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Atravesar la pandemia en “una frontera”: entre el barro, el asfalto y la vereda como comedor

Marcelo y sus hijo Tobías, en su casa de La Carcova.

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Ese montón de basura anoche no estaba. Son ramas, bolsas, restos de comida, partes de computadoras o electrodomésticos: un desguace. Esa montaña había tenido su réplica el día anterior y, a pedido de quienes coordinan la Biblioteca Popular La Carcova, fue levantada. Pero alguien aprovechó la madrugada para descartar ahí lo que no pudo tirar, al parecer, en un lugar controlado

Y como la basura llama a la basura, sobre el playón frente a la biblioteca, otro montón de residuos copan, de a poco, la zona despejada. Ese lugar podría servir para otra cosa: jugar a la pelota, por ejemplo. Pero en vez de futbolistas de potrero hay perros y niños y hombres que tiran carros o caballos que tiran de los carros de esos hombres.

Logramos que dejaran de tirar basura enfrente, contra el paredón, plantando arbolitos y pintando murales”,  dice Sergio Benitez, vecino de La Cárcova, liberado, participante activo de la biblioteca. El mural es el que separa una fábrica dedicada a la producción de cables y el inicio del barrio. El paredón y el asfalto marcan la frontera, dividen.

De acuerdo a los últimos datos del Indec, el año pasado la pobreza aumentó un 42%: ya alcanza a 19 millones de argentinos y argentinas. Los partidos del Gran Buenos Aires son el segundo aglomerado más afectado, después de Gran Resistencia, en Chaco, con el 51% de pobres. El 57,7% de los menores de 14 años habita hogares con pocos recursos económicos.

La Carcova es un barrio popular de José León Suárez, en San Martín, ubicado al noroeste de la Provincia. Es conocido por dos o tres cosas: muy cerca, a pocas cuadras, está la Unidad 48, el penal; y también muy cerca, a otras pocas cuadras, el basural de la Ceamse. Son dos referencias que ofrecen la posibilidad de vivir de (o en) la cárcel o vivir del cartoneo. La otra cuestión es que carga el estigma de toda villa: para quienes no son de allí, puede resultar un lugar inseguro. Sin embargo, las aplicaciones de viajes levantaron durante la pandemia la advertencia de “zona peligrosa”: eso cambió, en parte, el movimiento dentro de la comunidad y en los alrededores.

Según el municipio y de acuerdo a las estimaciones del Registro Nacional de Barrios Populares (Renabap), en La Cárcova viven unas cuatro mil familias. A pesar de la insistencia de elDiarioAR, el municipio no ofreció información sobre la situación habitacional de esas 16 mil personas que, calculan, conformarían la población total. Sí aclararon que hay un plan de erradicación de “microbasurales” con obras de parquizado y veredas.

Sobre un microbasural está parado Marcelo. Nos rodean retazos de ropa, zapatillas sin el par, caca de caballo, botellas, los perros. Marcelo tiene 28 años y una pareja con la que cría a tres hijos de entre seis y dos años. Para que los chicos en edad escolar asistan a clases, compra tarjetas de teléfono. Cuando no hay plata para tarjeta, no hay clases ni tarea. Dice Marcelo: “Cartón, chatarra, cobre, aluminio, papel blanco, diario. Todo eso me sirve y levanto. A las siete de la mañana salgo con el carro y por ahí a las cinco estoy de vuelta. Hay que hacer más recorrido ahora, porque no hay tanto, y vuelvo solo con un bolsón lleno… Por semana haré unos seis mil pesos. Para llenar la alacena alcanza. Para las zapatillas de mis hijos, no. Pero la gente es buena porque ropa o zapatillas me da”.

Marcelo estuvo preso, salió en libertad y de a poco construyó su casa. Está ubicada a unos cien metros de la biblioteca, frente al basural y cerca del paredón pintado. Ladrillo hueco, una conexión precaria de luz, el tanque de agua algo elevado. Apoyada sobre el frente hay una pizarra. Micaela, su pareja, vende comida casera y bebidas. Otro aporte al hogar. Con eso, la recolección de materiales de descarte que puede vender y la asignación universal por cada hijo, Marcelo Brandan y su familia sobreviven.

Al lado de la biblioteca, hay una huerta comunitaria en proceso. Y al lado, un pequeño quincho donde arde el fuego. Sobre el fuego, la olla. Gastón, también liberado y participante activo de la biblioteca popular, consiguió un poco de carne para hacer este guiso que se cuece de a poco. Pasa un hombre que tira de su carro. “Don, a las 12 repartimos comida, venga”, invita Gastón. Algunos llegan con sus recipientes de plástico o bandejas y se llevan varias porciones. Los cartoneros buscan entre su recolección del día una botella para cortar y servirse la comida. La olla es comunión y ranchada, otra forma de tracción a sangre

VDM

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