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24 de julio de 2021 01:22 h

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Zoe Gotusso no supo que al escribir “tengo un monoambiente en Capital” le ponía letra al deseo de muchos chicos y chicas que buscan un lugarcito para plantar su bandera de la independencia. Una independencia literalmente económica en un país que hace difícil los planes a mediano y largo plazo: dejar la casa ma-paterna. El reverso de esa línea de canción podría referir a una libertad, acaso, esencial: aquí, en este pequeño espacio, soy.

“Tengo un monoambiente en Capital /hago mis canciones, fumo más /y no me importa”, escribió y cantó sin parar Zoe, 24 años, cordobesa. La ganas de mudarse a Buenos Aires aparecieron de repente, durante la previa a un show consagratorio en un teatro porteño con Salvapantallas, el dúo que formaba con Santi Celli. Salvapantallas tuvo la potencia de una bomba y se desintegró tan rápido como un fuego artificial. Pero como los buenos artificios, dejó su destellos, el perfume de la pólvora: todo eso que conforma un buen recuerdo

Era diciembre de 2018 y ella alquiló el departamento B de un quinto piso en Palermo. Su nuevo terruño era minúsculo, el espacio donde cabe una cama, el soporte de una guitarra, algo de ropa, una cocinita. Se pedía permiso, Zoe, en el monoambiente. Le cantó a su mamá aquella canción, que hasta ahí era apenas un boceto. “¿Te das cuenta lo importante que es esa letra para mucha gente?”, preguntó la madre, que se llama Sol y es docente. Ella se daría cuenta unos cuantos meses después, cuando “Monoambiente en Capital” fuera el sencillo inaugural de su carrera solista, cuando el tema explotara, es decir: cuando muchos chicos y chicas se identificaran. 

Y Zoe termina de confirmarlo ahora. “Mi primer día triste”, su primer álbum de estudio, que es redondo, que es prolijo en sus pliegues, ganó el viernes un Premio Gardel en la categoría Mejor Álbum Artista Pop. También estaba nominada como Mejor Artista Nuevo. Lo confirma con su cara y su nombre, que desde el jueves ocupan uno de los verticales lumínicos en el Times Square, en Manhattan. Es que Spotify la eligió como “embajadora” argentina en una iniciativa para promover la igualdad de género de artistas y creadoras de la industria del audio. Y también con la exploración del formato audiovisual, con un corto-biopic, Retrato en movimiento. “Ya no me quedo con las ganas/ miremos pelis en la cama/ me das un beso a la mañana/ eso es todo para mí”, canta ahora y entre violines, ya mudada de ese pequeño departamento.

¿Te das cuenta, Zoe?

No soy tan consciente de las cosas y eso me parece una gran cualidad, porque pienso que así conservo la frescura. A veces trato de frenar y pensar, registrar lo que me está pasando. Pero yo voy liviana… ¿Sabés qué me pasa? Estoy embelesada con mi camino. Embelesada con mis decisiones, con lo que me gusta, con estar conectada con lo que voy descubriendo de mí, de mi música. Yo me quiero. Me quiero mucho. 

El horno, un pianito y los tutoriales de Youtube

“Mirá, ¿ves? Tengo las manos quemadas”, dice Zoe y acerca las palmas a la cámara de la compu. En la ventanita del Zoom hay unos dedos que se mueven: las marcas apenas se ven, pero fueron definitorias. “Tenía un año, dos, creo. Gateando llegué al horno y apoyé las manos. Se me derritieron, llenas de ampollas. Me las vendaron y me pusieron como unos palitos de madera en las muñecas, para inmovilizarlas y poder curarme”, dice. 

La segunda de tres hermanos, es hija de Sol y de Gabriel Gotusso, ex jugador de Los Pumas y arquitecto. Zoe se crió en una casa grande en la capital de Córdoba. Una infancia dirá, sin duelos, llena de amor y de estímulos: “Mamá siempre me inyectó de buena energía y me decía que con mis manos iba a hacer algo muy especial”. El recuerdo que sigue a aquella quemadura es a los cuatro o cinco o seis años. Su primer contacto con un instrumento fue a través de las clases de piano porque había que darle movilidad a esos dedos que siguen exhibiendo la huella del calor en la ventana del Zoom.

