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Panorama político Asume Milei

Comienza un gobierno tercerizado bajo el espectro de motosierras pasadas

Javier Milei posa con un poncho obsequiado por el presidente de Paraguay, Santiago Peña, el 9 de noviembre de 2023.

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José Alfredo Martínez de Hoz se despidió de su gestión de cinco años como ministro de Economía mediante un mensaje en cadena nacional que duró 93 minutos. Fue el 12 de marzo de 1981.

El economista y abogado eligió un tono didáctico para expresar autoalabanzas, con algún dejo de decepción por el comportamiento social que no terminaba de hacer carne su ambicioso intento de erradicar “conceptos” que habían prevalecido “en los últimos treinta años”.

Sobre el fondo de una cortina marrón y la bandera argentina a su lado, el ministro filosofó sobre “el principio de la subsidiariedad del Estado”. “Hemos puesto a la libertad en una valoración superior en todo nuestro esquema. Consideramos que ella hace a la esencia misma de la existencia del hombre”.

Martínez de Hoz se atribuyó el don de la sinceridad: “El 2 de abril de 1976 afirmamos que no existen soluciones mágicas ni recetas milagrosas… El proceso de ajuste no ha sido fácil. El camino fue largo y difícil, pero hemos siempre hablado con franqueza”. Acaso no fuera consciente de que su malversación de las palabras “libertad” y “franqueza” encontrarían apropiadores que las levantarían décadas más tarde para enterrar, no ya treinta años, como estimaba el jerarca de la dictadura en 1981, sino setenta.

El exdirector de la Compañía Ítalo Argentina y estanciero amonestó por si hubiera algún levantisco. “Los resultados no pueden esperarse que se vean (sic) completamente realizados de la noche a la mañana y ni siquiera en cinco años”.  Reclamó “el abandono de muchos hábitos y costumbres” que obstaculizaban los objetivos de inserción en el mundo.

Una lucha contra la decadencia

El listado de presuntos éxitos fue extenso, pero “el gran tema de la inflación… ha condicionado negativamente todo este proceso de transformación y lo ha hecho mucho más dificultoso”, reconoció el ministro de los dictadores Jorge Rafael Videla y Roberto Viola.

En 1976, con el “sinceramiento” por el reacomodamiento de precios relativos ante la “debacle” dejada por el peronismo, la inflación tocó uno de los mayores valores del siglo XX, 444%. Le siguió un trienio en el orden de 165% anual. El año de la despedida de Martínez de Hoz, 1981, sería, según estimó, el tiempo de cosechar los frutos de su política responsable. Falló el cálculo y tocó 104%. La dictadura se despediría en 1983 con más del triple de ese porcentaje.

Es como creer que la Argentina puede ser una excepción y se puede reducir y eliminar una tasa inflacionaria sin ningún costo. Es una ilusión y una falacia

José Alfredo Martínez de Hoz, 12 de marzo de 1981

En el mensaje final, Martínez de Hoz identificó “la raíz del problema inflacionario”: el gasto público.

Denunció haber recibido un orden fiscal “en quiebra” de parte del gobierno de Isabel Perón, la presidenta constitucional derrocada en marzo de 1976. Pero él había llegado para refundar las bases materiales y morales del país. Allí fue cuando dijo haber emprendido la “transformación de conceptos que han venido primando en el país en los últimos treinta años, casi sin interrupción”. El germen del mal, el peronismo, había llegado a su fin.

El ministro se atribuyó haber bajado el déficit fiscal de 14,5% en relación al PBI en 1975 a una previsión de menos de 3% en 1981.

Ataque al tren

Fue al grano. Explicó que había logrado despedir a 20% de los empleados estatales dependientes de la administración central. Fueron 108.000 de 505.000. Al contabilizar todo el sector público (incluidas empresas y organismos autónomos), el sablazo afectó a 250.000 trabajadores, se enorgulleció. Sólo de los ferrocarriles estatales habían sido despedidos 56.000 “agentes”, 40% de la plantilla, y en YPF, 15.000.

De 15 grandes empresas públicas, 14 recibían subsidios en 1976, contó Martínez de Hoz. Dijo que aplicó criterios de mercado para el manejo del personal y el pago de impuestos, de manera que ganaran eficiencia en la competencia. Las transformó en sociedades de capital y las puso a cobrar precios reales, “no políticos”, y ya en 1978 había tornado el déficit en superávit en casi todas, excepto los trenes y Encotel (correo), dijo.

