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DOS DÍAS EN LA VIDA DE UN NACIONALISTA SIN FILTROS

Santiago Cúneo: “Nadie puede ser tan ingenuo como para creer que vamos a recuperar diplomáticamente lo que es defendido con armas”

Santiago Cúneo, en su búnker del centro, rodeado por memorabilia.

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El que no salta es un inglés. 

¿Y el que salta? ¿Qué es lo que convierte a un argentino en argentino, saltar? Okay, saltemos. Ahora, una vez que estamos todos saltando ¿Ahí qué pasa?

La muerte de la reina de Inglaterra no es, en la Argentina, una muerte más. Un día se va a morir Peter Shilton y también, tampoco.

La muerte de la reina de Inglaterra, en la Argentina, es un torno tocando un nervio. ¿Quién no salta en el dentista cuando el torno le toca el nervio? Saltás de dolor, de dolor agudo, porque, al final, si no saltás es que no te duele.

El que no salta no le duele.

1982, 1992, 2002, 2012, 2022: de algún modo, más simbólico que material, llevamos cuarenta años peleando aquella guerra todos los días y todos los días, de algún modo, la volvemos a perder. Si no fuera por el placebo de esos dos goles santos, no tendríamos ni el saldo del consuelo.

Haber completado el proceso de escisión entre el valor de los soldados que la pelearon y la miseria de los hombres que la decidieron no nos quita de la espalda una derrota que nos entra en el hígado del cuerpo nación, y nos pone rodilla en tierra. Entonces se muere la reina y acá salta la térmica de las cosas.

Saltan los tuits. El meme de Mirtha, salta.

Hay uno que, saltando, se va al pasto. Lo hace, claramente, con la voluntad de irse: con premeditación y alevosía. En realidad, se va al pasto a inaugurar su propia banquina. Porque el desborde también se construye. 

En vivo por su canal, el Canal 22, que sale por Twitch, por FB Live, por YouTube, Santiago Cúneo descorcha un champán cuando se muere la reina de Inglaterra y pide “un aplauso para Satánas que se la llevó” antes de llenar su copa. A fuerza de metralla, soltando un insulto desnudo, de fonda, y soltándolo uno detrás de otro, la pieza consigue lo que se propone: estremecer. 

Ahora bien, esa acción comando de su pantalla bélica se inscribe en la superficie de las cosas, es un hecho del cutis argentino. Yo ahí lo veo menos a Cúneo que a un país lastimado soltando bilis negra, saltando de dolor.

Los Escarabajos

Son las cinco de la tarde de un lunes y Santiago Cúneo me recibe en su oficina del centro porteño. Vamos a decirle oficina a este subsuelo con alma de búnker donde lo rodean sus divinos chirimbolos, como si alguien hubiera puesto a Cúneo en una escopeta cazadora y lo hubiera gatillado sobre las paredes. Y entonces acá están, esparcidos, los perdigones esenciales del sujeto que vengo a intentar comprender. 

Anoto: foto de Cúneo con el Papa Francisco. Retrato de Alfredo Palacios y foto de Aldo Rico. Un teléfono público naranja, con su disco y su ranura para los cospeles, memorabilia ENTel. Una bandera de Rusia. Una de Grecia. Un retrato del joven coronel Juan Domingo Perón. Un chapón redondo que dice YPF y uno cuadrado con la silueta de las Islas Malvinas. Una gigantografía del submarino ARA San Juan con su tripulación formada en cubierta. El barral de un perchero con sus ropas del día, sus corbatas, sus camisas, todas bajo el amparo de un gran poncho federal que las cubre. Una foto de Al Capone que le regaló la Tota Santillán. Voy de nuevo: una foto de Al Capone que le regaló la Tota Santillán. Un afiche de una obra en el Maipo. La obra, del 2011, lo tuvo a Cúneo como monologuista político y acá lo veo compartiendo cartel con Carlos Perciavalle y Gladys Florimonte. Sigo. Muñequito de Hugo Chávez. Foto de Cúneo con Mano de Piedra Durán. Foto de Cúneo con Mano de Piedra Durán y Diego Maradona. Más retratos: Quiroga, Perón, Alem, Frondizi. Foto con Menem. Foto con Duhalde y Chiche. Un televisor Zenith, brevísimo, con antena doble y canalera vertical. Debe ser de finales de los ochenta. Es donde Cúneo mira las noticias. Todo esto es una cueva estampada con el animal print de sí mismo, el tipo llena las paredes con las autopartes del que ha sido. Y todavía no fuimos para el estudio.

