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Literatura

Suicidio, adicciones y poesía según Al Alvarez, el gran escritor sin rótulo

Acaba de editarse en español el libro "¿Cómo fue que todo salió bien?" del escritor británico Al Alvarez

Agustina Larrea

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“En 1982 empecé a escribir asiduamente para el New Yorker de William Shawn. Pero mis temas –jugadores profesionales de póquer en Las Vegas, plataformas petroleras en el Mar del Norte, montañismo– no encajaban con mi sobria imagen de crítico literario, y si tenía algún público logré alejarlo”, señala Al Alvarez en ¿Cómo fue que todo salió bien? (Editorial Entropía, 2021), y sigue: “De todos mis libros, el más placentero de escribir me resultó El gran juego. Pero no salió reseñado en el suplemento literario del Times, y cuando quise saber el porqué uno de los editores me respondió: ‘No sabemos cómo clasificarte’. El hombre sonaba ofendido, como si fuera culpa mía. Me lo tomé como un elogio”.

Tan diversos fueron los intereses de Al Alvarez a lo largo de su extensa vida –nació en Londres en 1929 y murió también en esa ciudad, en 2019– que decir que fue crítico literario, académico, adicto a la adrenalina, montañista, fanático del póquer y nadador tenaz es apenas un esbozo.

La editorial Entropía, que tiempo atrás había publicado del mismo autor En el estanque (Diario de un nadador), acaba de editar ¿Cómo fue que todo salió bien?, un libro de memorias de este escritor sin rótulos, en el que repasa su infancia en una familia judía en una Londres asediada por los bombardeos alemanes, sus dolencias apenas nació por una malformación en una de sus piernas que lo llevó a estar en reposo durante mucho tiempo, las tensiones familiares entre un ala con gustos artísticos y otra dedicada al comercio, sus primeros encandilamientos literarios, su juventud como académico entre Oxford y los Estados Unidos, sus experiencias extremas como montañista y sus amores, entre muchos otros episodios.

Con una prosa cautivante, Alvarez puede pasar de una memoria íntima a contar sobre sus estudios literarios –fue un crítico pionero, desde su rol como editor a cargo de la selección de poesía en The Observer, entre 1956 y 1966, donde les dio espacio a escritores como Robert Lowell, John Berryman o Sylvia Plath, entonces desconocidos para el público británico–. Y puede hacerlo con gracia, sin caer en golpes bajos ni en pomposidades eruditas, pero tampoco en simplificaciones.

Al pasar las páginas de ¿Cómo fue que todo salió bien?, editado originalmente en 1999, queda la impresión de que Alvarez podía escribir hasta sobre el tema más tedioso o intrincado –¿un trámite? ¿un diagnóstico médico?– hasta convertirlo en una experiencia encantadora.

El libro también abre interrogantes sobre la identidad de un hombre que se describe a sí mismo como un londinense “de alma y corazón” más que como un inglés, pese a que su familia de origen sefardí llevaba viviendo más de 200 años en su país cuando él nació.

“Hoy resulta inconcebible que alguien haya vivido tan alegremente desconectado de la realidad política cuando el Holocausto estaba a la vuelta de la esquina. Pero casi todo lo que sucedió en mi primera década de existencia parece inconcebible visto desde el presente, empezando por el nivel de vida que llevaban mis padres: una niñera, una cocinera, dos mucamas con vestido de algodón almidonado, focia y delantal blanco con puntilla”, describe sobre sus primeros años de vida en una mansión en Hampstead, al norte de Londres. 

Sin embargo, el tono que elige el autor para trazar la autobiografía no tiene vínculo con la melancolía ni con un pase de facturas: “Hoy todo aquello suena inimaginable, errado desde el vamos, confuso y perturbador, una superposición de miedos absurdos y de esnobismos más absurdos todavía. ¿Cómo fue entonces que todo salió bien? Cuando más pienso en mi pasado, menos lo entiendo. O mejor dicho: los acontecimientos de mi vida no me causan problemas, salvando algún que otro detalle, lo que me sucedió a mí es más o menos lo mismo que le sucedió a cualquier otro inglés de clase media con una educación convencional que se hizo mayor de edad en los sosos años cincuenta. Según Freud, ‘todos los casos son únicos y parecidos’, y creo que lo que hizo única mi niñez fue el breve interludio del Blitz de Londres, cuando las convenciones se fueron al diablo y la vida resultó cualquier cosa menos aburrida”.

Entre otros momentos, con observaciones agudas y un ritmo hipnótico, Alvarez recorre sus días como un adolescente que, pese a la dificultad en una de sus piernas, quería destacarse en los deportes en una escuela/internado entre tétrica y exigente. Es a partir de ese momento, además, cuando inicia lo que él llama “una doble vida” y se vincula para siempre con la literatura.

