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Opinión

La Cámara de Diputados descubrió que “las travestis son personas”

Franco Torchia

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Con las exposiciones sobre la ley de acceso al empleo para personas travestis y trans, las últimas horas del jueves revelaron una vez más la holgadez con la que la clase política puede ignorar. Y lo hace. Beneficiarios de instituciones orgullosamente ancladas en el siglo XIX -salvo por el Zoom, que la mayoría usa como quien transmite en vivo y en directo desde ese siglo-, diputados de todas las adscripciones partidarias ostentan una desinformación que explica per se por qué el Estado masacra a a las identidades ajenas a sus productos “estrella”. 

A modo de ejemplo, alcanza con remitirse a la discusión anterior de esa misma jornada: la prórroga por diez años del Fondo Fiduciario de Consumos Residenciales de Gas. Como buen tema “macho”, tema duro, tema central, tema de infraestuctura, tema ingenieril, los integrantes de la Cámara Baja -por algo está abajo, aunque la que está arriba queda muy abajo también- alardean con saberes sobre energía, hogares, negociados, clima, provincias. Encienden sus posturas, ganan vehemencia y ponen cara de situación. Como la hidrovía, el petróleo y como ese conglomerado de sentidos cruzados que cierta Argentina decide simplificar con la expresión “el campo”, argumentar sobre el gas importa. Por el contrario, sobre quienes (casi) nunca tuvieron gas ni vida propia -sujetos de la discusión que sigue en el orden del día- no tanto. O casi nada.  

Así, la discurseada sobre travestis y trans fue misericordiosa. Se iba a legislar sobre androides, sin el encanto de la ciencia ficción. La sensación era que empezaba una parte de la sesión destinada a las “imperfecciones” arrastradas por el aparato represivo del Estado-nación, un monstruo que no pudo (todavía) matar a todas -ni con la policía ni con las palabras- y que ahora intentará “reparar”. De hecho, el concepto mobiliario de “reparación” y la insistencia autómata en que era una noche “histórica”dominó casi todas las alocuciones. Con la tranquilizadora certeza del genitalismo cívico -en el Congreso Nacional sólo legislan cuerpos con penes que “hacen de varones” y cuerpos con vaginas que “hacen de mujeres”- si no hubiera sido por la presencia en el recinto de numerosos activistas, la ignomia hubiese sido aún mayor. 

Con la tranquilizadora certeza del genitalismo cívico -en el Congreso Nacional sólo legislan cuerpos con penes que “hacen de varones” y cuerpos con vaginas que “hacen de mujeres”-

A saber, la diputada por Tierra del Fuego Mabel Caparrós (Frente de Todos) alertó sobre la posibilidad de que entre la población referida pueda haber “mentes brillantes” y una “madre maravillosa”. El diputado tucumano Carlos Cisneros (Frente de Todos) no dudó en citar a un obispo fallecido (por más consustanciado con la causa que haya estado el referido, Cisneros apeló a la “autoridad” de un funcionario de la institución que subvencionada por el Estado, más concentrada está en el exterminio LGBTTIQ+). Acto seguido, se refirió a “un travesti” y a “este travesti”, masculinizando su aporte. Como a esa altura hacía falta, el diputado socialista por Santa Fe Enrique Estévez recordó que “estamos hablando de personas” y otro tanto hizo la catamarqueña Lucía Corpacci, del Frente de Todos: “Son por sobre todas las cosas personas”, aseguró. A cada rato, misterios semánticos del tipo “La perspectiva de género que decide cada quien” entenebrecían aun más la medianoche. 

 Caparrós también afirmó que “La medicina debe avanzar”: por si no había alcanzado con la iglesia católica, apareció el otro yugo, el aparato médico. Y mención aparte merecen los diputados por la ciudad de Buenos Aires Alejandro García y Carmen Polledo, ambos del PRO. El primero optó por enmarañarse en la lectura y apelar ni más ni menos que al Código Penal para intentar, sin ningún éxito, borrar del curso asesino de la historia la criminalización de las travestis y trans. Que las redes del narcomenudeo lo juzguen. Y la segunda, Polledo, se ahogó en el miasma de la lógica del “cupo” y la autodiscriminación que implica a su criterio elaborar un registro de aspirantes a empleos formales. Mareo, confusión e irracionalidad a cielo abierto y cúpula cerrada.

Como notables excepciones, la solidez de la diputada por la provincia de Buenos Aires María Cristina Álvarez Rodríguez (Frente de Todos), las palabras de Leonardo Grosso (misma jurisdicción y fuerza política); el discurso del diputado por CABA Maximiliano Ferraro (Coalición Cívica-ARI), original en citas y tradición de lucha; el énfasis de Mónica Schlotthauer (Frente de Izquierda, CABA), genuinamente preocupada por el cumplimiento posterior de la norma y la emotiva intervención de Mara Brawer (Frente de todos, CABA). Y ya que Brawer citó a la escritora travesti Camila Sosa Villada, estas líneas harán lo mismo. Alguna vez Sosa Villada propuso la creación de un impuesto mensual que se descuente automáticamente de los haberes de cada ciudadano cis (o no trans). Sólo así el escarmiento. Sólo así, decía, la generación de conciencia sobre la muerte industrializada. 

Que el Poder Legislativo se dedique a señalar que hay personas que también son personas repone escenas de los debates sobre al aborto: durante las primeros minutos del viernes, las ideas de muchos diputados fueron tan “proVida” como acaso ellos mismos desearían que no fuesen jamás. ¿Por qué? Por la concepción de persona sellada a fuego en sus verba: se es persona desde la concepción, o cuando la cámara baja te embaraza con su criterio moral. 

La Doctora en Filosofía Laura Belli, especialista en bioética, repasa en sus trabajos las tres líneas dominantes en la noción de persona. En primer lugar, una idea biologicista de persona -persona es quien nace y muere con el mismo cuerpo-; luego, en línea con el pensamiento del filósofo inglés John Locke, persona es quien puede recordar sus actos. Por último, persona es quien tiene identidad narrativa. Identidad forjada en el reconocimiento de su comunidad.

Si de diputados se trata, queda claro entonces que todos nacen y mueren con el mismo cuerpo. Sin embargo, no todos recuerdan sus actos. Y muy pocos alcanzan el reconocimiento de su comunidad. 

FT

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