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MEDIOS

El debate en la pantalla: un fenómeno hipertelevisivo e hipertelevisable

Los atriles dispuestos para el primer debate entre candidatos presidenciales, el 1 de octubre.

Agustín Espada

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Uno de los primeros interrogantes o cuestionamientos sobre los debates presidenciales (jóvenes en nuestro país) es si se trata de debates televisivos o de la televisación de un debate. La diferencia radica en que la primera postura sostiene que el formato, sus reglas y las conductas asociadas están delimitadas por la producción televisiva. En la segunda opción, los debates se articularían como un escenario de discusión política-electoral y su transmisión por televisión funcionaría como una herramienta para garantizar su acceso masivo. Si bien los debates también se transmiten por radio (que se suman a la cadena “optativa”), el grueso de los interesados se suma por la TV.

Las reglas, formatos y estructura del debate son impuestos por la Cámara Nacional Electoral (CNE). Si bien es cierto que la televisación del debate condiciona las lecturas y el impacto de los contenidos, el debate es televisado primero y televisivo después. Para los medios, entonces, se transforma en un contenido central.

Entonces, ¿qué hacen los medios con el debate presidencial? ¿son un gran negocio? ¿representan buenos números de audiencia?

La transmisión del debate es opcional pero en cadena: es decir, los canales y radios pueden optar por transmitirlo pero de hacerlo deben unirse a una transmisión centralizada y única. En octubre, Canal 9 y Telefe decidieron no transmitirlo. Parece bastante razonable que las dos pantalla “menos politizadas” de la televisión abierta porteña resignen el convite.

La producción de la televisación se encuentra centralizada y acordada entre la CNE y la Cámara Argentina de Productoras Independientes de Televisión (CAPIT). El convenio firmado junto a la CNE y RTA tiene un costo de producción de $160 millones para las primeras dos ediciones (sucedidas el 1 y 8 de octubre) y de $70 millones para la edición previa al balotaje. La producción general está a cargo de Fernando Lojo, director en RPM Content, ex CQC y cercano a una de las cabezas más presentes en la realización televisiva y dirección de cámaras: Diego Guebel, ex Cuatro Cabezas y actual BoxFish (Masterchef, entre otros).

El nuevo formato (que responde a una nueva cantidad de integrantes) buscará mayor discusión entre ambos y habilitará la circulación de los candidatos por zonas delimitadas del escenario. Del mismo modo, podrán interrumpirse pero no monopolizar la palabra. En algún punto, este formato tiene el gran desafío de recuperar la atención de las audiencias ante un evento político de semejante tamaño: el primer debate tuvo un rating más alto que el segundo (42 puntos contra 38 según los números de Kantar Ibope). El único canal abierto que no transmitió el debate en ambas oportunidades fue el más visto (Telefe).

A nivel de negocio, el debate también parece una oportunidad (chica) para los medios. La regulación del debate también establece pausas a mitad de camino de los seis ejes y antes del cierre. En total, se tomarán 22 minutos de pausa entre los 110 minutos que se estipula que durará. Estos 22 minutos se transforman en 1320 segundos publicitarios que valen oro. Para ser más específicos, según la información disponible en el portal TotalMedios, el segundo publicitario de Canal 13 en la franja horaria del debate tendrá un valor de $1.000.000 (franja que ocupa habitualmente PPT con Jorge Lanata). En América TV el costo será de $100.000 mientras en la TV Pública alcanzará los $40.000. Entre las señales de noticias, C5N cotiza el segundo en esa franja a $37.000, TN a $23.000 y A24 a $12.000. 

Para las señales de noticias, el valor del segundo se acerca a los precios máximos más habituales. En los canales de televisión abierta, los números se alejan un poco más salvo para la TV Pública cuyo valor de segundo publicitario para el debate es cuatro veces más alto que el precio máximo semanal. Claro que estos precios públicos luego se negocian y se rebajan también en compras publicitarias más amplias por lo que no se puede afirmar que estos valores sean los finalmente pagados por los auspiciantes.

Otro factor que se añade al análisis económico (y recorta la capacidad de facturación) es que los canales suelen utilizar estas pausas para darle espacio a mesas de debate y análisis de lo que se está sucediendo en el debate. Lo hacen pese a estar impedido por ley. Así fue en las primeras dos ediciones en las pantallas de Canal 13 y América TV. Fue especialmente llamativa la ecléctica mesa de análisis convocada por Jorge Lanata en ambas ediciones de octubre. La Ley electoral que regula los debates indica:

“Respecto a la tanda publicitaria no se permite publicidad electoral ni anuncios públicos de los actos de Gobierno, como así tampoco intervenciones o comentarios políticos que interfieran entre el DEBATE 2023 y la audiencia” (cf. art. 64 decies, CEN).

Algunos medios como Infobae, C5N o Filonews fueron advertidos por incumplir los términos y condiciones del debate. Sin embargo, existe un gris en la regulación (como en muchas otras) con las transmisiones digitales. Es por eso que muchos medios vuelcan en sus canales de YouTube o transmisiones exclusivas para la web, mesas de análisis y de comentario que convocan a distintos analistas. Pese a que este tipo de análisis fue muy exitoso para los días electorales (especialmente en las PASO), no tuvieron el mismo impacto durante los debates.

De esta forma, el debate presidencial representa un fenómeno hipertelevisivo e hipertelevisable. Convoca a una gran audiencia y también a buena parte de los auspiciantes que saben que ahí y en ese momento están activos el grueso de sus potenciales clientes. Hasta las redes sociales miran a la tele en ese momento para sostener la conversación. La TV garantiza el acceso al contenido, es un instrumento. Pero su centralidad termina condicionando no tanto el formato sino el impacto del debate: lo que se ve define (muchas veces) más cosas que lo que se escucha. 

AE/DTC

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