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EN SANTIAGO DEL ESTERO
Denuncian cómo las fumigaciones en campos de soja y maíz afectan a los campesinos y matan sus animales

En Santiago del Estero las fumigaciones se intensifican entre noviembre a marzo

Celeste del Bianco

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La avioneta rodeó las casas con techos de chapa. Horas después, sobre la tierra quedó un tendal de gallinas junto a sus crías muertas. Un gallo resistió algunos segundos más, se tambaleó y dió vueltas hasta caer con un sonido penetrante. Un día después de Navidad, el 26 de diciembre de 2021, la casa de Norma Salvatierra en el Paraje San Roque, al Noroeste de Santiago del Estero, fue fumigada desde el aire. La avioneta que sobrevoló los campos de soja y maíz linderos también esparció los agrotóxicos sobre su vivienda. En los animales se vieron las consecuencias inmediatas. 

El cura Sergio Raffaelli denunció la situación en un video en el que se ve la secuencia.  Imágenes de una situación que se reitera en el Departamento Jiménez, de 5300 kilómetros cuadrados en el límite con Tucumán. Cada noviembre, empiezan a circular las avionetas para fumigar los campos que alrededor de 50 empresas cultivan en la zona. Hay provinciales, pero también de Tucumán, Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y Chaco. En el medio, las comunidades campesinas padecen las consecuencias de la agricultura extensiva que conlleva fumigaciones periódicas hasta marzo, cuando termina la época de lluvias. 

“Las fumigaciones con veneno son habituales desde noviembre a marzo, diarias. Son muchas las empresas que están en el departamento, cuando no es de un lado, es del otro. Sea vía terrestre con mosquitos o vía aérea con aviones. Las familias campesinas viven estos meses con mucho miedo y preocupación, son conscientes de que ese veneno que mata a sus gallinas es el mismo que respiran”, le dice el sacerdote de Santiago del Estero a elDiarioAR. Además de la muerte de los animales, está el agua. En ese reducto de monte virgen rodeado por campos de soja, el agua se guarda en reservorios abiertos: calicantos, tachos grandes o aljibes. Es el agua que usan para limpiar, cocinar o bañarse. “Hay causas en la justicia federal porque muchos empresarios tucumanos tienen campos en Tucumán y en Santiago del Estero. Las avionetas salen de una provincia y van a la otra. Se han logrado poner multas y amparos para que no fumiguen por un tiempo, pero más que eso todavía no”, agrega Raffaelli que pertenece al Grupo de Curas de Opción por los Pobres. En el caso de la fumigación en la casa de Norma Salvatierra se hizo una denuncia penal contra un empresario francés. 

“La primera consecuencia, muchas veces, es la expulsión de los territorios por parte de los empresarios. Las comunidades que no están organizadas, a veces, son engañadas para que se vayan. Por las buenas o por las malas. Quedan encerrados por las fincas y no pueden criar animales como lo hacían antes, a campo abierto. Muchas veces, la fumigación produce la muerte de sus animalitos, la contaminación del agua, erupciones en la piel, abortos espontáneos. Hay cada vez más niños que nacen con malformaciones, muertes por cáncer, casos de leucemia linfoblástica aguda. Son las consecuencias visibles de este modelo”, enumera el cura.

Ante la situación persistente, en la zona se creó la Mesa Provincial de Agrotóxicos y Salud de Santiago del Estero que está integrada por familias campesinas de los departamentos de Jiménez y Río Hondo, entre otros lugares. También hay representantes de la municipalidad de Pozo Hondo, la Comisión Municipal de Abra Grande, el INTA y el Instituto de Estudios para el Desarrollo Social.  En esa mesa también está Emma Contreras que vive en el Paraje Los Soraires, a 100 kilómetros de San Roque. Desde hace más de una década lucha contra las fumigaciones en sus tierras. La última fue el 15 de diciembre, cuando escucharon una avioneta sobrevolar por el techo y salieron agitando los brazos para que terminaran. En el 2019 denunció a la familia Briz, que tiene campos alrededor de su casa, por infracción a la Ley 24.051 de Residuos Peligrosos. Ni siquiera en la pandemia dejaron de fumigar. En marzo de 2020, dos días después de decretarse el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio, los aviones pasaron otra vez para esparcir el glifosato sobre los sembradíos de soja, caña y maíz y pasaron muy cerca de su casa. “En el 2021 nos fumigaron tres veces en menos de cinco días”, le cuenta a elDiarioAR. 

“Nadie les dice que no fumiguen, pero que nos respeten a nosotros. Ellos siguen fumigando a pesar de que hay una restricción del fiscal de que lo hagan a 500 metros (que ahora se bajó a 200 metros en línea recta),  que no corra viento, que la humedad sea adecuada, que el veneno tiene que venir con la receta y que la maquinaria tiene que estar aprobada. En la provincia, hay dos o tres mosquitos aprobados nada más. Ellos nunca respetaron y cuando les fuimos a pedir que no lo hagan, nos quisieron pegar”, cuenta. 

En el límite del terreno hay una cortina de plantas de tuna para frenar el viento que lleva gotas de los herbicidas. En la casa de la familia Contreras ya saben que cuando las tunas muestran puntos marrones, se secarán y morirán. Es lo que les pasa a los paraísos y las moras, a las que se les caen las hojas cada vez que pasa la fumigación. “Tenemos cabras que sufren. Cuando están en tiempo de preñez, los animalitos nacen con malformaciones o con una tembladera. Las palomitas también, todas las aves del campo se mueren. Las plantas se mueren”, agrega la mujer. 

“Acá es todo el año así. Empezamos desde octubre que empiezan a fumigar para preparar el campo. Siembran en diciembre y cada quince días viene el mosquito para matar el yuyo. Hacen cinco o seis aplicaciones de veneno en un mes o dos meses, enero y febrero. Cuando levantan la cosecha, vuelven a preparar el campo y siembran trigo. Y así seguimos”, cierra.

CDB/MG

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