En New Hampshire Trump ganó la última interna republicana y la primera votación presidencial
El 5 de enero de 1776, New Hampshire fue el primer estado que declaró la Independencia. Seis meses antes del Independence Day del 4 de julio, había sido fue la primera de las trece colonias norteamericanas de Su Majestad en romper con el Imperio británico, repudiar la Monarquía dinástica y fundar una democracia electoral. El 23 de enero de 2024, en New Hampshire terminaron las primarias republicanas y empezó la campaña electoral para las presidenciales del 5 de noviembre. Las encuestas coinciden sin extravíos. De Donald Trump hacen el precandidato ganador por aclamación de la interna partidaria. Ya candidato republicano de hecho, derrotadas las aspiraciones de Nikki Haley, su única y última contendiente todavía en carrera, Trump puede desentenderse de disputar la nominación partidaria y dedicarse a la disputa con Joe Biden para arrebatarle un segundo mandato al demócrata y convertirse en su sucesor en la Casa Blanca en enero de 2025.
La votación en el pequeño estado de la costa atlántica de un millón y medio de habitantes es sólo segunda entre las que deben votarse en los 50 estados de la Unión. Después de la primera en Iowa, un estado del Medio Oeste que tiene una población de 3 millones de habitantes como la capital italiana de Roma pero una superficie tan grande como la de toda Italia. Trump ganó esa primera primaria republicana por más de 50 puntos y con una ventaja de 20 puntos de distancia sobre el precandidato que salió segundo, Ron DeSantis. Faltan 48 elecciones primarias más pero la victoria cantada dice un solo nombre: la candidatura presidencial republicana ya es del precandidato Trump. The Economist hace pesar su influencia al difundir su análisis del año electoral de EEUU y el pronóstico de su desenlace. El semanario liberal londinense mira más lejos y ve de más cerca. Ya lo cree un hecho consumado: Trump presidente de EEUU.
Donald Trump, ex presidente, precandidato presidencial, candidato republicano oficial, ¿presidente en 2025?
Según The Economist, Trump ya es el candidato republicano (no hay precandidatura alternativa en el partido con caudal de votos suficiente para frenar su nominación) y en noviembre su fórmula ganará las elecciones (los sondeos le asignan una ventaja leve, pero que sería crítica y decisiva, por su constancia, sobre el candidato demócrata). Trump entiende las presidenciales como la culminación de su biografía política: el martes 5 de noviembre será la tercera vez sucesiva en que la mayoría de los 50 estados de la Unión lo prefieren a él en contra de una candidatura demócrata. En 2016 perdió Hillary Clinton, en 2024 caerá Biden.
De acuerdo con la interpretación de los trumpistas, también en 2020 el vencedor genuino fue Trump y Biden fue el ladrón de la victoria. Si el demócrata logró frustrar la reelección del republicano, la mitad del electorado partidario sostiene que se debe a maniobras abogadescas, a artilugios legalistas, a manipulaciones de último momento de las reglas del juego, a maniobras que ensancharon a discreción la latitud de las metodologías de validez y recuento de los sufragios, a interpretaciones de normas y usos y costumbres -inexorablemente inconvenientes para el mandatario en busca de segundo mandato- que los 9 integrantes de la Corte Suprema de Justicia declinaron examinar y así refrendaron su vigencia.
De celebrity de la tele a héroe de la nación, de outsider inocente a santo mártir
Para los trumpistas, para la corriente MAGA (Make America Great Again) que relega a cualquier otra línea republicana a los márgenes del Partido, el 5 de noviembre se juega ‘el bueno’, el desempate. La tercera es la vencida, 2024 es la revancha de la revancha fraudulenta, dolosamente cancelada en 2020. Apuestan a un voto positivo por un candidato que es ídolo popular, enciende pasiones, ofrece una identidad nítida y redondeda, pero auténtica.
En 2016, Trump era una celebrity que provocaba la morbosa pero irresistible curiosidad, interés y atracción que encienden las historias que cuentan los tabloides y chismorrean los talk-shows. Era un outsider en el ámbito del poder formal. Era inocente porque no se lo podía hacer culpable de ningún acto de gobierno de las administraciones republicanas, ni siquiera de prestarles apoyos abiertos u ocultos. La absolución estaba sentenciada de antemano, y derivaba del público conocimiento de una vida hasta entonces vivida en el cerco protegido del sector privado.
En 2024 el precandidato outsider es un candidato ex presidente, la celebrity massmediática es un héroe nacional, y el inocente previo es una víctima y un mártir. Había prometido una cruzada de rehabilitación de las mayorías silenciosas, las masas populares destituidas y menos educadas, las comunidades religiosas de militancia creyente y practicante, satirizadas por el laicismo metropolitano, los obreros de overol de los cinturones oxidados de la metalurgia de las fábricas con chimenea de manufactureras deslocalizadas a ubicaciones más redituables, mercados laborales flexibles y retornos empresarios inflexibles. America First, EEUU primero, y protegido.
América grande, primera, y muy autocentrada
Las responsabilidades internacionales y distantes, los tratados de libre comercio, el multilateralismo de las decisiones, todo pasaba a un segundo plano subalterno en la administración Trump. Un repliegue estratégico, una desfinanciación de los presupuestos de las Naciones Unidas y de la Alianza Atlántica como organización militar conjunta de Occidente. No un abandono de los pactos, pero sí una fundación de las relaciones sobre la base preferente del bilateralismo. La renegociación permanente como base de la diplomacia exterior.
