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Literatura

Alice Munro: cuatro caminos a una autora fascinante y la escritura según sus propias palabras

Alice Munro, la gran maestra del cuento contemporáneo, murió a los 92 años el 13 de mayo.

Agustina Larrea

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“Lo inesperado es muy importante para mí. En uno de mis cuentos (Escapada), una mujer que tiene un matrimonio complicado decide dejar a su marido, alentada por una mujer muy sensata mayor que ella. Y entonces, cuando intenta irse, advierte que no puede hacerlo. Lo más razonable es irse, sus motivos son muchos, pero no puede. ¿Cómo puede ser? Yo escribo ese tipo de cosas, porque soy yo la que no sabe ‘cómo puede ser’. Por eso tengo que prestarle atención: allí hay algo que merece mi atención”, dijo Alice Munro en una de las entrevistas que circularon internacionalmente cuando ganó en 2013 el Premio Nobel de Literatura. Gran parte de las historias de la notable autora canadiense, que murió esta semana a los 92 años, están atravesadas por tironeos fortuitos a partir de esa pregunta, por temblores de la intimidad, por movimientos leves que llegan para torcer la inercia aparentemente cómoda de la rutina.

La escritora nació en 1931, en Wingham, Ontario, y vivió en una granja en el oeste de esa provincia en tiempos de dificultades económicas y en un ambiente puritano que quedó reflejado en buena parte de su obra. 

Aunque no era lo esperable en el contexto en el que creció, y con una madre con problemas de salud que derivaron con el tiempo en la enfermedad de Párkinson, con gran esfuerzo llegó a estudiar literatura en la Universidad de Western Ontario. “De haber nacido en una granja una generación antes, no habría tenido la menor oportunidad. Pero en mi generación ya había becas. Nadie esperaba que las chicas las solicitaran, pero una podía hacerlo. Me fue posible imaginarme a mí misma como escritora desde muy chica. Pero nadie más pensaba eso ni en esos términos. Igual yo no era una chica rara y nada más. También tenía que hacer mucho esfuerzo físico, porque mi madre no podía. Igual eso no logró demorarme. Pienso que en cierto sentido fui muy afortunada, porque si hubiese nacido, digamos, en el seno de una familia muy culta, una familia neoyorquina, por ejemplo, rodeada de gente que sabe mucho de literatura y del mundo de la escritura, me habría sentido totalmente disminuida. Me habría dicho: ‘Bueno, eso no puedo hacerlo, no es para mí’. Pero como no viví entre gente que pensara nunca en la escritura, entonces fui capaz de decirme: ‘Bueno, esto lo puedo hacer’”, afirmó poco antes de ganar el premio de la Academia Sueca.

Fue en la universidad donde conoció a James Munro, su primer esposo y de quien tomó el apellido con el que firmaría todos sus libros. Se casó con él en 1951, tuvo a su primera hija a los 21 y luego llegaron dos hijas más. Después de una temporada en Vancouver, la familia se instaló a partir de 1963 en Victoria, donde la pareja atendía una librería.

Según reveló años después en distintas entrevistas, Munro empezó a escribir cuentos en la década del ‘50. La escritura, por esos días, se colaba entre las tareas domésticas como una necesidad imperiosa. “Ama de casa encuentra tiempo para escribir relatos” es, de hecho, el título de una nota que le hicieron en el diario The Vancouver Sun, en 1961. 

Más de una vez señaló que se dedicó a la narrativa breve porque era lo que podía hacer en los ratos sueltos que le quedaban libre en el día: cuando sus hijas dormían. “Los bebés finalmente dormían la siesta, quisieran o no, y entonces yo me ponía a escribir”, contó en una entrevista que publicó La Vanguardia en 2009 y agregó: “No estaba pensando en ellos. Estaba pensando en mí. Quizá habrían sido más felices si yo les hubiese dedicado más tiempo y menos a mi literatura, no lo sé. Pero para mí no era una opción, sentía que tenía que luchar por ese espacio propio donde no era ni mujer ni madre. Hoy todavía me escapo al mismo sillón donde desarrollo mi vida espiritual. Pero, claro, ya no soy joven. Un tema duro para artistas y escritores es que los poderes intelectuales o creativos se debilitan. ¿Qué hace uno entonces si no escribe? Yo no pude encontrar la respuesta”.

En 1968 llegó su debut literario con la colección de cuentos Danza de las sombras (N. de la R. en Argentina tiene una edición que llegó a través del sello Lumen, en 2022), que ganó el Governor General’s Award, uno de los premios literarios más importantes de Canadá. Cuatro años después, en 1972, se divorció y volvió a su provincia natal, donde continuó con su carrera literaria, que se volvió cada vez más fructífera. Volvió a casarse, en 1976, con el geólogo y geógrafo Gerald Fremlin.

Cuatro caminos

Con más de seis décadas de carrera y más de trece libros de relatos, Alice Munro es considerada como una de las más destacadas escritoras de cuentos en lengua inglesa. Ganó, entre otros, el Premio Internacional Man Booker, el Premio PEN/Malamud a la excelencia en ficción breve, y el Premio del Círculo Nacional de Críticos Literarios y sus textos fueron publicados en revistas de gran prestigio como The New Yorker, The Atlantic y The Paris Review, entre otras.

Llamada un poco a su pesar “la Chéjov canadiense”, incluso cuando se animó a publicar una novela se trató de un texto escrito en fragmentos. Sus libros, sobre todo después de que ganara el Nobel en 2013, se consiguen en Argentina traducidos al español a través del sello Lumen y en algunos casos en versiones económicas de DeBolsillo.

