Caminar, narrar, sobrevivir: el oficio del escritor según Vera
“Caminar es una forma de escribir”, solía decir Hernán Vera Álvarez mientras recorría incansablemente el barrio de Belgrano de su Buenos Aires querido. Las veredas eran páginas en blanco sobre las que iba narrando en voz alta, y delineando su vida de los próximos años, muy lejos de allí. En 1999, sobre el ocaso de una década infame, Vera (como suele firmar sus trabajos) armó una valija con más libros que ropa y se fue al diablo. Miami fue la primera escala, que luego será la definitiva. Luego fue New York, para regresar con el tiempo a Miami. Esa ciudad se transformó en un faro desde donde halló la perspectiva que buscaba para contar lo que veía.
Su vida en la ilegalidad y trabajos tan diversos como precarios durante ocho años le dieron la plataforma para comenzar a construir una obra prolífica. Así, desde hace 25 años vive en Estados Unidos. Vera realizó estudios de literatura en Florida International University donde actualmente trabaja como profesor. Ha dado talleres de escritura creativa en distintas instituciones, entre ellas, el Koubek Center del Miami Dade College. Y brinda un taller literario al que los asistentes apodaron “La tribu Vera” con varios años de rodaje y, como suele el escritor decir, es solo para gente maravillosa.
Ha publicado las novelas La librería del mal salvaje–Florida Book Awards– y Los hermosos, los libros de poesía La vida enferma y Los románticos eléctricos, el de cuentos Grand Nocturno y el de comics La gente no puede vivir sin problemas. Es editor de varias antologías, entre ellas, Vacaciones sin hotel –Florida Book Awards–, Don´t cry for me, América –Latino International Book Awards–, Escritorxs Salvajes y Viaje One Way. En estos días trabajaba junto con el cineasta Gastón Virkel en un documental sobre la vida del malogrado poeta cubano Eddy Campa.
En ocasiones, hay países que son transformados en laboratorios, y en los 90, la Argentina fue eso. En julio pasado, la editorial Mansalva publicó Las vestidas, una radiografía con atmósfera de policial pero que habla de amores y desencuentros; en una Buenos Aires despiadada y asolada por el desánimo y el desempleo de aquellos años. Mientras camina por la ciudad, el personaje de la novela describe personajes abandonados, algunos infames y otros amorosos. Un joven que desea ser escritor transita redacciones oscuras a punto de desaparecer, recitales de rock y bares que viven entre la penumbra y la amenaza de los edictos policiales.
“Tenía ganas de escribir una novela de iniciación” - confesó Vera durante una charla con elDiarioAR– “Si bien la literatura argentina incluye una tradición de cuentistas, El juguete rabioso, de Roberto Arlt, siempre gravita en la cabeza de los escritores. Esa presencia está en Jorge Asís y sus Flores robadas en los jardines de Quilmes hasta en la primera novela de Mariana Enriquez. La adolescencia y los inicios de mi juventud transcurrieron en una década tan sombría como los ‘90. A ese contexto social quería darle una historia de amor. Me pareció que si el protagonista mantenía un vínculo con una joven transexual podía ahondar en problemáticas, personajes y lugares que me interesan abordar en la literatura. La novela dialoga con temas de identidad, margen y deseo”.
-¿Cómo trabajaste para que esos mundos emergieran sin caer en clichés o miradas externas?
-Hay pocas historias de amor que tengan a mujeres trans como protagonistas. Recién ahora hay algunas novelas, pero por lo general, nunca desde el lugar de su pareja. Es un deseo que en muchas sociedades se combate y prejuzga. Pienso en Estados Unidos, una sociedad que la juega de estar más allá de muchas cosas, pero como lo estamos comprobando diariamente, es represiva y conservadora. Un país con una conciencia del medioevo, aunque con iPhone 17. El lenguaje de la novela es muy preciso y a la vez crudo.
-¿Cómo encontraste la voz narrativa de Las vestidas?
-La escribí en el 2009. Desde esa fecha hasta el 2024 la fui corrigiendo. Y son apenas 100 páginas de capítulos breves. En ese sentido, quería una novela falsamente ligera: que se leyera con velocidad pero que su contenido tenga espesura. Algunos lectores han señalado las escenas de sexo. Me dicen que están tratadas de una manera convincente, tal vez descarnada, aunque sin caer en el lugar común o la pornografía. Llegar a esa escritura llevó tiempo.
-Sos escritor, editor, dibujante. Ahora estás dirigiendo un documental. ¿Cómo se combinan esas prácticas?
-Lo híbrido es estimulante. La forma, si se quiere. Esto está en Borges, Puig, Silvina Ocampo. Yo empecé dibujante historietas y luego vino la literatura. Ahora, luego de casi treinta años de no filmar, lo último fueron unos cortos en Buenos Aires en los ‘90, estoy con un cineasta y escritor Gastón Virkel haciendo un documental sobre un poeta cubano que desapareció en Miami: Eddy Campa. Un escritor de un solo libro perfecto: Little Havana Memorial Park. Nadie sabe el paradero de Campa. En el documental lo buscamos.
-¿Qué significa escribir en español en un país donde el inglés es la lengua dominante?
-En Estados Unidos hay casi 50 millones de personas que hablan español, es decir, la cifra de una Argentina. Ese segmento, si lo desea, tiene la opción de pagar los impuestos, acceder a ayuda financiera para estudiar en la universidad, comprar un seguro médico o simplemente llamar al servicio al cliente de su compañía de teléfono, en español. Esa opción, esa libertad, no existe en otros países donde hay concentración de inmigrantes. Y, sin embargo, la cultura norteamericana considera el español como un idioma de cocinas. Yo que he trabajado en algunas, te digo que se hablan muchos idiomas, incluido el inglés. Un escritor que elige el español como lengua creativa es un marginal. Me gusta serlo. Por otra parte, usar el español durante los tiempos de Trump es algo político. Molesta, y un escritor siempre debe molestar. Vivís hace años fuera de la Argentina.
-¿Cómo influye la distancia en tu manera de narrar lo rioplatense?
-En la cotidianidad uno está rodeado de muchas voces. Vivo a pocas cuadras de La Pequeña Haití. Me ha pasado de comprar frutas en uno de sus mercaditos donde la gente habla creole (especie de francés de la isla), salir a la calle y leer carteles de tránsito en inglés y que pase un auto con el estéreo a todo volumen con “Color esperanza”, de Diego Torres. Esa mezcla te da algo, pero te pone distancia con tu idioma, te da una perspectiva extraña. Pero por lo general, mi español se acerca al del Río de la Plata. Evito terminar como un presentador de la CNN con español neutro.
-¿Qué autores sentís que dialogan más de cerca con tu trabajo, aunque no haya influencias explícitas?
-Jean Cocteau, Puig, Isak Dinesen, Carver, Silvina Ocampo.
-¿Qué papel creés que cumple la literatura en un clima social cada vez más crispado?
-La buena literatura siempre habla de su tiempo. Desde la que toca un realismo visceral hasta la fantástica. La cotidianidad siempre se impone. Estados Unidos atraviesa un tiempo nefasto. Jamás en los 25 años que vivo acá vi lo que está ocurriendo con la comunidad hispana. Se la persigue y se la discrimina. Este es un país de inmigrantes y, sin embargo, el racismo es una moneda corriente. La literatura no es ciega a esta problemática.
-¿Qué te gustaría que le quede al lector después de leer Las vestidas?
-Que siga con las ganas de vivir desaforadamente.
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