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ENTREVISTA
Daniel Grinbank: “Como sociedad, estamos siempre a un paso de Cromañón”

Daniel Grinbank

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Te amo, te odio, dame más... Daniel Grinbank dedica 355 páginas a prolongar el misterio de los puntos suspensivos con los que Charly García remata el estribillo de “Peperina”, la canción de Serú Girán que aporta el título para su biografía en papel. ¿Más qué? ¿Sexo, drogas, rock and roll? ¿Más… dinero? Todo eso, pero también política, fútbol y pandemia alimentan de intrigas y aventuras una película hablada que dura cinco décadas. Extractos de una conversación sobre poderes y glorias que comenzó una tarde de dos estrellas y terminó una mañana con tres.

-Estas memorias, con las que te proponías la primera versión del guion para un próximo documental sobre los años de Rock & Pop, terminan con un manifiesto de época entre indignado y sombrío…

-Pensé que íbamos a capitalizar mucho mejor el aprendizaje por lo ocurrido durante la pandemia. El asunto costó millones de vidas en el mundo y más de cien mil muertes en nuestro país, creí que algo íbamos a sacar de todo eso. Si tengo que comparar la sociedad prepandemia con la sociedad postpandemia, creo que retrocedimos, bajo todo punto de vista. Pensé que nos íbamos a dar cuenta de la necesidad de ir a un mundo más solidario y, la verdad, me equivoqué de pe a pa. ¿En qué terminó eso que sentíamos cuando, a las ocho de la noche, salíamos a aplaudir a médicos y enfermeros? Se fue todo al carajo. Jugamos a la política con cuestiones que no tendrían que haber entrado nunca a la política. Se le intentó dar tono de epopeya a que los aviones fueran a buscar vacunas a Rusia, cuando era lo natural que debía hacer cualquier esquema de salud pública. La política no tuvo escrúpulos en meterse en el medio de cuestiones sobre las que tendrían que haber prevalecido el bien común. Y no lo digo sólo sobre Argentina, lo digo por Estados Unidos con Trump, lo digo por Brasil con Bolsonaro. Se incrementaron los nacionalismos, primaron las cuestiones individuales por encima de las comunitarias…

 -¿Cuál sería la lección no aprendida?

-No veo que hayamos aprendido la lección sobre un tema que está en el centro de todo lo que pasó, y para el cual no existe ni va a existir vacuna: el cuidado del medio ambiente. La naturaleza, por ponerlo de alguna manera -soy ateo, agnóstico, no lo puedo atribuir a otra cuestión-, nos está dando una última chance. Obviamente, las generalizaciones no son buenas, y siempre hay excepciones, pero en lo general creo que lo que yo suponía que podía ocurrir de ninguna manera ocurrió.

-¿Desencanto o ira?

-Comulgo con muchísimos ideales que están deteriorados por el usufructo que hace de ellos la clase política. Resulta que enunciarlos te encasilla en un lugar de la grieta, y yo no pertenezco a ese lugar de la grieta. Mi desilusión es que gente que yo entendía apostaba por valores progresistas los deterioró y, al hacerlo, le hizo el juego a lo opuesto.

Aun así, soy un tipo que cree que la política se mejora con más política. Claro que creo en la necesidad de un Estado presente, pero jugó tan mal ese Estado en algunos momentos que entiendo que la reacción a eso sea el anti-sistema.

Nunca vi a una dirigencia tan desligada de la realidad, tan lejana a las necesidades de la gente. Por eso, a pesar de que a mí Milei me provoca asco -y si llegara a ganar podría terminar siendo peor que todos los males anteriores-, entiendo su surgimiento y su crecimiento. Y lo traduzco y es Bolsonaro, y es Trump, y es VOX en España, y es la derecha en Francia…

Hoy, el valor del respeto por el otro es la transgresión más grande

Mi gran enojo hacia ciertos sectores con los cuales podría coincidir no es sólo por su fracaso, sino porque dañaron valores de la democracia que va a llevar mucho tiempo reparar. Sin un gobierno como el anterior de Cristina, durante el que hubo tanta corrupción, no se explica la matrix del gobierno de Macri, durante el que también hubo corrupción, aunque fuera de otro tipo. El mismo Macri que viene a hablarnos de las virtudes de la sociedad qatarí, de que hay homosexualidad pero sin ostentación, como si fuera una vergüenza ser homosexual. O de que está muy bien que la gente no esté sindicalizada, cuando murieron más de seiscientas personas en la construcción de los estadio.

