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La pandemia en Brasil

Bolsonaro, detrás de una oscura trama de negocios en torno a la hidroxicloroquina

Jair Messias Bolsonaro, presidente de Brasil. Arrinconado por una comisión parlamentaria sobre la pandemia.

Eleonora Gosman

San Pablo —

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La Comisión Parlamentaria de Investigación sobre la pandemia arrincona al presidente Jair Bolsonaro. Esta CPI, como se la llama por sus siglas, inició las convocatorias a declarar a dos ex ministros de Salud, Enrique Mandetta y Nelson Teich, y el jefe actual de la cartera, el cardiólogo Marcelo Queiroga. Fueron suficientes sus testimonios para revelar no sólo los “errores ideológicos” en los que incursionó el gobierno brasileño, el tristemente célebre “negacionismo” que costó cientos de miles de vidas. Mostró también una trama oscura de negocios que ponen en capilla al presidente brasileño.

El hilo del ovillo conduce, en un laberinto de deshonestidades y cohechos, a la sustancia conocida como hidroxicloroquina, un medicamento que sirve en lo esencial para combatir la malaria. Esta droga, muy promocionada por el bolsonarismo desde que se declaró la pandemia, es en cambio absolutamente ineficaz como tratamiento preventivo del Covid-19. Y más funesto aún es que dista mucho de ser inofensivo. Como refiere el prospecto del laboratorio multinacional Sanofi, uno de los grandes productores de la sustancia, la administración de este remedio puede tener efectos graves en los pacientes: desde riesgos de cardiomiopatías con insuficiencia cardíaca, lesiones en la retina con pérdida de visión hasta la hipoglucemia aguda, con pérdida de conciencia. Por los riesgos que representa su uso, antes de emplearlo como tratamiento es preciso examinar medicamente al enfermo. Las advertencias sin embargo no fueron un obstáculo para que, en plena pandemia, el gobierno de Bolsonaro, y el presidente en particular, decidiera impulsar el “Kit-Covid” con la cloroquina como elemento central y el antiparasitario Invermectina, como adicional. Este último remedio puede producir efectos contraindicados si se suministra en dosis superiores a las prescriptas, tal como podría requerir una medicación eficaz contra el Sars-CoV-2.  

En la Argentina, la Sociedad de Infectología confirmó en octubre de 2020 el potencial tóxico de esa droga, en un documento donde se desaconseja su consumo para fines que no sean los específicos. 

Los impactos peligrosos del Kit Covid se publicaron en Brasil al mismo tiempo que en el resto del mundo. No obstante, las presiones procedentes del Palacio del Planalto llevaron a formalizar la liberación de ambas sustancias como coadyuvantes de los “tratamientos precoces”, con recomendaciones para adultos “que presenten síntomas leves, moderados o incluso graves de la dolencia”. Así consta de la resolución del 17 de junio de 2020 del Ministerio de Salud, que estableció las “nuevas orientaciones para el Covid-19”. A partir de entonces médicos e instituciones hospitalarias pudieron recetarlas sin temor a juicios posteriores por mala praxis.

La “autorización” fue la señal que largó la carrera en el mercado de ese kit medicamentoso. Los diarios brasileños testimoniaron, mediante videos, la formación de largas colas de pacientes en hospitales públicos y privados, para obtener la “receta de los milagros” que supuestamente debía protegerlos de un virus mortífero. De allí en adelante, la venta de la cloroquina disparó como muestran los datos, al pasar de 963 mil unidades en 2019 a 2 millones en 2020. El antiparasitario invermectina también registró un gran salto, de 8 millones se fue a 52,3 millones de dosis a fines del año pasado.

Los réditos

Lo cierto es que semejante movilización tuvo sus grandes réditos: el mercado brasileño registró un volumen de ventas de 500 millones de reales (100 millones de dólares) en menos de un año. Varios laboratorios, entre ellos el internacional Sanofi, que se beneficiaron de la “publicidad espontánea” de Bolsonaro a favor de esa droga. Como propagandista, Bolsonaro privilegió la marca Reuquinol en sus comentarios televisados de todos los jueves. Más todavía, llegó a publicitarla en una cumbre presidencial del G20. Era tanto el entusiasmo del jefe de Estado que se utilizaron 23 millones de reales (4,6 millones de dólares) del presupuesto de la Secretaría de Comunicación Social para una de las campañas a favor de la cloroquina.

