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Opinión

La estúpida decisión de tener hijos

La estúpida decisión de tener hijos

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Tener hijos es la decisión más estúpida e insensata que se puede tener en el mundo de hoy. Es claro que el siglo XXI está pensado para personas solteras, enloquecidas por un deseo tan febril como efímero, más bien atentas a ser deseables; en este contexto, la idea de una trascendencia, la transmisión a una nueva generación, a la que legar nuestros fracasos, parece un delirio. Porque nuestro éxito, si acaso tenemos alguno que no nos parezca menor, es solo para nosotros; no se comparte, quizás un poco con una pareja, si se aviene a nuestro perfil, antes de una separación tormentosa. Somos solteros, con este tipo de narcisismo infantil porque, en definitiva, nunca dejamos de ser hijos. 

Sin embargo, cada tanto aparece algún tonto que se deja llevar por un deseo y ahí lo tenemos, solitario, a contrapelo de las estadísticas que dicen que cada vez son más los varones que relegan la paternidad. Ya nadie va a repartir en su honor una generosa caja de habanos, como en esas viejas películas de Hollywood. Más bien algunos amigos lo mirarán con compasión; saben que si tenía una buena relación con su pareja, en adelante le tocará asistir a su decadencia. Adiós a la vida sexual y, si no, adiós al tiempo libre (también). Y si aún le queda un poco de tiempo libre, es posible que desarrolle un tipo de neurosis que es la que quisiera comentar en este artículo. 

Con la llegada de un hijo, no son pocos los varones que se sienten en la obligación de encarnar una figura mítica del padre, es decir, la del proveedor. Pobrecitos, en medio de este mundo reacio a los emblemas de la masculinidad tradicional, a estos tipos se les ocurre asumir esta forma del pasado. Se les impone, quizá porque echan mano de lo que conocieron de niños, como última generación en la que los padres tenían alguna potestad. Se reconoce que se trata de una formación neurótica, en la medida en que a partir de ese momento estos pobres padres sienten que deben esforzarse mucho más desde el punto de vista económico, desesperan por garantizar un sustento que, en estos días, se escurre y frustra.

Varones que vivieron durante años despreocupados por el dinero, aprenden a usar tablas de Excel y despliegan una inusitada avaricia; sucumben al goce del ahorro, dejan de comprarse cosas (ropa, música, libros) para ellos; y en sus nuevas familias, a menos que un gasto sea estrictamente necesario, lo desestimarán. ¿Quién podría amar a alguien así? ¿Respetarlo? Es comprensible que, en cuestión de tiempo, nadie quiera cerca a un ejemplar de este tenor. Ni siquiera compasión despierta esta clase de arquetipo pretérito, que si osa decir que se “rompe el lomo”, será incluido en la bolsa de los machirulos que no tienen remedio.

¡Qué efecto mortificante tiene la paternidad! Con razón nadie quiere tener hijos, es lo más sano. ¿Sería muy osado decir que ya no están dadas las condiciones históricas para amar (y respetar) a un padre, salvo que éste sea un compañero deconstruido, una sucursal materna, si no un especialista en crianza? No lo sé, yo no puedo responder a la pregunta; pero como psicoanalista sí planteo la inquietud: ¿qué hacemos con todos estos neuróticos que llegan a la consulta y cuyo malestar, encima, tiene como causa un deseo? Por supuesto, no le pido al lector que haga mi trabajo. Si planteo el interrogante, es para recordar que si no hubiera habido un deseo, no estaríamos hablando de esto.

Entonces, ¿pido a mis lectores piedad para estos padres pseudo-proveedores, con la excusa de que no son tan machitos y el atenuante de un deseo? ¡Complicidad viril de un terapeuta varón! Por favor, no vayamos tan rápido. No pensemos de una única manera, que puede ser interesante, pero si es única es aplastante. Yo trataré de ser más explícito y diré que no me interesan estos varones porque sean varones, sino por la paternidad que representan y que la figura del proveedor viene a resolver sintomáticamente.

En los casos de estos varones, en términos generales, podría decir que llegaron a ser padres de manera subsidiaria. Dicho de otro modo, solo en los últimos años es que muy de vez en cuando escuché a algún varón hablar de su “deseo de hijo”. Más bien, en este tipo de casos se trata de varones que aceptaron el deseo de su pareja. No “aceptaron” el deseo como quien asume un límite, aunque no faltan quienes dijeron que sí solo para no perder un vínculo o, peor, retenerlo. No me refiero a estas coyunturas. En los varones en que pienso, diría que se coparon con el deseo de sus parejas, desearon un hijo a partir del deseo de su pareja.

De este modo, el deseo de hijo es una encrucijada para la que el varón tradicional no está preparado y, es cierto, podríamos decir: ¡prepárense! Pero no es tan fácil, quizá la consigna pueda servir para los que vienen, pero bajo el puente tenemos a un montón para los cuales esta fue la ocasión de un conflicto. No por nada muchos fantasean con lo que se puede perder con un hijo; todas estas limitaciones son una metáfora de la pérdida de potencia, de la pasividad que más rehúye un varón. En este punto es que la neurosis es una fuente de malestar, pero también una solución: echar mano a la impostura paterna puede ser una manera de hacerle frente a ese nuevo estado de vida que se consolida con una familia.

¿Qué pasa después de la neurosis? Eso depende de cada caso. Están los que pueden “durar” durante años en un vínculo asegurado por la neurosis. Están los que apenas tres minutos después se separan y pretenden regresar a su estado de beatífica soltería, ahora en calidad de “separados”. Además, antes que la neurosis por haberse enganchado con un deseo, estaban los que ni siquiera y ante la novedad de un embarazo salían huyendo. También hay quienes atraviesan un conflicto sin un síntoma neurótico, pero son los menos.

La paternidad no llega sin consecuencias. Incluso diría que es posible tener hijos y no enterarse de la paternidad. A veces pasa hoy también. Están los proveedores que sin neurosis creen que con pagar un monto fijo su función está asegurada. No son padres, sí financistas y, en ciertas circunstancias, es mejor que nada. En otras, nada es mejor. 

En estas líneas quise desarrollar una arista neurótica en que la paternidad suele darse hoy en día, para restituir el conflicto que está en su base y correr el foco de la estigmatización y la parodia con que suele tratarse esta figura. Para mí es importante no olvidar que estos tipos, en última instancia, tomaron una posición a favor del deseo en un mundo que es cada vez más refractario a la pareja y la familia. Que un deseo a veces se padece, creo que no hay nadie más que los psicoanalistas para recordarlo, sin pedir una reeducación, pero sin ir también contra el lazo con los otros. 

Siempre que se pueda sostener la tensión del deseo, habrá algo que pueda pensarse, sin caer en respuestas morales, sin por eso volverse inmoral.

LL

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