El Presidente del mientras tanto
Mal pero mejor de lo que se esperaba. Alberto Fernández cierra su primer año como Presidente con el alivio que genera ver la superficie calma de las múltiples cotizaciones del dólar, el indicador que durante varios meses lo arrastró a la inestabilidad por la caída de reservas, la falta de controles y la presión devaluatoria.
Después de un invierno largo en el que se acostumbró a la impotencia, el gobierno viene de lograr en pocas semanas la aprobación en el Congreso del impuesto a los ricos, la ley que recorta partidas a Horacio Rodríguez Larreta para beneficiar a Axel Kicillof, la media sanción del aborto legal en Diputados y la aprobación del ajuste sobre los jubilados en el Senado a través de un nuevo cálculo, que según Ecolatina, generará un ahorro del 1% del PBI para el Estado en 2021.
La Casa Rosada atribuye las cifras más dolorosas a factores que no domina o que la precedieron. Los casi 41 mil muertos a causa del Covid19 liquidaron el triunfalismo que envolvía al comandante Fernández en los primeros meses y las cifras escalofriantes de pobreza y desocupación encuentran a una sociedad extenuada y se matizan con el placebo de que lo peor ya pasó. Más allá de la polarización y el núcleo duro opositor que se desentiende de ese continente de heridos, en la entrada de su primer diciembre el Presidente se beneficia de la paciencia social y de la compasión que genera entre sus votantes que haya tenido que asumir una economía explosiva. No es un crédito que pueda extenderse mucho más.
Tal vez Fernández recuerde a la hora de los balances aquella escena de la que fue testigo, cuando Cristina Fernández de Kirchner le preguntaba delante suyo a Felipe Solá para qué quería ser presidente con “el quilombo” que lo esperaba. Le tocó a él hacerse cargo y nada resultó como lo había imaginado. Ni la promesa de encender la economía ni la consigna de rescatar a los que se habían caído al pozo durante la aventura de Macri ni la fantasía de volver a hacer lo mismo una vida después, “como lo hicimos con Néstor”. Con Martín Guzmán, el ministro que entró a último momento a su gabinete, Alberto logró la reestructuración de una deuda monstruosa que le permite al Estado respirar durante su gestión -no mucho más- y ensayar ahora una salida muy poco heterodoxa de la mano de un Fondo que se lavó la cara en tiempo récord después de asociarse al candidato Macri. De burócratas de Washington que vuelven con el traje de la sensibilidad social depende el margen de acción del peronismo para desafiar el mandato del ajuste en el año electoral.
Fernández puede tener razón cuando se enfurece con el canciller Solá por haber hablado de una reunión en la que no estuvo. También el equipo económico, que desliga al director por Estados Unidos ante el FMI, Mark Rosen, de la responsabilidad por una política que lo excede. Pero los Zooms y aclaraciones que hizo el gobierno ante el funcionario de Trump ilustran la dependencia de Argentina frente a su acreedor privilegiado, auditor y verdugo histórico.
De burócratas de Washington que vuelven con el traje de la sensibilidad social depende el margen de acción del peronismo para desafiar el mandato del ajuste en el año electoral.
En la entrevista que publica hoy el DiarioAR, Guzmán niega la incidencia del Fondo en el programa que apunta a reducir fuerte el déficit, elimina el IFE en la antesala de diciembre y prepara el aumento de tarifas para recortar subsidios. Pero se esfuerza con palabras para poner en marcha un experimento inédito: reeducar a los votantes del peronismo en una pedagogía del ajuste como mal menor. “Para transitar el camino de la estabilidad, sí que necesitamos converger al equilibrio fiscal, las cuentas en orden. No querer hacerlo en ningún momento sería no entender que hay restricciones que respetar”, dice. Es la prédica que viene de chocar en el terreno previsional con la vicepresidenta, que dio de baja en el Senado el artículo 6 de la Ley de Movilidad Jubilatoria.
En lo político, el Presidente no pudo cumplir el papel que se esperaba que actúe, como redentor de un peronismo no kirchnerista que acumula un ciclo largo de impotencia y orfandad a la sombra de Cristina. Vetada la construcción del albertismo, su activo principal pasa por refrendar la unidad en una coalición donde se imponen estructuras consolidadas: La Cámpora, los intendentes, los movimientos sociales y el massismo. A su lado, hablan de preservar el “todismo”, como si Alberto no tuviera más ambición que la de ser el nombre de una transición y se resignara a cumplir un papel de vehículo para un peronismo que no resolvió sus diferencias internas; sólo las puso en segundo plano ante el espanto que Macri provocó tanto en su auge como en su decadencia.
Fernández tampoco supo conformar a una Cristina que siente nostalgia de aquel jefe de gabinete “eficaz” que trabajó, sobre todo, a las órdenes de su marido. Las cartas de CFK confirman que la alianza oficialista lleva la contradicción adentro. Si la del 27 de octubre era un llamamiento para que el Presidente acuerde desde la debilidad con el establishment para apagar el fuego de la economía bimonetaria, la del 10 de diciembre contra la Corte del lawfare exhibe la frustración de Cristina en el terreno que más sufre. En un año de pérdidas generalizadas que termina según la UCA con más de 20 millones de personas bajo la línea de pobreza y con salarios que el Centro CIFRA ubica en promedio casi 16% abajo de 2015, a la hora de su balance público la vicepresidenta se desliga de la realidad que enfrentan los que viven en el borde -sus votantes más leales- y se concentra en lo que considera más vital: su situación personal, esas cinco causas en juicio oral que desde el gobierno no logra desactivar.
