Días de estrechos, la muerte de Dios en Rosario

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¿Cuántas cosas se dirán/en la guerra del amor? Estrechez de corazón, Los Prisioneros.

“No sé por qué me llevé esta carpeta hacia mi último destino. Ahí va: una palabra que significa, al mismo tiempo, viaje y lugar donde el viaje termina. Una metáfora gastada, teológica: pensar que el recorrido termina cuando se alcanza el lugar al que se pensaba ir. Daría la impresión de que todos los viajes que la humanidad alguna vez se empeñó en realizar hubiesen alcanzado su pensado, calculado destino. Cuando, en realidad, es al revés. Nadie completa lo que pensó. Nadie sabe cuál es su verdadero destino”.

La cita pertenece a la novela Lebensraum (Omnívora, 2021), de Fernando Bogado (hablamos del libro hace un tiempito por acá).

Me atrapan esas palabras que tienen la posibilidad de abrirse en varias ramas, que se bifurcan, que se enrulan, que se contradicen. Anoto una evidente por estos días de pandemia sin fin y que tarde o temprano puede llegar a involucrarnos a todos: estrecho

Voy al diccionario –de las que tenemos a mano, tal vez una de las actividades más saludables sea indagar en eso que aparenta ser lo más chiquito, lo primigenio; qué fiaca las grandilocuencias, lo altisonante disfrazado de épica–. Ahí me encuentro con una raíz compartida con estricto y con varias definiciones que dejo por acá. 

1. adj. Que tiene poca anchura.

2. adj. Ajustado, apretado. Vestido, zapato estrecho.

3. adj. Dicho del parentesco: cercano.

4. adj. Dicho de la amistad: íntima.

5. adj. Rígido, austero, exacto.

6. adj. Apocado, miserable, tacaño.

7. adj. Dicho de una persona: Que tiene ideas restrictivas sobre las relaciones sexuales. U. t. c. s.

8. m. estrechez (‖ aprieto).

9. m. Paso angosto comprendido entre dos tierras y por el cual se comunica un mar con otro. El estrecho de Gibraltar, el de Magallanes.

10. m. En el juego de los estrechos, persona que resultaba emparejada con otra por sorteo.

11. m. pl. Juego que tenía lugar en la víspera de Reyes y que consistía en emparejar por sorteo a un caballero con una dama, a la que debía servir durante todo el año.

Dejo de lado lo del juego de los estrechos que me parece muy gracioso y bastante brutal también. Y me quedo con dos de las opciones que me fascinan porque parecen ir en direcciones contrarias: estrecho como la idea de lo íntimo, lo más próximo. Y estrecho, también, como algo rígido, un poco mezquino, que plantea una distancia. Me río pensando en una persona en la que se superpongan los dos extremos –que no se diga que no me entretengo barato– y pienso que sería una verdadera desgracia: un amigo, un pariente, un novio, un jefe, un amante estrecho y estrecho.

El 20 de mayo de 1990 salía a las calles Corazones, el cuarto y muy exitoso disco del grupo pop chileno Los Prisioneros. Una de sus canciones que al poco tiempo se volvió hit se llamó Estrechez de corazón. En un trabajo lleno de canciones de amor y desamor poderosísimas, Estrechez de corazón ofrecía una letra látigo con ritmo bailable que sonó y se bailó por todos lados hasta convertirse en un boomerang para sus creadores. En sus memorias, uno de los líderes de la banda, Jorge González, llegó a decir que el tema lo tenía harto y que, pese a que entendía su valor como composición, lo terminó odiando.

Estrechez de corazón me encanta porque propone, incluso con contradicciones, incluso en ese terreno pringoso de los vínculos, una especie de límite, un hasta acá: el narrador dice que puede aguantar casi cualquier cosa en el juego o la guerra del amor (curiosamente los términos se van intercalando con el correr de las estrofas). Pero que en ese discurso, en el que las palabras son cuchillas, lo único que no va a tolerar es una pasión amarreta, triste, estrecha.  

Acaba de editarse en español la novela Juego limpio (Compañía Naviera Ilimitada, 2021), de la finlandesa Tove Jansson (hablamos de ella por acá y ya les anticipo que, como ocurría en El libro del verano, acá también hay promontorios). 

