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Los pastizales patagónicos frente al cambio climático: estrategias para preservar la economía y la biodiversidad

Pastizal patagónico

Jazmín Bazán

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Por su fisonomía, clima, flora, fauna, cultura, poblaciones, historia y recursos, Patagonia representa un rompecabezas que el tiempo replantea una y otra vez, antes de que pueda completarse. Territorio fascinante, de aproximadamente 770.000 km2, es solo una unidad en tanto concentra múltiples piezas: cada una, vector de una compleja heterogeneidad en movimiento. 

Sus agitados vientos trasladan la mirada más allá de la postal. En este caso, al espacio extraandino, delimitado hacia el oeste por los bosques húmedos y al este por el Océano Atlántico, donde se encuentra la ecorregión comúnmente denominada como “pastizales patagónicos”. 

Las lluvias pueden ser de 600 o 700 milímetros al año (como en el caso de los pastizales extraandinos de precordillera); o de 120 milímetros (como ocurre en la meseta central). La pluralidad de reguladores climáticos (y de la vegetación que responde a estos) es innegable. Pero, de conjunto, se impone la aridez.

Como el agua y los nutrientes disponibles no son suficientes, hay áreas semidescubiertas y despobladas. A lo largo de kilómetros de estepa abrumadora –donde también se emplazan mallines o humedales con buena calidad y cantidad de forraje–, conviven salpicados, personas, pueblos, animales salvajes y domésticos; topografías variadas; naturaleza y sociedad. 

Los pastizales naturales ocupan casi 60% del territorio continental argentino y 50% de la superficie mundial. Muchos profesionales en el país se dedican a estudiarlos. Sin ir más lejos, existe una Asociación Argentina para el Manejo de Pastizales Naturales y en 2011 Rosario fue sede de la novena reunión internacional de pastizales (la International Rangeland Congress). 

Estos poseen una importante significancia medioambiental y económica. Por un lado, secuestran grandes cantidades de dióxido de carbono y otros gases propios del efecto invernadero, a la vez que mantienen a numerosas especies. Por otro lado, en Patagonia, son escenario para la producción agropecuaria extensiva, de la cual dependen diversos actores.

El cambio climático ha hecho mella sobre este paisaje. “Durante las últimas dos décadas hemos detectado cambios, por una combinación de mayores temperaturas (que contribuyen a una mayor evapotranspiración), menores precipitaciones y un pastoreo histórico intenso”, explica Gastón Oñatibia. Él es doctor en Ciencias Agropecuarias, especialista en pastizales y pastoreo. Desde hace años, integra el Instituto de Investigaciones Fisiológicas y Ecológicas Vinculadas a la Agricultura (IFEVA), de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires.

La“aridificación” –que afecta especialmente a la zona central de Patagonia– conlleva verdaderos procesos de degradación: impacta sobre la fauna nativa, el forraje, la productividad secundaria y el bienestar de las familias. En este marco, científicos, técnicos y productores persiguen prácticas favorables a la (sinérgica) continuidad de la actividad y la preservación del ecosistema. En palabras de la doctora en Biología Agustina de Virgilio se trata de buscar un “conector entre la ecología y la economía”, con eje en la sustentabilidad.

Futuro imperfecto

¿En qué escenario de cambio climático estamos y hacia dónde vamos? Los especialistas se valen de múltiples herramientas de medición para intentar dar respuesta a esta pregunta, como sensores remotos, las tradicionales planchetas topográficas y los mapas de vegetación. 

Desde 2008, la red MARAS (Monitoreo Ambiental en Regiones Áridas y Semiáridas) evalúa los cambios a mediano y largo plazo de las condiciones del suelo y vegetación de los pastizales naturales en la Patagonia argentina. Actualmente, se emplazaron más de 400 monitores. 

De acuerdo con Oñatibia, debido a la propia diversidad del pastizal y cómo impacta sobre cada lugar el cambio climático, se esperan distintos pronósticos a futuro. Contrario a lo que pasa en la diagonal del Noroeste de la Patagonia hasta el Sudeste –donde se profundizaría la aridificación–, “hay otras zonas en el Sudoeste y en el Noreste donde se cree que las precipitaciones aumentarían aunque también se incremente la temperatura, por lo cual crecería la abundancia de pastos”. 

Lucio Biancari, doctor en Ciencias Agropecuarias y miembro de IFEVA, subraya que ya se ven cambios ecológicos y productivos, aunque son paulatinos. La manera de registrarlos es con experimentos a largo plazo. 