En cierto sentido, en temas que a mí me importan mucho, encuentro pocas diferencias entre aquel gobierno de Macri por el cual no voté, con este gobierno que sí voté.

-¿Por ejemplo?

-En políticas de medioambiente o en la relación con los pueblos originarios. Entre Sergio Bergman y Juan Cabandié no noto gran diferencia. Los dos lados de la grieta coinciden en esa forma nefasta de hacer política sólo marcando los errores del otro, sin propuestas propias. Vivimos en tiempos de fanáticos y talibanes, la racionalidad está totalmente ajena. Por eso hoy, el valor del respeto por el otro, por la diversidad, para mí es la transgresión más grande que se puede tener en este sistema. Estoy pensando como alguien que quiere otro país y otro mundo. A mí me duele lo que pasa, sobre todo por la falta de perspectiva. Porque vos podés estar mal, pero lo peor es no vislumbrar alternativas.

-Hablás de la política, pero todo lo que decís conduce a la economía…

-Tenemos una dinámica económica que hace que, en general, haya una dependencia política muy importante, porque el gran consumidor de todo es la obra pública estatal. Ahora, si lo que distribuyo está basado sólo en cargas impositivas, no construyo futuro, o el que construyo tiene patas cortas. Pensemos en el modelo chino, que es socialista dentro de China pero juega como capitalista hacia el resto del mundo. China mejoró su PBI per cápita a partir de que, primero, generó recursos y luego los distribuyó. Para mí ésa es ley sagrada: para distribuir, primero hay que generar. Yo no trabajo para el Estado, no hago shows para el Estado. Como empresario estoy dispuesto a pagar impuestos, pero no distorsivos. Argentina tiene impuestos muy altos, incluso impuestos que no existen en ninguna otra parte del mundo. Pero, aparte, tiene los gravámenes de la sociedad de gestión más altos del mundo. Entonces, cuando la gente dice “Puta, qué caras están las entradas” está omitiendo todo lo que de impuestos tiene ese precio.

-También fuiste empresario de medios. ¿Volverías a serlo?

-Los medios tienen una dependencia infernal de la publicidad oficial y no tengo ganas de entrar en ese laberinto. La incidencia del Estado es muy gravitante y eso no es positivo. Dependencia del Estado, pero también del empresariado, porque no podés desconocer los lobbies mineros ni podés ignorar los intereses corporativos para que, por ejemplo, no se divulgue el tema de la ley de humedales. En lo personal, yo le doy muchísima bola a mis cuentas de Instagram y Twitter, también quiero incursionar en TikTok. Estoy muy encima de todo lo que publico y comento. Pero, como empresario, estoy enfocado en los proyectos de management, voy a seguir con las exhibiciones y mi prioridad 2023 es el desarrollo del mercado latino en el hemisferio norte. También quiero entrar en una cuestión que tengo muy en mente, pero que todavía no empecé a ejercer, que es empezar a producir audiovisuales.

-Con vos como mánager, Charly tira por la ventana su primer televisor, demuele su primer hotel. Primero fue tu ídolo, después pasó a ser tu amigo, pero en algún momento se convirtió en alguien que “empezó a hacer boludeces”.

-Tengo la claridad de haber trabajado con uno de los grandísimos, pero grandísimos, genios de la cultura argentina. Charly siempre estuvo un paso adelante de su público. Propuso cambios sociales profundos en una sociedad muy pacata y, como ser sensible que es -porque obviamente sólo alguien muy sensible puede tener la creatividad que tiene Charly-, lo padeció. Y lo padeció mal. Lo padeció con Serú Girán, con La Máquina, con su carrera solista con Clics modernos. En su momento, ninguno de estos trabajos tuvo el reconocimiento que merecía, sino que llegó mucho después. Puede haber sensaciones encontradas en distintos momentos del libro, pero lo que tiene que prevalecer en la síntesis es el respeto que siento por él y la consciencia de haber trabajado con un genio, bajo todo punto de vista.