-La pudriste.

-En la película Corazón valiente, el personaje de William Wallace se adelanta hasta la zona de negociación solo para iniciar la batalla, para garantizarse que no haya ningún arreglo. Lo que hice el otro día fue para adelantarme a cualquier condolencia oficial de este Gobierno miserable, de esta clase política argentina miserable, y consolidar la batalla.

-Ah. No fue un arrebato, entonces.

-Le comunicamos al mundo que acá, con Malvinas, no hay arreglo. Que no tenemos ninguna intención de arreglar con Inglaterra nada, que no tenemos nada que charlar.

-Fue un acto razonado.

-Sí, claro. Tuvimos 70 millones de reproducciones. La Argentina fijó posición internacional porque yo la fijé.

-Conozco gente que se sintió violentada por ese festejo. Gente que cree en la causa Malvinas.

-¿Sabés qué dijo un coronel en el Estado Mayor, en una reunión de planificación, cuando le mostraron un dibujo de contrainteligencia que humillaba a los británicos? “Cómo les vamos a hacer esto a los ingleses”. Aquellos que se fijan en los modos, deberían primero fijarse en las consecuencias. Somos pobres y estamos sometidos por idiotas que creen que a los ingleses no hay que hacerles eso. 

-¿Qué hacemos, dejamos de escuchar a Los Beatles?

-¿A Los Escarabajos? Jaja. No me preocupa el origen del artista. Los grandes artistas, los verdaderamente grandes, no son de nadie. Mercedes Sosa es del mundo. Los Beatles también.

-Setenta millones de reproducciones son muchas reproducciones, pero no recuperan las islas.

-Inglaterra sostiene la colonia con las armas. Ellos no tienen una posición dominante en Malvinas si no es por una base militar con capacidad nuclear instalada allí. Nadie puede ser tan ingenuo como para creer que vamos a recuperar diplomáticamente lo que es defendido con armas.

-¿Y cómo lo vamos a recuperar?

-Argentina necesita socios en el mundo para recuperar Malvinas. Socios que tengan capacidad bélica y produzcan asimetría geopolítica favorable frente a la OTAN. Las Malvinas están ocupadas por la OTAN.

-¿Y esos socios son…?

-China. La Federación Rusa. Corea del Norte. Hoy las potencias que confrontan con la OTAN, nuestro ocupador, tienen capacidad bélica creciente. Debemos abrir caminos diplomáticos que tengan respaldo de persuasión militar.

-Ir a la ONU con un amigo grandote.

-También hay que fortalecer el tejido integral de la defensa nacional.

-Ningún socio es gratis, eh.

-No quiero socios gratis, quiero socios que me permitan recuperar Malvinas. Seguramente, no son estos que tenemos ahora.

Boke

Podemos dejar inaugurada la línea “Pasó Cúneo y dice que te fuiste a la mierda” para ir asignándola, según los excesos que vayamos encontrando. En la paleta de personajes que el show trash de la política argentina viene ofreciendo, Cúneo ocupa un lugar que es un contralugar. Expresa el último borde, un confín. Se lo ve cómodo ahí, el extremo le resulta un sitio natural y le permite ocuparse de la edificación de su hipérbole.

Ahora ¿En el horno de qué Argentina fue levando un sujeto así? ¿De qué ultramar de los barrios, la cultura, la política, llega? ¿Cómo se va fabricando, en este país, un Santiago Cúneo?

Nació, hace 52 años, en un conventillo de la Boca de la calle California, Vuelta de Rocha. Baño letrina y piletón común. Medios tanques donde sembrar papa, tomate, lechuga. Padre radical, frondizista. Arturo Frondizi es su padrino, y el de uno de sus hijos. Abuelo peronista por parte de madre, los Scandurra. Las agarradas eran fuertes, pero no salían del campo nacional, eran agarradas sin bolches. Putearse, se puteaban en dialecto. En siciliano, en genovés. No siempre entendían lo que se gritaban.

