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Una granada casi lo mata y le dieron de baja: la odisea de 14 años de un soldado para cobrar su indemnización

Oscar Dávalos Peralta tenía 24 años cuando una granada le explotó en un Regimiento de Santa Cruz.

Alejandro Marinelli

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Lo repite de memoria y dice que todavía lo sueña seguido. Era apenas después del mediodía en el Regimiento de Caballería de Tanques de Puerto Santa Cruz. Con otros tres soldados y un instructor revisaban armamentos viejos para sacarlos de circulación. Rodeados de pólvora, desarmaban granadas que debían llegar sin carga. Cualquier chispazo los podía hacer volar a todos. Cuando abrieron un cajón, una de las granada cayó al piso. El instructor vio que aún tenía el detonador y se le tiró encima para protegerlos. Oscar Dávalos Peralta estaba al lado. Sintió la explosión en todo su cuerpo, lo hizo volar y quedó aturdido y tendido en el piso. El humo negro no le dejaba ver lo que había sucedido alrededor suyo. Por momentos dejaba de escuchar y se desvanecía. Cuando se despertaba sentía frío en la panza y en sus piernas. Desde ese momento, sus recuerdos son borrosos: atado a una camilla, ya sin ver de un ojo, consciente de a ratos, hasta que volvió a despertarse en la cama de un hospital.        

“El instructor Fabio Vallejos dio la vida por nosotros, sino hubiéramos muerto todos. Nunca tendríamos que haber estado en contacto con explosivos, no nos capacitaron para hacerlo. Eso lo tenía que hacer personal especializado, pero como no había lo hacíamos los soldados”, explica Dávalos Peralta y agrega detalles de ese 1º de agosto de 2007. “Después de la explosión, me quise parar y volví a caerme. Ahí me di cuenta de que tenía mal la pierna. Fueron pasando cosas que me enteré mucho tiempo después. Uno de los soldados, que dos minutos antes había salido del galpón, llamó por teléfono a la guardia central. Pero no le creyeron porque no habían escuchado la explosión. Estuve 30 minutos tirado, porque además tenían miedo de entrar y que hubiera nuevas detonaciones”, relata el ex soldado, que entonces tenía 24 años.  

Primero lo trasladaron al hospital de Puerto de la Cruz, donde lo operaron de urgencia por una fractura de tibia, para recomponer su intestino delgado y le sacaron las esquirlas más grandes. Luego lo llevaron al hospital militar de Río Gallegos. “Allí, mi hermano me quiso ver y no lo dejaron. Él hizo público el caso en los diarios. Se pusieron tan estrictos que grabó cuando los médicos no lo dejaban verme”, relata el primer llamado de atención. Los otros dos soldados que estaban en el polvorín tenían heridas más leves y al poco tiempo le dieron el alta. Pero él necesitaba un lugar de mayor complejidad para que lo intervinieran.

“Seis días después de la explosión me llevaron a Buenos Aires y tuve un paro cardíaco durante el vuelo. Me internaron en el Hospital Militar. Estuve dos meses dormido. Cuando desperté, los médicos quisieron sacarme la morfina. La pasé muy mal porque mi cuerpo estaba acostumbradísimo, casi como un adicto”. Luego de recuperar la conciencia, Dávalos Peralta estuvo 4 meses en rehabilitación. “De los médicos, no me quejo, ellos me reconstruyeron -aclara el ex soldado-. Los kinesiólogos me enseñaron a caminar de nuevo. Me pusieron clavos y un tutor externo para soldar los huesos. Dos meses después de eso, me pusieron los yesos. A los cuatro meses me trasladaron al predio del Regimiento de Patricios, pero como aún tenía perforados los intestinos me regresaron al hospital tres semanas más”. Todavía le faltaban cirugías en los muslos, en la mano y en los ojos. Una seguidilla que duraría seis meses.  

Cuando le dieron el alta, Oscar pidió volver al regimiento Puerto Santa Cruz. Aún tenía los yesos pero quería que le dijeran cómo iba a ser su futuro. Al llegar le informaron que muy probablemente le iban a dar de baja, pero que había que esperar a que su expediente se resolviera.

Como tenía que hacerse los controles de los ojos y viajar seguido a Buenos Aires, Dávalos Peralta pidió el pase al hospital Militar. Allí, una vez que le pusieron una prótesis en la vista, comenzó a trabajar en el hospital. “Hacía trabajos administrativos, cargaba documentación al Estado Mayor y al Comando de Sanidad. Esperaba la resolución de mi caso. Pensaba que me podría quedar allí cumpliendo esas funciones”, rememora. Pero en 2010, lo llamaron para explicarle que su caso se había cerrado, que le daban la baja. “Me dijeron que había quedado ‘inutilizado para todo servicio’ y que para el Ejército ya no era ‘apto’. Esas fueron sus palabras”. En la notificación de la baja, el Ejército reconoció que todo le había sucedido mientras estaba de servicio. Por lo tanto le correspondía una pensión.   

Ahí me cortaron la obra social. Me seguía atendiendo pero me paseaban por todos lados para autorizarme los estudios. Era lo mismo que hacerlo en un hospital público. Después me mandaban a mi provincia. Todo se fue complicando. No me podía mantener. Me volví a Misiones, donde nací y estaban mis padres”, relata Oscar esos primeros meses en los que se sintió abandonado. Estando allá se anotó en la carrera de Historia. Necesitaba estar activo porque se empezaba a deprimir. Al segundo año, en época de finales, por la lectura comenzó a tener fuertes dolores de cabeza. Ya no podía hacer foco y volvió a Buenos Aires a ver a la médica que lo había atendido. Lo operaron urgente y le cambiaron la prótesis. Cuando regresó a Misiones, la médica le dijo por teléfono que le habían rebotado el pago. “No daba más, tenía que pelearme para que me reintegraran mis estudios, sentía que todo era muy injusto”, recuerda.

“Cada prótesis sale hoy 80.000 pesos. Los tratamientos que me tengo que hacer todavía son caros. Aún tengo esquirlas metidas. No me dan trabajo en cualquier lado por mis problemas de vista. Lo que me sucedió fue dentro de un Regimiento y corresponde que me indemnicen y que me den una pensión. Yo tenía una carrera por delante. No pido nada más que lo que me corresponde”.

En 2008, Dávalos Peralta realizó una primera demanda por la pensión, que le fue rechazada. Luego, hizo otra presentación contra el Estado por daños físicos y psicológicos y lucro cesante. Esa causa tuvo una sentencia favorable recién en 2016, pero el Estado apeló el fallo y, dos años después, la Cámara Civil y Comercial confirmó la decisión de los jueces de primera instancia. Desde entonces, Dávalos Peralta espera que el pago sea ejecutado. Los plazos ahora parecen cumplirse, pero el ex soldado no quiere hacerse expectativas. “El dinero me va a venir muy bien para los tratamientos. Pero yo voy a pedir también mi pensión”, concluye. Para que el Ejército le pague ese beneficio deberá ahora comenzar un nuevo recorrido en la Justicia.  

AM

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