En escenas que se van sucediendo como lianas –ejem–, el libro cuenta los días y los diálogos de Mari y Jonna, una escritora y una artista que tienen un vínculo más que estrecho: las dos comparten sus vidas entre charlas sobre el arte al que cada una se dedica, viajes, películas que ven juntas, historias familiares y también discusiones, reclamos, celos. Lo que más me gustó de la relación entre las protagonistas es que, incluso cuando lo único que tienen para compartir es el silencio –un no decir siempre elocuente, bastante ruidoso– nunca hay gestos de avaricia en el juego limpio que las une. Entonces, ahí donde no parece pasar demasiado más que un intercambio íntimo y bastante universal, se filtra el mundo efervescente de una historia de amor.

En una de las escenas que más me gustó Mari se pone celosa de una estudiante a la que Jonna recibe con dedicación. Dejan de hablarse y pasan días de distancia –una especie de estrechez de corazón finlandesa– hasta que Mari afloja y se reencuentran. El camino de la reconciliación se parece a un zigzag: comentan algo sobre libros, una de ellas dice que va a retomar litografía, divagan. Hasta que el diálogo toma la forma de un deshielo.

–Mari –dijo Jonna–, a veces eres un poco obvia.

–¿Sí? Pero de vez en cuando una persona necesita decir eso que no hace falta decir, ¿no te parece?

Luego, cada una volvió a su lectura.

Como el narrador de Lebensraum, perdí la brújula, me enredé en la misma idea de destino y ya no sé hasta dónde pensaba llegar con todo esto. Como las protagonistas de Juego limpio, a la vez, me pregunto si es necesario decir eso que no hace falta decir. 

Mejor los dejo con una nueva entrega de Mil lianas mientras me pongo a escuchar a Los Prisioneros.

1. Los sueños del gato salvaje, de Mudrooroo. En las primeras páginas, el narrador de esta novela revela que está por salir de la cárcel después de dieciocho meses de detención. A partir de ese momento se despliega la historia de resistencia de un joven que a los 19 años, alejado de su familia y en tensión con sus orígenes tribales, llega a conclusiones desencantadas: “En la cárcel me gradué en vicio y me sobrepuse a mis últimas ilusiones sobre la vida. Ahora sé que la esperanza y la desesperanza son igual de absurdas”.

El autor del libro es el australiano Mudrooroo, quien comparte algunas características con su personaje: él mismo estuvo en prisión de joven, él también fue alejado, como muchos aborígenes y mestizos australianos, de su familia, él también vivió en tensión por su identidad. El recurso que eligió el escritor es el de un monólogo agudo con un narrador inteligente, observador y también desesperanzado por un mundo que en apariencia le abre una puerta, pero en realidad no hace otra cosa que recluirlo. 

La novela, una de andanzas, de alguien que después de vivir distintos encierros se pone en movimiento pese a todo, está llena de descripciones profundas (algo de Kerouac tiñe sin dudas sus páginas). Les dejo dos que marqué porque me encantaron: una transcurre en el bar en el que el protagonista se encuentra siempre con su pandilla, la otra es en un bar muy alejado de los que suele frecuentar, donde se va a encontrar con alguien que conoció de casualidad.

“La rocola, una masa de metal, luces y vidrios, comanda la sala, un dios en cuclillas adorado y alimentado por una juventud de pies ligeros para llenar su mundo vacío con la ilusión drogadicta del amor romántico. Me regala una sonrisa sarcástica y atruena un hola rocanrolero”.

“Saco un cigarrillo. Inhalo, minuto, inhalo. Todavía no llegó la chica, pero no entro en pánico. Sigo actuando con calma. Esta música no me gusta demasiado. Son esas melodías que te calman de mentira. El rock, en cambio, es un estallido honesto que te deja en carne viva. Como la locura, como la vida”.

