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Violencia policial

Habla el papá de Lucas González: “Él salía a cumplir un sueño y yo a traer el pan a la mesa, no sé cómo volver a la vida”

Héctor González, papá de Lucas.

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Lucas González quedó tendido en el asiento del acompañante del auto modelo Suran en el que había salido de la cancha Cacho, en el predio del Club Barracas Central lindero al barrio 21 - 24. Quien le disparó al menos dos veces lo hizo de frente. Fue el 17 de noviembre de 2021 y por el crimen están siendo juzgados quince policías de la Ciudad. Tres de ellos formaban parte de la Brigada 6 y esa mañana patrullaban la zona.

El inspector Gabriel Isassi, el oficial mayor Fabián López y el oficial Juan José Nievas abrieron fuego contra el auto en el que iba Lucas junto a tres amigos. Los esperaron para emboscarlos y luego, indica la prueba, modificaron la escena. Dijeron que los adolescentes eran ladrones y que ellos habían actuado para “evitar un robo”. Otros doce policías están imputados por abusos y privación ilegítima de la libertad. A todos les imputan el delito de encubrimiento. El veredicto se conocerá a mediados del mes próximo.

“Ellos eligieron a los chicos porque eran morochos que usaban viseritas. 'Cuatro pendejitos que salían de la villa' como les dijeron, aunque ellos insistían en que eran jugadores de fútbol. Es un crimen cometido por odio racial por ser negritos. Iriarte y Luna, donde empezó todo, es una peatonal, un mundo de gente. Los vieron, lo esperaron y los cazaron”, dice Héctor González, el padre de Lucas. El juicio contra los quince policías, todos integrantes de la fuerza de seguridad porteña, arrancó en marzo. Hay prueba de sobra contra los tres agentes que dispararon contra el auto de los chicos: mensajes y audios que los comprometen, imágenes de las cámaras de seguridad y declaraciones de testigos.

Isassi, López y Nievas patrullaban esa zona de Barracas a bordo de un Nissan sin patente ni identificación policial (el auto no estaba ploteado ni llevaba balizas) y los agentes vestían de civil. Su coartada fue que pensaron que eran ladrones y actuaron en legítima defensa. Desde el principio, el fiscal de instrucción sospechó de esa versión. La prueba que colectó para elevar la causa a juicio determinó que los policías modificaron la escena: hicieron pasar a la víctima y los sobrevivientes por ladrones cuando que las imágenes de las cámaras de seguridad confirman que los eligieron. Plantaron, incluso, un arma en el auto de los chicos. Hace unos días, uno de los imputados se quebró y dijo quien había puesto un arma de juguete en la parte de atrás del auto.

A Lucas le habían disparado en la cabeza, pero estaba con vida cuando la ambulancia llegó al lugar. La médica que lo atendió declaró que uno de los policías gritaba a sus subordinados: “Nadie graba, nadie filma”. El adolescente murió al día siguiente en el hospital El Cruce, de Florencio Varela. El forense apuntó en el informe que, entre el pulgar y el índice, el chico tenía una marca compatible con la de un cigarrillo, un indicio de haber sido torturado. Un perito, que levantó pruebas en el lugar del hecho, observó que dentro del auto de los chicos había un equipo de mate en uso. A los jueces, les dijo: “Si salís a robar no vas tomando mates”. Isassi, López y Nievas están imputados por homicidio agravado por haber sido cometido con alevosía, por placer y odio racial y por ser miembros de la fuerza policial. El resto, por abuso y encubrimiento, entre otros delitos. El asesinato alcanza a la cúpula de la Policía de la Ciudad.

“Quizás gracias a él Lucas pueda descansar en paz”

Héctor Cuevas, uno de los policías imputados, pidió -de manera sorpresiva- ampliar su declaración indagatoria. Confesó al Tribunal que él sabía que habían plantado un arma y dijo el nombre de quién lo hizo. Dijo que Facundo Torres, alias Cachorro, había llevado en la moto a Isassi a la comisaría, que él había tomado la réplica y que, a la vuelta, la había tirado atrás del auto en el que viajaban los adolescentes. Las cámaras de seguridad registraron el viaje de ida y de vuelta,

“Nosotros anhelábamos que uno de ellos llegara a quebrarse y eso pasó. Tardó un año y medio, pero pasó. Cuevas se acercó a darme la mano. En su declaración dijo que lo soñó a Lucas y que no quería ser parte del encubrimiento. Que eso lo llevó a decir la verdad. Nosotros pedimos que consideren esto en la sentencia. Se puso en lugar de padre y por eso estoy muy agradecido. Quizás gracias a él Lucas pueda descansar en paz”, dijo Héctor.

-Gregorio Dalbón, el abogado que te representa a vos y a los amigos de Lucas, habla de “mafia policial”. ¿Por qué?

-Es que hay tanta gente involucrada, hay tanto que está saliendo a la luz... Estamos hablando de un modus operandi, un sistema que ya tenían implementado. Porque no creo que lo hayan inventado esa mañana, no creo que hayan dicho “vamos a hacer esto” y que cada uno haya cumplido su función. ¿Por qué hay tantos rangos? ¿Por qué Cuevas (N. de la R.: el policía que se quebró) y pidió protección? Creo que “mafia” no le queda mal a esto. ¿Tantos iban a exponer su jerarquía, su prestigio, su trabajo como funcionarios públicos para defender a estos tres asesinos que se cruzaron por la vida de Lucas? Me pregunto cuántas veces lo hicieron, cuántas veces hicieron lo que le hicieron a Lucas y nunca salió a la luz.

-¿Cómo sigue la vida después de esto, Héctor?

Cada día es más difícil. Dicen que el tiempo cura todo pero perder a un hijo es muy doloroso. Es difícil vivir sin él decir, es insoportable. Nosotros giramos a su alrededor. Él nació y mamó fútbol. A los tres, cuatro años ya estaba pateando una pelota. A los seis ya estaban Racing. A los 13, en Defensa y Justicia. A los 16, en Barracas. Y nosotros amamos lo que él amaba. A las 5 de la mañana salíamos de casa. Él salía a cumplir un sueño y yo a traer el pan a la mesa. Y esas cosas me rompen el alma porque hoy salgo solo. Desde que él murió yo no trabajo, pero ya cuando termine todo esto tengo que volver a la vida. Y me pregunto cómo se hace, cómo se sigue. Hoy tengo fuerza porque tengo una lucha, pero después no sé cómo volver a la vida.

VDM/MF

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