El lado oscuro de la familia
En el último tiempo cada vez más personas buscan alguna respuesta en las constelaciones familiares. Creo que esto se debe a una modificación en las condiciones de sufrimiento.
Con esto último quiero decir que, para el psicoanálisis, lo clásico es la filiación a partir del Edipo; es decir, a partir de una estructura de sucesión.
El Edipo no es querer acostarse con la madre y matar al padre. En efecto, como ya lo dijo alguna vez Jacques Lacan, los hipopótamos también reflejan el mismo tipo de conducta, pero no por eso Freud lo llamó “complejo del hipopótamo”. Lo propio del Edipo es la inscripción en una genealogía.
En las constelaciones familiares, si entendí bien lo que leí y lo que muchos me contaron en el último tiempo, se atiende especialmente a las inversiones de la vía sucesoria, o bien a su interrupción; por eso –repito: si entiendo bien– prestan especial atención a los excluidos del sistema familiar o bien a situaciones trágicas.
Creo que el psicoanálisis también se hizo eco de este movimiento, por el modo en que volvió a retomar la noción de trauma –desde mi punto de vista, con un eco pre-freudiano la mayoría de las veces.
En este punto, me encuentro ante una curiosa paradoja: quienes trabajan en constelaciones, con un aparato teórico más precario (porque quizá tampoco esperan constituir una teoría), tienen una orientación clínica más precisa que la de aquellos psicoanalistas que –no sin una intuición, pero quizá con mucho más apego a su teoría que a la experiencia– vuelven al mundo antes de Freud.
En cualquiera de los dos casos, lo cierto es que cambiaron las condiciones de sufrimiento y sin repensar a fondo la noción de familia (mucho más que andar revoleando traumas a lo loco –y a los locos– como se hace hoy) no se llega muy lejos. Pienso en casos en que hay ansiedades persistentes, compulsiones destructivas y otros síntomas de muy difícil tratamiento en el dispositivo psicoanalítico, pero que –según mi experiencia– en las constelaciones encuentran alguna versión que, con el tiempo, puede integrarse al análisis –casi como una “construcción”, de esas de las que Freud decía que no necesitan ser verdaderas sino movilizar el trabajo del inconsciente.
Como dije antes, hay algo que cambió y que es preciso pensar mejor. Para mí la más básica de las preguntas es qué se transmite de una generación a otra cuando la diferencia generacional es mínima y las vías simbólicas de su establecimiento ya no están aseguradas.
Asimismo, me parece que el planteo de las constelaciones es cercano a las ideas del psicoanálisis transgeneracional de René Kaës. Y también pienso que Deleuze y Guattari se equivocaron con la idea de “Anti-Edipo”, porque quisieron pensar una vía de ir más allá del psicoanálisis tradicional, pero su esquizoanálisis –demasiado embebido de la anti-psiquiatría– no pudo repensar a fondo la modificación de la familia, salvo para criticar el familiarismo burgués.
El punto es que me puse a leer los libros clásicos de Bert Hellinger y tengo que decir que su efecto es magnético. Encuentro que tácitamente demuestra que tiene mucho manejo de dinámica de grupos y que conoce muy bien los mecanismos de la transferencia y la interpretación en psicoanálisis. Muchos otros libros de constelaciones me parecen muy interesantes, escritos por profesionales formados que exponen un método.
También es cierto que leo otros que me parecen problemáticos. Por ejemplo, mientras leo un libro de constelaciones una conclusión se me impone: la vida de los antepasados (migrantes, muertos en guerras, etc.) –en la lectura misma– es mucho más atrapante que la de quienes consultan.
Pongo el ejemplo de una consulta: Tim es un oficinista neoyorquino, que vive con depresión hace años, medicado por sus fobias y pensamientos rumiantes. Es decir, Tim no es un neurótico, ni siquiera un psicótico; es uno de los tantos desubjetivados (seres que perdieron su alma) del siglo XXI.
Tim tiene un abuelo que murió en Pearl Harbor. Este abuelo además era contrabandista, antes de alistarse. Dejó varias deudas. Tim es corredor de bolsa. Ahí la historia de Tim engancha con la de su antecesor.
Lo cierto es que la vida de Tim no tiene el menor rastro de épica: tiene 50 años y nunca le pasó demasiado. No tiene historia y, por lo tanto, es preciso buscarle un antepasado heroico para emparcharlo un poco. No sé si Tim sufre del pasado familiar o de no ser siquiera un personaje menor en su propia biografía.
El libro es realmente interesante, hace pensar. Solo me pregunto si las personas a las que se dirige son las que tienen traumas familiares o personas del tipo de sociedad en que vivimos: sin anécdota, sin mucho que contar, que nunca se encontraron en la situación de jugarse la vida. En la constelación, Tim puede ser por unos minutos un aviador en Pearl Harbor. Ahora sí tiene algo para narrarse a sí mismo, como si viviera en un documental de HBO.
Escribo esta columna para contar mis lecturas, pero creo que lo decisivo sería que me decida a hacer la experiencia y luego les cuente cómo me fue. Próximamente.
LL/DTC
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