Con la mutada articulación con el mundo de la Secretaría de Estado norteamericana en consonancia con el giro más aislacionista que le imprimía la administración republicana inaugurada por Donald Trump en enero de 2017, Nikki Haley había colaborado activamente. La ex gobernadora de Carolina del Sur y precandidata republicana, vencida el lunes 15 de enero en las primarias de Iowa (donde salió tercera detrás de Ron DeSantis, gobernador de Florida) y vencida nuevamente el martes 23 en las de New Hampshire (donde salió segunda, porque el precandidato DeSantis ya había abandonado la competencia) fue la embajadora de Trump ante la ONU. En el Palacio de Vidrio neoyorquino, la representante de EEUU tuvo a su cargo la toma de distancias cada vez más prudentes con la máxima organización internacional. Un trayecto que Biden volvió a recorrer por entero, pero en un solo paso, y sentido contrario, desde la inauguración de la administración demócrata en enero de 2021.
El 5 de noviembre, ¿duelo electoral por la presidencia o plebiscito sobre Trump?
Si para Trump las presidenciales de noviembre de 2024 marcarán su tercera victoria consecutiva, si para muchos trumpistas es un revanchista desempate que los regocija por anticipado, Nikki Haley y Joe Biden coinciden en plantear este proceso de elecciones partidarias internas iniciado en enero que continuarán hasta mediados de año como las federales de fin de año que se decidirán en un solo día de noviembre como un plebiscito sobre Donald Trump. El ex presidente candidato hace campaña con sus temas de siempre. Que se resumen en una sola palabra: protección. Si es elegido, EEUU estará menos indefenso. Más y mejor protegido contra la inflación, contra el desempleo, contra la competencia comercial y militar china, contra las masas de migrantes que en cantidades cada vez más sustanciosas y una frecuencia cada vez más regular y sin intervalos llegan desde suelo mexicano, atraviesan la frontera y se instalan en número crítico, en una primera escala, en pueblos y ciudades de los estados del sur, que carecen de recursos para atenderlos y aun para detener a los sin papeles y procesarlos. Este es el campo de batalla número 1 para el gobierno de Washington, precisa y promete Trump. Las guerras de Ucrania contra Rusia, y aun de Israel contra Hamas, no serán prioridades de su gobierno, ni de su presupuesto de gastos. A pesar de que con la guerra ruso-ucraniana hayan reverdecido y florecido la industria, la fabricación y el comercio exterior de armas de EEUU.
Carentes de popularidad personal, al frente de gestiones que tampoco son o fueron populares, Halley y Biden apelan a los votos de entre quienes Trump es impopular. La meta de sus campañas, antes que ganar la elección, es hacer que Trump la pierda. Votar contra Trump, dicen, es una oportunidad, posiblemente la última, de preservar a la democracia norteamericana del vaciamiento de su sentido, y aun de salvarla de su extinción. (Así como en la guerra ucraniana financiar y armar al gobierno de Kiev es para la administración Biden el equivalente de salvar al mundo de la autocracia del gobierno de Moscú).
La guerra y la paz de demócratas declarados y autócratas inconfesos
En su discurso de apertura de campañas para el año electoral, el octogenario presidente y candidato demócrata aseguró en la primera semana de enero que “Trump es un riesgo para la democracia”. El septuagenario ex presidente y candidato presidencial republicano le respondió en Iowa y en New Hampshire: “Biden dijo que soy un riesgo para la democracia. ¿Y él qué es? Él es un incompetente. Es un riesgo para el mundo, no sólo para la democracia americana. Nos está llevando a las puertas de una Tercera Guerra Mundial. ¿Se imaginan lo que sería eso, una Tercera Guerra Mundial?”.
Trump se presenta así, también, como el presidente de la paz. Y a Biden como el presidente de la guerra lejana pero que no quiere librar las batallas que hay que librar en la frontera sur del país. Biden es el que porfía en continuar financiando y armando al presidente ucraniano Volodymir Zelenski en su combate contra el presidente ruso Vladimir Putin en una guerra que cada día interesa menos en EEUU, y en apoyar, financiar y armar al premier derechista israelí Bibi Netanyahu en su combate en la Franja de Gaza contra Hamas en una guerra que cada día más desaprueban en EEUU. Y al momento que New Hampshire votaba en las primarias, el Pentágono está supervisando la estrategia de un guerra en la cual EEUU interviene activamente. Contra contra los hutis, los shiitas insurgentes de Yemen que han ocupado Sana, la capital del país al sur de la Península Arábiga. En declarada solidaridad con la causa palestina (o acaso más bien con Hama), atacan con drones iraníes las flotas que navegan por el Mar Rojo, en su mayoría cargadas de petróleo, de gas, o de granos,, uniendo el Océano Índico y el Mar Mediterráneo a través del Canal de Suez. Cada dron yemení cuesta 2 mil dólares; cada misil antimisil norteamericano, que busca neutralizarlos, cuesta 2 millones de dólares. De momento, como no ha dejado de hacer notar Trump, esta flamante guerra recién estrenada tampoco la va ganando Biden y va empequeñeciendo y ensuciando la reputación de EEUU en el Medio Oriente, y en el mundo.
AGB
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