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Verón y el negocio de ganar o perder (dinero) en el fútbol

Juan Sebastián Verón, presidente de Estudiantes de La Plata

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En una asamblea de socios, el vicepresidente de Estudiantes de La Plata, Juan Sebastián Verón, se despachó con un lugar común, pero él lo hizo sonar como la revelación del Monte Sinaí. “Hay que entender de una vez por todas que el fútbol es un negocio”, dijo. Y por tal motivo, según la Brujita, no es sensato gastar dinero en deportes que no recaudan, como el fútbol femenino.

Devenido dirigente gracias a su brillante trayectoria como futbolista y a su identificación con el club platense, quizá Verón arrastra aún la perspectiva individual que caracteriza a los jugadores y olvida que, en su no tan nuevo rol de dirigente, comanda una asociación civil sin fines de lucro ­­–han sido un fracaso permanente los intentos por convertirlas en sociedades comerciales– cuya tarea, además de garantizar el buen desempeño del fútbol profesional masculino, es o debería ser fomentar la actividad deportiva de la comunidad. En pocas y quizá ingenuas palabras para la lógica gerencial de Verón, cumplir una función social. Alentar la riqueza de un grupo reducido de jugadores, representantes, entrenadores y afines no tendría que figurar en el primer renglón del estatuto de Estudiantes. Y no creo que figure.

Pero descartemos esta exigencia, aceptando que podría ser tachada de arcaica. Y demos por bueno el programa esbozado de manera sucinta por Verón en la asamblea. Su razonamiento empresarial parece inspirado en la pereza rentista más que en el nervio agresivo de un tipo que, en efecto, pretende desarrollar “negocios”. Por supuesto que, hoy mismo, ya, el fútbol femenino no atrae público ni auspiciantes como el masculino. Pero dio sobradas muestras de que, con la atención y los recursos adecuados, es capaz de tornarse competitivo, interesante y, quién sabe, rentable.

Un hombre de negocios joven, pujante, comprometido con el club donde su apellido connota un pasado glorioso, tendría que plantearse la inversión como requisito obligatorio para recoger beneficios en algún momento. Pero la Brujita pone el carro delante del caballo. Les dice a las chicas y al resto de los deportes amateurs y cuasi amateurs que primero hagan guita y después soliciten al respaldo del club. Raro. Afectadas por el ninguneo –y por la torpeza del argumento proferido tan ligeramente–, distintas jugadoras salieron a atender al ex futbolista del Manchester United y la selección argentina en las redes sociales.

Por lo demás, habría que preguntarle a Verón qué entiende por negocio. Si se refiere al asiento contable que a fin año arroja dividendos, se trata de un pensamiento más próximo a la actividad de un almacenero que a la de los estrategas del deporte profesional. En el fútbol no parecen ser muchos los que se llenan los bolsillos y sin embargo la rueda sigue girando cada vez a mayor velocidad. Todo un misterio.

Un ejemplo a la mano: Swiss Ramble, especialista en finanzas de los equipos de fútbol, consigna que los clubes más importantes de la liga española tienen deudas por 1.500 millones de euros (Real Madrid), 1.200 millones (Barcelona) y 946 millones (Atlético de Madrid). Nada que sorprenda: Florentino Pérez, presidente de club merengue, ya se había victimizado en público declarando que el fútbol –con su legendaria institución a la cabeza– estaba “arruinado” por los efectos de la pandemia. Esa fue su coartada para impulsar la elitista Superliga, que incluía solo a los equipos más poderosos de Europa, proyecto que finalmente naufragó.  

El “negocio” de Qatar

Vayamos al Mundial que se avecina: ¿cuál es el “negocio” de Qatar? Seguramente, un país rico gracias al petróleo y el gas, con una población que no llega a los tres millones de habitantes (el 80 por ciento son extranjeros), no aspira a facturar fortunas con el torneo. No lo necesita. Por el contrario, el gasto ha sido descomunal. Se trata del Mundial más caro de la historia (se estima que los costos superan los 200.000 millones de dólares), aun cuando en la construcción de estadios y demás instalaciones se utilizó mano de obra esclava, migrantes de Bangladesh, Nepal, India, Egipto y Filipinas, ente otros países, que vivían en virtual cautiverio. La cosecha que pretende Qatar no se cuenta en metálico, por lo menos en una primera instancia. Acaso la pelota, luego de una etapa de rispidez política con los vecinos (Arabia Saudita especialmente), le sirva para hacer más digerible su imagen frente a las potencias occidentales, que observan atentamente estas disputas. Sobre todo, cuando suenan acusaciones tan fuertes como la de “apoyar al terrorismo”, sambenito que pesa sobre el emirato de Qatar por sus buenas migas con la Hermandad Musulmana, organización de armas tomar y conexiones con Hamas.  

En plan de cordialidad mundialista, el emir Tamim bin Hamad Al-Thani desmintió ante un medio francés esos vínculos y resaltó la amistad de su país con Estados Unidos (que tiene una importante base aérea en Qatar), relación afectuosa que desea conservar a buen resguardo, aunque destacó que su principal comprador de gas es China.

Los cataríes se metieron de lleno en el fútbol en 2012, cuando, a través del fondo Qatar Investment Authority (QIA), también controlado por Al-Thani, compraron el Paris Saint Germain. Con la llegada de los nuevos dueños, el club invirtió, billetes más, billetes menos, 1.400 millones de euros en futbolistas. Y aunque formó un verdadero equipo de los sueños, cuya gema más reciente es Lionel Messi, no pudo ganar todavía la Champions League, su máximo anhelo. De acuerdo con salarysport.com, el club franco-catarí gasta 388 millones de euros anuales solo en sueldos, de los cuales el más alto es el del capitán de la selección argentina: 1.160.000 euros por semana (sí, por semana). Sin el sostén del capital acumulado gracias al petróleo es imposible afrontar semejante aventura. Calculemos que un auspicio muy ventajoso en la camiseta ronda los 50 millones de euros anuales. Al-Thani no está ahí para ganar dinero, sino para perderlo sin que se le mueva un pelo. Él sabrá por qué paga ese precio.

El dinero árabe aterrizó en Europa en 2008, cuando Abu Dhabi United Group (ADUG) compró el Manchester City. El City Football Group (CFC), oficina que administra las inversiones de ADUG, expandió sus intereses a lo largo del planeta y diseminó una constelación de franquicias en Australia, Estados Unidos, China y Uruguay, entre otros países. En paralelo, los dueños del City encararon un ambicioso plan de desarrollo urbanístico en los terrenos que rodean al estadio, en las afueras de Manchester. La zona tiene un valor que supera los mil millones de euros.

La irrupción de los capitales árabes en Europa ha sido uno de los fenómenos más relevantes del fútbol global de los últimos tiempos. Pero la utilización del espectáculo deportivo más popular como vehículo de estrategias que lo exceden es de antigua data. Solo que, en la actualidad, el escenario es más complejo y a veces indescifrable. Vidriera internacional y sucedáneo de la diplomacia (soft power), prólogo de una candidatura presidencial, agujero negro donde el dinero sucio se aleja de los radares, debilidad de ricos y famosos, placebo de las dictaduras, botín de las empresas de comunicación, criadero de fuerza de choque y mercados clandestinos, gran dador de visibilidad. En fin, todos eso y mucho más es el fútbol. El mismo que en los orígenes era apenas un juego de muchachos rudos.  

 CC

 

 

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