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El imán de los ritos, las series de marzo

Una escena de "Días perfectos", la película de Wim Wenders.

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“¿Cuánto hace que ninguno de nosotros no tiene una experiencia verdaderamente personal? No me vengan con que alguna vez escalaron el Aconcagua, comieron los churros de San Ginés en Madrid, pasaron un fin de semana en el Tigre, se emborracharon como nunca en una fiesta, se entrenaron en el franeleo tántrico o comieron nueces pecán caramelizadas (sin darme cuenta, la lista se arma sola con actividades burguesas: ¿por qué será?). La pregunta es sobre lo verdaderamente personal, lo inventado por uno para que la vida se deslice hacia algún tipo de singularidad, digamos hacia lo nuestro inimitable”, se pregunta Juan José Becerra en esta columna y de alguna manera se clavó en mi cabeza como un aguijón. El escritor se refería ahí a una seguidilla de muertes violentas, sospechosas o trágicas de actrices del mundo del porno en un gesto que preferí leer como una excusa para pensar en otras cosas. 

“Jamás alcanzaremos a saber hasta qué punto la civilización está hecha de un menú infernal de imitaciones (...). La reproducción mecánica de casi todo, y la supresión de la distancia entre personas para que cuajen (a distancia) las influencias de poder, ha destruido en buena medida las experiencias de creación”, sigue Becerra.

La pregunta sobre lo verdaderamente personal, entonces, me llevó a otras preguntas: ¿cuánto de nuevo hay en lo que creemos flamante? ¿de dónde viene esa compulsión a la mímica? ¿es solamente comodidad, es un flota-flota que nos sostiene para barrenar la angustia de tener que seguirle el ritmo al presente? ¿Qué pasa con aquellos que eligen correrse de esas sucesiones que parecen naturales, con los que rompen la coreografía? 

Rápidamente pensé en la fascinación que me produjo a mí y a varios amigos y conocidos (sí, también burgueses, como los escenarios que proponía Becerra) el protagonista de Días perfectos, la última película de Wim Wenders. Un imán para los que lo observamos desde acá, con sus rutinas analógicas, con su vida módica. Recordé sus jornadas limpiando los baños estrambóticos de Tokio, sus noches leyendo a la luz de un veladorcito, sus fotos, su colección de cassettes, su sonrisa mientras maneja y los escucha. En fin, sus días repetidos y perfectos (doblar el colchón, tener a mano la moneda para el café en lata, colgar siempre en el mismo lugar la ropa del trabajo), y a la vez tan particulares, tan de él. Pensaba que tal vez la mínima resistencia que nos quede a los que buceamos un poco zombis entre la imitación mecánica y la tentación de salir del andarivel que nos sofoca se ubique ahí: en eso que no tiene nada de estridente, en los rincones cotidianos, en los ritos más íntimos, en los gestos diarios que en el fondo proponen un modo primitivo de la divergencia ante el frenesí del ahora.

Me gusta lo que escribió Martín Kohan en su columna del diario Perfil (se lee acá) a propósito de una librería-juguetería de su barrio (también lo leí como una excusa para hablar de otra cosa) y sobre el protagonista de Días perfectos: “Hay entonces un apego amoroso al pasado que, al disentir con el presente, no convoca a una vuelta atrás, no estimula una mera nostalgia, no pretende solo aferrarse a las cosas de antaño. Si discrepa del presente, aunque lo haga en clave de pretérito, a lo que abre es a un futuro distinto: distinto de lo que es, distinto de lo que hay. Y eso cobra una importancia especial, toda vez que los poderes de siempre han sabido disfrazarse de cambio y presentar su sempiterna vocación de sometimiento con el aspecto desconcertante de una falsa novedad”.