Aunque resulta difícil hacer una selección porque todos tienen relatos notables, un camino posible para comenzar la lectura de esta autora podría ser de la mano de La vida de las mujeres (DeBolsillo, 2012), una colección de cuentos que Munro publicó en su país en 1971 y que puede pensarse como una novela porque tienen una misma protagonista. El ambiente rural y conservador donde transcurren los relatos se parece bastante al de la infancia de su autora.

Los volúmenes de cuentos Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio (DeBolsillo, 2001), y Escapada (Lumen, 2004) refuerzan algunas décadas después el estilo implacable de la autora y su particular modo de meterse con lo doméstico, con lo inesperado, con lo íntimo, con lo que aparentaba chiquito para convertirlo en una forma única y magistral del cuento enfocado en las relaciones humanas.

Sobre Escapada, el escritor Johnatan Franzen, quien se asumió siempre como un gran admirador de la canadiense, aseguró que se trataba de una colección de historias notable. “Leer a Munro me pone siempre en un estado de reflexión calma en el que me pongo a pensar sobre mi propia vida: sobre las decisiones que tomé, las cosas que hice y las que no, el tipo de persona que soy, la posibilidad de la muerte. Ella es una del puñado de escritores, algunos vivos, la mayoría muertos, de los que tengo en cuenta cuando digo que la ficción es mi religión. Mientras estoy inmerso en un cuento de Munro, soy, según un personaje totalmente ficticio, el tipo de respeto solemne y de interés silencioso y arraigado que me permito ser en mis mejores momentos como ser humano”, dijo en una reseña cuando salió el libro.

Otra vía para entrar al universo Munro puede ser la colección de cuentos Mi vida querida (en el original Dear Life, publicado en español por Lumen), que la autora publicó cuando tenía 81 años. “Son dos palabras muy maravillosas para mí, porque las escuchaba cuando era niña, y significaban todo tipo de cosas. ‘¡Ay, vida querida!’ a veces significaba nada más que uno estaba abrumado por todo lo que tenía que hacer. Me gusta el contraste entre eso y las palabras ‘vida querida’, que son tal vez una gozosa resignación, pero cuando decimos ‘querida’ –la palabra–, no convoca tristeza. Convoca algo precioso”, aseguró cuando salió publicado el libro.

Maestra del cuento contemporáneo

Son numerosos los escritores que han señalado que Alice Munro es una maestra del cuento contemporáneo y que vieron en ella una gran influencia para sus carreras.

Amiga durante cinco décadas y nacida en el mismo país, la escritora Margaret Atwood le dedicó a Munro palabras elogiosas a lo largo de toda su carrera. Para ella, se trató de una figura clave que abrió camino a las escritoras que vinieron detrás. Un día después de que se conoció la noticia de la muerte de Munro, Atwood además escribió un texto sobre su amiga en su newsletter personal.

“Alice ha muerto un par de meses antes de cumplir 93 años. Como su segunda amiga y colega más antigua restante (...) me han inundado los pedidos de ‘unas breves palabras’ o ‘un comentario’ y así. En otras palabras, una frase pegadiza. Pero Alice no puede reducirse a una simple frase pegadiza”, escribió la novelista.

Luego de señalar que conoció a Munro hace 55 años, la autora de El cuento de la criada se preguntó: “¿Cómo puede ser posible esto? Alice tendría algo para decir sobre este tema, dado que uno de sus asuntos constantes era el tiempo”. A modo de homenaje, Atwood leyó el cuento Dance of the Happy Shades (traducido al español como Danza de las sombras) de su colega para una grabación que se puede escuchar en el diario británico The Guardian.

Otra admiradora de Munro es la escritora estadounidense Lorrie Moore, que se dedicó en más de una ocasión a reseñar sus libros y escribió sobre la canadiense en las últimas horas en The Atlantic. 

“Si los cuentos son sobre la vida y las novelas sobre el mundo, una puede ver las espaciosas historias de Munro con algo de los dos: el destino y el tiempo y el amor son los asuntos que más le interesan tanto como lo inesperado. Ella nos recuerda a su vez que el amor y el matrimonio nunca son asuntos inesperados y que, para bien o para mal, constituyen moldeadores de nuestras vidas”, dijo Moore cuando Munro obtuvo el Nobel y destacó: “Es una cuentista que mira más allá de todos los límites aparentes y, por lo tanto, ha remodelado una idea de brevedad narrativa y reimaginado lo que una historia puede hacer”.

También el británico Julian Barnes elogió en su momento cuando señaló que la escritora “puede hacer mover a sus personajes a través del tiempo de un modo que ningún otro escritor ha podido hacerlo” y que esa gran capacidad le da una densidad especial a sus historias.

En algunas entrevistas la propia Munro habló sobre esa capacidad de condensación de la narrativa breve y de sus textos.

“Escribo sin pensar si hay un tema de fondo, pero sé que una idea sólo me interesa si tiene alguna complejidad moral, si tiene varias aristas. No es que me guste crear personajes que estén reflexionando sobre problemas morales, pero sí marcar cómo de las decisiones que uno toma, de las rutas que se elige, uno se puede arrepentir tiempo después. Al mismo tiempo pienso que hay momentos en la vida en los que hay que ser egoísta en un grado tal que, luego, de mayor, uno pueda condenarlo. De eso se trata ser humano”, señaló.

AL/JJD

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