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CRÓNICA

Sánchez reivindica la dignidad de la democracia y se dispone a encajar ya las piezas del nuevo Gobierno español

El presidente de España, Pedro Sánchez, presta juramento durante una ceremonia en el Palacio de la Zarzuela en Madrid, España, el 17 de noviembre de 2023.

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Se llama democracia. El procedimiento está tasado en la Constitución y el mandato lo rubricó Felipe VI. A las 13,14 horas, la presidenta del Congreso español, Francina Armengol, dijo que  había 179 síes y 171 noes. Y entonces Pedro Sánchez se levantó del escaño y el PSOE irrumpió en aplausos. El recién investido presidente del Gobierno miró a la tribuna de invitados para cruzar una mirada cómplice con su esposa antes de fundirse en un abrazo con su vicepresidenta económica en funciones y candidata a presidir el BEI, Nadia Calviño, cuya continuidad al frente del Gobierno desató todo tipo de especulaciones y quinielas. También la del resto de ministros, pese a que no hay nada hablado ni cerrado y sólo son fijos en la quiniela de la continuidad Teresa Ribera, Félix Bolaños y Yolanda Díaz.

La potestad le corresponde a Sánchez, pero son muchos los que dudan de que vaya a haber en Economía un relevo en medio de la presidencia de la UE y en plena negociación para redactar las nuevas reglas fiscales. Demasiada enjundia, alegan, como para afrontar, antes de enero que es cuando se elige al nuevo responsable del BEI, un cambio de tanta relevancia en esa cartera. Postulantes, eso sí, hay ya media docena y filtraciones interesadas, otras tantas. 

Circulaban ya antes de que Feijóo se acercara este jueves a Sánchez para darle un frío apretón de manos, tras ser investido, y advertirle solemne: “Esto es una equivocación. Y tú eres el responsable”. Lo que para el líder del PP es un yerro, en el resto del planeta se llama democracia. Más síes que noes, mayoría absoluta y en primera vuelta. El nuevo jefe de la oposición dijo salir más preocupado de lo que había entrado en la sesión de investidura. Razones tenía, después de escuchar a Aitor Esteban (PNV) decir desde la tribuna de oradores que algún día contaría lo que les ofrecieron a los nacionalistas vascos en septiembre a cambio de investir a Feijóo. Es tan profusa y tan desconocida la historia de aquellos contactos que el PP mantuvo tanto con el PNV como Junts que en estos tiempos en los que se sabe casi todo, será difícil que no trascienda.

Este jueves el hemiciclo pasó en cuestión de segundos de la retórica a una apoteosis de abrazos y besos mientras la oposición hacía mutis por el foro a toda mecha y Sánchez saludaba uno a uno a sus diputados. Se prestó también a los selfies con las taquígrafas, los ujieres y los servicios de limpieza de la Cámara Baja. Fue el único momento de luz entre tanta bilis dialéctica. El camino no ha sido fácil. Ni corto. Ni exento de bulos, insultos y señalamientos. 

Ahora falta comprobar si se rompe España, si este país es ya una dictadura y, sobre todo, si los ultras mantienen la ebullición de la calle y los rezos del rosario o se retiran a sus parroquias y a sus casas. De momento, Vox llenó de crespones negros las ventanas de sus despachos del Congreso, una tarea a cuya preparación debieron dedicarse toda la mañana porque por el hemiciclo apenas pasaron salvo para emitir su voto en contra de Sánchez. Lo del absentismo parlamentario en la extrema derecha empieza a ser una norma.

La última jornada de la sesión de investidura sirvió también para que, en su intervención final, Sánchez reivindicara a su Grupo Parlamentario y a todos los militantes del PSOE en el mismo instante en el que el PP activó una campaña de señalamiento en redes sociales contra todos los parlamentarios socialistas por apoyar a Sánchez y a la ley de amnistía.

Minutos antes cuatro diputados del PSOE sufrieron insultos y lanzamiento de huevos por parte de un grupo de entre siete y ocho personas en los alrededores del Congreso. “Agacha la cabeza mientras que yo esté aquí, perro de mierda”, les espetó uno de los asaltantes, mientras otro les amenazaba: “Asquerosos, traidores, os tenían que matar”. Los afectados fueron los socialistas vascos Daniel Senderos Oraá y María Luisa García Gurrutxaga, el valenciano Vicent Sarrià Morell, y el aragonés Herminio Rufino Sancho. Todos denunciaron los hechos ante la Policía.

