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El 5to IFE: el príncipe idiota

Más de 800 mil personas ya se inscribieron para el el refuerzo alimentario que comenzará a cobrarse en noviembre.

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Después de meses de promesas, amagues y retrocesos, este lunes 24 de octubre abrieron las inscripciones para el “refuerzo alimentario para adultos sin ingresos”, popularmente conocido como “el 5to IFE”. En efecto,  comparte con aquella medida pandémica el ser producto de la incapacidad política de la coalición gobernante, la ineficiencia para afrontar los problemas que pretende y ser estratégicamente contraproducente.

Desde la madrugada, decenas, acaso cientos de miles de personas se amontonaron en las puertas de las sedes de ANSES, organizaciones sociales, Centros de Acceso a la Justicia y cuales quiera lugares en los que se realizara el trámite de inscripción a esta “ayuda” del Estado. Allí, trabajadores y militantes cada vez más cansados con el correr del día los atendieron con creciente desgano, producto del agotamiento que genera el trabajo y, en algunos casos, de la desaprobación al bono y a sus beneficiarios. La página estuvo colapsada durante horas. Cientos de miles de personas aguardaban en una “sala de espera” virtual hasta que se liberase el cupo para poder llenar los datos, que demoraba una media hora.

La mayoría de los solicitantes –según la generosa estimación de una fuente anónima de ANSES, 7 de cada 10 personas- no pudo acceder al bono extraordinario. ¿El motivo? “Usted registra ingresos, asistencia del Estado o bienes registrados, por lo cual no califica para acceder al Refuerzo alimentario para adultos sin ingresos”. Así, sin más. La página de ANSES ofrece esa respuesta a quienes no entran en el reducidísimo grupo al que apunta la medida. Basta ser beneficiario del programa estatal más miserable de cualquier dependencia gubernamental (Nación, Provincias o Capital) o haber percibido un ingreso demostrable en los últimos tres meses para quedar excluido. Y muchos de quienes recibieron esa devolución se quejaron indignados de que no eran beneficiarios de ninguna política estatal ni habían recibido ningún dinero en blanco en ese plazo. No puedo probar esto último, pero tampoco desmentirlo: la página de ANSES no aclara el motivo específico por el que la persona queda excluida del bono.

Los “rebotados” habían esperado horas para ser atendidos, soportaron con amargura el recelo con el que los trataron quienes les realizaron los trámites, así como la vergüenza que pueden sentir los primerizos en acceder a estos programas estatales, para ser rechazados prácticamente sin explicaciones o, en todo caso, con explicaciones arbitrarias: ¿Por qué, si cobro el subsidio habitacional de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, o mis hijos son beneficiarios de la Asignación Universal se me excluye del bono alimentario? No hay una respuesta. O al menos no una que haya llegado a sus oídos.

Muchos, desde la comodidad de sus hogares, han de considerar a éstos quejumbrosos desagradecidos, que no reconocen la amabilidad o la caridad interesada del Estado que los “ayuda” con este tipo de medidas. El bono consiste en 45 mil pesos a pagar en dos cuotas (si es como el IFE original, no serán cuotas mensuales, sino bimensuales, lo que las hace más ineficaces ante la inflación galopante). Honestamente: ¿es una ayuda para agradecer? Parece más bien el reconocimiento tácito de que el Estado no está consiguiendo garantizar derechos básicos para buena parte de los argentinos.

Si a lo escueto del monto se lo combina con lo trabajoso y hasta humillante que resulta acceder a él, no es difícil comprender la desazón, el enojo y la indignación que sintieran tanto “rebotados” como beneficiarios. El Estado, una vez más, promete poco y da aún menos e incompetentemente.

Como alerta Pablo Semán en su libro junto a Fernando Navarro, Dolores, experiencias, salidas. Un reporte de las juventudes durante la pandemia en el AMBA (RGC Libros), la pos-pandemia encuentra un hiato entre lo que torpemente pueden llamarse sociedad y política. El Estado parece ser consciente de esto e intenta tender puentes hacia una sociedad que prefiere la orfandad; son puentes hechos de signos que pretenden ser esperanzadores pero que se desvanecen rápidamente. Las multitudes de estos días están cansadas de años de recesión, frustraciones, promesas incumplidas, esperanzas rotas. La acumulación de estas experiencias se cristaliza en desconfianza y bronca hacia un Estado que no hace más que prometer para luego decepcionar.

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