Esta entrega de Mil lianas tiene, sin querer o queriendo, a los rituales mínimos e inexplicables como centro. En un libro, por ejemplo, la protagonista desayuna con su padre todos los días en un bar porteño para hablar de los casos policiales que investiga, aunque la escena parezca una excusa para estar un rato con él, como si pudieran en ese encuentro diario apagar por un rato la radio estruendosa que es el mundo. En una película, la familia de un hombre que se está muriendo le prepara una fiesta de cumpleaños sorpresa, con números musicales que interpretan ellos mismos, con pelucas de colores, con una especie de globo aerostático insólito que intentan lanzar al aire. 

Arranca una nueva edición de esto que también es un rito pequeño (escribirlo, leerlo), un acto de fe ínfimo, injustificable y vital. Pasen.

1. Tótem, de Lila Avilés. Sol tiene siete años pero pareciera cargar muchos más. Los lleva en sus ojos, en sus gestos, en la forma que elige para preguntar y chocarse con el silencio o las evasivas de los adultos. A Sol la mandaron a pasar el día a la casa de su abuelo, un lugar lleno de parientes, de plantas y bichos, de historia familiar. En ese espacio se prepara la fiesta de cumpleaños sorpresa de Tona, el padre de Sol, un joven artista plástico que transita una enfermedad terminal y permanece en reposo en una de las habitaciones. Sol quiere ver a su papá, atravesar las puertas que le cierran en la cara, pasar tiempo con él.

En Tótem, la impactante película de la mexicana Lila Avilés, la cineasta recorre junto a esa niña las inquietudes que rodean a la enfermedad y a la muerte. Con una cámara que se mete en la intimidad para desplegar un repertorio notable de personajes (como un catálogo de la angustia en todas sus versiones posibles, hay familiares y amigos ansiosos, otros entusiastas, otros furiosos, otros que se emborrachan o acuden a brujas para limpiar las energías de la casa, otros detallistas con la comida o con su aspecto como si de ese modo pudieran por un rato poner en suspenso lo que pasa) la película muestra el armado y el desarrollo de ese festejo agridulce que se parece bastante a una despedida. 

Después de un recorrido que incluyó el paso exitoso por distintos festivales internacionales, el segundo largometraje de Avilés –que ya se ubica entre las más destacadas y talentosas del llamado nuevo cine mexicano– llega ahora al menú de Netflix. Sin caer en golpes bajos, con una protagonista que conmueve a partir de movimientos mínimos (la jovencísima actriz Naíma Sentíes, de 11 años), Tótem deja expuesto ese deambular absurdo, doloroso y brutal que implica cualquier duelo.

La película Tótem, de Lila Avilés, está disponible en Netflix.

2. La Niña de Oro, de Pablo Maurette. La ansiedad se percibe en el aire: son los días de cuenta regresiva de 1999, de fin de década, de siglo, de milenio. La imagen del futuro –uno redondo, uno que simula la vuelta de página rotunda impuesta por el calendario– está ahí, muy cerquita. Y, sin embargo, en Buenos Aires pareciera que nada cambia: los bares con sus habitués, las charlas y los problemas repetidos, las instituciones con sus burocracias.

Silvia Rey es abogada, trabaja como segunda en una fiscalía e intenta navegar el loop porteño para no quedarse atrapada por esa sensación de impotencia. Ese año, cuando la mujer está a punto de irse de vacaciones, aparece asesinado el profesor de biología de un colegio secundario en circunstancias que llaman su atención. Podría tratarse de un cadáver más, podría evitar el problema de tener que cancelar sus planes, pero ella decide enfrentar la inercia que la rodea, indagar, atar cabos. 

La novela La Niña de Oro (Anagrama, 2023), de Pablo Maurette, está propulsada por esa insistencia de alguien con ganas de llevar adelante su tarea con nobleza en un sistema en el que muchos callan o prefieren ahorrarse disgustos. Contada con un ritmo vertiginoso, con sofisticación y una serie de personajes trazados por el autor con lucidez (la propia Silvia Rey, pero también su padre, los policías que la rodean, la titular de la fiscalía, un taxi boy albino apodado Copito y una suerte de hechicero africano, entre otros), la historia deja expuestos los entramados muchas veces opacos de cualquier investigación policial. ¿Cuánto de azar, cuánto de deducción, cuánto de intuición y cuánto de casualidad se pone en juego al investigar una muerte violenta? ¿Qué implica “hacer justicia” en estos casos?

