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Entrevista

Irene Vallejo y un ensayo colosal sobre libros y lectores en la Antigüedad: “A ellos les debemos el triunfo sobre el olvido”

Irene Vallejo es la autora del ensayo "El infinito en un junco", una investigación monumental sobre el origen de los libros en la Antigüedad

Agustina Larrea

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La bajada anuncia que el material que se tiene entre manos recorrerá “la invención de los libros en el mundo antiguo”. Sin embargo, esa definición se queda corta para El infinito en un junco (Siruela, 2020; DeBolsillo 2021), el ensayo de la escritora y filóloga española Irene Vallejo, que desde su salida en 2020 se convirtió en uno de los mayores sucesos editoriales por sus ventas en todo el mundo y también por los premios y críticas que recibió. 

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Libros, series, películas y un montón de cosas de las que aferrarse en medio del desconcierto, por Agustina Larrea.

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La investigación, que efectivamente traza una historia sobre los orígenes de los artefactos de lectura en la Antigüedad clásica, va desde los papiros egipcios hasta la Biblioteca de Alejandría o los vaivenes de griegos y romanos. También se detiene, entre muchos otros episodios, en el nacimiento del alfabeto, de la filosofía, de las primeras escuelas, de los lectores, de los primeros libreros, de la obsesión por la catalogación, las listas y el germen de lo que hoy se conoce como la autoficción con Hesíodo, en el 700 a.C.

Para una apuesta tan colosal, Vallejo eligió un tono amable, austero y lleno de datos. El resultado es un híbrido, que lejos del academicismo –aunque con muchas de sus herramientas– combina la información y las referencias bibliográficas con experiencias personales de la autora (están sus primeras lecturas de infancia, sus vivencias escolares y ya siendo adulta, sus recorridos por bibliotecas impactantes) y paralelismos que muchas veces llevan al presente. Hay citas a autores contemporáneos (entre otros, un gran homenaje a Jorge Luis Borges), a series, a películas, referencias que llevan a pensar que todo eso que parece novedoso y actual tal vez no lo sea tanto.

“El primer libro de la historia nació cuando las palabras, apenas aire escrito, encontraron cobijo en la médula de una planta acuática. Y, frente a sus antepasados inertes y rígidos, el libro fue desde el principio un objeto flexible, ligero, preparado para el viaje y la aventura”, dice la autora en uno de los pasajes nodales de El infinito en un junco, que acaba de ser editado en la Argentina y en varios países de América latina en formato “de bolsillo”, luego de su exitosa versión anterior que salió por el sello Siruela.

En diálogo por videollamada desde España con elDiarioAR, la autora celebra la iniciativa, que en su visión hará “más asequible la circulación de un libro que es una reflexión y una celebración de la democratización de la palabra, de la belleza de la literatura y del conocimiento”.

¿Por qué decidiste contar esta historia, que arranca como una especie de novela de aventuras, con la Biblioteca de Alejandría como la gran protagonista?

Al comienzo me planteé realmente dónde empezar el relato, si en la oralidad, en la invención de la escritura, en la invención del alfabeto o en una serie de hitos. Sin embargo yo necesitaba un episodio, un detonante casi novelesco con el que arrancar, que además me funcionase en la gran estructura de la obra. Y me pareció que esa escena de los jinetes como los soldados de élite, los marines del rey de Egipto que van buscando los libros en una misión costosa y peligrosa por todos los caminos de Grecia tenía la fuerza y la capacidad de condensar ese momento en el que realmente los libros eran un lujo y un objeto escaso que había que perseguir. Entonces buscaba un episodio que sirviera como símbolo de todo lo que significaron los libros en aquella época manuscrita en la que eran tan escasos, tan difíciles de conseguir y además eran el patrimonio de unos privilegiados. En este sentido, la biblioteca de Alejandría significa para mí muchas cosas, significa la traducción, que creo que es una gran evolución, y que además la quise reivindicar muy especialmente en el libro, porque si no hubiera habido traducción habríamos vivido siempre en un mundo más pequeño, más chauvinista, más estrecho. Significa, también, la apuesta por el conocimiento. Anexo a la Biblioteca estaba el museo donde acudían los sabios, los científicos, los escritores, los mejores poetas de la época, las mentes más brillantes, y se les mantenía para que se dedicasen a indagar en el conocimiento. En tiempos donde campa el anti intelectualismo me gustaba pensar en esa especie de gran proyecto un tanto megalómano, es cierto, pero ciertamente muy vinculado con esa raíz de valoración del saber, del conocimiento, y ese deseo insólito para la época: de ampliar el acceso, que todo el mundo, como decía un rétor de la época, estuviera invitado a filosofar, algo que a mí me parece maravilloso. Y ese es un poco también el concepto general de mi libro: invitar a todo el mundo a que se sienta partícipe y protagonista de una historia que en el fondo es la historia de cómo hemos liberado el saber, que es una forma de poder, de manos de aristócratas, reyes, poderosos, castas, y lo hemos traído realmente a la calle, a la gente, pues a un mundo que cada vez tiene más acceso al conocimiento y tiene más posibilidades de saciar la curiosidad. 

