Es domingo al mediodía y un tuit del ex presidente Mauricio Macri da la noticia: ha muerto Nicolás Avelluto, hijo de Pablo, quien fue secretario de Cultura durante su gestión. En minutos, el time lime es un derrame de condolencias. Todavía no están claras las circunstancias de su muerte, pero un dato es demoledor. Nicolás tenía 28 años.
Una hora después, los y las amigas lo recuerdan con fotos y anécdotas. La conmoción es total y es lógica, pero aparece algo más que un dato. Aparece una marca de identidad. Nicolás era reportero gráfico y no hubo consigna popular que haya dejado de cubrir con su cámara. La Izquierda Diario le dedica esta línea en la bajada de su necrológica: “Fue un fotógrafo de las luchas de los de abajo”.
Bastó hacer una búsqueda en Internet para dar con el trabajo de Nicolás. En microsegundos Google ofrece un retrato tomado a Norita Cortiñas, la cobertura en la última marcha por la aparición de Tehuel, varias en las convocatorias masivas en la que se pedía por la Ley de Aborto. Con datos que están a mano podemos darnos una idea de quién era Nicolás. Hay otra imagen, una que alguien le tomó a él. Nicolás sostiene un cartel con la leyenda: “No a los despidos en Télam”.
Ahora, que sigue siendo domingo, aquel derrame de condolencias en Twitter muta. Hay usuarios que linkean a Nicolás con su árbol genealógico. La rama más cercana es su padre Pablo. La foto de Nicolás con el cartel contra los despidos en Télam se resignifica. Los avisos fúnebres empiezan a perderse entre misiles discursivos. El chico es el hijo de un padre y entonces, las conjeturas.
Aún sin certezas sobre qué desencadenó el fallecimiento de Nicolás en un tuit que luego fue eliminado, Página/12 aseguró (escribo “aseguró” a consciencia) que el fotógrafo “estaba en las antípodas políticas de su padre”. Pablo Avelluto había perdido a un hijo. Eso debería ser motivo suficiente para bajar las armas, para hacer silencio, para tomar distancia ideológica o partidaria. Nicolás dejaba constancia de un nombre propio. A nosotros nos corresponde dar cuenta de una muerte. Twitter es una trampa.
Todavía es domingo. Atardece. Ahora observo que la muerte y las listas pueden ser puntos de encuentro. Resulta que elDiarioAR facilitó la publicación parcial de una investigación local financiada por una organización extranjera. Se llama “La reacción conservadora”. El tema de la investigación es espectacular y merece ser abordado desde el punto de vista periodístico: la avanzada de las derechas. El equipo que llevó a cabo la investigación es, además, sólido. Pero Twitter arde (cuándo no) entre el talento para el sarcasmo y los análisis sesudos.
Algo de la investigación hace ruido. Una de las notas invita a un link que te lleva a un “mapa interactivo”. En ese mapa hay un buscador con nombres propios y nombres de organizaciones. Y por cada ítem, una ficha. Me encuentro con, por ejemplo, la ficha de una instagramer a quien sigo en redes. Su ficha dice que “combina publicaciones con poca ropa”. ¿Qué diferencia hay entre ese señalamiento y aquel título de Clarín que le atribuía a una mujer asesinada por violencia machista su “fanatismo por los boliches”? Estoy segura de que poca ropa o mucha ropa no es un dato.
Del informe, que se anticipó en Twitter con pompa, esperaba saber sobre financiamiento clandestino con nexos internacionales, redes captación de jóvenes, sectas de fe algo dudosa… Qué sé yo, guita negra, delito, corrupción, alguna prueba que diera cuenta de un posible atentado contra la salud pública, algo así. O por lo menos entender de dónde surge y hacia dónde va este frente “conservador” que, insisto, es necesario contar.
Esto es gravísimo: el sitio (reaccionconservadora.net) que contenía toda la investigación está caído desde el día de su lanzamiento. No se informó si fue un hackeo o si los investigadores decidieron suspenderlo. Pero es inadmisible que los y las ciudadanas interesadas no puedan acceder a la información, que es mucho más amplia que el “mapa interactivo”. Y tampoco es justo que el equipo esté impedido de divulgar su trabajo. Los periodistas sufrieron amenazas, algo esperable dado que se ocuparon de estudiar un fenómeno que se caracteriza por instigar al odio. Esa era, digamos, una jugada para anticipar.
elDiarioAR tuvo su primer tropiezo en público en febrero, a dos meses de su salida. Un columnista le atribuyó a la actual ministra de Salud, Carla Vizzotti, un calificación fuera de lugar. Para algunos era “una marca de estilo del autor”. Para otros, un epíteto machista. La controversia escaló en redes sociales y a quienes integramos elDiarioAR nos obligó a un ejercicio de reflexión. Creanmé: el debate perdura.
Desde que las redes sociales intervinieron nuestra vida cotidiana, informar y estar informados es una tarea difícil. Cuando la nota se pone en circulación es reinterpretada por las audiencias, que la devuelven a la misma red social con una mirada diferente. Entre la inmediatez, el anonimato y la gratuidad del servicio ningún periodista está a salvo del insulto, el hostigamiento o el boludeo. La violencia discursiva (y la precarización) es un atentado a la libertad de expresión.
Ok, para qué indignarse, si Twitter es un mini microclima poco representativo de la experiencia de la vida. Un no-lugar que exprime la idea, aburrida pero instalada, de “grieta”. Y ni hablar del tribuneo, el tirito por elevación o el pase de factura. Pero si esa red social cambió las reglas del juego, quienes producimos información tenemos que entender un par de cosas:
1) En esta fiesta de barro en la que queremos bailar es imposible que nuestro vestido blanco llegue impoluto al carnaval carioca.
2) No conviene escupir para arriba.
3) Nada es personal.
VDM
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