“Según T.S. Eliot, ‘los poetas inmaduros imitan, los poetas maduros roban’. Lo que quiso decir, entiendo, es que la mayoría de los escritores se inician en este oficio fatal enamorándose de otros autores, imitándolos y luego descargándolos a medida que van hallando una voz propia. Es lo que me pasó con Housman, Auden, Empson y D. H. Lawrence. (John) Donne, en cambio, era un poeta demasiado remoto, difícil y talentoso como para tratar de emularlo. Sin embargo me parecía un modelo a seguir en muchos aspectos, como hombre y como escritor. Me enamoré de él a los quince años y aún hoy lo adoro, más de medio siglo después. Fue una especie de matrimonio ideal: como encontrar a la persona perfecta en el momento justo, sentar cabeza y vivir felices por siempre”, relata Alvarez.

En ¿Cómo fue que todo salió bien? no faltan situaciones del protagonista vinculándose con la escena literaria de gran parte del siglo XX, tanto en Inglaterra como en los Estados Unidos, en medio de grandes amistades y también de tensiones. Porque Alvarez, amante del agua (tal como quedó registrado en su diario de nadador En el estanque), del montañismo (otra de sus pasiones, inmortalizada en su libro Alimentar a la bestia, que en español se consigue en edición de Libros del Asteroide) y por momentos crítico de un ambiente intelectual que a veces se le hizo sofocante, es una suerte de anfibio.

Hoy todo aquello suena inimaginable, errado desde el vamos, confuso y perturbador, una superposición de miedos absurdos y de esnobismos más absurdos todavía. ¿Cómo fue entonces que todo salió bien? Cuando más pienso en mi pasado, menos lo entiendo.

Al Alvarez, escritor

En su relato cuenta que necesitó darle de comer a su “bestia” interior, trabajar sobre su adicción a la adrenalina, ponerse a prueba y llevar al límite su resistencia física y mental con los deportes y también con el póquer, actividad en la que llegó a participar de competencias internacionales y por la que se hizo habitué de Las Vegas.

En su autobiografía tampoco faltan relatos sobre sus amores, la dificultad de establecerse en un lugar, la amistad, sus matrimonios, la paternidad.

Sylvia Plath y el suicidio

Entre los recuerdos que reconstruye Al Alvarez en ¿Cómo fue que todo salió bien? está su vínculo con la escritora Sylvia Plath. Alvarez recuerda las semanas finales de la poeta y cómo ella le fue mostrando sus últimos escritos en un departamento que armó con dificultad mientras se hacía cargo de sus hijos en soledad, luego de separarse del escritor Ted Hughes, a quien Alvarez también conocía.

En esas jornadas de lectura e intimidad, Alvarez, que como Plath había tenido un intento de suicidio tiempo antes, pudo entrever que el tiempo para la autora de La campana de cristal se estaba por terminar. Lo notaba en los poemas que le mostraba y también en su aspecto físico. Al poco tiempo de verse con su amigo por última vez, la escritora se quitó la vida.

“El suicidio era otra de las cosas que Sylvia y yo teníamos en común. Los dos éramos socios del mismo club y hablábamos a menudo del tema. Y es algo que también integra el legado de remordimiento que me dejó. Como adicto avezado a la adrenalina siempre había creído que el arte de verdad era un asunto riesgoso y que los artistas se lanzan a experimentar con nuevas formas no para llamar la atención si para escandalizar sino porque los viejos procedimientos ya no les sirven para lo que desean expresar. En otras palabras, lo que Sylvia aportó de nuevo tenía poco que ver con la experimentación técnica y muchísimo con la exploración de su mundo interior –un viaje al fondo del sótano para confrontar  a sus propios demonios–”.

Fue a partir de su cercanía con Plath y de sus propias vivencias que Alvarez publicó un libro descomunal llamado El Dios salvaje. Ensayo sobre el suicidio, que por estos días la editorial Fiordo volvió a editar en español con traducción del escritor argentino Marcelo Cohen (quien, también para Fiordo, tradujo hace algunos años La noche, otro ensayo de Alvarez).

“Cuantas más investigaciones técnicas iba leyendo, más me convencía de que lo mejor en mi caso era abordar el suicidio desde la perspectiva de la literatura –anticipa el escritor en el prólogo de El Dios salvaje–, para ver cómo y por qué tiñe el mundo imaginativo de los creadores”.

Y casi como una clave para la lectura de toda su obra y su alucinante biografía, dispara: “La literatura no es solo un tema sobre el cual sé algo; es una disciplina que, por encima de todo, se ocupa de lo que (Cesare) Pavese llamó ‘el oficio de vivir’”.

AL

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