El primer libro de la historia nació cuando las palabras, apenas aire escrito, encontraron cobijo en la médula de una planta acuática.

Uno de los personajes salientes de tu investigación es Homero. En tiempos en los que parece que conocemos todo sobre los escritores –que hoy usan Twitter para comunicarse con sus lectores, cuentan sobre lo que hacen día y noche y hasta hablan sobre sus mascotas– vos señalás que es uno de los grandes nombres de la literatura universal y que a la vez de él se sabe muy poco. ¿Cómo fue encontrarte con esta paradoja e investigarlo?

La verdad es que es un misterio. Un misterio que se mantiene vivo. Homero es un nombre, solo un nombre, no sabemos quién hay detrás. Ni siquiera podemos estar seguros de que haya una persona porque probablemente es un gran colectivo a lo largo del tiempo. Además está en el momento fronterizo, de transición desde la oralidad hasta la escritura. Y es también el paso de una autoría colectiva a una autoría individual. En esa encrucijada realmente representa el misterio de la oralidad que empieza a ser alumbrado por la luz más nítida de la escritura. Por un lado tiene su misterio, pero, por otro, yo también me empeño en destacar que mucho antes de Homero hay otro personaje del que sí sabemos mucho que es Enheduanna, esa sacerdotisa acadia, y ella fue la primera persona, no la primera mujer sino la primera persona, que firma un texto con su propio nombre de la cual conocemos una biografía, las peripecias de su vida, su origen, el puesto que desempeñó, la valentía y el arrojo con el que se involucró en la vida política. Y de esa mujer, que ocupa con justicia el momento inaugural del yo literario, sin embargo apenas se oye hablar y es prácticamente un nombre extraño o exótico que muy poca gente conoce. 

Primó el nombre de Homero en el relato.

Es realmente muy injusto que hayamos preferido ese fantasma a una figura tan importante, tan esencial, y además con ese marcado carácter de pionera consciente de sus hallazgos, satisfecha de sí misma y con el amor propio que ella expresa en sus textos. Me parece fascinante que irrumpe en tromba con una conciencia de sí misma y de lo que significa la autoría en la escritura, que realmente es asombrosa. Creo que ese personaje hay que rescatarlo y es importante creo que las chicas de hoy, las niñas, las futuras escritoras sepan que la historia de la literatura empieza con otra mujer. 

Homero es un nombre, solo un nombre, no sabemos quién hay detrás. Ni siquiera podemos estar seguros de que haya una persona porque probablemente es un gran colectivo a lo largo del tiempo.

Justamente fuiste rescatando a algunas mujeres que por lo general han sido olvidadas, ocultas, tapadas. ¿Te lo propusiste especialmente a la hora de la investigación? ¿Qué pasó con ellas en la Antigüedad clásica?