-Sobre el momento en el que le comunicás que no vas a seguir trabajando con él, escribís: “De volea, se la clavé en el ángulo”. Suena a revancha…

-No, era una época en la que tenía claro que no iba a seguir trabajando porque quería dedicarme tiempo completo a la crianza de mi primer hijo, pero no sabía cómo decírselo. No era un problema con Charly en particular. Ese día vino con uno de sus planteos y sí, la pelota quedó picando y se la clavé en el ángulo, pero fue porque no sabía cómo hacerlo de otra manera.

-Decís “El mejor grupo de rock que dio nuestro país”, refiriéndote a los Redonditos de Ricota.

-Quizás diría “entre los mejores”, junto a Pescado Rabioso, que fue un grupo extraordinario, o Sumo, que también lo fue. En el libro omití a Divididos, que también tiene que estar. Pero sí, en su momento, Los Redondos, con Skay y El Indio, me parecían uno de los mejores grupos de rock que existieron en el país.

-A pesar de eso, desististe de trabajar con ellos…

-Es que lo estoy diciendo como oyente, y no como productor. Creo que fue inteligente no haber sido mánager ni de Soda Stereo ni de Los Redondos. Sin embargo, si yo hiciera una síntesis de los grupos que más sonaron durante los primeros años de la Rock & Pop, dentro de los cinco primeros, seguro están esos dos. Y creo que son tan buenos, que le dieron un sonido a la radio. Los Redondos fueron un grupo extraordinario y El Indio es un gran letrista, de los grandes de la música.

-Anticipan, de alguna manera, a los grupos y a los públicos del rock chabón, a los que con te referís con dureza y distancia como “emergentes culturales prescindibles de una coyuntura económica decadente”.

-El rock chabón es un fruto de la decadencia del menemismo, la gran desocupación que derivo en la Alianza y explotó con el “Que se vayan todos”. Fue un ciclo de deterioro político, económico, social y cultural que tuvo como emergente una reivindicación que es más explicable desde lo social que desde lo artístico. La cultura de los trapos, la cultura de los barrios, la cultura del aguante… Todo pasa más por el sentimiento de pertenencia que por la vocación estética.

Reivindico a dos grupos post Redondos muy buenos, Los Piojos y La Renga. Pero, después de eso, viene un deterioro en general de la calidad musical. Es desde lo artístico que yo hago esta evaluación. Se parece al fútbol, cuando el espectáculo pasa por las tribunas, y no por el campo, te está hablando de un bajo nivel de la calidad deportiva.

-Sin embargo, artística y políticamente hablando, el rock siempre fue lo que sucede arriba y, también, abajo del escenario.

-Estoy de acuerdo. La protesta por la protesta es válida, pero si genera un hecho artístico que perdura es doblemente satisfactorio y mucho más relevante. El regreso de Mercedes Sosa, su vuelta después del exilio, podría haber concluido como un gesto de mera protesta. Fue un hecho político fuerte, contestatario, pero de un altísimo vuelo artístico. No se quedó sólo en la parafernalia panfletaria, sino que generó, teniendo eso, un alto nivel estético… que es lo que perduró en el tiempo.

-¿Por qué crees que la dictadura no le temía al rock?

-Yo creo que no terminaba de entenderlo. Por su sutileza, el rock no era tan visible como sí lo eran ciertos sectores del folclore contestario. Inclusive había un poco de desprecio de los sectores más radicalizado de izquierda hacia el rock, como una cuestión extranjerizante, foránea, muy sajona si se la toma desde su procedencia, y eso se vislumbraba, y también los sectores de la dictadura lo tomaban como tal. Éramos más un elemento exótico, no le generábamos el mismo ruido. No hay que subestimar, no obstante, el funcionamiento de las fuerzas policiales. La Policía Federal tenía dos dependencias, las divisiones de Moralidad y de Drogas Peligrosas, que nos jodían más que la política en sí misma. Suena a locura, pero quien determinaba si éramos morales o no era la policía.