Apsen, el laboratorio brasileño que produce el Reuquinol, tuvo buenos beneficios. Su dueño Renato Spallicci, bolsonarista confeso, llegó a declarar públicamente su voto en Bolsonaro durante la campaña electoral de 2018.  Para garantizar una producción sin obstáculos de la sustancia, en marzo de 2020 el Palacio de Itamaraty negoció diplomáticamente con la India el envío de insumos indispensables para fabricar cloroquina. El primer favorecido fue Aspen, que recibió los componentes desde el país asiático, luego de que este prohibiera las exportaciones de esas materias primas, por cuenta del Coronavirus.

Otro gran laboratorio brasileño recibió las ganancias de la operación oficial pro Kit Covid. El multimillonario Carlos Sánchez, dueño del laboratorio EMS, llegó a reunirse dos veces con Bolsonaro en las oficinas del Palacio del Planalto desde el inicio de la pandemia. Pese a esto, la farmacéutica admitió con el tiempo la ineficacia del tratamiento contra el virus promocionado desde Brasilia. Ese reconocimiento devino de una investigación realizada por hospitales brasileños de primerísima línea, cuyos resultados publicó el New England Journal of Medicine. Según ese estudio “el medicamento (cloroquina) no promueve mejoras en los cuadros clínicos de los enfermos”. Otra megaempresa farmacéutica, Cristália, se encuentra en la lista de las patrocinadas por Bolsonaro, con el producto de nombre comercial Quincarri. No por acaso, su fundador y accionista Ogari de Castro Pacheco es un fiel aliado del presidente, afiliado al DEM (Partido Demócratas, de derecha).

El Partido Democrático Laborista (PDT), que tiene como estrella al candidato presidencial Ciro Gomes, denunció a principios de año que para lograr la distribución del Kit Covid, el gobierno federal llegó a movilizar cinco de sus ministros y al Ejército. “Estamos pidiendo que la Corte Suprema responsabilice judicialmente a Bolsonaro, porque mientras el mundo compra vacunas, el presidente elige la cloroquina como solución” declaró el titular de la organización Carlos Lupi.

Trump

Bolsonaro no actuó solo. Tenía un socio de primerísima línea en el mundo: el ex presidente norteamericano, Donald Trump. El acople del presidente brasileño con el jefe de la Casa Blanca duró hasta la asunción del demócrata Joe Biden. La familia de Trump tiene inversiones en el fondo Dodge & Cox, que a su vez cuenta con una participación sustancial en el laboratorio de origen francés Sanofi Aventis, que produce el medicamento llamado Plaquenil cuya base es la cloroquina.  Es recomendado, de acuerdo con el prospecto, para la artritis, el lupus y la malaria.  El multimillonario Ken Fisher, uno de los principales donadores del Partido Republicano, es otro de los grandes accionistas del laboratorio, así como el ex secretario de Comercio de la era Trump, Wilbur Ross, que administra un fondo con capitales en Sanofi. La información proviene, en forma detallada, del New York Times. Según el ex presidente estadounidense, la agencia FDA (Food and Drug Administration) había aprobado la cloroquina para el uso en pacientes de Covid. Pero el organismo regulador de Estados Unidos apenas aprobó el test.

La alianza trumpista-bolsonarista tuvo otros resultados. El ex canciller Ernesto Araújo se jactó públicamente de la donación recibida de Washington, de 2 millones de dosis del remedio en cuestión. Un detalle: la droga vencería apenas un mes después de recibida.

El senador petista Humberto Costa, quien investigó detalles de la participación del Ejército en la producción de cloroquina de 150 miligramos, durante la gestión del general Pazuello, sostuvo que el ex ministro de Salud (reemplazado hace un mes) “puede ser encuadrado en la figura de delito de responsabilidad por promover un medicamento que no podía ser utilizado en el combate a la pandemia”.

WC

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