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Las razones de la salida

Las deudas que paga Losardo y la nueva urgencia de Fernández

Marcela Losardo

Pablo Ibáñez

9 de marzo de 2021 00:07 h

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Alberto Fernández afirma que Cristina Kirchner fue -es- víctima del lawfare. Interpreta que el de su vice es el único expediente que cuadra, en términos rigurosos, con esa dinámica de “persecución judicial”. Advierte, para completar el mapa, que la usina de ese procedimiento fue -es- Comodoro Py. La parte, o el todo.

Antes de asumir, Fernández definió una estrategia para desactivar esa maquinaria. Fue -es- un plan voluntarioso que debería ejecutar Marcela Losardo, su amiga y ministra, en retirada, de Justicia .

Aunque reprocha que Eduardo Casal siga como Procurador cuando hace más de un año que asumió el FdT, la vice nunca demostró haber hecho lo necesario para que Rafecas sea coronado como nuevo jefe de los fiscales.

Hacia atrás, en este año, de los cuatro ítems que craneó Fernández, tres fracasaron. Su plan para licuar Comodoro Py en una fusión con el Penal Económico -aventura que sumó muchos detractores-, los cambios en la selección de jueces, la designación de Daniel Rafecas como Procurador y la desvinculación de la Justicia Federal con la AFI, piedra angular de muchos vicios.

Fue, este último, el único que cristalizó porque dependió de un decreto presidencial: Cristina logró, aun a desgano que pase por el Senado la reforma judicial que “no era la suya” y que, en parte por eso, estaba condenada al limbo en Diputados. En paralelo, aunque reprocha que todavía Eduardo Casal siga como Procurador, la vice nunca demostró haber hecho lo necesario para que Rafecas sea coronado como jefe de los fiscales.

Lo que Fernández quiere hacer en el futuro mediato, aunque no esté del todo claro qué es, no puede hacerlo con Losardo.

¿Falló Losardo? Si. ¿Falló solo Losardo? No. Cada traspié de Losardo fue un costo que pagó, afuera y adentro del dispositivo de poder, el propio Fernández. ¿El fracaso del plan Fernández es culpa de Fernández? No. Va más allá de él, como todo lo que tiene que ver con el gobierno.

Más débil, con las heridas expuestas de un año con errores no forzados y la paliza de la pandemia, Fernández asume una obviedad, que su estrategia fracasó, admite que necesita otra vitalidad y otra cara para que batalle en su nombre y ataje algunas piñas, y renuncia a lo que, dicho así, parece un infantilismo y quizá lo sea: su creencia, ingenua o fácil, de que Justicia se ordenaría por motu propio luego de la cruzada K, las mesas judiciales y los carpetazos de la AFI, con un último ramalazo: los alertas de Migraciones que indicaban cuándo, adónde y con quienes salían del país funcionarios judiciales, así como empresarios y dirigentes.

Los errores se remontan casi al principio. La primera negociación de Losardo con la Justicia fue sobre las jubilaciones y el texto conversado naufragó en el clearing burocrático: lo que la ministra charló con magistrados fue muy distinto a lo que, luego, el Ejecutivo envió al Congreso. Lo mismo ocurrió con la reforma Judicial que la Corte creyó con derecho a leer, comentar y sugerir antes de que se defina el texto final. “Alberto prometió diálogo y no hubo diálogo”, se quejó hace tiempo un cortesano.

En diciembre pasado, Losardo pidió dejar su cargo pero Fernández la atajó para no entregarla a la hoguera del discurso de su vice en el Estadio Diego Maradona.

Losardo debía encarrillar esa interlocución y no lo hizo. O, de mínima, no lo hizo bien. Pecó de cauta, movió solo cuando le decían que tenía que mover, fue más lenta que la dinámica política. Siempre. Si no se fue antes del gobierno -en diciembre pidió irse pero Fernández la atajó para no entregarla a la hoguera del discurso de su vice en el Estado Único de La Plata, a.k.a Estadio Diego Armando Maradona- fue paradójicamente porque Cristina dijo o mandó a decir que no la quería.

Alberto, a tres meses y 10 diez del cierre de listas de otra elección determinante como lo fueron todas las elecciones al menos del 95 a la fecha, necesita otro ministro, otro perfil. Tratar de recuperar la interlocución, aun a los gritos. Algo así como dar de nuevo, aunque enfrente estén enojados por, entre otras michas cosas, la intimación a jubilarse o renunciar a los beneficios actuales, y sobre todo al botón rojo de tener un trámite en suspenso que ante la amenaza de un juicio, les permite salir rápido y con el 82% móvil.

Hubo, en medio, tres episodios. Fernández terminó de advertir tras la marcha del 27-F que el diálogo con la oposición era irrecuperable, al menos hasta que pase la elección. por eso giró el tono del discurso del 1° de marzo. Cristina Kirchner completó la secuencia con su alegato implacable en el Zoom de Dólar Futuro, esa causa en la que ni los denunciantes originales. Federico Pinedo y Mario Negri, entienden porqué están siendo juzgados la vice y Axel Kicillof.

Desde hace días Losardo es una ex ministra aun siendo ministra. El poder, siempre líquido, se le escurrió. Lo que Fernández quiere hacer en el futuro mediato, aunque no esté del todo claro qué es, no puede hacerlo con Losardo. Pero las deudas de la ministra que se va, son las tres deudas que definen el fracaso del FdT, ese experimento exitoso en lo electoral, caótico en la gestión diaria y fatalmente ineficaz en asuntos medulares: la relación con la Justicia, con el campo, con la oposición.

La relación con los otros. Con los que no habitan el Todos.

PI

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