Se notaba que el asunto de los ferrocarriles lo obsesionaba. Tenía, pese a todo, medallas para mostrar, como el desmantelamiento de 10.000 de los 42.500 kilómetros de vías, y de 1.000 de las 2.400 estaciones.

Los reproches a consumidores, trabajadores y empresarios que expresaban —según dejó saber que intuía— disconformidad circundaron el sermón. “Es como creer que la Argentina puede ser una excepción y se puede reducir y eliminar una tasa inflacionaria sin ningún costo. Es una ilusión y una falacia”. Se ahorró agravios a “choriplaneros”.

“La población debe saber que en economía no hay nada gratis. Si un sector recibe un subsidio, es porque otro sector lo está pagando”, pinceló para la posteridad.

En particular, ese punto fue dedicado a explicar que había puesto punto final al subsidio del campo a la industria que había prevalecido —según dijo— desde la década de 1940. Defendió la tesis “para el campo lo que es del campo”, y la industria, a competir como pueda.

Martínez de Hoz dijo haber sido un funcionario honesto y se dedicó a probarlo en el capítulo de la obra pública, abordado hacia la mitad de su hora y media de exposición. Narró que con los mismos fondos que el tercer peronismo había hecho un kilómetro de rutas, él hizo dos. Eso sí. Fijó un “orden de prioridades” para las obras de infraestructura, “con criterios de rentabilidad, para que se haga en forma ordenada y de acuerdo a la posibilidad de financiamiento del país”.

Balance ayer, hoja de ruta hoy

El ministro de Economía se privó de expresiones como “parásito hijo de puta”, “excremento” o “rata” a la hora de hablar de quienes recibían un sueldo estatal, pero dejó ver alguna crueldad cuando aludió a “estructuras administrativas enquistadas” y “eliminación de elementos redundantes” en la administración pública.

Al cabo de su gestión, Martínez de Hoz había ejecutado gran parte de la quintuplicación de la deuda externa argentina que legó la dictadura, de US$ 8.000 millones a US$ 40.000 millones. No hizo mención a ello en su despedida. Las tasas de interés por el cielo y una paridad cambiaria que inauguró la penosa escena de argentinos en Miami cantando “deme dos” fueron no más que rasgos de una economía que pronto encontraría un equilibrio, proyectó el ministro.

En un pasaje de éste y otros discursos de meses previos, el creador de la “tablita financiera” sintetizó los ejes de su política con el verbo “eliminar” como estrella del relato:

  • “Se abolió el sistema de control de precios y de cambios”.
  • Eliminación del monopolio del Estado en el comercio de carne y granos, los derechos, cuotas y retenciones a la exportación, y las licencias de importación.
  • Eliminación del control de alquileres “para promover la construcción de viviendas en beneficio del pueblo, que antes se encontraba afectada por el excesivo control”.
  • “Eliminamos el subsidio del Tesoro a las tarifas de los servicios públicos”, a las que definió como “precios políticos”.
  • Implementación de un “tipo de cambio único” para que todos los sectores económicos trabajaran “en un pie de igualdad”.
  • La ley de reforma financiera “liberó las tasas” y “abrió la competencia para ese sector”.
  • Eliminación de regulaciones salariales.
  • Legislación de inversiones extranjeras para “sacar al país del aislamiento en que se había puesto”.

“Sinceramiento” impuesto a fuerza de desapariciones

Martínez de Hoz terminaba su tarea en momentos en que los organismos de derechos humanos denunciaban 30.000 desapariciones y el Departamento de Estado norteamericano barajaba en sus documentos entre 15.000 y 22.000. Es decir, el régimen militar había insertado a Argentina en la economía libre con la potestad autoasignada de desaparecer o asesinar a comisiones sindicales que resistieran despidos y rebajas salariales, y hasta disidencias internas por los negocios surgidos al amparo de las ideas de la libertad.

La dictadura se valió de la descripción de una herencia económica calamitosa del tercer gobierno peronista. De más está decir que no tuvo que lidiar con gobernadores que reclamaran fondos especiales o con bancadas legislativas opositoras renuentes a aprobar, por ejemplo, el despido de 250.000 “agentes”.

