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“Volvemos en Senado”: el festejo que erizó la avenida Callao

Una multitud festejó en las calles tras la media sanción de la legalización del aborto

Julieta Roffo

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Sergio Massa dice “se vota” y entonces la avenida Callao se eriza. Las chicas y los chicos que se habían quedado dormidos, recostados sobre alguna vidriera o tendidos en pleno asfalto, se levantan rápido. Como si un despertador avisara que es ahora o nunca. Las que hacían fila para comprar café y medialunas priorizan la calle por sobre el hambre. Las que tienen más energía alcanzan a subirse a los contenedores de basura para ver mejor. Las que tenían el pañuelo verde atado a la mochila o a la muñeca ahora lo estiran, lo levantan, lo embanderan y así esperan.

Sergio Massa dice que hay 131 votos positivos, 117 negativos y 6 abstenciones, y esas miles de mujeres ya no esperan más: el momento de festejar la primera media sanción de la legalización de la Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) es ahora. 

Lo primero que se escucha es un grito colectivo que no dice ninguna palabra pero que quiere decir alegría, alivio, cansancio y emoción, todo junto. Enseguida se escuchan dos de las canciones que son banda sonora estable de la parte callejera de la lucha por este derecho: la “aaaborto legal, eeen el hospital” y la de “arriba el feminismo, que va a vencer, que va a vencer”. Hay algunas bombas de estruendo, bengalas de humo verde y tambores que, si fueran corazones, tendrían taquicardia. Algunas mujeres no hacen ruido: lloran en silencio. Intentan una estrofa pero no pueden, todavía les queda llanto.

¿Cuánto tiempo había estado aguantado este abrazo que ahora se dan tres adolescentes, una madre y una hija, una pareja de mujeres y dos amigas de más de 50 años? La espera, la insistencia, el cansancio que no alcanza para no volver hasta las puertas del Congreso, tiene capas, como la cebolla y como los cambios que operan la historia.

Los abrazos alivian una noche mal dormida sobre alguna bandera con el asfalto de Callao hecho catre. O no dormida, sino brindada a un poco de baile, otro poco de pintadas en las paredes que dicen “mi deseo, mi deseo, mi deseo”, y mucho de atención a las pantallas gigantes que transmitieron la sesión: aplausos ante el anuncio de algún voto positivo, rechazo en forma de “buuu” ante los negativos y las abstenciones.

Alivian los dos años y cuatro meses que hubo que esperar desde que el Senado rechazó el proyecto de ley que por primera vez había llegado al recinto. Y los meses transcurridos desde que Alberto Fernández anunció que impulsaría la legalización de la Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) hasta que efectivamente se presentó el proyecto.

Son abrazos que incluso vienen de más atrás, según cuántos millones tenga el DNI. Pueden venir desde 2007, cuando llegó a la Camara de Diputados el primer proyecto de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, o desde 1973, cuando por primera vez se repartieron volantes callejeros que exigían ese derecho. O desde el año en el que la reivindicación del aborto como un derecho a decidir sobre el propio cuerpo y sobre los propios planes de vida hayan encontrado a cada una de estas personas que ahora, después de 20 horas, celebran.

Hay fiesta y hay, también, un cansancio evidente que viene justo después de cantar, gritar o tocar el tambor. Y que apura la desconcentración, prolija y alegre, hacia colectivos, subtes y autos que dan bocinazos como cuando se gana algún partido de los importantes.

Un grito atraviesa Callao a la altura de Bartolomé Mitre. Sirve de advertencia y de charla motivacional. Dice: “Miren que volvemos en Senado, eh, hay que estar de nuevo acá”. Es que a este cambio histórico le faltan todavía algunas capas.

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