Padre bombero voluntario y empleado del Correo, se encontró con el ascenso social cuando pudo comprar un departamento en donde Belgrano orilla con Núñez, Estación Rivadavia del Mitre, en un edificio construido para el trabajador postal. El golpe lo agarró a Cúneo en la primaria y las Fuerzas Armadas le cercaron el barrio, por la proximidad con la ESMA. Fue y vino toda la vida entre La Boca y cualquier otro lugar donde le haya tocado vivir.

Cúneo está matrizado en la discusión política de la sobremesa nacionalista. La Revolución del Parque y el 17 de Octubre. Tenía trece años cuando la restitución democrática cambió el aire de todos y entonces salió a militar. Así, como venía trazado, arrancó en el radicalismo de la Afirmación Yrigoyenista con el senador Luis León y ahí estuvo, perdiendo internas con el alfonsinismo de Renovación y Cambio, aprendiendo el teje. Su relación con los radicales se terminó en 1987, exactamente durante la Semana Santa.

Había aprendido que la revolución del 43 no era lo mismo que la Libertadora, que Onganía, que Lanusse. Y entonces se convenció de que el levantamiento carapintada de Campo de Mayo de 1987 no era lo mismo que el golpe del 76. Estaba en la Plaza de Mayo escuchando a Alfonsín pensando que debía estar en Campo de Mayo con los tipos que habían pedido el fusilamiento de Menéndez por rendirse en la guerra.

Lo buscó a Aldo Rico. Él, Cúneo, fue y lo buscó. Se hicieron amigos. Fundaron el Movimiento por la Dignidad y la Independencia (MODIN). Rico, dice Cúneo, lo terminó acostando con una venta de votos.

-Todo lo bueno que había tenido como soldado, no lo pudo sostener éticamente como conductor. Nos hizo entrar al peronismo y vendió el instrumento que habíamos creado. Votos por plata.

-¿Cuánta?

-Veintidós millones de dólares. Cobró una parte nada más.

Todo en Cúneo parece ser así, crudito, como sale. Si Instagram inauguró la era del filtro, Santiago Cúneo está todo el día desinstagraméandose. Ahora son las 11 de la mañana, pero del viernes. Nos encontramos en Caminito. Cúneo carajea contra un presunto plan de destrucción de la identidad cultural de La Boca. Mira al piso, me dice que antes de este pavimento bruto se podía caminar sobre un elegante empedrado histórico. Que a nadie le importó sacarlo. Cúneo en verdad dice “sacarlo a la mierda” pero si vamos a reproducir cada fustazo de esa boquita, no. 

Paramos en un negocio de los que hay en cada metrópoli. En Manhattan venden autitos amarillos para que te lleves a tu país el taxi de la ciudad. Bueno, éste vende Copas Libertadores. Cúneo pregunta el precio. Seis mil. “Me llevo dos, pero charlamos”, le dice a la vendedora. Se van. No veo más nada. Vuelve Cúneo. Sale con dos Copas Libertadores recién compradas. No pregunto, pero me las imagino expandiendo el ancho de su museo urgente.

Caminamos entre las chapas de los cotorros que están perdiendo la guerra contra el óxido, entre las pinoteas venidas a menos. Por ahí hay una galería corte Saladita, la misma que podés encontrar hoy en calle Lavalle. Capaz el plan no era tan presunto.

Agarramos Vespucio y vamos sobre la trocha ancha de unas vías. Apenas salís de Caminito, La Boca raspa y lo que hasta recién era humildísimo folk para el desapuro del turista, ahora es pobreza sin banderines. Llegamos al conventillo donde vivieron los abuelos y entrar aplaudiendo, haciendo timbre con las manos, es un viaje súbito al grotesco discepoliano, pero sin la puesta de Mateo en el Cervantes. Esto parece dos veces lo real. Una escalera de madera en chanfle, apretada contra una medianera; un balcón interior pasándose de listo con la ley de gravedad, remachado a la hoja de lata que vendría a ser la pared; un tango de radio a transistores; un señor que asoma de la piecita, y asoma extraviado sobre su silla de ruedas, viendo de golpe toda esta gente, una fotógrafa, un pelado grandote, una periodista, otro periodista.