Las consecuencias de la gestión de Martínez de Hoz ya son parte de la historia. El país resquebrajó su tejido económico y social e inició un ciclo de endeudamiento a gran escala del que no se liberó hasta ahora. Ni un indicador económico central, sea de crecimiento, empleo o inflación, quedó exceptuado de la debacle. La promesa de que esa vez “el esfuerzo” valdría la pena se desintegró tan rápido como la burbuja de “sinceramiento” y deuda que crearía Mauricio Macri cuatro décadas después. Todos los problemas reales que tenía la economía argentina antes de la dictadura, descriptos por Martínez de Hoz con hipérbole y en clave de agonía, fueron empeorados.

Orgullo, prejuicio y reparación

De la autoevaluación de Macri tras su paso por la Casa Rosada queda la idea de que no fue lo suficientemente duro con los “orcos”. El expresidente y sus adláteres se lamentaron hasta el cansancio de su “gradualismo” y de no haber avanzado decididamente en el cierre de empresas, derogación de leyes y despidos de “elementos redundantes”. Lo que enorgullecía a Martínez de Hoz, en Macri fue melancolía por la oportunidad perdida.

Javier Milei viene a reparar el error. En el proyecto de una ley ómnibus que, al parecer, será transformada en varias combis, el presidente libertario delineará sus cuatro años de mandato.

El balance del exministro de Videla parece una hoja de ruta de Milei con una similitud asombrosa. En un punto, si el presidente que asume hoy consigue hacer menos de la mitad de lo que ejecutó su antecesor, habrá cumplido sus objetivos. Por caso, los ferrocarriles del Estado empleaban en 1981, consumado el guadañazo de 40% de su plantel, a unos 100.000 trabajadores. Esa cifra, de una única empresa pública, es apenas inferior a los 110.647 empleados de todas las firmas estatales en la actualidad, incluidos los bancos estatales nacionales, trenes, Aysa, medios públicos, energéticas, etcétera.

El hilo de filosofía meritocrática emparenta al ultraderechista de hoy con el Macri de ayer, los noventistas de Carlos Menem y los terroristas de Estado de 1976 y 1955. La singularidad de Milei es que ninguno de los mencionados exhibió una precariedad tan evidente para completar un elenco de gobierno. El desembarco —legítimo en Menem y Macri, y siniestro en el caso de los dictadores—, fue con un plantel más o menos sólido, pero con visos de integración ausentes en la experiencia que comienza hoy.

En 1981, los ferrocarriles estatales tenían, tras un drástico ajuste, casi tantos empleados como la totalidad de las empresas públicas de la actualidad

Leyes que se cocinan en despachos no estatales

El presidente de la Libertad Avanza parece haber tercerizado el gobierno antes de empezar. A tal punto que, por estas horas, estudios jurídicos privados revisan desinteresadamente y a contrarreloj los textos de la “ley ómnibus” o las variantes de “leyes combi” que marcarán el puntapié inicial para que la Argentina se convierta en Alemania en 20 años y en Estados Unidos, en 35.

En una transición normal, la tarea debería hacer eje en el futuro secretario Legal y Técnico de la Presidencia, el funcionario que debe ser de máxima confianza del jefe de Estado. No fue el caso. Milei exploró infructuosamente entre abogados de Corporación América para ocupar el puesto y recién el miércoles se decidió por Javier Herrera Bravo, un hombre con experiencia en el área durante el gobierno de Macri. Ese mismo día, el designado se presentó ante la titular de la Secretaría hasta hoy, Vilma Ibarra. No hubo mucho que coordinar mientras las leyes y decretos por venir se estaban cocinando en despachos no estatales.

Milei adoptó un plan de reforma del Estado que los medios oficialistas relataron en función de su cantidad de páginas, como si ello expresara algo en sí mismo. El mentor, Federico Sturzenegger, fue funcionario en los gobiernos de Fernando de la Rúa y Macri y es asesor de empresas y docente en las universidades de San Andrés y Harvard.

Ya electo presidente, tras varios descartes a las apuradas, Milei optó por Luis Caputo para el ministerio de Economía y el socio de éste en la consultora Anker, Santiago Bausili, para el Banco Central. Ambos fueron los arquitectos del endeudamiento asumido por Macri en favor de todos los argentinos.

