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OPINIÓN
Una Argentina parroquial en un mundo en guerra distópica

Efectivos policiales detienen a varios sospechosos durante los disturbios en Francia.

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No deja de sorprender la variedad de tragedias que soporta el planeta si uno se anima a mirar el mundo. Estos últimos días, el abanico de dificultades que atraviesan los países desarrollados parece tomado de un film apocalíptico. Conviene darle un vistazo para poner en contexto las penurias nuestras, y los dardos que vuelan entre los integrantes de Unión por la Patria (UP) y Juntos por el Cambio (JxC) en los últimos tiempos.

El primer lugar se lo lleva Francia, sin dudas. Días atrás, la república francesa ardió como en las mejores novelas de Michel Houellebecq. Millares de adolescentes pauperizados prendieron fuego autos, colectivos, ayuntamientos y otros edificios públicos en distintos puntos del país, de los extrarradios de París a Marsella. La policía dijo que se estaba librando una guerra en las calles: el gobierno desplegó 45 mil policías y el presidente Emmanuel Macron debió abandonar un viaje de Estado en Alemania para atajar el incendio.

No es la primera vez que se tambalean los cimientos de la sociedad francesa. Nadie espera una solución sino la próxima causa de una nueva revuelta

Unos días después, con el gobierno en control de las calles otra vez, aparecieron los intelectuales para dar respuestas. El neurocirujano Boris Cyrulnik explicó en La Vanguardia: “La sociedad está escindida. Una minoría de niños brilla, los hijos de los ricos. Estudian, aprueban y tienen muy buenas notas”. ¿El resto? “Hay una mayoría de niños a la deriva. Sin apenas lazos familiares, la madre está desbordada, el padre es violento o ausente. Desempeñan trabajos que cambian cada dos o tres meses. Esos niños llegan a la escuela hablando mal. Disponen de un stock de 200 palabras, mientras que los niños ricos cuentan 1000…”

No es la primera vez que tambalean los cimientos de la sociedad francesa. Meses atrás fueron las protestas contra la reforma de las jubilaciones y, antes, los “chacelos amarillos”. Nadie espera una solución sino la próxima causa de una nueva revuelta.

La vecina Alemania no se incendia, pero vive un presente más agudo, el de la crisis existencial. “Alemania está repensando qué es”, tituló The New York Times estos días. Obligada a no mirar el escenario internacional por cargar con la culpa del genocidio nazi, la política exterior alemana se dedicó a hacer negocios. Sin embargo, la guerra de Rusia en Ucrania volvió a darle un trabajo arduo a su cancillería. Primero, para encontrar otro proveedor barato de energía que no fuera el Kremlin. Después, para intervenir en la ofensiva militar contra Moscú y, por último -como apunta el diario neoyorquino- para revisitar su pasado colonial en África.

Mientras el Canciller Olaf Scholz intenta dar el giro sin perder la reputación que ganó el país en las últimas décadas, Alternativa para Alemania -una fuerza antieuropea y de tintes filonazis en un país con un tercio de población de origen inmigrante- se frota las manos al ver que las encuestas le auguran la posibilidad de ser el segundo partido más votado a nivel nacional. ¿En qué se convertirá Alemania…?

El otro lado del Atlántico

Antes de cruzar al otro lado del Atlántico, una mención al Mediterráneo. Faltan menos de tres semanas para las elecciones a presidente en España. La cuarta economía europea crece más que el resto de los miembros del club europeo, pero los votantes parecen dispuestos a un cambio de gobierno en La Moncloa. El nuevo presidente podría ser Alberto Núñez Feijóo, del Partido Popular, un gallego sin grandes sorpresas para la cofradía de derechas que integran los populares. El problema es que sus votos no le alcanzan para gobernar en solitario, y el único socio disponible es Vox. Un partido que este viernes dejó en claro sus exigencias: derogar el aborto y la eutanasia, terminar con las leyes de género, salirse del Acuerdo de París por el Cambio Climático y vaciar de competencias a las provincias. Esto último suena abstracto, pero cuando Cataluña quiso independizarse el alma del reclamo era justamente ése: las competencias.

Puede parecer menor, pero para dos potencias económicas (Estados Unidos y China), la guerra de chips es como la guerra por el agua

Ya del otro lado del océano, arrancamos por Canadá. Recordarán los porteños, bonaerenses y rosarinos las molestas humaredas que cubren el centro del país de cuando en cuando. Lo mismo sucedió en Canadá y en Estados Unidos pero a una escala mayor. Unas 10 millones de hectáreas se prendieron fuego a raíz de una seguidilla de temperaturas infernales. El humo cubrió varias ciudades durante días y, en el puente de Brooklyn, aparecieron transeúntes cruzando la ciudad con máscaras antigás. Las selfies distópicas fueron divertidas, pero la realidad detrás del fenómeno es gravosa: suspensión de las operaciones hidrocarburíferas, cosechas interrumpidas, pérdidas escandalosas en la industria del turismo y un sistema sanitario desbordado de citas y colapsado financieramente.

Lo de Estados Unidos no es menor. Al margen de las sentencias contra Donald Trump, las denuncias del propio Trump, las peleas de Joe Biden con la Corte Suprema y las turbulencias identitarias que afronta el país, el foco de los problemas está puesto en la rivalidad con China. Esta semana viajó a Pekín la secretaria del Tesoro Janet Yellen con el objetivo de calmar las aguas entre los dos países; pero la guerra comercial está más en boga que nunca. Mientras Yellen cruzaba el Pacífico, Países Bajos anunció la prohibición de exportar chips semiconductores a China, un rumbo que marcó Washington unos meses atrás.

Esos diminutos componentes son el corazón de las tecnologías de última generación, como los que utiliza la Inteligencia Artificial. Sin ellos, China podría detener su carrera por el top one de la economía mundial. Por eso quizás recibió a la secretaria del Tesoro con la cancelación de la exportación de dos metales usados para la fabricación de -claro- chips. Puede parecer menor, pero para dos potencias económicas, la guerra de los chips es como la guerra por el agua.

Las principales potencias atraviesan campo minado y dan forma al paisaje de guerra distópica que muestra el mundo. Pero si uno quisiera hablar de guerras reales, bastaría con leer las crónicas del diario ruso Izvestia sobre los combates en el sureste de Ucrania. O las del Hareetz, en Israel, sobre los bombardeos israelíes en un campo de refugiados en Cisjordania.

Volviendo a nuestro país, el viernes por la tarde y al filo del comienzo del fin de semana, los cientos de miles de laburantes de la ciudad y la provincia de Buenos Aires celebraron que el paro de colectivos haya quedado sin efecto. Si se mira la mitad del vaso llena, la agenda de temas argentinos parece benigna, digerible. Si se mira la mitad vacía, uno podría preguntarse si no estamos desfasados, resolviendo unos problemas que tarde o temprano darán paso a los que vive el mundo desarrollado. No lo sabemos, aunque, de momento, ningún New York Times se ha preguntado, ¿en qué se convertirá Argentina?

AF

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