Tenía como uno de los principales objetivos buscarlas. Quería una investigación distinta a las que había tenido acceso durante mis estudios porque en esos textos faltaban totalmente las mujeres. Nadie me hablaba de ellas. No se las mencionaba. Y si aparecían, aparecían ocasionalmente sin que parecieran un tema de interés o un objeto de estudio. Entonces me decidí a preguntar a las fuentes de forma que me revelasen todo lo más posible sobre ellas. De hecho casi me sorprendió porque, al no haberme encontrado ninguna mujer prácticamente salvo Safo durante mis años de estudio, pensaba que no iba a haber mucho porque probablemente ni siquiera habían existido, no habían llegado a escribir, no habían accedido a la educación y no habían podido desafiar los obstáculos de su época. Pero mi sorpresa fue que sí, que había muchísimas más de las que había esperado. Y aunque está claro que la mayoría quedarían pues en un ámbito doméstico relegadas a contar sus historias oralmente y no llegarían a publicarlas y a dedicarse profesionalmente o tener un perfil respetado de escritoras, sin embargo ha habido un gran número de ellas que habían conseguido darse a conocer. Quise hacer esa nómina y buscarlas para descubrir que había filósofas mujeres, que había además de poetas evidentemente, que el personaje maravilloso de Aspasia escribía los discursos políticos para su marido, discursos políticos que han llegado hasta el presente y que son modelo para los presidentes de los Estados Unidos, y que allí está resonando el eco de la voz de una mujer. También el peso de Sulpicia, que ha llegado hasta nosotros camuflado en una falsa atribución a un poeta hombre, pero que nos habla de una historia realmente de rebeldía contra las convenciones. Hay allí toda una serie de rupturas que a mí me resultaban fascinantes e incluso detrás de un paisaje tan misógino como es el de la antigüedad. Esto yo lo quiero destacar porque me interesa mucho el mundo antiguo, pero no lo admiro en el sentido de la adoración que ha habido en otras épocas por el mundo clásico y veo en perspectiva, en un paisaje tan misógino, que se producían estos quiebres, estas grietas. De allí salía, como la lava de los volcanes, el talento creativo de las mujeres y su deseo de contar y plasmar la realidad tal como ellas la vivían. A lo largo de la historia detecto que la mayoría de las mujeres escritoras han sentido que empezaban desde el principio porque no estaban en contacto con las predecesoras, no sabían que había habido otras antes, no las habían podido leer, no las habían podido conocer, estaban fuera de la academia, del canon, de los libros de texto, de la educación. Ha existido esa soledad recurrente de las creadoras, siempre sintiéndose las primeras, las que tienen que abrir paso, las que tienen que romper y quebrar los prejuicios. Me parece importante que de una vez por todas construyamos esas genealogías, sepamos que hemos estado ahí siempre las mujeres tomando la palabra. Y que por fin nos liberemos de esa especie de obligación o trabajo de Sísifo de estar siempre siendo las primeras, siempre aisladas de otras influencias.

A lo largo de la historia detecto que la mayoría de las mujeres escritoras han sentido que empezaban desde el principio porque no estaban en contacto con las predecesoras, no sabían que había habido otras antes, no las habían podido leer

El infinito en un junco obviamente se ha vendido en grandes cantidades, la gente lo lee por todo el mundo y está traduciéndose a muchísimas lenguas. ¿Por qué creés que más allá de las complejidades que marcás como la misoginia o la violencia en la Antigüedad clásica es importante volver hoy a esa época?

Es importantísima la historia, la relación que tengamos con la historia. Y hay que destacar precisamente que el conocimiento que podemos extraer de la historia, conocerla como realmente sucedió. No podemos edulcorarla, no podemos transformarla, no la podemos pasar por el quirófano para que se embellezca. Necesitamos conocer toda la barbarie pasada y a través de esos testimonios quedarnos con las ideas valiosas y evitar reproducir los errores ya cometidos. En particular a mí los clásicos me parecen muy reveladores porque nos interpelan por la conversación con nosotros. No porque nos den las soluciones, no porque sean una época ideal que tengamos que imitar, sino porque muchas de nuestras construcciones políticas e intelectuales vienen de allí. Y al entender cuál es su origen descubrimos por qué han llegado a ser lo que son y cómo se ha configurado el mundo en el que vivimos. Esto no quiere decir en absoluto que seamos conservadores, todo lo contrario, creo que para transformar el futuro hace falta conocer bien el pasado ¿no?. En 1984 de George Orwell se dice claramente que quien tiene el control del pasado tiene el control del futuro. Es muy fácil manipular con un pasado denostado, girando sobre glorias pasadas y eso de alguna manera se está viendo ahora en el presente. Por eso necesitamos, creo yo obras, investigaciones, que nos revelen realmente cómo fue el pasado. Que nos aproximen lo más posible escuchar las voces de otros tiempos y así impedir que manipulen nuestro futuro a través de un pasado totalmente maquillado y falseado. Me parece importante sobre todo de cara al futuro, al porvenir, a las revoluciones y a las transformaciones que tenemos por delante. 

Te dedicaste a indagar en la materialidad, no sólo a lo que traen los libros en sí, sino a ese origen del junco que está en el título de tu trabajo. Hacés un repaso también por la destrucción y la quema de bibliotecas valiosas en distintos momentos de la historia. ¿Por qué pensás que pese a todo, pese incluso a lo que se cree que trae la tecnología y a un montón de mitos alrededor de ella, el libro sigue siendo un gran sobreviviente?