Cúneo y el señor se preguntan por ancestros mutuos. Tiran nombres en escalada hasta que uno de los dos dice: sí, claro, cómo no me voy a acordar.

Cuando llegamos al conventillo de la calle California me siento impelido a preguntar no sé qué estupidez de la nostalgia. Cuneo me dice que viene cada quince días, que qué nostalgia.

Patria y familia

Suenan duro las dos juntas, ¿no? Familia y patria ¿Cómo volver a leerlas, a decirlas, a llevarlas encima, sin la mortaja del pedo conservador?

Volvemos en la camioneta de Cúneo desde La Boca al centro. Él maneja, yo viajo atrás. Como no me mira, como solo me escucha preguntar, esto se parece a una sesión de terapia. Aprovecho entonces para ir por los puntos obligatorios. Y me entero: que la última vez que estuvo con Cristina fue en el Patria, tomando un té, con Alberto ya convertido en presidente electo. Que después no la vio más, porque este gobierno es una decepción (tampoco dice decepción). Que Néstor era el que sabía. Que a Cristina se la come su soberbia. Que va a trabajar para que Macri nunca más. Que eso no significa que apoye al Frente de Todos, que a lo mejor el candidato es él. Que va a ganar Lula. Que qué bueno que vaya a ganar Lula. Que cree en la democracia. Que no cree en la república. Que el modelo es la democracia confederativa. El tipo quiere hacer de la Argentina una confederación. Que no lo corre la época, ni los progresismos, ni las feministas. Que él bancó siempre toda diversidad porque en la mesa de los barrios se sentaba la trava, el puto, la marica, cualquiera se sentaba y nadie preguntaba y mucho menos se juzgaba. Dice que la familia se elige. Que son familia los que se reconocen familia. Le digo que parece un progre. Es la primera vez que se da vuelta.

-Si son familia los que se reconocen familia, no importa el género de sus integrantes

-¿Y por qué va a importar?

Miralo a Cúneo, tirando amplitud.

Le pregunto a qué cosa llama patria. Me dice que patria es, esencialmente, núcleo familiar.

En el estudio, Cúneo tiene un casco militar, original de la guerra de Malvinas. Una Virgen de Luján. Y, atrás de las cámaras, en una larga biblioteca lateral con una fila de autitos de colección, cada uno sobre su base y con su identificación de año y modelo. De a uno en fondo van saliendo el Dodge Polara del 74. El Renault 12 break del 73. Un Ami 8. Una Trafic. Un Mehari. Una Renault Fuego del 91. Un Sierra Ghía del 84. Un Mil quinientos. La Cuopé Chevy de mi papa, la del año 71, con el techo de vinilo negro. Una bolita. Una renoleta. Cuando voy a preguntarle che, Cúneo, cuál es tu favorito… iEl TORINO!

Mientras voy preparando la partida, en esa demora de los pendientes y las últimas preguntas, veo entrar por la misma puerta y en un lapso de diez minutos a Fernando Esteche y a Atilio Veronelli. ¿Cuántas estaciones caben entre esas dos terminales? 

Esteche se va rápido. Veronelli se queda contando historias de Antonio Gasalla y Juana Molina. Dice que hace poco fue a comer con Gasalla a la casa de Esmeralda Mitre. Que Gasalla le preguntaba por una actriz uruguaya. Una rubia. Que la sacó cuando Veronelli le nombró a Susana Giménez.

El que no salta es un inglés. ¿Y el que salta? Porque una vez que estamos todos saltando y ya somos todos argentinos, después no parece que sepamos muy bien cómo sigue. Dice Cúneo que Malvinas cierra la grieta. Que evitó el destino de extinción que teníamos como sociedad. Que nos dio causa. Que cuando te olvidás de dónde sos, basta que te nombren Malvinas para que te acuerdes. Ta’ bien. La pregunta igual, es, cuánto hay que saltar para que alcance.

AS

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