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Opinión

La playlist del libro de Macri

Primer tiempo, de Mauricio Macri

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“Señor, qué me estás haciendo/ He pasado todos mis años creyéndote/ Pero no puedo obtener ningún alivio”, cantaba Freddie Mercury. Mauricio Macri hizo suya la canción de Queen al punto de reproducirla con su voz y sin pudores en la televisión, frente a la mirada cómplice de Marcelo Tinelli, mientras construía su ascenso al poder político. “¿Qué me estás haciendo?”, debieron preguntar parte de sus votantes naturales aquel 2018 en que la economía se vino a pique y arrastró al Gobierno de Cambiemos hacia el foso de una derrota electoral inexorable. Ahora, Macri intenta explicar a esos y otros “creyentes” la trama de su fracaso y ofrecerles la posibilidad, como decía la canción, de que encuentren pronto a “alguien a quien amar”, alguien que no podría ser otro que él mismo.

Ese anhelo de contarles cómo fueron las cosas ha cobrado la forma de un libro: Primer tiempo. A lo largo de sus años de exposición, Macri nunca hizo gala de un aprecio por la cultura letrada (quedan como excepción a esa regla un almuerzo con Juan José Sebreli y su empática relación con Mario Vargas Llosa, quien creyó ver en el heredero de Socma un José María Aznar sudamericano, con el añadido virtual de Fernando Savater durante la celebración editorial). Pero un libro no se le niega a nadie, y menos en tiempos de tanta escritura colaborativa. “Autor perseguido”, lo ha llamado el columnista de La Nación, Pablo Mendelevich, por la decisión de una librería setentista de no vender el producto. La hipérbole es interesante: ubica al expresidente en una tradición de fugitivos que comienza con Martín Fierro y encuentra, en 1964, en la voz de Atahualpa Yupanqui, su continuación poético musical, en clave autobiográfica. “Tal vez, alguien haya rodado/ Tanto como rodé yo/ Pero le juro, créamelo/ Que vi tanta pobreza/ Que yo pensé con tristeza/ Dios por aquí y no pasó”, recita Yupanqui en el Payador perseguido. Si seguimos el razonamiento de Mendelevich, entonces se pasaría de contar las “penas extraordinarias” al compás de la vihuela en José Hernández, a las andanzas de aquel cantor errante que lo reescribe en los 60 mientras se acompaña sobriamente de la guitarra, para terminar, en 2021, en un simple guitarreo

Escribir. Rescribir la historia. Ser escrito por otros. ¿Por dónde pasa Primer tiempo? ¿Pasa por algún lado? ¿Remite a algún linaje libresco? ¿Podría ser acaso parte de la serie de libros de líderes o cuadros conservadores que volcaron sobre el papel sus experiencias políticas? Pienso en Memoirs of the Second World War, de Winston Churchill, Diplomacy, de Henry Kissinger o Erinnerungen: 1982 bis 1990, de Helmut Kohl, donde se revela el modo en que se anexó a la derrotada Alemania del Este, entre otros entremeses de la Guerra Fría. Los fragmentos que ya han circulado harían muy difícil ubicar al libro de Macri en la misma estantería.

Si nos guiáramos al menos por la portada, Primer tiempo busca establecer al menos una conexión visual con A Promised Land, el balance que hizo Barack Obama de sus años de Gobierno el año pasado. La analogía gráfica es evidente, aunque con una sutil diferencia de perspectiva: los ojos de Macri apuntan hacia la derecha. En el caso del libro de memorias de Obama, como el de su esposa Michelle (Becoming, de 2018), su autor consideró que sus años en la Casa Blanca deberían tener, además, un complemento musical, una suerte de memoria sonora. Por eso, al momento de salir al mercado, publicó la playlist de las canciones que marcaron su compleja gestión. “Mientras revisaba mis notas antes de los debates, escuchaba 'My 1st Song' de Jay-Z, o 'Luck Be a Lady' de Frank Sinatra”, explicó y, como si fueran notas al pie de una gestión, A Promised Land se acompañó en Spotify de ese corpus sentimental que integra a Beyoncé, Stevie Wonder, Bob Dylan (The Times They Are A-Changin, melos de los 60 norteamericanos) , U2, Bruce Springsteen, The Beatles (previsiblemente Michelle), Jay-Z, Frank Sinatra, Aretha Franklin, B.B. King, Brooks & Dunn, Eminem, Gloria Estefan, Fleetwood Mac, Sade, Phillip Phillips y, como rarezas, Miles Davis (Freddie Freeloder, de Kind of blue) y John Coltrane (My favorite things). “Durante nuestro tiempo en la Casa Blanca, Michelle y yo invitamos a artistas como Stevie Wonder y Gloria Estefan a realizar talleres vespertinos con jóvenes antes de celebrar un espectáculo nocturno en el East Room”, ha recordado Obama. Y se ha llevado en sus oídos la versión de Beyoncé interpretando At Last en el tradicional baile con el cual los presidentes inauguran su mandato. Nada se comparó, según el expresidente, con la presencia en el East Room de Paul McCartney o el propio Dylan.

