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Al final, no era tan así

La URSS y Argentina en la guerra de Malvinas: propaganda y contrapeso de los Estados Unidos

El embajador soviético en Argentina durante la guerra, Serguéi Striganov.

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A mediados de mayo de 1982, Argentina y Libia suscribieron un acuerdo para que este último país, gobernado por el difunto Muamar El Gaddafi proveyera a nuestras Fuerzas Armadas armamento militar adquirido por la nación africana a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) para ser utilizado en la guerra de Malvinas. 

Según informaciones no del todo confirmadas, el embajador soviético en Argentina durante aquel tiempo, Serguéi Striganov, había conversado con el jefe de la última dictadura militar y principal responsable del conflicto bélico con Reino Unido, Leopoldo Fortunato Galtieri, sobre la posibilidad de que la URSS le enviara armas a Argentina a través de terceros países a cambio de que nuestra nación favoreciera los intereses estratégicos soviéticos. 

Si la URSS estuvo detrás del acuerdo entre Argentina y Libia o fue una iniciativa del líder africano, no se sabe. Lo que sí se conoce es que durante el conflicto militar por las Islas Malvinas, la URSS aprovechó para estrechar sus relaciones con Argentina, y, al mismo tiempo, hacer propaganda política en contra de Estados Unidos.

El 3 de abril de 1982, en una resolución votada por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas en la que se exigía el cese inmediato de hostilidades, el retiro de las Fuerzas Armadas de Argentina de la isla y se exhortaba a Reino Unido y Argentina a entablar negociaciones por la soberanía del archipiélago, la URSS decidió abstenerse en oposición a las potencias occidentales. Luego, su embajador en Buenos Aires afirmó que la URSS condenaba el intento británico de restaurar el estatus colonial por la fuerza. 

Según se cuenta en el libro “América Latina y la Unión Soviética: Una nueva relación”, coordinado editorialmente por el investigador Augusto Varas, el posicionamiento de la URSS en relación al conflicto de Malvinas, le permitió que su aparato de propaganda presentara a Estados Unidos como un “aliado indigno” de confianza en América Latina (por su apoyo a Londres durante la guerra), e incluso denunciar los mecanismos de defensa hemisférica como el TIAR (Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca) de 1947, por el que cualquier nación americana debía recibir el auxilio del resto de naciones americanas si era atacado por un tercer país. 

El posicionamiento de la URSS, en este sentido, no era ingenuo. No se trataba únicamente de ayudar a Argentina, sino también de sacar ventajas en el marco de la Guerra Fría, y siempre en relación a un escenario mucho más amplio que el delimitado por el conflicto entre Buenos Aires y Londres por la soberanía de las Islas Malvinas. No obstante, tanto en los años anteriores como posteriores al conflicto, el Estado soviético afianzó sus vínculos con Argentina, incluso a pesar de las distancias existentes entre un régimen dictatorial y un régimen democrático.

En el año 1981, por ejemplo, la URSS se había convertido en el principal socio comercial de la Argentina, consumiendo el 80% de sus exportaciones de grano y el 33.7% de las exportaciones totales del país. En 1980, la URSS ya figuraba como uno de los mayores compradores de nuestros productos agrícolas, y absorbía un 20% del total de las ventas argentinas al exterior. 

Ese mismo año, de hecho, la Junta militar encabezada por Jorge Rafael Videla había tomado la controvertida decisión (en el contexto de la natural alianza de los militares con el mundo Occidental, y en oposición al régimen comunista  soviético) de negarse a acompañar el embargo a la venta de cereales que el gobierno norteamericano de Jimmy Carter había impulsado globalmente contra la URSS por su invasión a Afganistán. Cabe aclarar que las relaciones entre el demócrata y la Junta Militar no eran las mejores (en el contexto de las ya indisimulables y conocidas atrocidades cometidas por el régimen militar desde 1976), y que la dictadura no estaba en condiciones de sacrificar a uno de sus principales compradores de granos en un contexto de penurias económicas.

En suma, solo un año antes de la Guerra de Malvinas, la URSS ocupaba un lugar de privilegio entre los socios comerciales de Argentina, y practicaba una diplomacia en extremo pragmática en cuanto a las críticas generales contra la Junta Militar, incluso con alguna gestión favorable a nuestro país en el Consejo de los Derechos Humanos de la ONU, donde la dictadura acumulaba denuncias. 

De la misma forma, y después de terminado el conflicto bélico y el consiguiente fin de la dictadura militar, el vínculo bilateral entre la URSS y Argentina continuó ampliándose. En julio de 1984, el diplomático soviético Yuri Fokin se reunió en Argentina con el vicepresidente y el ministro de Exteriores del gobierno de Raúl Alfonsín, y expresó que su país “mantenía su posición favorable a los intereses argentinos en el problema de las Malvinas y repudiaba la actitud colonialista asumida por Gran Bretaña”. 

Durante esa visita del funcionario de la URSS y no por casualidad, se publicó un artículo en la prensa soviética que acusaba a Estados Unidos de utilizar al Fondo Monetario Internacional para presionar políticamente al gobierno radical, e instaba a su líder a rechazar los intentos de socavar la economía del país por parte del capital extranjero. A finales de ese mismo año, durante una visita de legisladores argentinos a la URSS, el Estado soviético emitió un comunicado conjunto que recalcaba la existencia de posiciones similares de la Argentina y la URSS respecto a diversos problemas internacionales. 

Los guiños mutuos entre el Estado soviético y la dictadura argentina durante la Guerra de Malvinas, y la continuación de dicho vínculo en los tiempos de Alfonsín, deja en evidencia que para uno y otro país la relación bilateral revelaba un interés estratégico. En el caso de la URSS, le permitía enfrentarse a Estados Unidos a través de un tercer actor, y en el caso argentino, le servía para contrapesar la influencia y el poder de Washington. 

AF/DTC

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