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Entrevista

Irene Vallejo: “Desde la Antigüedad, escribir ha sido siempre un trabajo de riesgo”

La escritora española Irene Vallejo se consagró por el mundo con su ensayo "El infinito en un junco"

Agustina Larrea

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Habla de “incredulidad”. Dice que El infinito en un junco “tenía todas las papeletas para ser un libro que llamase la atención a un público muy reducido, a unas pocas personas interesadas en la historia, o en el mundo clásico”. Sin embargo esa publicación, un ensayo colosal sobre libros y lectores en la Antigüedad, se volvió desde su salida durante 2019 en una especie de torbellino: cosechó elogios y premios por todos lados, ya lleva infinidad de ediciones en español y fue traducido, hasta el momento, a más de veinte idiomas. 

“Nunca esperé ni remotamente una acogida semejante. Así que de alguna manera voy viajando a los lugares como para intentar vencer el escepticismo y la duda”, le dice ahora en Buenos Aires entre risas a elDiarioAR, luego de una gira que la llevó por Europa y los Estados Unidos. 

La escritora española fue una de las visitas más esperadas y convocantes durante la Feria del Libro 2023 porque, pandemia mediante, apenas salió su libro el mundo se cerró por las restricciones sanitarias y no pudo viajar a presentarlo. Resultó curioso entonces que desde aquellos días, un texto sobre bibliotecas, papiros, los primeros filósofos y las primeras instituciones educativas, entre muchos otros asuntos, suscitara la atención de lectores fervientes en todo el planeta.

Entre tantas giras de difusión, ¿pudiste analizar el fenómeno que se produjo con este libro durante la pandemia en tantos países, mientras se sigue traduciendo a tantas lenguas?

Supongo que cuando se produce uno de estos fenómenos es porque de alguna manera hay un público huérfano. Fue asombroso descubrir que efectivamente esa comunidad de los libros que yo llamo cariñosamente ‘La tribu del junco’ existe en todos los países. Y saber también que todavía hay personas que están preocupadas por la decadencia de las humanidades, los sistemas educativos, por las nuevas formas de entender la vida descarnadamente pragmáticas que dejan un poco de lado los aspectos humanos. Yo misma cuando lo escribía me había dejado convencer por esa idea de que estas cuestiones  estaban en declive e interesaban a muy poca gente: una sensación de fin de época o de ser los últimos representantes de una antigua estirpe. Afortunadamente ha resultado que no es así, así que es maravilloso ver que finalmente sí que nos podemos sentir unidos por relatos a pesar de todas las diferencias culturales, emocionales, históricas. Ha sido un descubrimiento inesperado y una sensación de que desaparecía esa percepción de soledad: ¡de repente me he sentido parte de un movimiento poderoso! 

A los lectores de varios países ahora nos llega El silbido del arquero (Random House, 2015; 2022), que es un libro previo, una novela que también retoma la Antigüedad clásica y los mitos. ¿Recordás cuál fue el puntapié o la imagen que dio inicio a este proyecto?

La Antigüedad es mi especialidad universitaria, evidentemente. Y eso me da más herramientas para hablar de esa época. Que no es tanto porque me importe el pasado en sí,  sino porque creo que a través de los relatos mitológicos entendemos mejor nuestro presente. De alguna manera, lo legendario nos ayuda a separarnos del estricto costumbrismo, del realismo. Por otra parte, cuando decidí escribir este libro comenzaba la guerra en Siria. En aquel momento yo estaba trabajando en el Heraldo de Aragón, un periódico de España, y por supuesto vivimos el impacto en la redacción cuando empezaron a llegar las primeras imágenes. Tengo muy presente aquella sensación, cuando otra vez veíamos los barcos de los refugiados de guerra que buscaban acogida y hospitalidad en Europa y empezaron a suceder los primeros naufragios. Luego vi la foto icónica de aquel niño en la costa de Turquía. Todo aquello me hizo pensar en la Eneida. Otra vez la Eneida, ¿no? Porque de alguna manera es la misma historia, es la guerra de Troya como símbolo universal de las guerras y otra vez vuelve a suceder exactamente lo mismo. Los que huyen. Los niños. Los naufragios. El intento de reconstruir la vida en Europa o en otros países del Norte de África. Ahí tenía entonces uno de los grandes temas de la humanidad. La inmigración. El viaje. La guerra. El desarraigo. Creo que era importante volver a aquello que es esencial para entender el momento actual: los movimientos migratorios, las tensiones que provocan en todo el mundo y cómo afectan a cada país. También las repercusiones políticas que conllevan esos movimientos y muchas veces lo despiadadas que son las sociedades a las que llegan esos refugiados o esos migrantes. Me pareció interesante volver a abordarlo y es curioso que ahora estoy haciendo la promoción del libro con una nueva guerra en el mundo.