¿Emularía el equipo creativo de Primer Tiempo el mismo gesto de Obama? A ver, ¿cómo sería una posible playlist del “autor perseguido”? ¿Qué repertorio de canciones ilustraron sus años de trasiego en la Casa Rosada y Olivos? ¿Incluiría a Tan Biónica, el grupo pop que amenizaba sus veladas en Costa Salguero tras las victorias electorales? ¿A Gilda, su caballito de batalla? ¿Fragmentos de La Boheme, la ópera de Giacomo Puccini? Algunas de sus melodías fueron incluidas en el repertorio de la función de gala con la que se reabrió el Teatro Colón en 2010, después de años de refacciones. Macri era entonces aspirante a presidente. Como jefe de Gobierno de la ciudad quiso no obstante que esa velada tuviera una lumbre inolvidable y por eso se invitó a Susana Giménez, Mirtha Legrand, Valeria Mazza, Graciela Borges, el diseñador Gino Bogani y Ricardo Fort, entre otros. Claro que Puccini no parece ser de las preferencias de Mauricio. Dicen que esa noche cabeceó de lo lindo en su palco. ¿Qué habrá escuchado en medio de esa imprevista soñolencia?

Decía Roland Barthes que “oír” remite a una audición pasiva. En cambio, “escuchar” es una acción psicológica, un desciframiento, y nos invita a escuchar como si leyéramos “Quiero pedir disculpas y decirles que los escuché”, dijo Macri en agosto de 2019. Fue un acto de ensayada contrición después de haber perdido las PASO y responsabilizado a los votantes de la escalada del dólar. El oído, entonces, funcionó como el órgano de la ecuanimidad. Macri entonces se grabó y puso a prueba la legibilidad de sus enunciados. Tal vez el libro sigue el camino de esas entonaciones, puestas en estilo, o eso es lo que quisieran pensar aquellos que todavía lo identifican como al único hombre capaz de derrotar al peronismo. Seguramente -aunque al revés de lo que postula Barthes- lo leerán como si lo oyeran, como si les reverberara aquel “no se inunda más” o ciertas palabras dichas con gravedad (“república”, “consenso”, “populismo”, “hermano”).

Pero sigamos con la eventual playlist. Solo a modo de un ejercicio que nos llevará de nuevo a Primer tiempo, aunque antes haya que señalar que tener gustos musicales y explicitarlos no es una condición sine qua non para un hombre de Estado (ya lo sabemos por el nazismo y el stalinismo, y qué decir, por otra parte, sobre la vocación pianística de Richard Nixon, que llegó a componer un Concierto, o Fidel Castro, quien le confesó a Tomás Borge su preferencia por las marchas militares). Si esa lista de canciones existiera, debería incluir sin dudas a la citada en el comienzo: Somebody to love, de Queen. Uno de los hechos llamativos de aquella versión macriana en Showmatch tiene que ver con que él y su imitador dieron la sensación de participar de un evento de karaoke. Como la banda de músicos no se veía, el espectador pudo pensar que sonaba aquella máquina diseñada en Japón para los “cantantes ocultos” y aficionados que se extendió luego por todo el mundo, causando furor en bares, reuniones y fiestas.

El karaoke ha sido una tecnología, un territorio y, también, un comportamiento cultural. El aparato, con sus acompañamientos pregrabados, le permitía al usuario tomar el micrófono inalámbrico y ser una estrella (como Freddie Mercury) durante unos minutos. Si algo ha generado el karaoke en todas partes es una suerte de público cómplice que festeja el deseo del cantante de mimetizarse con el referente más allá de las habilidades exhibidas. Había, en ese sentido, una regla implícita en aquel ritual: los que acompañaban al cantante ocasional debían hacerlo con entusiasmo, ser, en definitiva, solidarios hasta en el ridículo, la perdida de tiempo o la desafinación.

Me pregunto finalmente si la comunidad de lectores del expresidente no funcionará de la misma manera, por encima de lo que se diga, y de que lo pregrabado ha sido sustituido por otro aparato, uno enteramente textual.

AG

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