Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

El péndulo de Notting Hill, una enfermedad secreta

Notting Hill: una escena memorable en una de las grandes comedias románticas del cine.

0

Un programa donde una persona cocina arriba de una especie de bote o algo parecido a eso. Todo un entuerto: que el fuego se mantenga, los movimientos limitados del cocinero, el zarandeo del agua que complica el plano. Otro en el que alguien grita mirando a cámara, el gesto estudiado, los ojos con la ira postiza del que se sabe ganador en la guerra del rating; otro que me hace reír muchísimo: enseñan a hablar en inglés con palabras muy poco útiles, como pizarrón o chimenea. Sí, en casa mantenemos el sistema de cable analógico y todavía hacemos zapping (un ejercicio que, al menos para mí, permite conservar la costumbre de ver televisión a escala humana; ser DJ’s entre una señal y otra y que el propio ritmo del recorrido lineal nos lleve a la más maravillosa música: la sorpresa).

En un canal de noticias muestran un video viral en el que un tipo, a punto de subirse a un avión para irse de vacaciones al exterior, ironiza sobre los tipos de dólares que existen en la Argentina y sobre cómo aprendió algunos trucos para hacerse una diferencia. La especulación es un loop infinito, la imagen del turista también. En otro programa sobresale un título catástrofe: se agotaron las palas en los comercios de la ciudad de Rosario. Parece que una horda de gente salió a comprarlas para ir disparando hasta Las Parejas, la ciudad santafesina del milagro y un poco nuestra Springfield de las últimas horas: desde hace unos días los vecinos vienen encontrando dólares tirados en un basural. Podrían haber estado en el mueble viejo de una persona que murió sin herederos, podrían ser muchísimos más, miles o un millón (la especulación, otra vez inagotable, un poder intacto).

Por las dudas, pala o lo que se tenga a mano, la gente empieza a acercarse hasta Las Parejas. ¿Quién no sueña con salvarse de un día para el otro, con un golpe de suerte repentino, con una varita mágica que te saque de una vida común y predecible? ¿Y si esta semana te toca a vos? ¿Qué vino primero: el milagro o la peregrinación? ¿Se peregrina para que haya milagro o hay milagro y, entonces, se va hasta el lugar donde se produjo lo extraordinario? ¿Hasta dónde llega un acto de fe? ¿Lo extraordinario puede repetirse cuántas veces? ¿Y si entonces deja de ser extraordinario?

Viene a mi cabeza lo que escribió Florencia Angilletta con lucidez, por acá: “Todas las familias son una historia montada sobre dólares: sobre los que hay, sobre los que faltan, sobre los que se sueñan”. Y entonces me quedo en esa ilusión, de pies embarrados (billetera mata galán, siempre) y gente ordinaria que se mueve y sueña con algo fuera de lo común. Que el péndulo se incline para allá, dedos cruzados, que esta vez sí.

El zapping sigue, pasan rápido los canales deportivos y enseguida llegan los de películas. Sospecho que cada cual tiene alguna que no puede cambiar ni dejar pasar aunque aparezcan las voces diabólicas del doblaje en ese medio tono artificial que insisten en llamar neutro y que se habla en un único territorio: la televisión por cable. En casa eso pasa con Notting Hill (O Un lugar llamado Notting Hill, si viene traducida) y no importa si empezó hace diez minutos, si el canal decidió ponerle treinta cortes en el medio, si la voz de Julia Roberts suena como si la actriz hubiera nacido en las afueras de Bilbao o que la película esté disponible en varias plataformas para ver cualquier día. Anna Scott, William Thacker y las calles de Londres se quedan siempre, se quedan con nosotros y punto.

A diferencia de los que peregrinan por estas horas hasta Las Parejas, al librero William, un hombre también común a su modo, el milagro ya lo atravesó: se cruzó en su vida, o mejor, se chocó con una superestrella perdida en una ciudad que no le pertenece, se enganchó con ella y ella pareciera darle bola. Lo que pasa es que él quiere hacer todo lo posible para estirar la magia (para cambiar un poquito la canción de Fito Páez: él quiso un amor y también una actriz) para que todo el tiempo su vida de hombre común se parezca a una película.