¿Por qué te concentraste especialmente en la Eneida?

Tal vez me interesó porque, a diferencia de la Ilíada o la Odisea, el protagonista pertenece al bando perdedor y eso a mí me parece que cambia totalmente el punto de vista ¿no? Eneas es un hombre que curiosamente hace algo que parece contrario al concepto habitual que tenemos de héroe. Cuando los enemigos van a tomar su ciudad, él no se queda ahí a defenderla hasta la muerte, sino que huye con su familia. No es alguien que desee conseguir la gloria hasta la muerte, sino alguien que intenta minimizar los daños. Entonces se lleva a su familia y a unos cuantos compatriotas para intentar salvarlos. Pero en el lenguaje de la épica eso es una huida y la huida siempre está asociada a la cobardía. Luego está la historia de amor con Dido, Elisa en el libro, que es una de las principales historias de amor de nuestra tradición occidental. Que a la vez es una historia curiosa porque parte de los roles cambiados: ella es una mujer poderosa y él un hombre que lo ha perdido todo, que está en una situación máxima de desamparo.

Creo que a través de los relatos mitológicos entendemos mejor nuestro presente. De alguna manera, lo legendario nos ayuda a separarnos del estricto costumbrismo, del realismo.

La forma que elegiste para contar este relato es polifónica: está Eneas, pero también Elisa, Ana, hasta la voz de un dios como Eros y también, por supuesto, Virgilio. ¿Fue un desafío encontrar esta particularidad para contar esta historia? 

Yo quería contar una historia antigua, pero con herramientas literarias totalmente contemporáneas, ese fue mi juego. Quería que cuando el lector se enfrentara a este libro viera muchas de nuestras preocupaciones actuales reflejadas en este relato. Y una de las principales tiene que ver con la incomunicación. De alguna manera se traza como un pequeño tratado filosófico sobre el amor imbuido en el personaje de Eros. Un personaje que en el libro habla y que tiene la paradoja de ser una especie de dios impotente. Un dios que teje, que urde oportunidades aunque muchas veces se le escapa todo de las manos y no consigue controlar a los humanos. También me pareció impotente en otro sentido: se trata de un dios que puede suscitar la pasión pero no puede vivirla. Alguien que queda afuera del prodigio que provoca y entonces, en el fondo, está siempre envidiando a los seres humanos por esas vidas intensas desde su aburrida eternidad. Pero claro, al mismo tiempo comprende que esa pasión, esa intensidad, tienen que ver con el ser mortal y no está dispuesto a pagar el precio de ese peaje. Entonces se queda desde afuera mirando con una distancia irónica que también ofrece un ingrediente que no está presente en el mito pero que es lo más posmoderno del relato. 

En la novela, Eros envidia a los humanos entre otras cosas por su capacidad de construir relatos.

La envidia está presente en toda la literatura antigua. Y es curioso porque los dioses tienen el poder, la eterna juventud, la inmortalidad. Sin embargo, son ellos mismos los que nos dicen que todas las desgracias que les pasan a los afortunados humanos son fruto de la envidia de los dioses. Este concepto me pareció curioso y me sirvió para construir a este personaje que en el fondo acepta que tanto el amor como la creatividad, el arte, la narración son todos recursos que han desarrollado los humanos para sobrellevar su condición mortal. Ahí los dioses quedan fuera, no mueren y, por tanto, viven unas vidas seguras, garantizadas, pero extraordinariamente monótonas. Son los seres humanos los que, en cambio, cambian, viajan, sufren, se juntan, se separan, se desgarran. Entonces, en ese sentido, resultan mucho más apasionantes.

Mencionabas estas cuestiones actuales que evidentemente arrastramos durante siglos. Una de ellas está reflejada en el personaje de Elisa, una mujer con poder que, aunque esté al mando, tiene todo tipo de obstáculos. ¿Por qué decidiste enfocarte en ese aspecto también?

Me pareció que era una forma interesante de replantear también el debate sobre estas cuestiones. Ser conscientes de cómo han sucedido a lo largo de los siglos. El personaje de Dido, a la que yo llamo Elisa en el relato porque ese es teóricamente el nombre fenicio, es interesante dentro del mito porque es una mujer poderosa. Pero no solo eso, si no también por su postura ante Eneas. Cuando Elisa y Eneas se encuentran, ella ya ha hecho todo lo que él desea hacer: ella ha fundado su ciudad, se ha convertido en soberana, gobierna, los ha hecho prósperos. Eso crea una tensión alrededor de los dos, cuando la mujer es más poderosa. También me resultaba interesante ver cómo en la Antigüedad las mujeres han podido ser reinas, pero era prácticamente imposible que fueran maestras, oradoras, o médicos. Por último, en la Eneida, Dido le dice a Eneas esto de “si por lo menos hubiera tenido un hijo tuyo”. Ella evidentemente está añorando un hijo, se siente un poco incompleta sin el hijo. Y, nuevamente, esto tiene mucho que ver con los debates contemporáneos sobre la maternidad: sobre las mujeres solteras, sobre hasta qué punto es socialmente impuesto o no el deseo de tener hijos. ¡Hay tantos debates contemporáneos latiendo en el pasado! Creo que comprobar eso también nos hace sentirnos más cercanos a nuestros antepasados.

