La Iglesia en shock: hay presión interna para una autocrítica
La sanción del aborto legal en el Senado, por una diferencia más amplia de la que se había previsto, fortaleció al gobierno de Alberto Fernández y dejó herida a una de las instituciones que lo acompañó durante su difícil primer año. El comunicado de la Iglesia Católica que rechaza la aprobación de la ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo y anuncia “más divisiones en nuestro país” es una formalidad que repite los argumentos de una campaña fallida y no deja ver el proceso que se inicia, puertas adentro, después de la derrota. Los obispos reiteran su compromiso para seguir trabajando por las “auténticas prioridades” que requieren atención urgente: la pobreza, el hambre, la desocupación y “la dramática situación de los jubilados, que se ven vulnerados en sus derechos una vez más”. Pero no hacen un balance político de una cruzada que terminó mal ni dejan ver las fuertes contradicciones internas que el aborto dejó en suspenso apenas por unos meses. Consultados para esta nota, desde la cúpula del Episcopado prefieren por ahora no abundar. El shock persiste.
Para el Papa Francisco, es un golpe que lo afecta en varios planos a la vez. Por un lado, en su disputa con los sectores ultraconservadores de la Iglesia que ahora buscarán utilizar un nuevo argumento en su contra. Podrán decir que la sanción del aborto legal en su propio país es prueba de su incapacidad política o de una doble moral. Por el otro, en lo personal, Jorge Bergoglio buscó endurecerse para contener a los ultras en un juego en el que casi no se distinguió del lenguaje de sus rivales internos: se involucró en la discusión con un mensaje público virulento, equiparó al aborto con la decisión de “contratar un sicario” y puso a los sacerdotes villeros -de buena sintonía con el peronismo de gobierno- a desplegar sus propios argumentos en contra. El Papa llamó también a un grupo de legisladores con excusas diversas, aunque no hizo todo lo que le pedían. Desde el Opus Dei pretendían que Francisco hiciera un trabajo similar al que hizo Fernández con un inédito y persistente operativo de seducción sobre senadores y senadoras. Sin embargo, según dicen en la Iglesia, el vicario general del Opus Dei, Mariano Fazio -un argentino de muy buena relación con Su Santidad-, frenó en seco esos intentos por considerarlos inviables.
Junto con Francisco, caen derrotados también Monseñor Oscar Ojea y la conducción de la Curia que designó el Papa hace tres años, a su imagen y semejanza. Son obispos que dentro de la Curia se ubican en lo que podría considerarse un ala progresista, vinculados al peronismo y a los conflictos sociales. Enfrente tienen a grupos ultramontanos que vienen perdiendo poder pero en el debate por la IVE hicieron valer su presencia con un lobby que apuntó en privado a la presión individual sobre los senadores y en público a una gimnasia de homilías, cartas, declaraciones y marchas en todo el país. No sólo en el Norte, donde gobiernan desde siempre los grupos más tradicionales, sino también en el Sur, donde cuatro obispos de Chubut difundieron en los últimos días una carta abierta a los senadores de su provincia, en la que citaron a Perón, hablaron de los descamisados y recordaron que “los únicos privilegiados son los niños”.
Voceros de esa cofradía ya se apuran a pronosticar que Francisco no vendrá a la Argentina por culpa de los Fernández. Sin embargo, el peso de los sectores conservadores es relativo y también acaban de evidenciar su propia impotencia. Que el emérito Héctor Aguer figure todavía como una de las caras más visibles de esa corriente y se haya subido al escenario de los celestes en el Congreso muestra la falta de liderazgo y renovación en las filas de los ultras.
Entre los grupos identificados con el Papa, también están los que creen que los obispos podrían haber hecho más en contra de la ley y que ahora deberían asumir su propia responsabilidad. La cúpula de la Iglesia interrumpió los contactos que había iniciado para tener una reunión con los senadores y nunca se sumó a la propuesta de convocar un plebiscito que habían agitado los celestes. En el fondo, según le dijo a el DiarioAR un miembro de la Iglesia que visitó a Francisco en las últimas semanas, sabían que perdían. Es en ese punto donde comienza a vislumbrarse una palabra prohibida, autocrítica, que cada uno imagina de forma diferente.
Sacerdotes y curas conocen y cuentan historias de la doble moral de familias católicas que pagan el aborto de sus hijas en clínicas privadas y después se van a confesar. En privado, existen también los que reconocen que la clandestinidad era la peor forma de resolver el problema, se alivian de haber saldado finalmente el debate que tenía a la Iglesia a la defensiva, sostienen que “la ley no impone conductas” y dicen que van a seguir confesando a las mujeres que decidan abortar.
Todos quieren que el otro diga: “Algo hicimos mal”. Para los más conservadores, la autocrítica debería darse por no haber ejercido una mayor presión. Para otros, por haberse mimetizado en el debate con los celestes que apuestan a proyectos del estilo Trump o Bolsonaro y conspiran contra la política de Francisco, de la mañana a la noche y en todos lados. En una larga nota publicada en Infobae en la que expresó su crítica a la ley y a sus promotores, el obispo Víctor “Tucho” Fernández se permitió indicar “incoherencias de algunos sectores pro vida”. Ex rector de la UCA y de máxima confianza de Francisco, apuntó: “Por ejemplo, cuando defienden la vida de los no nacidos pero no cuidan con la misma pasión la vida de los ya nacidos y la dignidad de los pobres. O cuando lo hacen con palabras pero no se embarran para dar una mano concreta a las mujeres que se sienten forzadas a abortar en situaciones de pobreza o soledad”. Un argumento que se emparenta en ese punto con el discurso de los verdes.
Por último, en la Iglesia hay sectores que son conscientes de que muchos de los diputados y senadores que votaron a favor de la ley están formados en colegios católicos. Son los que dicen en privado algo muy parecido a lo que dijo en su intervención la senadora del PRO, Gladys González. “Quiero preguntarle a mi Iglesia: ¿No será hora de que hagamos una autocrítica? ¿No será hora de preguntarnos por qué nuestras mujeres católicas abortan? ¿No será hora de mirarnos hacia adentro y de preguntarnos qué estamos haciendo mal que el mundo se aleja cada vez más de nuestra fe y elige otras espiritualidades? ¿Por qué queremos imponer por ley algo que no pudimos hacer por nuestras enseñanzas religiosas? ¿Por qué queremos imponer castigo y criminalizar con la vara de nuestra religión, cuando no pudimos hacerlo con nuestra fe y nuestra oración para nuestros propios fieles? (...) Hemos fallado porque hemos llegado tarde a entender la importancia de la educación sexual y los anticonceptivos. No logramos salvar la vida de ninguna mujer ni ninguna vida. Seamos sinceros, parte de nuestra Iglesia Católica se opone a la educación sexual y el uso de los anticonceptivos”. Es parte de un debate que recién empieza. La Iglesia puede hacer como si nada, volverse todavía más conservadora o abrirse para no quedar otra vez a la defensiva, como la cara de la reacción.
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