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OPINIÓN

El trauma de lo materno

"¿Hay alguna mujer que no tenga un hijo sola?"

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Cuando hablo con mujeres que son madres, acerca de sus hijos, me doy cuenta de que ellas suelen tener miedo de no quererlos lo suficiente.

Quizás este pensamiento no es siempre consciente, pero es un pensamiento que se reconoce en fantasías de abandono, tratarlos como niños pequeños cuando ya son grandes, etc. Creo que esto es algo que se desprende seguramente de su experiencia –como hijas– con sus propias madres… por las que no se sintieron queridas.

Por eso me parece importante decirles algo que depende de lo que escuché en análisis de varones y de mi experiencia como hijo varón: el amor de una madre también le arruina la vida a más de uno. Una madre te ama solo como niño. Si tu mamá te ama como hombre, es peor. 

Entonces, para ser un hombre es mejor que un poco tu mamá te deje de querer, que su amor incluso la empiece a incomodar en cierto momento. También están esas mujeres que tienen hijos de 50 años a los que les besan la frente. Así les va.

Tener una mamá un poco jodida –parafraseando el título de la novela de Edgardo Kawior (La madre jodida)– y hasta un poco mala puede ser aliviante para un hombre. Esto no lo saben las mujeres que piensan su maternidad desde la relación con su propia madre, como si la relación madre-hija pudiera servir de algo para pensar la relación con un hijo varón.

Una de los aspectos más complejos de la relación madre-hija es la creencia –en la hija– de que hubo algo (afecto, contención, comprensión, etcétera) que la madre no le dio. Esta creencia puede perdurar en la vida adulta de mujeres y desplazarse a otras relaciones –como las de pareja–.

En análisis, a veces se descubre que la idea de que el otro (la madre) no dio algo es encubridora del rechazo de lo que madre sí dio y no se quiso. En la creencia de que el otro no dio, se agrega un suplemento a lo que –la hija– no quiere de su madre. En el relato victimizado de quien dice no haber sido amada, suele escucharse en filigrana el odio de quien despreció el amor que se le daba.

La confirmación clínica de esta hipótesis está en los casos de aquellas mujeres que sostienen este tipo de reproches hacia sus madres, pero pueden reconocer que alguna vez pensaron que no querían ser como ellas. Cuando describen lo que no les gusta de sus madres, hablan de rasgos que –a veces pueden notarlo– también están presentes en ellas. Así se confirma que dejaron de amarlas a través de una identificación.

De este modo, el conflicto originario fue el de amar mucho a alguien a quien se decidió rechazar. Esta particular ambivalencia (rechazar a quien se ama) puede permanecer intacta como rasgo de la vida amorosa adulta. También este tipo de mujeres suelen presentarse como desafortunadas, con lo que se llama “baja autoestima”, pero el problema es otro: es la fijación temprana en el vínculo con la madre.

¿Hay alguna mujer que no tenga un hijo sola?

No se trata de mujeres que no fueron amadas por sus madres (hijas de “madres frías”, o “narcisistas” como se dice ahora, etc.) sino de niñas que amaron mucho a su madre y no pudieron traicionarla más que con un odio del que se defendieron con más fuerza aún.

Si pienso y escribo tanto sobre la relación entre madres e hijas es porque esta encrucijada de la subjetivación en la mujer es cada vez más común en los varones –en una época en que pareciera que estos se dejaron de subjetivar de manera masculina–.

Para concluir, una breve reflexión sobre la maternidad: hay mujeres que tienen hijos; también hay mujeres que son madres. No siempre son las mismas. El acceso a la maternidad es algo que les ocurre a ciertas mujeres, con o sin hijos. 

No sabría bien cómo explicarlo, pero lo escucho como una suerte de duelo; en realidad es algo más bien traumático –ya que hoy se usa la noción de trauma para todo, puede usarse también en este contexto–. Con una condición: es el trauma del que nace un deseo.

Esta es la diferencia entre la concepción analítica del trauma y las pre-freudianas. Pienso en mujeres que se convirtieron en madres antes de que un hijo naciera: ya sea porque se perdió el embarazo; porque el embarazo tardó en llegar; porque en ese tiempo se decidieron a confirmar algo que ya sabían, pero que no querían saber (como el engaño de una pareja) y se vieron la fantasía de “tener un hijo sola”.

¿Hay alguna mujer que no tenga un hijo sola? También están las que acceden a lo materno con la muerte de su propia madre; con la pérdida de un trabajo que esperaron mucho. Son tan distintas las coordenadas.

Es tan extraño el acceso a la maternidad, que hay mujeres que tienen hijos y se quedan mejor de este lado. Pero a mí me interesan las mujeres que son madres sin hijos; qué torpe es creer que un hijo hace a la madre, cuando “tener un hijo” es todo lo contrario de lo materno, es incluso la defensa más exitosa.

El trauma de lo materno en el psiquismo de una mujer, así como también la paternidad se inscribe para un varón con todo tipo de efectos desfallecientes, eso me interesa.

Cuando yo estudiaba, un colega decía que nunca atendemos a padres o madres, sino a hijos e hijas. Muchas veces seguí su idea.

Hoy creo que él estaba equivocado, que tenía terror de escuchar una clínica en que la angustia tiene otras coordenadas, no fácilmente reducibles a la lógica de las neurosis (infantiles).

LL

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