Esta vez el zapping nos dejó justo en el momento en el que él, después de algunos enredos, invita a Anna a una cita un poco extraña: el cumpleaños de su hermana, en la casa de unos amigos. A tiempos desesperados, medidas desesperadas: aunque por momentos su círculo íntimo le dé un poco de vergüenza, a él no le queda mucha opción que convocarla a ese plan insólito, porque, como siempre, Anna está corriendo y su trabajo entre rodajes no le da mucho respiro. Las cosas, entre personas comunes, en una casa común, entre borracheras comunes, funcionan inclusive después con lo extraordinario cerca, inclusive con la mega celebridad sentada en esa cocina. 

Después los protagonistas se desencuentran (si no hay tironeo en la comedia romántica, que no haya nada), se dejan de ver y, aunque pasan las temporadas, William en secreto espera un segundo milagro: que el péndulo vuelva a estar de su lado. El tema es que cuando pasa, cuando Anna finalmente le dice la frase más famosa de la película –repitan conmigo: soy solo una chica de pie frente a un chico pidiéndole que la ame–, él está tan dolido que ni siquiera puede darse cuenta y se queda paralizado: lo extraordinario volvió a ponerse de su lado, el tema es intentar vivir con eso incluso en su fugacidad (seas común, seas estrella de Hollywood, seas la chica de pie frente a un chico: no hay deseo sin ese vaivén, sin esa luz intermitente, sin centelleo).

Me imagino que podemos ser varios los que andamos pendulares, esperando que aparezca una fortuna perdida donde menos lo esperamos o por ahí algo más chiquito como ese llamado, ese empujoncito de suerte, esa notificación que nos cambie nuestras vidas comunes o las horas de siempre, al menos por un rato. ¿Y si pasó o está pasando y no lo podemos ver, de puro torpes, de puro quietos, de puro dolidos?

Se quedan con una nueva edición de Mil lianas. Un zapping semanal. O mil preguntas esperando el milagro.

1. El ensayo, de Nathan Fielder. “En esta serie la gente común puede prepararse para los momentos más importantes de su vida ‘ensayándolos’ en simulaciones cuidadosamente elaboradas. Cuando un solo paso en falso puede destruir todo tu mundo, ¿por qué dejar la vida al azar?”. Así se describe en la plataforma de HBO Max a la sorprendente serie El ensayo, que acaba de estrenarse. En efecto, la propuesta es tan impactante como encantadora: el hombre detrás de todo es el realizador canadiense Nathan Fielder, quien también fue productor de ese experimento llamado How To With John Wilson (hablamos de esa docuserie cómica por acá) y ya en ese trabajo previo se destaca por querer correr los límites entre la realidad y la ficción. O, mejor dicho: se enrarecen tanto los climas de lo que propone, se llenan tanto de artificios, que en un punto deja de importar si lo que vemos en pantalla ocurre entre esas personas “comunes” que apunta la reseña de HBO o si se trata, también, de actores.

En El ensayo Fielder se ofrece en internet a ayudar a las personas, a prepararlas para atravesar momentos difíciles de sus vidas proponiéndoles ensayar escenarios posibles antes de encarar esas situaciones. Una suerte de Julián Weich para tramitar neurosis ajenas, Fielder se entrevista con el candidato, indaga sobre su vida, investiga sobre el entorno y la situación que las personas necesitan resolver. Al menos eso pasa en el primer episodio, que ya está disponible para ver en la plataforma: el productor es contactado por un hombre preocupado: durante toda su vida mintió sobre su nivel de estudios (a sus amigos les dijo que llegó a hacer una maestría, cuando en realidad apenas terminó su carrera de grado) y ahora quiere encarar a su mejor amiga, que no para de mandarle búsquedas laborales para personas con posgrados, y contarle toda la verdad.

Para esto, Fielder, a quien vemos todo el tiempo en pantalla, recrea a la perfección el bar en el que los dos suelen encontrarse como si fuera una escenografía, estudia a la amiga, usa un software que anticipa posibles respuestas, traza escenarios, pone a actores y actrices alrededor y finalmente hace ensayar al hombre la escena que lo inquieta.

Tan increíble se va volviendo todo, tan retorcido –el propio Fielder revela que él mismo ensaya las situaciones antes de encarar el diálogo con el primer protagonista de la serie, asume también que le miente para conseguir su objetivo–, tan gracioso, que al final gana el absurdo, sin importar cuánto de simulación y cuánto de documental hay en cada escena. Se trata, después de todo de un ensayo, porque engaño, más sofisticado o más rústico, hay siempre en todo lo que se presenta ante nuestros ojos a través de una pantalla.