-Al reconstruir la época de Malvinas, dudás en voz alta sobre haber hecho o no lo correcto organizando el Festival de la Solidaridad Latinoamericana en Obras.

-Dudé, y voy a seguir dudando, por los tiempos de los tiempos. En ese momento, bajar una línea pacifista cuando prevalecía la euforia belicista del “estamos ganando” me pareció que era importante. En ese sentido creo que, de alguna manera, puede haber tenido algo de subversivo el intento por instalar la palabra paz donde otros pretendían instalar la palabra soberanía. Pero, por otro lado, era evidente que haber mandado a todos esos chicos a la guerra tenía por objetivo perpetuar a los militares en el poder. Por eso respeto también a quienes no quisieron participar y reivindico a Virus y a Los Violadores. Tuvieron una claridad, una visión y una postura totalmente respetables. Yo tenía una visión, y lo hice con un objetivo. Ellos tenían otra. De ninguna manera puedo dejar de halagar su posición.

La protesta es válida, pero si genera un hecho artístico que perdura es mucho más relevante

-Describís algunas situaciones de negociación con censores militares y otras directamente de coima con controles policiales. ¿Transaste?

-Sería muy hipócrita y mentiroso si no contara cómo fue lo que me tocó vivir. Y, claramente, hubo cuestiones en las cuales tuve que negociar. Por ejemplo, tuve que mentir el repertorio de Mercedes Sosa sabiendo el riesgo que corría al hacerlo, pero de otra manera esos conciertos no se hubieran hecho. Puedo contarlo y, también, puedo decir que esos trece recitales posiblemente hayan sido de los hechos más importantes de mi carrera como productor.

-En épocas de democracia, y con el rock convertido en espectáculo de estadios, el poder toca la puerta para lograr la foto con los Stones o con U2…

-Nunca fueron situaciones buscadas, entraron siempre dentro de una cuota de cholulismo que no me gusta y, muchos menos, disfruto. Conozco de memoria por dónde transitar este tipo de cuestiones y no me generan placer, no les veo nada positivo. Obviamente soy el productor de los shows, pero después, lo que hagan los artistas es cosa de ellos. Tengo la obligación de transmitir los pedidos oficiales que me llegan o participar si las embajadas arreglan tal cosa, pero no por iniciativa propia. También es verdad, y eso no lo cuento en el libro, que produje shows en Colombia en época de guerrilla fuerte y tuve que trabajar con la embajada inglesa por la protección de Elton John y con la americana cuando llevé a Bon Jovi. Pero era un medio para un objetivo, la seguridad personal de esos artistas…

 -David Bowie, Ferro, 1997: “Seguramente, en el top 10 de mis shows”. ¿Cómo se completa esa lista?

-Destaqué ese show porque no es tan reconocido. Todos los de los Stones o el de Bjork cuando reinauguramos el Ópera fueron tremendos. El de Daft Punk, extraordinario. Mercedes Sosa en el Ópera, también. Muchos superlativos recitales de Charly, el show de Lou Reed en el Gran Rex, la primera venida de Guns N' Roses, AC DC…

-A pesar de tu postura anti-rock chabón, hablás con muchísimo cariño de Ramones…

-¡Sí! ¡Tenían personalidad! Eran buenísimos con los temas de ellos, eran buenísimos haciendo covers y en vivo eran una aplanadora. Me puedo poner a escuchar veinte temas seguidos de los Ramones y me gustan, no creo que de rock chabón pase de dos temas. No digo ni que esté bien ni que esté mal, es lo que me pasa a mí y el libro lo escribí pensando en lo que me pasa a mí.

-Volvés sobre la historia de la chica que se suicida porque su papá no la deja ir a ver a Guns N´ Roses o el chico degollado en la cola de los Stones, también hablás de Cromañón…

-Son todas situaciones distintas. Lo que tienen como denominador común es la muerte y, bajo todo punto de vista, siempre la muerte es traumática. La tragedia de Cromañón expone el deterioro cultural en toda su magnitud. Por aquí, el Estado que prioriza siempre al vecino frente a los chicos, que murieron intoxicados por lo que se estaba usado para aislante para que el audio no saliera para afuera. Esto está probado, no lo digo yo. Por allá, la locura de un grupo de productores que se prestaban al delirio de la pirotecnia en lugares cerrados, porque no era el primer recital en que aparecía una bengala. Es la misma locura que también se vive en las canchas de futbol y me lleva a preguntar por qué tiene que haber muertos para que se terminen de adoptar medidas preventivas que deberían ser obvias. Son asuntos inexplicables si no los ponemos dentro de un contexto de deterioro social, de pérdida del valor de la vida.