“Pero no sé tocar el piano -sigue Zoe-. Fue más un juego, como dibujar. De lo que sí me acuerdo es del piano de mi vecina. Un piano chiquito, como de juguete. Tendría unos diez años y se lo pedí prestado. Saqué el feliz cumpleaños de una, como de oído”. En casa de sus padres escuchaban mucha música. Y Zoe cantaba encima y ponía la voz en cada acto del colegio. Incluso armó una banda de covers con algunos compañeros. Nunca se presentaron en vivo, pero el ensayo era ritual. Un día llegó la madre a la casa con una guitarra. “Ella me contaba siempre el cuento desde otro lugar”, dice, como si fuera una revelación.

Entonces de las clases de piano a las de guitarra.

¡No! Mi mamá me mandó a ver Youtube. Me dijo: “Si en Youtube hay un montón de profes, andá a estudiar, si tenés curiosidad te va a salir”. Ahí ya tenía 15 años y me puse re intensa con la guitarra. Practicaba y practicaba con los tutoriales. Al año, mi mamá me mandó con un profe. Después empecé a tomar clases de canto. Pero la verdad es que iba como obligada. Yo siempre me arreglé solita. Pero cuando arranqué este proyecto solista…

Desaprender para aprender

Una mujer recién llegada a Buenos Aires que quería subir a un escenario para cantar sola junto a su guitarra. Ese era el plan. Lo que ella (ni nadie) había contemplado era la pandemia. En 2019 rotó el corte “Monoambiente en capital” y la instaló en el circuito comercial. “Mi primer día triste”, su primer álbum, se editó el año pasado en medio de las restricciones impuestas por el virus. No hubo show de lanzamiento, pero Zoe decidió usar el tiempo a su favor.

Sigue Zoe: “Cuando decidí encarar la carrera solista pensé que si quería ser cantante, si quería interpretar, estar en un escenario y no tener que tocar nada, o sea, abrir la boca y que pasen cosas, tenía que estudiar. Así que toda esa energía que había juntado en el lanzamiento del disco que no pudo hacerse por la pandemia, la puse en otro lado. Y me puse re nerd… Mirá”. Ahora por la ventana del Zoom asoma la tapa de un libro. “Anatomía de la voz”, dice el título. 

No soy tan consciente de las cosas y eso me parece una gran cualidad, porque pienso que así conservo la frescura. Yo voy liviana… Estoy embelesada con mi camino.

Zoe Gotusso. Cantautora.

¿Y eso?

Ahora tomo tres clases de canto por semana. Volví a sentir eso que me pasaba a los 15 años con la guitarra y los tutoriales de Youtube: eso que es genuino, que no es un esfuerzo. Decidí desaprender para aprender. Me gustaría skipear esta larga temporada de pandemia y verme en cinco años, ver mi transformación, todo lo que aprendí. Pasé por todos los estados en esta larga temporada de pandemia. Que ya no es una temporada, es como un estado de la vida. Mi plan cambió, pero no puedo quejarme. Te diría que a mí la pandemia me enseñó la paciencia. Y mucha gente me agradece el disco porque le hice compañía en un momento gris.

Que esa gente que la sigue está lista para recibir su amor. Que a ella no le da vergüenza lo romántico, que está entregada. Que no le da cringe ni le parece cursi porque ella es todo eso: el amor, lo romántico, la entrega. En este encierro prolongado, Zoe se dedica a componer. “Ahora mi plan es superarme. Ni siquiera tengo que ir al estudio. Acá, en casa, con lo que tengo a mano, vomito mis canciones”, dice la chica que le puso música a la tristeza. La chica que es capaz de mirar un objeto tan doméstico como un calefón y hacerlo letra.

VDM/SH

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