El ensayo, de Nathan Fielder, está disponible en HBO Max.

2. Una palabra tuya bastará para sanarnos, de Gisela Galimi. “Llegan las biopsias. La primera y la segunda. Viajamos otra vez desde mi pueblo hasta la ciudad para hacerlas. No estoy asustada. Usan una cosa parecida a un sacabocado y obtienen un pedacito de mí (...). No puedo decir que realmente me duele, o no lo recuerdo. Cubren el hueco con una gasa enorme. Mi madre, para compensar el mal momento, me lleva al cine. Corre el año 1982 y se estrena E.T. Ella se asusta con el muñeco, por momentos tiembla, esconde la cara. ¿Por qué tiene tanto miedo mi madre? Me río y le hago bromas. Los niños ríen y ella tiembla. Soy la madre de mi madre: le tomo la mano, le digo que no se asuste, que solo es una película para niños. Que todo va a estar bien”.

En esta escena, casi al comienzo de Una palabra tuya bastará para sanarnos (Alfaguara, 2022), la escritora argentina Gisela Galimi plantea el núcleo de su historia: una niña padece una enfermedad que no se nombra, unos adultos que tienen miedo y eligen callar, mientras se suceden viajes del lugar pequeño en el que vive la familia hacia la gran ciudad donde la protagonista sigue distintos tratamientos. La autora sabrá mucho después, cuando le den el alta médica, que tuvo lepra, una enfermedad vista por lo general como un estigma. 

A lo largo del libro, que podría pensarse como una bitácora del día después, la escritora indaga sobre aquel silencio de sus padres –las familias se fundan, sobre todo, en eso que no se dice– y luego en su búsqueda por conocer más de esa enfermedad, para muchos sinónimo de lo inmundo. Entonces contacta a otras personas que la tuvieron y se informa sobre todo eso que empezó a aprender a partir de nombrar lo que había vivido: nuevos remedios para tratar la lepra, los textos religiosos que la abordan, la existencia de los leprosarios donde mandaron a vivir a cientos de personas cuando se desconocía casi todo sobre el tema, las nuevas formas de abordarla para escapar a la discriminación.

Si el que calla otorga, como suele decirse, los silencios familiares le dieron a la autora un camino que ella construyó con palabras por momentos duras, por momentos amorosas. Desde la llamada autoficción, aparece entonces un texto potente que se sirve de un montón de imágenes y que, lejos de escaparle al dolor, hace lo posible por narrarlo.

El libro Una palabra tuya bastará para sanarnos, de la escritora argentina Gisela Galimi, acaba de salir por Alfaguara.

3. FED para agendar. Falta un poco todavía, pero va a ser uno de los encuentros literarios más interesantes del año, así que me adelanto para que puedan ir planeando la visita con tiempo o agendando las actividades virtuales que tengan ganas de ver.

Se anunció por estos días que del 5 al 7 de agosto vuelve la Feria de Editores, o la FED, que tendrá nueva sede y algunas novedades. Por acá pueden ir leyendo parte de la programación con algunas actividades destacadas y en elDiarioAR vamos a ir contando, en plan cuenta regresiva, todo lo que se viene.

Más sobre la Feria de Editores 2022, por acá.

4. Banda sonora. Cortita y al pie: cuando reciban esto, voy a estar a punto de cumplir 40 años (para las personas supersticiosas, las interesados en la astrología que siempre tienen ganas de decirme si me ven de Cáncer o de Leo, o las timberas que se quieran jugar un numerito, qué sé yo: soy del 23 de julio de 1982). Entonces se me ocurrió buscar canciones que también tengan o estén llegando a mi edad. Dejo algunas de las que más me gustaron en la banda sonora que compartimos por acá todas las semanas (como siempre en este lugar, variado: de Michael Jackson a Charly García, de INXS a la versión de un hitazo de Donna Summer).

Pero también agrego un tema de los que estoy escuchando mucho ahora (para que no digan que llego a las cuatro décadas siempre con mi cantinela vintage). Es de la cantante y rapera estadounidense Lizzo, que acaba de sacar su nuevo disco, Special, por estos días. Les dejo, de paso, el video que me encantó.

¡Hasta la próxima!

Mil lianas también se puede leer como newsletter. Para recibirlo por correo electrónico cada viernes pueden suscribirse por acá.

AL

Etiquetas
stats