-En el capítulo futbolero, visitás a Grondona en su corralón de Avellaneda. Evidentemente vos no veías la vida de la misma manera que él, pero, al mismo tiempo, hay algo de admiración, por ponerle alguna palabra, en lo que contás.

-Admiración no sería el término exacto, sí respeto. En determinados asuntos, hay factores de poder que no se pueden eludir. Entonces, si yo quería ingresar en el fútbol argentino, no podía dejar de pasar por Grondona. No hacerlo era inmolarse, y no tengo vocación de mártir.

-¿Tenés una asignatura pendiente como empresario de fútbol?

-Aunque en algunas cosas te haya ido bien, eso no se traslada necesariamente a que te vaya bien en todas las demás, y eso sí es un aprendizaje. Estuve por volver a intentarlo el año pasado, tras ver en una situación muy cruel y triste a mi club, Independiente, pero me di cuenta de que lo que proponían era inviable.

-¿Cuáles son los obstáculos?

-El de la comisión directiva, la barrabrava y el periodismo deportivo es, en general, un mundo al que no tengo ganas de pertenecer, y no hay manera de estar jugando ese juego sin pertenecer. Pude haber tenido ganas de participar del ecosistema del fútbol pensando, utópicamente, que lo podía cambiar, pero después llegás a la conclusión de que no se puede.

Somos sobrevivientes en la jungla, pero la jungla no nos permite salir de sus leyes

-¿Te arrepentís de no haber ido al Mundial?

-Sí, en algunos aspectos habría sido una experiencia extraordinaria, como tipo futbolero me hubiese encantado estar en la cancha, sin lugar a duda. También es verdad, y vale como premio consuelo, que viví una semana única al ser testigo de la sorprendente manifestación popular que terminó con el fallido viaje de la Selección tratando de llegar al Obelisco. ¡Cinco millones de personas saliendo de golpe a la calle a festejar sin reglas y, aun así, pudimos sobrevivir con incidentes absolutamente menores! Apareció ese caos, por un lado, y esa enorme alegría por el otro, todo en una coctelera que nos pinta. Quedó expuesto todo lo bizarro que podemos ser como sociedad, tan peculiares y particulares. Fue una fotografía muy clara de nuestra sociedad. Estamos siempre a un paso de Cromañón.

Está claro que tenemos una capacidad de supervivencia extraordinaria, pero estaría muy bueno no haber tenido que desarrollar a este extremo el instinto para sobrevivir. Somos sobrevivientes en la jungla, pero la jungla no nos permite salir de sus leyes.

-De nuevo la política sobrevuela coqueteando con apropiarse de la situación…

-El intento de Wado de Pedro por tener una foto con Messi es, de mínima, grosero. Por el otro lado, desde la derecha afloró una insensibilidad hacia lo popular muy grotesca, de crítica fácil sobre una manifestación masiva de la alegría que iba más allá del fútbol. En la especulación de tornarlo todo político vamos para atrás.

-En uno de los capítulos finales, el libro cuenta la despedida a tu padre y como, cumpliendo con su pedido, familia y amigos cantan “Gracias a la vida”. ¿Ya pensaste con qué canción te gustaría que te recuerden?

-Quizás “Let it be” o, mejor, “Imagine”. Aunque no podrían faltar los Stones, y entonces pediría “You can´t always get what you want”. Cuando estaba terminando el libro vi Get back, el documental sobre Los Beatles de Peter Jackson, que me pareció buenísimo. Justo coincide con un momento en el que estoy pensando en reinventarme. Fui y vine mil veces pensando ¿y si pongo Posdata: “Get back”? No lo puse en el libro… pero podría ser una buena despedida.

MF

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