Hacia el final, el libro trae un apéndice muy interesante firmado por Mudrooroo que lleva el título Yo soy yo. Allí hace un repaso por su vida de trotamundos (nació en 1938 en Perth, vivió en los Estados Unidos, en Nepal, en la India) y también desmenuza algunos episodios que lo tuvieron como protagonista de una controversia en su país. Por años fue una estrella literaria de Australia hasta que a partir de una polémica familiar se puso en duda su identidad aborigen y el escritor debió enfrentar una especie de cancelación colectiva: sus libros, antes elogiados y traducidos a varios idiomas, fueron retirados, entre otras cosas, de las currículas escolares.

Los sueños del gato salvaje acaba de salir por una editorial independiente nueva en la Argentina, que se llama Selva Canela y nace, según me contó Agustín Avenalli, uno de sus fundadores, “de las ganas de buscar literatura de rincones del mundo de los que generalmente no leemos”. Este es el primer título que sacan y ya están preparando nuevos lanzamientos para 2022.

Aquí los amigos de Pez Banana hablan sobre este libro y, de paso, comentan otros cuatro de editoriales nuevas que vale la pena tener en cuenta.

Los sueños del gato salvaje, de Mudrooroo y con traducción de Martín Felipe Castagnet, acaba de salir por la editorial Selva Canela. Más, por acá.

2. Agenda. Los comienzos de año traen, a veces, esa desorientación, ese “no sé bien qué día es hoy”. Como ayuda-memoria y para paliar un poco ese extravío, por acá armé una suerte de guía de series muy esperadas que vuelven entre enero y febrero

Hay de todo: desde una comedia luminosa, como La maravillosa señora Maisel, que llega a Amazon con su cuarta temporada, hasta mi rabioso favorito, Ray Donovan, que se despide seguramente a pura acción con una película que pronto llega al streaming por Paramount+. En el medio, un drama adolescente y otro de intrigas políticas, como la danesa Borgen. Para ir anotando.

Más información sobre algunas series muy esperadas que regresan entre enero y febrero, por acá.

3. La segunda muerte del Dios Punk. “Octubre de 2018. Se viraliza el audio de una chica desde un hospital de Rosario, luego de sufrir un intento de secuestro en un colectivo con burundanga. La viralización desata una cadena de hechos que tienen consecuencias fatales. Este es el intento por reconstruir esa historia”. Así es la descripción que ofrece Spotify de La segunda muerte del Dios Punk, el podcast producido y narrado por el periodista rosarino Nicolás Maggi, donde son desmenuzados una serie de episodios que tienen como protagonista al músico local conocido como Dios Punk, nombre artístico que usaba Javier Messina.

Todo comienza con la chispa de un audio de WhatsApp que se difunde hasta convertirse en un incendio: al salir de una guardia, a la que llegó con síntomas de mareos y confusión, una chica cuenta que había sido abordada en la parada de un colectivo por un chico que le ofreció una revista. Según su relato, ella la agarró y a los pocos segundos se desvaneció. Aparece de inmediato una palabra poco técnica: burundanga. Aparece, también, la indignación popular. Y por último, un culpable apuntado por todos: el Dios Punk, el músico que solía vender un fanzine por las calles de Rosario. La cara del joven, que en pocas horas se convirtió en una suerte de villano, circuló por las redes. Entonces, y pese a que Messina se presentó de inmediato ante la Justicia –que no tuvo elementos para determinar que le hubiera dado alguna sustancia a la joven para adormecerla ni nada por el estilo– se multiplicaron los insultos y ataques en su contra. Messina se quitó la vida un año después de estos episodios.

Con capítulos breves y testimonios del padre del Dios Punk, de la fiscal que actuó en la causa, de amigos del músico y de expertos, Maggi arma un relato que ofrece matices para reflexionar sobre las llamadas cancelaciones y el escrache como modalidad. En el camino invita también a pensar en cómo la Justicia se aproxima a algunos casos ruidosos, en cómo los medios de comunicación se suben sin reparos a esas olas, en lo endeble, muchas veces, del sistema cuando aborda cuestiones vinculadas con la salud mental.

Pueden leer más sobre esta historia en esta nota de Gustavo Molina para elDiarioAR.

Los nueve capítulos del podcast La segunda muerte del Dios Punk están disponibles en Spotify.

¡Hasta la próxima!

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