Cuando vemos las escenas de Virgilio, con su imposibilidad a veces para escribir, con sus dudas, El silbido del arquero parece acercarse también a un libro sobre la trastienda de la escritura. Algo que ya pasaba también en El infinito…, aunque ahí más vinculado a la materialidad de los libros.

Como mujer escritora siempre me he preguntado sobre esa cuestión: sobre la literatura, sobre sus limitaciones, sobre quién puede escribir y quién no. También sobre hasta qué punto la literatura está al servicio de los poderosos o de las élites. No solo porque sean las élites las que poseen los libros y quienes ejercen el mecenazgo como ocurría al final de la época de Virgilio. Sino porque, incluso si los que escriben no pertenecen a esas clases sociales, de alguna manera tienen que ser los intérpretes de sus mensajes sobre la historia y de su visión del mundo. En mi visión, como mujer y como escritora siempre sentís que estás de alguna manera en un lugar periférico. A su vez estas cuestiones me interesan porque he ejercido de periodista y en ocasiones me he puesto a pensar en que muchas veces quien escribe se pone al servicio del relato del poder. Porque muchas veces es muy difícil eludir ese abrazo del oso que reciben algunos como Virgilio. Aunque la Eneida es una herramienta propagandística, pero al mismo tiempo parece contener también cierta rebeldía hacia ese mensaje que le imponían.

¡Hay tantos debates contemporáneos latiendo en el pasado! Creo que comprobar eso también nos hace sentirnos más cercanos a nuestros antepasados.

En la novela aparece un Virgilio preocupado, para usar un término de hoy, por ser víctima de la cancelación.  

Los romanos ya se inventaron algo así, con la damnatio memoriae. Cuando alguien hacía algo que se consideraba digno de castigo se borraba su nombre y su memoria de toda la historia. Se borraban de las inscripciones. Se borraba de los libros. De hecho aparece un episodio real, auténtico, histórico, por el que un amigo de Virgilio cayó en desgracia con Augusto y le obligó a eliminar una dedicatoria de sus libros. Eso se parece mucho al funcionamiento contemporáneo por el que si proteges o defiendes a una persona que está perseguida, tú mismo te haces o te vuelves objetivo de esa misma persecución. Por otro lado, desde la Antigüedad, la escritura ha sido siempre un trabajo de riesgo. Incluso en las redes sociales, simplemente por compartir o crear una audiencia. Y nos pasa a las mujeres allí, que debemos hacer frente a una especial persecución si tenemos una presencia pública y en general tenemos más haters.

En El infinito en un junco y también en varias entrevistas e intervenciones públicas te referís a la importancia de la lectura. También rescatás muchas veces a escritores de la Argentina que se han reivindicado como lectores, como Jorge Luis Borges y Alberto Manguel. ¿Qué creés que le debés a la lectura?

En principio creo que todos le debemos a Borges el hallazgo de que realmente la historia es también el relato de nuestra relación con las historias: según cómo nos relacionamos con las historias, se transforma nuestra percepción del mundo en el que vivimos. Así que frente a esta idea dominante de que leer es una forma de evasión de la realidad, yo creo todo lo contrario. Porque leer nos ayuda a desarrollar la mirada, a percibir muchas cosas que quedan en ángulos ciegos si no leyéramos, a captar las emociones de los demás a través de los libros. Entramos en otras mentes y nos relacionamos con otras personas. Por otra parte, la lectura es algo que si no existiera y alguien nos lo ofreciera como un avance tecnológico diríamos que es completamente asombroso. ¡Y lo tenemos desde hace milenios en los libros! 

¿Te imaginás un mundo sin libros?

Si no tuviéramos los libros nos creeríamos todas las mentiras y lugares comunes y ficciones de nuestra vida y creeríamos que somos los únicos que se sienten torpes o que se sienten solos en su relación con los demás. Pero gracias a los libros descubrimos que no, que en el fondo todo el mundo se siente mal aunque en la fachada finja que se divierte y que es feliz. Creo que, entre otras cosas, atacar esas creencias y esas mentiras es algo muy valioso que hacen por nosotros los libros. Y, para todos los que nos hemos sentido raros alguna vez, es una profunda sensación de solidaridad la que creamos con esos otros raros que aparecen en los libros.

AL

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