Los estudiosos han notado que parte de la vegetación ha sido reemplazada por especies más duras y xerofíticas –es decir, adaptadas a medios secos–, al igual que un proceso de arbustización en detrimento del forraje en zonas áridas. 

“Los pastos, en general, necesitan del agua en superficie. En cambio, los arbustos tienen raíces más hondas; se pueden valer del agua en profundidad y no dependen tanto de las precipitaciones en el corto plazo o de las variaciones de temperatura”, amplía Biancari. 

Las consecuencias sobre el ecosistema y la producción son grandes. Más aún si se suma, como señala el especialista, el recambio de especies de pastos. Este fenómeno, menos notable a simple vista, resulta de la combinación de aridez y las altas cargas que padeció el suelo en el pasado.

Hay un gradiente de preferencias: especies que el ganado –en el caso de la estepa patagónica, ovejas y vacas– evita, lo cual puede llevarlo a la muerte. Las especies palatables (elegidas por el ganado) están perdiendo lugar frente a arbustos y pastos de mala calidad, que no sirven para el forraje.

El mal manejo de recursos, por desconocimiento, necesidad u otras razones ha llevado, además, a invasiones biológicas documentadas en Patagonia. Desde el avance de la rosa mosqueta, el bromus tectorum (conocido como “cheatgrass”) en zonas más áridas; o de hieracium pilosella en Patagonia Austral.

Pablo Cipriotti, ingeniero agrónomo y doctor en Ciencias Agropecuarias, destaca que en los pastizales patagónicos conviven “configuraciones muy disímiles en composición, resiliencia, capacidad de afrontar un disturbio e historia”. Bajo esta lente propone leer la huella del cambio climático (cuya propia medición también depende de las técnicas, metodologías y niveles de detección).

“Es cierto que, durante las últimas cuatro o cinco campañas agrícolas hubo un ciclo seco. La zona norte de Tierra del Fuego, relativamente benévola, tuvo precipitaciones por debajo de la media, lo cual genera preocupaciones. Pero, por otro lado, la isla grande de Tierra del Fuego se inundó. En Chubut se vio una alternancia de ciclos húmedos y ciclos secos. Quizás ahora estemos atravesando un ciclo seco. No se puede saber si la mayor sequía de los últimos años se va a sostener a futuro”, sintetiza Cipriotti. 

El científico remarca que los modelos muestran una tendencia a un aumento leve de la temperatura media. Respecto a las precipitaciones, distingue una mayor incertidumbre, contingente, a su vez, a las proyecciones de emisiones de los gases de efecto invernadero. 

“Hay áreas de Patagonia donde los cambios son muy pequeños y otras donde son un poco más grandes. Dicho esto, no está mal que, previendo esta situación, los gestores, los decisores y los que intervienen en estos temas traten de generar tecnología para estar atentos a esta situación”, concluye.

Víctimas del cambio climático y batalladores del efecto invernadero

Los pastizales no solo proveen forraje, sino una gran cantidad de servicios ecosistémicos. El más conocido, por la urgencia del problema que ataca, es la captura de carbono, uno de los principales gases del efecto invernadero, ligado al calentamiento global y al cambio climático. Si hay degradación del ambiente, hay menos secuestro de carbono; si esto ocurre, habrá más carbono en la atmósfera. 

Aquí surge un tema central: si se efectúa un buen manejo del suelo, aumenta la productividad, pero también este rol ecológico fundamental; caso contrario, ambas cuestiones se ven perjudicadas. Esta particularidad patagónica, dilucida el experto, no ocurre en todos los ecosistemas. 

“Se genera una especie de círculo vicioso o feedback, en jerga científica. En otras palabras, una retroalimentación positiva, donde se dan distintos procesos en simultáneo: disponibilidad de forraje, secuestro de carbono, regulación en el ciclo del agua, control de la erosión eólica en el caso de Patagonia y aumento de fertilidad (ya que, a mayor cobertura, más nitrógeno queda retenido)”, se explaya Biancari. Las cargas de ganado son clave: tanto el exceso como la falta de animales tiene un impacto negativo en este desarrollo. 

El pastoreo excesivo implica que el carbono fijado sea consumido y vuelva a entrar en el ciclo, en vez de quedar retenido en la biomasa. El cambio climático, nuevamente, muestra sus garras. Si se consolida la transición hacia sistemas más secos, probablemente la captura será menor, por la menor cobertura de pastos y arbustos.  