Es sorprendente. Yo creo que si a nuestros antepasados del siglo I les hubiéramos preguntado, no hubieran apostado por la supervivencia de los libros durante milenios y no hubieran podido creer que en una tarde de julio, como hoy, íbamos a estar hablando de ellos milenios después. Sin embargo, pasó este acontecimiento asombroso que yo atribuyo a toda una cadena de personas colaborando, personas anónimas, que lo hacen en realidad por amor. Por amor a la literatura, por amor a las historias, por amor a pensamientos e ideas que tienen la capacidad de transformar el mundo. Y todas esas personas sin conocerse, sin responder a ninguna consigna, sin ningún manifiesto, sin que nadie les dijera: “Lectores del mundo, uníos”. Sin embargo, lo han logrado. Y es hermoso pensar que a lo largo de los tiempos a veces el hilo ha sido muy fino, pero siempre ha sido lo suficientemente fuerte como para sobrevivir. 

En el formato que sea.

Es que me interesó también volver al pasado en el que había distintos modelos de libros, el rollo conviviendo con el códice, con las tabillas, para explicar también que si el libro ha sobrevivido es por su capacidad de adaptación y de transformación. Esa contraposición que a veces se hace entre el libro electrónico y el libro de papel me parece falsa: el libro electrónico es un libro a todos los efectos, como lo fueron las tablillas o como lo fueron los rollos. No tiene que haber un libro único. Las tecnologías conviven con formas anteriores de una forma muchísimo más creativa de lo que habitualmente pensamos. Frente a una especie de fatalismo constante que además sucede siglo tras siglo en la historia, con esa idea de que la cultura y el conocimiento están al borde del precipicio, me parece importante reivindicar que muchas veces lo que se oculta detrás de esos discursos es un rechazo hacia momentos de democratización. Hubo reparos, por ejemplo, ante la invención de la escritura, cuando se inventó la imprenta también hubo voces que clamaron que esto era el final de la cultura, que se preguntaban qué pasaría cuando los libros fueran tan numerosos y se publicasen tantos, o quién iba a filtrar y jerarquizar la información. En el fondo es una cuestión de poder, de quién controla el conocimiento. Entonces esos momentos de expansión del saber y del conocimiento son siempre momentos muy apocalípticos. Y lo que yo quería destacar, después de pasarme décadas indagando en el mundo de la literatura y de la creación supuestamente al borde de la extinción, es un mensaje optimista. Porque en realidad, si miramos la historia hemos logrado pese a las dificultades que la gente tenga acceso a la literatura y a la lectura y al conocimiento. Y eso es gracias a la educación, a la gente que se dedica a enseñar a leer a lo largo de los siglos y enseñar filosofía y pensamiento e historia, y gracias a todos esos libros hemos ido creciendo. Ahora mismo hay más libros que nunca, más bibliotecas que nunca, y más gente que sabe leer que en ningún otro momento de la historia. Entonces a mí me parece un poco asombroso esa especie de permanente pesimismo cuando creo que es la historia de un gran éxito.

Es muy fácil manipular con un pasado denostado, girando sobre glorias pasadas y eso de alguna manera se está viendo ahora en el presente. Por eso necesitamos, creo yo obras, investigaciones, que nos revelen realmente cómo fue el pasado.

¿Qué les debemos a los libros?

Pues les debemos el triunfo sobre el olvido, porque si no existieran los libros u otra forma alternativa de plasmar la información y conservarla hubiéramos tenido que estar constantemente inventando lo mismo, empezando de cero, volviendo a cometer los mismos errores. Es un hecho que desde que existen los libros ha habido una aceleración del conocimiento, de la ciencia, ¿no? Porque todo lo que habían descubierto nuestros antepasados se suma a nuestra investigación, a nuestro conocimiento y a nuestra creatividad. Incluso en el aspecto puramente artístico tenemos muchas influencias, redescubrimos opciones, posibilidades creativas, podemos estar en contacto con lo que crearon y pensaron y soñaron nuestros antepasados. Entonces a mí me parece eso: al final es una lucha contra el olvido. Cuando no existían los libros solo sobrevivía lo que quedaba en la memoria, y la memoria tiene una capacidad reducida, además de que con una persona muere su memoria. Entonces un libro es como un punto de llegada, un lugar donde un pensamiento, una serie de ideas o un relato pueden tener una esperanza optimista de sobrevivir. Incluso me parece hermoso pensar que una idea, una revolución que fracasa en un momento dado tiene su oportunidad más adelante porque puede llegar a otras manos y transformar una mirada. De hecho eso ha sucedido en distintas épocas: gente que ha sido hereje o heterodoxa en su momento pero que ha conseguido que sus innovaciones llegasen a la posteridad y acabasen triunfando a la larga. Es importante estar en contacto con todo lo que ha habido antes, porque al final nada nace de la nada sino que nos alimentamos de un bagaje previo y eso ha permitido acelerar, ampliar y diversificar el pensamiento.

AL

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