Milei, consultor antes y durante su incursión en la política, eligió a sus colegas Caputo, Bausili y Sturzenegger para reconfigurar la Argentina que viene. Se podría evaluar a este terceto en función del resultado de su gestión con Cambiemos, pero mejor dejar el intento para quienes verdaderamente creen en la meritocracia.

Loteo que no otorga músculo político

El gobierno libertario va completando casilleros de la administración pública como puede, o como le indican. Para la secretaría de Agricultura, dirigentes y empresarios del negocio de la soja; para los resortes decisorios del Ejecutivo, como jefatura de Gabinete, Interior, Justicia e Infraestructura, sus conocidos de Corporación América, el “grupo aeropuerto” que podó las ambiciones de Macri. En YPF, un hombre de Tecpetrol, quien, tras décadas en la petrolera de Techint, ahora administrará el destino de la competidora estatal que cumple un papel crucial en la conformación del mercado.

Ni los consultores, ni los exejecutivos de la empresa de Eduardo Eurnekian, ni los de Paolo Rocca, ni la inspiración tarotista de Karina Milei, ni el espectro de Conan o Martínez de Hoz darán a Milei músculo político.

¿Colaborará en la tarea Patricia Bullrich, a minutos de dejar atrás su enésima identidad política? ¿Se esmerarán los cordobesistas y Florencio Randazzo para ampliar su exiguo capital electoral nacional y entregarlo en ofrenda al libertario? ¿Habrá borocotós pejotistas dispuestos a venderse por un sanguchito? Los melones se acomodarán al andar. Mientras, Bullrich tendrá que repetir la sonrisa incómoda como la que le tocó exhibir el sábado en el encuentro entre Milei y su socio Jair Bolsonaro, quienes, aunque en Argentina se diga poco, son parias hasta en círculos conservadores del mundo.

Ni los consultores, ni los exejecutivos de la empresa de Eduardo Eurnekián, ni los de Paolo Rocca, ni la inspiración tarotista de Karina Milei, ni el espectro de Conan o Martínez de Hoz darán a Milei músculo político

Una cosa fue para Bullrich sacar pecho por una represión e inventar un relato sobre las 14 toneladas de piedras en nombre de una coalición de centroderecha que construyó una victoria como la de Cambiemos en 2015, y otra es hacerlo por un presidente extravagante que le habilitó una silla de prestado y “a título personal”.

Decenas de exfuncionarios de Juntos por el Cambio se aprestan a tomar posesión de sillas de segunda y tercera línea, sin dar crédito al mote despectivo que un rival les concedió alguna vez de estar “juntos por el cargo”.

Rostros de la derrota

El ascenso de un líder forjado sobre sus ataques de rabia, su odio al adversario y su negacionismo de los crímenes cometidos por el régimen de Martínez de Hoz se explica por los 14,5 millones de votantes que hicieron uso de su derecho.

Habrá argumentos para sopesar la decisión del soberano (deuda, inflación, pandemia, una era, Alberto, Cristina). Para completar el cuadro, la mirada debe alcanzar a quienes pudieron haber sido alternativas si las urnas se hubieran expresado de otro modo. Por ejemplo, Daniel Scioli, quien se bajó de la carrera presidencial horas antes del cierre de la inscripción de candidatos.

Scioli continuará como embajador en Brasil. Cada cierto tiempo, este sobreviviente de la política se ve compelido a demostrar su confusión entre ética de la responsabilidad del hombre de Estado y la volubilidad de la gelatina que se adapta a cualquier molde.

Queda Sergio Massa, el receptor de 44% de los votos en la segunda vuelta. El ministro de Economía planea seguir en la actividad política y hacer base en una fundación llamada Encuentro, en la que lo secundarán funcionarios que lo acompañaron en el Palacio de Hacienda, como Gabriel Rubinstein, Ricardo Casal y José Ignacio de Mendiguren.

El excandidato de Unión por la Patria agregará otra línea a su currículum. Será asesor de una empresa extranjera y de un fondo financiero especializado en bonos verdes (para proyectos energéticos de mitigación del cambio climático).

Habrá que ver si Massa sigue la senda de líderes europeos como José María Aznar, Felipe González, Tony Blair y Gerhard Schroeder, que cuando dejaron sus respectivos gobiernos y fueron contratados por empresas privadas, asumieron la tarea de lobistas, pero se apartaron de la competencia por los cargos y la conducción partidaria. Aunque sea, para guardar las formas. 

SL/DTC

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