Pero, ¿qué sucede con el impacto de la actividad ganadera sobre el efecto invernadero? “En general, esa pregunta está pensada para otro tipo de sistemas, como los feedlots y las formas de producción pampeanas. En sistemas más intensivos, los efectos negativos (como la liberación de gas metano) suelen ser más importantes que los positivos”, contesta Biancari. 

El contexto de Patagonia es muy distinto a la Pampa, aunque –insiste el doctor– siempre depende de la composición del ganado, el tipo de manejo y la carga. Cuando es moderada y hay descansos para el suelo, los animales incluso pueden contribuir a la movilización de los nutrientes (como el nitrógeno y el fósforo) y aumentar la fertilidad. 

Manejar con responsabilidad

La palabra “manejo” se repite una y otra vez, en la boca de científicos, pobladores, productores e instituciones agropecuarias. ¿A qué se refiere? A las diferentes alternativas, estrategias productivas y herramientas para optimizar el uso del suelo, en un sentido medioambiental y de rendimiento. “La adopción de una nueva estrategia depende de limitaciones económicas y ecológicas. Los factores sociales y culturales juegan un rol medular en este proceso”, comenta De Virgilio, quien dedicó su tesis a este tema.

La bióloga cuenta que el uso de alambrados, los arreos, el control de la densidad ganadera, el acceso a aguadas y el suplemento alimenticio en zonas estratégicas son algunas de estas opciones. 

También puede haber una fertilización de áreas productivas como los mallines (un insumo demasiado caro, que pocas unidades pueden comprar); el “enmallinamiento” a pequeña escala (a través de la apertura de canales que aprovechen los cursos naturales de agua); y el riego gravimétrico (un instrumento poco utilizado).

Las unidades productivas son muy variadas: generalmente, los más asesorados son los productores medianos y grandes, quienes pueden realizar la inversión. 

“Las universidades, el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), y el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) están cerca de pequeños productores, cooperativas y poblaciones rurales, aunque no siempre es fácil llegar. Los investigadores trabajan constantemente en difundir los avances en técnicas de manejo y los estudios sobre cómo enfrentar los cambios extremos, especialmente los ligados al cambio climático”, resume Oñatibia. 

“El manejo involucra muchos aspectos y cada unidad productiva es diferente. Para adoptar estrategias, hay que conocer su historia, el ambiente natural, cómo es la disposición del campo”, complementa su colega, Pablo Cipriotti. 

El especialista cuenta que uno de los mayores costos para los productores es el alambrado, que tiene una vida útil de entre 15 y 20 años. El alambrado eléctrico es una ventaja, porque, al no ser fijo, se puede hacer un buen aprovechamiento racional del terreno, guiando al ovino para aprovechar las áreas del pastoreo. “El apotreramiento es muy importante porque condiciona la rotación de los animales”, destaca Cipriotti. Hay estancias con diseños que datan de hace un siglo. 

De Virgilio propone analizar los patrones de movimiento del ganado (mediante el uso de datos de acelerómetros, collares GPS y sistemas de información geográfica) para desarrollar estimaciones precisas del comportamiento, tasa de consumo de forraje y costos, lo cual no requeriría grandes inversiones.

Oñatibia remarca la ventaja de contar con perros ovejeros para minimizar el riesgo de depredación de la majada (y enfrentar el riesgo de predadores salvajes, como el puma y el zorro). El presupuesto implicado es grande.

“Resultan cruciales las políticas de Estado que apoyen a los productores para mantener la actividad en el tiempo. O, al menos, la existencia de incentivos en momentos puntuales para las prácticas de adaptación al cambio climático”, finaliza Biancari.

Condiciones adversas y oportunidades: producir en Patagonia central

“Al aumento de temperatura y descenso de precipitaciones, hay que agregar la retracción de los glaciares y que cada vez hay menos nieve. Esto conlleva a que en primavera y verano baje menos agua a los ríos y haya menos humedad en los valles, que ocupan entre el 3% y el 5% de la provincia de Santa Cruz. Estos ‘pulmones verdes’ se están secando”. 

