Kiev avanza, Washington apoya y Moscú retrocede en la guerra de Ucrania
La imagen de Volodímir Zelenski en la ceremonia de izado de la bandera en la recuperada ciudad de Izium es, indudablemente, un serio revés para los planes que llevaron a Vladimir Putin a invadir Ucrania hace casi siete meses. En términos militares confirma que Kiev pasó de una actitud defensiva, tratando de absorber el golpe sin desmoronarse, a otra netamente ofensiva, que le está permitiendo recuperar terreno, insuflar aún más moral a sus tropas y a su ciudadanía y trasmitir a quienes lo apoyan que el esfuerzo vale la pena.
En todo caso, conviene no perder el sentido de la realidad, confundiendo estos avances con la victoria en la guerra. Aun si se confirma que las tropas ucranianas recuperaron unos 8.500 kilómetros cuadrados, sobre todo en el frente de Járkov, no cabe olvidar que los invasores rusos aún conservan en su poder unos 120.000 kilómetros cuadrados.
Este dato lleva a entender que el fin de la guerra no está cerca, no solo porque las fuerzas armadas ucranianas procurarán ampliar sus ganancias territoriales –idealmente hasta lograr la total expulsión de los invasores, incluyendo Crimea y las zonas del Donbás en su poder–, sino porque las rusas no están en desbandada y Moscú dispone aún de bazas que pueden recrudecer la tragedia que ya se está viviendo, desde una movilización general al uso de armas de destrucción masiva, pasando por un desastre nuclear en Zaporiyia o un ataque selectivo a un país de la OTAN.
La maestría táctica de Kiev
Nada de eso quita relevancia a la maestría táctica con la que Ucrania logró cambiar el signo de la guerra. A finales de agosto, Kiev comenzó a difundir el mensaje de que iba a desencadenar una ofensiva para recuperar Jersón –un oblast sureño vecino de Crimea y ocupado por Rusia desde principios de marzo–, en una decisión aparentemente sin sentido en la medida en que suponía renunciar al efecto sorpresa, permitiendo a Moscú prepararse para evitar una pérdida muy sustancial.
Se trata de un territorio de considerable valor –gran parte del agua que recibe Crimea procede de este oblast (embalse de Kajovka) y desde ahí parten los escasos enlaces terrestres con la península–. En consecuencia, Moscú decidió reforzar sus posiciones en la zona, desplazando una veintena de grupos de combate, incluyendo los más capacitados que hasta entonces operaban en la zona de Járkov. Entretanto, en este frente, Kiev se encargaba de aumentar sustancialmente los ataques artilleros de precisión contra diferentes objetivos que mermaban la capacidad de combate de las tropas rusas desplegadas en la orilla derecha del río Dniéper, al mismo tiempo que comenzaba el sistemático bombardeo de los puentes que unían ambas orillas de dicho río. De ese modo, las unidades ucranianas consiguieron embolsar a unos 25.000 soldados rusos para llevarlos a una situación insostenible, sin apenas posibilidad de recibir refuerzos y abastecimientos y sin vías libres para una posible retirada.
En contra de algunas interpretaciones que califican lo sucedido de una mera finta para facilitar una verdadera ofensiva en Járkov, lo que se deduce de lo ocurrido en Jersón es que se trata de una ofensiva en toda regla que, en lugar de buscar la penetración para llegar de inmediato al río, busca desgastar, hasta anular su capacidad de combate, a las tropas rusas allí localizadas.
Superioridad en Járkov
Simultáneamente, Kiev logró crear una superioridad local en el frente de Járkov, aprovechando un nuevo error de los servicios de inteligencia rusos y el debilitamiento de sus líneas de defensa, tanto por el redespliegue de las tropas enviadas a Jersón como por el hecho de que buena parte de las unidades restantes están formadas por milicianos locales y elementos escasamente profesionales de las fuerzas de las pseudorepúblicas populares de Lugansk y Donetsk.
En este caso, tras la realización de algunos ataques de reconocimiento para detectar dónde podían localizarse posibles vías de penetración, la ofensiva buscó de inmediato profundizar lo máximo posible en las filas rusas.
A la espera de ver cómo puede reaccionar Rusia, contando con que no se va a retirar con las manos vacías, y mientras los ucranianos consolidan sus actuales posiciones, cobra cada vez más importancia el papel que Washington está asumiendo en la guerra. Fue Estados Unidos quien proporcionó a Kiev inteligencia muy precisa desde el arranque de la invasión y quien ahora, en el marco de esta doble ofensiva, colaboró muy directamente con los militares ucranianos (con juegos de guerra incluidos) para determinar las mejores opciones para responder a la petición de Zelenski de dar un golpe de efecto en una guerra que parecía conducir inexorablemente al estancamiento.
También fue, empujando de paso a otros aliados de la OTAN, quien proporcionó un mayor volumen de armas (unos 15.000 millones de dólares), ajustando el suministro a las necesidades de cada fase de la guerra –pasando de los Stinger y Javelin a los Himars y Harpoon–, cuidándose al mismo tiempo de no traspasar las líneas rojas que pudieran llevar a Moscú a adoptar represalias directas: ni zona de exclusión aérea, ni despliegue de tropas de la OTAN en el campo de batalla, ni armas de gran alcance que pudieran batir objetivos rusos en profundidad…
Pero también es el mismo Estados Unidos que cabe identificar como el menos interesado en que termine pronto la guerra, si se piensa en que el objetivo definido ya en su momento por el propio secretario de Defensa, Lloyd Austin, es degradar la capacidad de Rusia para volver a hacer algo como la invasión de Ucrania. Y para eso considera que se necesita aún más tiempo, como si a nadie le importase el coste en vidas humanas.
Jesús A. Núñez Villaverde es codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH)
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