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La dieta mediterránea, una aliada del pasado con las claves para sobrevivir al futuro

La dieta mediterránea, una aliada del pasado con las claves para sobrevivir al futuro

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En el año 2050, el planeta tendrá 9.700 millones de personas, 2.000 millones más que ahora. Para alimentarles habrá que aumentar la producción de alimentos un 30% y hacerlo en un contexto de crisis climática en el que el agua será un bien limitado y miles de especies comestibles estarán en peligro de extinción.

Administraciones, agricultores y ganaderos serán esenciales para el futuro de la alimentación humana, pero no serán los únicos: los científicos y los consumidores también jugarán un papel importante.

Muchos investigadores buscan soluciones a estos retos y todos coinciden: el futuro está en la dieta mediterránea.

“La dieta mediterránea es la que producimos y consumimos, es variada y sana para el organismo. Y también es la más adaptada a nuestro entorno. Esta vuelta a las raíces es una de las vías para mitigar el cambio climático”, asegura Tomás García Azcárate, del Instituto de Economía, Geografía y Demografía (IEGD) del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).

Fomentar la dieta mediterránea es el objetivo principal del IEGD, donde intentan que agricultores y empresarios se ganen la vida de una manera sostenible “para la economía y para el planeta”, promoviendo el comercio local para que “los que viven de ello lo hagan dignamente y para que los consumidores sigan una alimentación sana y variada”, explica en los encuentros Cicerón organizados por el CSIC.

PRODUCTOS CON UNA SEGUNDA VIDA

En los centros de investigación del CSIC, son muchos los que buscan nuevos productos adaptados al cambio climático, basados en la dieta mediterránea y pensados para un consumidor cada vez más informado y exigente.

“En las últimas décadas ha habido un cambio radical del consumidor frente a la alimentación. Muchos saben que una correcta alimentación acompañada del ejercicio físico son esenciales para tener un envejecimiento saludable y reducir el riesgo de sufrir enfermedades crónicas, que son las epidemias del siglo XXI”, explica a EFE Dolores del Castillo, del Instituto de Investigación en Ciencias de la Alimentación (CIAL-CSIC).

En este centro conocen bien la estrecha relación que hay entre alimentación y salud y, por eso, analizan los alimentos desde todos los ángulos con un único objetivo: conseguir una alimentación “sostenible, saludable, sensorialmente agradable y asequible a todos los consumidores”.

Con ese objetivo, producen alimentos enriquecidos, buscan alternativas a las proteínas de la carne y simulan procesos digestivos para ver cómo la microbiota y el metabolismo alteran los alimentos, pero, sobre todo, están especializados en algo esencial en un contexto de cambio climático: dar una segunda vida a productos o desechos que no se utilizan.

“Uno de los más estudiados es el del café. Para hacer una taza de café solo empleamos el 4% de la cereza, el otro 90% que desechamos es rico en nutrientes y compuestos bioactivos que pueden reducir, por ejemplo, el riesgo de patologías crónicas”, comenta Del Castillo a EFE.

En el CIAL usan la cáscara del café para preparar “snacks” saludables, como galletas o barritas energéticas, y bebidas instantáneas energéticas “con valor añadido para lograr una salud sostenible”.

Y con el bagazo de la cerveza, hacen galletas de bajo contenido en azúcar, alto contenido en fibra y proteínas añadidas que además están hechas con una forma de producción responsable y de aprovechamiento de los desperdicios, lo que “nos permite tener productos saludables y con menos impacto en el medio ambiente”, apunta la investigadora.

En el Instituto de Ciencias y Tecnología de Alimentos y Nutrición (ICTAN), hacen algo parecido. Ellos han desarrollado una mezcla con cacao y harina de algarroba -una legumbre mediterránea- que presenta una gran cantidad de polifenoles, unos compuestos bioactivos capaces de protegernos contra algunas complicaciones cardiovasculares asociadas con la diabetes tipo B.

Y en el Centro de Edafología y Biología Aplicada del Segura (CEBAS), bioestimulan a las plantas para que produzcan compuestos bioactivos con los que elaborar bebidas naturales enriquecidas y hechas con productos de la dieta mediterránea.

Estas bebidas, procesadas con mecanismos como la pausterización que permite conservar todas las propiedades, contienen compuestos bioactivos que ayudan a prevenir el cáncer y las enfermedades cardiovasculares o metabólicas y los problemas relacionadas con la obesidad, la diabetes, el síndrome metabólico, la inflamación intestinal o enfermedades neurológicas como la epilepsia o el dolor.

Además, son sostenibles porque se hacen con productos de desecho de la agricultura o de segundas calidades lo que reduce la huella de carbono.

CULTIVOS TROPICALES

Aunque la dieta mediterránea se basa en la vid, los cereales y el aceite de olivaHastya , con el tiempo llegaron nuevos productos de África (como los cítricos) o de América (como el tomate y la patata) y en los últimos años se han incorporado cultivos tropicales como el aguacate, el mango o la chirimoya.

No son productos típicamente mediterráneos, pero se han incorporado a nuestra dieta, por eso es importante producirlos localmente para evitar las importaciones y reducir la huella de carbono.

“Traer a Europa un aguacate de América exige entre 3 y 4 semanas de transporte en barco, cuando este alimento se puede producir en la costa andaluza y el Levante y en zonas de Italia y Grecia”, razona Iñaki Hormaza, del Instituto de Hortofruticultura Subtropical y Mediterránea “La Mayora” en las jornadas del CSIC.

Además, cultivar estas frutas en el área mediterránea daría más seguridad a los productos -los controles de calidad de la UE son de los más restrictivos del mundo- y permitiría recolectarlas más cerca del punto óptimo de maduración, mejorando las cualidades organolépticas.

Los científicos de 'La Mayora' estudian ya cómo adaptar también al clima mediterráneo nuevos cultivos como el lichi, la papaya o carambola para introducirlos a la agricultura española.

Pero si hay un centro que esté cerca de hacer alquimia es el Instituto de Química Física Blas Cabrera, donde Armando Albert investiga para aumentar el rendimiento de los cultivos por gota de agua consumida, algo que será crucial en los próximos años. Y parece que han dado con la solución.

Tras muchos años investigando las proteínas que controlan la apertura y el cierre de estomas, Albert y su equipo han determinado la estructura tridimensional de estas proteínas y con las mismas técnicas que usan las farmacéuticas para desarrollar medicamentos, han diseñado un compuesto que regula la apertura y el cierre de las estomas de una planta.

Las estomas son como unos pequeños poros que están en las hojas de las plantas y que se encargan de regular la transpiración de la planta, un proceso vinculado a la fotosíntesis en el que pierden gran cantidad de agua.

Ese fármaco (ISB 09), que ya ha sido patentado, actúa sobre la planta de manera exógena y cierra la estoma de la planta con resultados espectaculares: por ejemplo, en tomateras, han conseguido que resistan a sequías intensas de 8-10 días, aunque también se ha probado en trigo con los mismos resultados, una resistencia increíble a la falta de agua.

Por sí solo, ninguno de estos estudios obrará el milagro, pero, entre todos, es muy posible que podamos asegurar la demanda de alimentos del futuro y hacerlo de manera sostenible y segura y saludable.

Elena Camacho, para la agencia EFE.

IG

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