Quien habla es Miguel O’Byrne, presidente del Consejo Regional Patagonia Sur (Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego) del INTA y del Instituto de Ganadería de Santa Cruz. El cambio climático, las consecuencias del sobrepastoreo histórico y la sobrepoblación de guanacos conforman sus principales preocupaciones. También la presencia del puma, que puede representar una oveja menos por día o la caída del 10% anual de la producción anual, si se consideran también los estragos de los zorros silvestres.

El panorama de las haciendas de la provincia es complejo. Hace casi un siglo se definió la unidad productiva en casi 20 mil hectáreas, contemplando el mantenimiento de entre 6 mil o 7 mil lanares. Con un ambiente más seco y el pastizal degradado, actualmente la capacidad de carga cayó al menos un 40%. 

La desaparición de aguadas, manantiales y riachos naturales obligan a los productores a poner molinos, que pueden costar hasta US$30.000: un número impagable para establecimientos pequeños. ¿La consecuencia? El abandono de cerca de 400 estancias a lo largo de toda la meseta central y cierta concentración.

O’Byrne considera que la lógica extensiva está agotada en gran parte del territorio patagónico. “Tampoco hay que pecar de negatividad. Hay quienes trabajan en esquemas de regeneración holística”, aclara. Recalca, en este sentido, las iniciativas individuales, pero también la labor del INTA en torno a la regulación de emisiones, la regeneración de los pastos, la genética de los animales. Habla, sin embargo, de una dificultad para el “aterrizaje” de las innovaciones. Desde el desfinanciamiento que sufrió el organismo durante distintos períodos, hasta la propia resistencia de productores menos propensos a la ayuda tecnológica.

El referente agropecuario aboga por una estrategia a largo plazo desde el Estado. “La producción de lana fina de alta calidad, a cielo abierto, casi sin fertilizantes y productos veterinarios mínimos –debido a las condiciones de Patagonia– tiene un potencial bárbaro hacia el futuro, en un marco de demanda mundial de productos naturales. Lo mismo ocurre con la producción de la carne ovina igual: es poca, pero excelente. Esta es la razón por la que muchos productores siguen adelante”, remata.

La metáfora del secador de pelo y la resiliencia

Sebastián Apesteguía tiene una estancia cerca de Puerto Deseado, en la meseta central. Como define él, “la Patagonia más difícil”. Se dedica a criar ovejas, y comercializar lana y cordero. Asevera que pocos están tan interesados en el bienestar del pastizal como los productores.

Desde hace más de 15 años, comenzó a involucrarse en los efectos del cambio climático y el cuidado del suelo. Actualmente, cuenta con certificaciones de producción orgánica y el “Estándar de Lana Responsable” o RWS (un sello internacional que garantiza el bienestar animal, así como el cuidado de toda la cadena productiva).

La provincia de Santa Cruz tiene más de 240.000 km2. Por lo tanto, las respuestas a las variaciones climáticas y los conflictos con la fauna silvestre son disparejas a lo largo y a lo ancho de la provincia. En el caso de Apesteguía, debido a su ubicación geográfica, sufrió menos los años de sequía generados por el fenómeno de La Niña (que sí evidenciaron una gran repercusión en el centro y sur de Santa Cruz). En cambio, fue afectado por El Niño.

“Tenemos días de 34° o 35°, con vientos promedios de 60 km/h o incluso días en que llegan a los 100 km/h. A veces le pido a la gente que imagine qué pasaría si apunta a una planta de su casa con un secador”, ilustra el productor. Y reanuda: “La ventaja de estos campos es que reaccionan rápido a las lluvias y buenos climas; pero, cuando estos no acompañan, también se sufre mucho”.

Para Apesteguía, se trata de trabajar cotidianamente con la condición corporal de los animales, para ver en qué estado están; hacer monitoreos de los pastizales para saber cuánta comida tienen los animales; mantener conteos de guanacos (“el invitado a la cena que a veces no se tiene en cuenta”); y apuntalar la sanidad. 

“No podemos frenar el cambio climático. Pero, mientras más atentos estemos a esas variables, mejor podemos reaccionar. El manejo, precisamente, representa el involucramiento en la hacienda para cuidarla y transformarla en lana y carne; trabajar con los pastos; cuidar a los animales y protegerlos de los predadores. Sin pastizales sanos, no hay ovejas felices ni actividad posible”, expresa.  

Este artículo cuenta con el apoyo del proyecto Net Zero en Argentina, realizado en alianza con Earth Journalism Network, Periodistas por el Planeta, Claves21 y Banco de Bosques.

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