“Sé que es muy difícil mantener la calma cuando nos hacen las más graves acusaciones, cuando se desata una tormenta de insultos, falsedades y hasta lisas y llanas injurias contra nosotros (...) Sé lo difícil que resulta soportar los señalamientos y las amenazas; y también sé que lo habéis hecho con la valentía y la dignidad de los demócratas”, les dijo Sánchez a sus correligionarios en su última intervención antes de ser investido presidente por tercera vez.

Intentó abrir un horizonte de esperanza al relatar que “ganar el gobierno es lo que permite mejorar la vida de quienes más necesitan de las instituciones y de las personas que más dependen de lo público”. Y acabó con una solemne reivindicación de la democracia: “Aquí, en este Parlamento, están representados todos los ciudadanos y ciudadanas de nuestro país. Es el mecanismo que nos dimos en la Constitución como mujeres y hombres libres para gobernarnos. Este debate terminará ahora con una votación que decidirá un gobierno legítimo, democrático y constitucional, cuyo poder está limitado por las leyes y el mandato temporal”. Un recordatorio obvio, pero necesario en estos tiempos de deslegitimación de los resultados electorales y acusaciones de golpe de estado.

Lealtades resbaladizas

Con la oposición echada al monte, la calle en ebullición, la judicatura en pie de guerra, la aritmética parlamentaria que arrojaron las urnas y la declaración de intenciones de todos los partidos representados en el Congreso anticipan una legislatura repleta de dificultades. Un mandato, el tercero de Pedro Sánchez, sometido a toda clase de amenazas porque ciertamente algunas de las lealtades con las que cuenta hoy son escurridizas.

El presidente se dispone ahora a encajar las piezas de un nuevo Gobierno que se sostendrá sobre una mayoría parlamentaria de aristas muy diferentes y una oposición echada al monte donde la derecha compite con la extrema derecha por capitalizar la ebullición de las protestas callejeras. Se espera que este fin de semana se conozca la composición de un Ejecutivo que tendrá menos carteras y en el que Sumar contará, pese a que su resultado electoral fue peor que el obtenido por Unidas Podemos hace cuatro años, con cinco ministerios, igual que en el mandato anterior pero no con las mismas competencias.

A Yolanda Díaz le corresponde, y en eso insisten desde el PSOE, resolver su conflicto interno con los de Pablo Iglesias y mitigar el malestar de los morados. Pero aún así no son pocos los socialistas que preferirían que la vicepresidenta “mantenga a Podemos dentro del Gobierno” para evitar que su exclusión se convierta en una bomba de relojería que pueda activarse en cualquier momento y obligue a negociar cada ley con otro grupo más de cinco diputados. 

Podemos, una bomba de relojería

“El verdadero problema no será Junts, ni ERC, sino Podemos si Díaz persiste en dejar fuera a Podemos”, vaticina un socialista a quien le consta que ha habido algún referente del socialismo que ha pedido a Díaz, después de que filtrara los posibles nombres de ministros de Sumar que le acompañarán en este mandato, que reconsidere su veto a la formación que la impulsó a la vicepresidencia del Gobierno. 

El encaje final está, en todo caso, a la espera de una reunión que Díaz ha pedido a Sánchez y que aún no se ha producido. Por eso, el presidente ha pedido calma a ministros y colaboradores y manifestado a su entorno más cercano que se pondrá con el organigrama este fin de semana. Todos mantienen abiertos sus teléfonos ante la inminencia de una llamada y todos especulan y hacen posibles quinielas que comentan, como si supieran algo, con los periodistas de aquí y de allá.

“Lo cierto es que Sanchez no ha hablado con nadie al respecto. Y nadie quiere decir nadie. Sólo ha trabajado en el diseño del organigrama con algún colaborador cercano y pedido nombres de posibles ministrables”, aseguran fuentes de toda solvencia. Quien piense en cuotas territoriales del partido o dé por hecho nombres que circulan estos días en las quinielas de los medios de comunicación corre el riesgo de equivocarse. Conocer a Sánchez es conocer que en esto, como en otras muchas cuestiones, es hermético y que sólo horas antes de hacer pública la decisión llamará a los afectados. Tanto a los salientes como a los entrantes. Hasta entonces, mejor no hacer apuestas ni cábalas porque si ha habido en la historia de la democracia un presidente del Gobierno autónomo en la toma de decisiones políticas y del organigrama gubernamental ese ha sido Pedro Sánchez. Aunque pida opiniones o consulte con los más cercanos, “no es en absoluto influenciable”. Este viernes empezará en todo caso el baile de llamadas y las idas y venidas a la Moncloa.

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