El Presidente no pudo cumplir el papel que se esperaba que actúe, como redentor de un peronismo no kirchnerista que acumula un ciclo largo de impotencia y orfandad a la sombra de Cristina.
Todo parece parte de un empate envenenado. Así como Ricardo Lorenzetti y la familia de Comodoro Py no pudieron suplir con escuchas televisadas, pedidos de desafuero y un festival de prisiones preventivas los votos que no tenían sus socios en el PRO y el PJ no kirchnerista, ahora CFK encuentra su propio límite para disolver ese poder que, según dice, la extorsionó. Peor que eso, abroquela a jueces que se aborrecen entre sí y representan distintos intereses.
El malentendido con Fernández a la hora del reparto de roles, la escasa disposición de Marcela Losardo y Gustavo Beliz para resolver los problemas de la vice y la incapacidad de los funcionarios cristinistas para cumplir con la misión encomendada depositan a Cristina en la esfera de la denuncia, más cerca de la queja que de la posibilidad concreta de iniciar juicio político a los supremos o ampliar el número de jueces de la Corte. Eso explica el regreso a las filas del oficialismo del auditor Javier Fernández, el todopoderoso operador de la escuadra Stiuso que hasta hace unos meses era considerado poco más que un espectro.
Aquella temporada de soledad y aislamiento, cuando sus exfuncionarios iban a la cárcel y ella organizaba las horas del día con sus abogados, no puede considerarse parte del pasado porque la política no encuentra forma de diluir el poder perpetuo de un estamento que, desde hace un tiempo, condiciona los procesos electorales en América Latina. Si Cristina reacciona ahora es porque considera que Alberto no es garantía suficiente y teme verse ante una derrota en la misma fila que Amado Boudou, Julio De Vido y tantos que masticaron bronca por la indiferencia de su jefa máxima en el momento en el que la doctrina Irurzun arrasaba con todo.
El Poder Judicial aparece en el final del año como el contrincante a vencer por el cristinismo. La mención de CFK a “fallos de neto corte económico para condicionar o extorsionar” al gobierno es leída en la Corte como alusión a las demandas de los jubilados contra la política previsional, la piedra angular de la reducción del déficit que ejecuta Guzmán.
A la hora de su balance público, la vicepresidenta se desliga de la realidad que enfrentan los que viven en el borde -sus votantes más leales- y apunta a lo que considera más vital: su situación personal.
Frustrada por ahora la ofensiva devaluatoria y con una recaudación que encadena tres meses de rebote tras caer a lo más hondo, otros factores de poder se disponen a un acuerdo con el peronismo. En el marco de un lobby a pura queja que siempre le rinde frutos, Paolo Rocca sonríe en los encuentros con el ministro de Economía y hasta hace pronósticos optimistas. Es más fácil para Guzmán entenderse con alguien que sólo se guía por la lógica de su negocio que conformar a un político insaciable como Héctor Magnetto. Endurecida de cara al debate por el aborto bajo el magisterio de Francisco, la cúpula de la Iglesia no quiere tampoco ir a un choque general con el gobierno. Por eso Oscar Ojea no dudó en llamar a un funcionario de íntima confianza de Fernández para desmentir la tapa de Clarín que anunciaba un documento inminente con críticas al ajuste y el intento de “limitar” al poder judicial.
La Rosada saca provecho además de la baja conflictividad que marcó el tercer año de caída en los ingresos y sabe que la presión de los Gordos de la CGT se limita a comunicados y declaraciones de ocasión. Sin embargo, como enseñó Hugo Moyano en su tiempo de líder, un sólo gremio puede paralizar el país cuando combina fuerza y decisión. Es lo que advierten en el mundo del agronegocio, que hoy está sentado a la mesa de los Fernández con más de 50 entidades del Consejo Agroindustrial que piden beneficios impositivos con el anzuelo de aumentar las exportaciones. La semana cierra con todos los puertos exportadores de Argentina paralizados por una huelga de 96 horas que unifica por primera vez en décadas a los tres sindicatos del sector: la Federación Aceitera, los aceiteros de San Lorenzo y los recibidores de granos. Diez mil trabajadores que reclaman aumento de sueldo afectan las ganancias de cerealeras como Cargill, Dreyfus, Bunge, Molinos, ADM, Cofco, Renova y Aceitera General Deheza, del magnate cordobés Roberto Urquía. Según CIARA-CEC, la cámara que reúne a gigantes en su mayoría trasnacionales, se pierden U$S 100 millones por día en el sector que más dólares genera. Con la soja en el nivel más alto de los últimos cinco años, una recomposición salarial sería menos costosa, pero es otra cosa lo que está en juego. Cercanas hoy a un gobierno que las necesita para respirar, las empresas este año se muestran más intransigentes que nunca. Pueden hacerlo ahora, cuando todavía faltan unos meses para la cosecha de soja de marzo, el mes bisagra para la tranquilidad duradera que ansía Fernández.
DG
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