientes sean esos textos, entonces, de la futilidad de intentar transmitir lo intransmisible, más me terminan gustando; cuanto más claro tengan que el saber de la literatura es más el de escribir que el de entender, el de buscar lo bello y lo interesante en lugar de lo útil. El libro de Cusk es de esos, definitivamente. 

En uno de los primeros capítulos, Cusk empieza analizando La casa de la alegría, una novela de Edith Wharton publicada en 1905. La novela se pregunta, dice Cusk —yo no la leí— qué es una mujer si no es una esposa, una madre o una hija. Lily Bart, la heroína, no es ninguna de esas tres cosas, igual que Wharton, pero a diferencia de Wharton, además, nació sin plata, y con una belleza aparentemente destacada como único atributo, cuyo poder por supuesto disminuye con los años. En el final de la novela, Lily, empobrecida y ya sola sin la gente que la rodeaba por su encanto, se encuentra con una chica con la que alguna vez fue generosa. La muchacha, conmovida, la invita a su casa, le da comida, calor y le presenta a su bebé. Esa misma noche, Lily morirá de una sobredosis accidental de láudano: durante el tiempo que dura el efecto de la droga antes de matarla Lily piensa y alucina, y el bebé cruza sus reflexiones más de una vez. Cusk usa ese texto, que cita extensamente, para hablar sin terminar de hacerse cargo —en un buen sentido— del deseo de posesión, el deseo de tener algo, como una parte del deseo de maternidad: Lily Bart, dice Cusk, no añora el amor, no añora el sexo, ni la compañía, ni el compartir. Lily Bart se deja acunar en el anhelo de tener una cosa viva. 

Hay muchos momentos así en el libro, momentos en los que Cusk llega a verdades incómodas por caminos inesperados; verdades no en el sentido de que se apliquen a todas las personas, sino en el sentido de instantes verdaderos, pasajes en los que Cusk llega a una comunión peligrosa, casi física, con su propia experiencia; momentos que vienen, creo, justamente de la ausencia del miedo a la mala representación, de la absoluta irresponsabilidad, del desconocimiento total de la necesidad de hacerse cargo de la experiencia de ninguna madre que no sea ella. De eso, creo, está hecha la literatura de Cusk siempre, de ese atrevimiento. Y de cierta sabiduría, también, en el reconocimiento de lo insalvable del conflicto y de la pérdida: incluso cuando logramos llegar a una vida que es vivible para todas las partes, escribe Cusk sobre su convivencia con sus hijas y el padre de ellas, hay deseos que quedan sin satisfacer. Lo escribe en la introducción, y de esa verdad propia, de eso sí, nunca deja de hacerse cargo.  

TT

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