Hace unos días entrevisté a Pablo Maurette, que justo está por Buenos Aires, para hablar sobre este libro cautivante. Pueden leer la nota por acá.

La novela La Niña de Oro, de Pablo Maurette, salió por Anagrama. Una entrevista con el autor, en este enlace.

3. Series y películas de marzo. Con algunas producciones muy esperadas, largometrajes que pasaron con gran éxito por el cine y apuestas novedosas, a lo largo de marzo las principales plataformas de streaming se renovarán con propuestas muy diversas. Desde el primer día del mes, de hecho, se podrá ver Priscilla, de Sofia Coppola en Mubi. Pero hay mucho más: entre otros lanzamientos, Netflix anunció el estreno de un documental argentino sobre la tragedia del ARA San Juan, Max (la plataforma que antes conocíamos como HBO Max acortó su nombre) apuesta por Kate Winslet y una historia que combina política y humor, y Star+ propone una especie de biopic en varios capítulos del representante de futbolistas Guillermo Coppola, con dirección de Ariel Winograd.

Por acá pueden leer un resumen con las novedades más destacadas, detalles de las producciones y fechas de estreno.

El resumen con las películas y series que llegan al streaming en marzo se puede leer en este enlace.

Apostilla. Veníamos hablando de ritos, de singularidades y despedidas familiares y me enteré de una buena noticia: con seis funciones entre marzo y abril vuelve Lo tejió la Juana, la obra teatral del dramaturgo Ignacio Sánchez Mestre. Como les conté por acá, se trata de una obra que recupera escenas de un duelo con inteligencia y sensibilidad. El Negro (interpretado por el propio Sánchez Mestre) y El Cabezón (Juan Francisco López Bubica) acaban de perder a su madre –una madre que es La Juana y no mamá– y tienen que decidir qué hacer con su casa y con sus cosas. En ese vaivén que los desacomoda, mientras uno escribe para recordar y el otro pareciera acelerarse para olvidar, aparecen La Gringa, una prima embarazada que tensionará un poco más la situación, y también un vecino, una amiga de Juana y una insólita agente inmobiliaria. Con grandes actuaciones y un texto que además de indagar en la pérdida se dedica a explorar el límite del propio dispositivo que lo contiene, Lo tejió la Juana fue uno de los mejores estrenos de la temporada teatral de Buenos Aires 2023. Por suerte, aunque sea por un ratito, ahora vuelve a Timbre 4. 

Lo tejió la Juana, de Ignacio Sánchez Mestre, se puede ver en Timbre 4. Más sobre la obra, por acá. En este enlace, información sobre funciones y horarios.

Banda sonora. Desde hace cuatro semanas mis propios rituales domésticos cambiaron de manera drástica: un generador eléctrico gigante que instaló frente a casa Edesur por desperfectos en la zona provoca un ruido tremendo (imagínense tener un helicóptero arriba de la cabeza todo el día: algo así) y tira un humo tóxico que nos hace doler la cabeza a mis vecinos y a mí. No sabemos hasta cuándo vamos a seguir así, nadie nos da respuestas ni hay claridad. Como, entre otras cosas, me está costando encontrar silencio en estos días de infierno barrial, estuve escuchando muy poca música y tuve que alterar algunos hábitos.

Entre lo poco que pude rescatar para este espacio, sumé a nuestra lista musical compartida –esa que siempre encuentran por acá– algunas canciones que aparecen en la banda sonora de la serie Sr. y Sra. Smith, que empecé a ver muy de a poco en Amazon Prime Video y me va gustando, con auriculares y lo más alejada posible del aparato del mal.

¡Hasta la próxima!

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